
Autorretrato de la fotógrafa húngara Flora Borsi.
Cuando nos animamos a escribir un autorretrato, especialmente si es de nuestro temperamento o nuestra interioridad, no resulta del todo fácil lograr una fiel representación. Bien sea porque dejamos de lado determinados rasgos negativos o muy íntimos o porque “inflamos” o sobredimensionamos ciertas virtudes que, aunque nos son propias, no resultan las más notorias de nuestra personalidad. De allí resulta el obstáculo principal al redactar una etopeya.
De otra parte, tenemos que enfrentarnos con los espejismos del autoengaño. En muchas ocasiones, de tanto mentirnos lo que no somos, terminamos creyéndonos unas características absolutamente falsas. Tal mentira se multiplica si lo que mueve a nuestro espíritu es aparentar o responder como sea al demonio de las mil cabezas del parecer de la gente o la sociedad. Así que, cuando elaboramos un retrato moral, necesitamos sanos ejercicios de discernimiento, autoanálisis sinceros y una valentía de nuestro espíritu para enfrentar con realismo una debilidad, un vicio, un defecto, o una particularidad que bien puede no ser de buen recibo por nuestros semejantes. Sin esa entereza o esa apuesta por la sinceridad lo más seguro es que realicemos una especie de máscara idealizada, muy alejada del parecido con nuestro genuino rostro.
También se convierte en un obstáculo para realizar una etopeya el buscar a como dé lugar un reconocimiento u obtener de las personas extrañas un elogio o por lo menos alguna distinción. Nos cuesta enormemente sabernos seres comunes y corrientes. Anhelamos, así sea en nuestra imaginación, alcanzar ciertos honores, la fama o el poder, lograr un prestigio, ser ensalzados o contar con miles de seguidores. Por todas esas cosas, terminamos en la inautenticidad o construyendo con endebles y vistosas mamposterías una identidad agrietada y por lo general hermosa tan sólo en la fachada. Entonces, si queremos que la etopeya que redactemos sea verídica y honesta, nos corresponde deshacer los escenarios de la vanagloria y asumir con humildad nuestra frágil y común condición humana.
Por lo demás, de igual modo será difícil hallar los términos que mejor describan lo que somos. Porque puede haber una infinidad de adjetivos o epítetos en el diccionario, pero seleccionar el más adecuado para delinear las aristas de nuestro carácter o el sustantivo que con precisión fije una forma de comportarnos, eso demanda una búsqueda adicional. Volver al diccionario para apreciar los matices de un término o para descubrir una palabra con la cual podemos atrapar una dimensión afectiva o sentimental que nos gobierna, se convierte en una labor permanente. Describir el micromundo de nuestra alma es un esfuerzo para elegir las palabras más acordes a esa dimensión oculta. Más que usar vocablos generalistas, tan proclives al equívoco, se trata de encontrar un vocabulario personal, un campo semántico que nos identifique y con el cual podemos nominar de manera concreta nuestras señales de singularidad.
A pesar de todos estos obstáculos mis estudiantes de la maestría en Docencia de Yopal aceptaron el reto de escribir sus etopeyas. Transcribo acá un ramillete de las más logradas, o de aquellas que por su redacción son un buen ejemplo de esta modalidad de texto descriptivo.
