La paz, ¿es un ideal o un derecho? Si es lo primero, siempre parecerá imposible; si es lo segundo, es nuestro deber reclamarla o defenderla.
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Es muy difícil vivir en paz cuando se tiene sangre rencorosa. Para estar en paz se necesita la liviana sangre de la indulgencia.
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La lentitud de la paz impacienta al afanado bullicio de la guerra. La razón es evidente: los animales de caza siempre esperan la huida frenética de la presa.
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La experiencia de la guerra trae consigo la búsqueda de necesitar la paz; el exceso de confort provoca una disposición hacia la guerra.
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¿Por qué atrae más la guerra que la paz? Porque la guerra es un negocio; la paz es gratuita y no produce dividendos.
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Todos destacamos el blanco de la paloma de la paz. Deberíamos reparar más en las particularidades de su plumaje: leve, delicado, frágil.
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El rostro hierático y serio de los feligreses se torna festivo y alegre cuando el sacerdote pronuncia estas palabras: “Hermanos, démonos fraternalmente la paz”.
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Porque somos proclives a la guerra es que necesitamos poetizar la paz.
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La elección del color blanco para simbolizar la bandera de la paz subraya una lección de convivencia: en el blanco caben todos los colores.
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Las únicas guerras libradas por los pacifistas son las que tienen contra sí mismos.
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“Hacer las paces”, es la petición de los chiquillos después de tener una pelea. Los niños nos enseñan que la paz no es un logro natural y personal sino una tarea intencionada y compartida.
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La prueba de la dificultad en lograr la concordia con los demás es que, muchas veces, no estamos en paz ni con nosotros mismos.
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A veces, el mejor camino para alcanzar la paz proviene del reconocimiento de la falta; en otras circunstancias, brota de un mero gesto de perdón.
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Los obituarios nos recuerdan la lucha interminable por lograr en vida una convivencia pacífica: sólo después de muertos descansamos en paz.
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La paz al ser tocada por la politiquería deja de ser un derecho y se convierte en una prebenda o una dádiva.
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Por correr en nuestro cuerpo las pasiones, siempre viviremos en la inquietud y el desasosiego. La paz perfecta es un sueño estoico: la ataraxia.
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En países como Colombia, la paloma de la paz tiene que ser como el ave fénix: necesita resurgir a diario de sus propias cenizas.
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Al observar con cuidado la historia universal se asemeja mucho al movimiento del corazón humano: tiempos de sístole para la guerra y tiempos de diástole para la paz. En suma: reducciones y dilataciones permanentes de la vida.
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Una cosa es la paz para los que viven de cerca la guerra y otra, muy distinta, para los que la contemplan –seguros– en lejanía.
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Los caminos para llegar a la paz, aunque terminan en acuerdos y armisticios, necesitan mantenerse limpios de impunidad, vejaciones y fanatismo.
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Lo más difícil de la paz no es tanto lograrla, sino mantenerla.
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Las reconciliaciones son gestos profundos de paz: el puño abre sus dedos para convertirse en mano amiga; el brazo deja las armas para poder abrazar al enemigo. Quien se reconcilia restablece la esencial fraternidad humana.
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Construir la paz es más difícil que desatar la guerra. La primera implica la contención de las pasiones y el deseo de perennidad de la vida; la segunda, el desahogo de las emociones básicas y el ansia de perpetuar la muerte.
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Los mediadores de conflictos son profesionales de la paz. Su tarea consiste en mitigar ofensas, reparar agravios, ser embajadores del perdón.
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Hay pacificadores que son lobos con piel de oveja. El afán de poder transforma las causas justas en estrategias electorales.
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Esta parece ser la paradoja inevitable de la paz: hay injusticias provocadas por la guerra que sólo pueden repararse desajustando la ley.
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Los beligerantes actúan enceguecidos por el presente; los pacifistas, obran con prudencia pensando en el futuro.
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En el paraíso de la paz siempre habrá alguna serpiente tentadora: la guerra, al inicio, tiene la forma de un fruto seductor.
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Existen personas amantes de la guerra y seres de talante pacifista. A los primeros les interesa, en el fondo, los honores y la ovación multitudinaria; a los segundos, les basta la sonrisa y el gesto agradecido de la fraternidad.
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Los peores enemigos de la paz no son los líderes beligerantes o los guerreros obcecados; los mayores opositores, son los insidiosos e intrigantes. Esos seres oscuros que siempre tienen la palabra cizañera para encender los ánimos, despertar la venganza e incitar al odio más virulento.
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Los idealistas confían en la perpetuidad de una tranquila paz; los realistas saben que, en toda agua tranquila, siempre hay ocultas turbulencias y corrientes encontradas.
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La paz, como el aire, es un fluido invisible… pero tan necesario para poder vivir.
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Para añorar la paz basta con haber vivido en carne propia la guerra. Únicamente valoramos la tranquilidad cuando hemos estado en el infierno del desasosiego.
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La paz se asemeja a la felicidad: es un horizonte que nos interpela, un propósito comprometedor. Paz y felicidad son tareas cotidianas y no regalos mágicos o logros espontáneos.
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Los demonios confabulan para hacernos perder la paz interior. La maldad pretende, en esencia, que abandonemos la fe en nosotros mismos.
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La conquista mayor de nuestro espíritu –la genuina sabiduría– es lograr una serenidad a toda prueba. Alcanzar la serena paz del equilibrio.
Edgar Fabian Pulido dijo:
Excelentes aforismos en estos momentos tan difíciles para Colombia, lo complicado que están pasando los desplazados Sirios en Europa. Al hombre de hoy, le falta espíritu de perdón y fraternidad.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Edgar Fabián, gracias por tu comentario.
Richar Adrián Rojas Alfonso dijo:
Grandiosos pensamientos que llevan a meditar sobre lo maravilloso de llegar a vivir valioso don…aunque en este momento encarno en la mente significativa imagen, la cual contemplaré en mi corazón, aceptando la invitación de salir del cascaron para visualizar la paz que hay en mi; dejando atrás aquellas barreras que me impiden volar, haciendo realidad las palabras por medio de las obras.
Saludo fraternal Dr. Fernando.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Richar Adrián, gracias por tu comentario.
Sandra Yamile Garzon Paramo dijo:
Infinita y fraternalmente gracias…
sólo refiero, algunas palabras de Florence Thomas: “perdonar es recordar sin odio”
hasta pronto, Maestro Fernando
fernandovasquezrodriguez dijo:
Sandra Yamile, gracias por tu comentario.