La primera de ellas es de David Andrés Forero Zapata:
“¡Qué tarea tan complicada! Convivo conmigo y me he sentido extraño observando a un ‘yo’ que pocas veces sale. Es un decir, sale todos los días pero no lo reconozco, no lo observo detenidamente, pero hoy me toca. Como todos, tengo un nombre aunque me identifican otras cosas. Soñador siempre he sido, algo fantasioso y dúctil. Sonrío cuando me toca, cuando lo siento y cuando algo duele porque la función debe continuar. Fui el payaso triste, el Garrick que reía llorando. Las lágrimas también me han acompañado estas décadas, unas tristes y otras de felicidad, eso es normal y más si se cree ser ‘artista’. La lúdica es transversal en mi vida, para aprender y enseñar, para vivir y, por qué no, para ayudar a vivir. Debo decir que lucho con ahínco por las cosas que quiero, aunque no siempre fue así. Dicen que soy de mal genio pero es una máscara necesaria para el cariñoso oficio de interactuar con pequeños. También dicen que soy chistoso y esa no es una máscara; no hago reír a grandes, no soy gracioso para ellos pero para los pequeños sí. Mi norte es Dios, lo aprendí de mis abuelos y lo consolidé al lado de mi esposa, a Él debo todo y se lo agradezco y quiero que siga siendo el director de esta obra de teatro que lleva escritos 37 actos. Solo espero que al caer el telón y yo bajé del escenario, Él me reciba”.
La segunda etopeya es de Harry Rentería Rodríguez:
“Muchas veces me he preguntado si la forma en que me miro corresponde a la percepción que tienen otras personas de mí, esto debido a las ideas equívocas e imprecisas que tenemos sobre nosotros mismos. Inicio por decir que me considero una persona muy introvertida, demasiado para los demás diría yo, de pocas palabras, pero que percibe y analiza todo lo que ocurre a su alrededor. En cuanto a mi ser interior soy alguien que actúa de acuerdo a los principios y normas de comportamiento establecidos dentro de la sociedad, siendo tolerante, respetuoso y solidario con nuestros semejantes, a pesar que el mal genio y la desidia en determinados momentos me traicionen. Del mismo modo me avisto como un soñador, un vendedor de ilusiones y un promotor de proyectos de vida; con un sentido de pertenencia y compromiso con mi labor de maestro y mi responsabilidad como padre. Dentro de las percepciones que tienen los demás sobre mi forma de ser, algunos han llegado a describirme como un ser distante, frío y poco comunicativo, que a mi modo de ver son características muy alejadas de lo que debe ser un buen maestro, lo que me genera un gran compromiso conmigo mismo de vencer esos obstáculos que impiden que pueda desarrollarme aún más como persona y profesional que soy”.
El tercer autorretrato interior es de Ferney Fernández Tangarife:
“Sus amigos lo definen como alguien en quien pueden confiar, decidido y terco, una persona que guarda la compostura e intenta, por cualquier medio, crear simpatía. Diestro con las palabras, servicial cuando se requiere y que no sabe callar, a tal punto que parece necesitar (urgir diría Hugo) muchos filtros sociales. Su familia reconoce su bondad; buen hijo dicen sus padres; una persona que siempre está ahí anotan sus hermanos, poco social y buen lector agregan. Su esposa Ana, su gran amor, puede ver en sus distante cortesías, todo el afecto, pasión y apego que ella le inspira, de no ser así, de no tener la clarividencia que le da la seguridad de sentirse amada y totalmente correspondida, seguramente no lo amaría de la manera que lo hace. Sus hijas Sarah y Luisa reconocen en él una figura paterna fuerte, algo distante en las demostraciones de cariño, pero sin duda un hombre, en palabras de Sarah, ‘serio y bonito’. Él, Ferney, no siempre se reconoce como alguien en quien confiar, ha fallado a veces por acción y otras por omisión, pero jamás por malicia deliberada. Decidido sí. Sus mayores debilidades, según él son: por una parte la incapacidad de reconocer sus errores, a tal grado, que prefiere seguir errado a conceder la razón y por otro lado, omitir las necesidades de su pareja, lo que es un desventaja emocional y motivo de discusión constante”.
El cuarto ejemplo corresponde al texto de Martha Cecilia Parada Vargas:
“Soy una casanareña que sonríe a la vida. Ella me ha brindado cosas bellas, una hermosa familia y una tierra grata. He tenido la oportunidad de orientar a otros en este hermoso planeta que Dios nos ha regalado. Amo el baile llanero, la música romántica y la vida sin demasiados sobresaltos. Soy leal, responsable, tolerante y perseverante; gracias a ello he logrado gran parte de las metas propuestas; pero además, gracias a mi solidaridad y capacidad de servicio he logrado ayudar a otros, brindar mi ayuda a quienes acuden a mí por algo que les inquieta o les causa dolor, pues eso de compartir, de ayudar, me fascina. La alegría y el buen humor son mis compañeros en este trasegar por el mundo. Hemos venido para ser felices y alegrar la vida a los que nos rodean. Soy extrovertida y sincera; pero no tolero la hipocresía ni el arribismo ni la inmoralidad. Respeto las normas y trato de hacerlas cumplir; quizá ese comportamiento no sea el más acertado pero esa es mi naturaleza. Algunos dicen que es una ventaja otros que me juzgan por ser así, pues por ser demasiado directa podría herir susceptibilidades; no obstante; acepto que me digan la verdad aunque me duela. Espero cumplir la tarea que Dios me ha encomendado al enviarme a este mundo y aportar un granito de arena para que éste sea mejor”.
Y el quinto ejercicio descriptivo es de Yenci Durán Olivos:
“Qué puedo decir de mí, muchas cosas… empezaré diciendo una característica que es muy notoria en mi carácter, y es mi temperamento, soy una persona tranquila, aunque en ciertas ocasiones como en labores domésticas suelo perder la paciencia. Mi mayor virtud es la fe y confianza en Dios y segundo la honestidad y la justicia, eso lo aprendí de mi padre. Soy muy llorona, en especial en momentos de mucha emotividad. Me gusta el orden y mis actividades cotidianas, a veces planeo hasta el oficio que voy a hacer en la casa en un día cualquiera, tengo en mi nevera una lista de los menús que voy a preparar cada día. Me encanta soñar, sé que esa es la cuota inicial de que mis sueños sean una realidad. Me gustan los niños y por esa razón disfruto pasar tiempo con mis hijos, considero que soy una buena mamá y los extraño mucho cuando están lejos de mí. Mi familia considera que soy tierna y creo que los demás piensan eso de mí, aunque a veces yo veo esa característica como una debilidad con mis estudiantes. Me gusta aprender cosas nuevas por eso no será difícil estudiar. Por otro lado, mi mayor debilidad son mis miedos, sobre todo cuando me enfrento a una experiencia por primera vez. Me preocupa lo que los demás piensan de mí. Soy un poco orgullosa, cantaletosa, dormilona y mi esposo dice que manipuladora”.
Nancy Cristina dijo:
Vaya reto! Lo interesante es que estoy segura que lo que este es solo un inicio, será un escrito de nunca acabar. Será una construcción permanente como lo somos nosotros mismos. Lo bello será, la posibilidad de sorprenderme con cada página.
Gracias!!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Nancy Cristina, gracias por tu comentario. Coincido contigo: lo mejor es la sorpresa de escribir cada página.
Hamer leonardo lópez fernández dijo:
Como se dice por hay que “el estudiante ha de ser lo que su maestro”, creo que con esfuerzo y dedicación y sus consejos podre llegar a escribir bien frente a la facilidad y excelencia con que usted escribe.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Hamer, gracias por tu comentario.
profejesusolivo dijo:
Un saludo con aprecio, maestro.
Esto es lo que estuve reflexionando al leer las líneas expuestas en este blog que, otrora como ejercicio, también me sirvió para encontrarme o, mejor aún, reencontrarme conmigo mismo.
La etopeya permite al hombre mostrar su naturaleza, es ese señalamiento de lo que es y lo que puede llegar a ser. Desde luego, para que esto suceda hay que conocernos “conócete a ti mismo” y podrás ser lo que quieras. Difícil tarea puesto que, a duras penas, tenemos una idea vaga de las virtudes; esa integridad que nos permiten la camaradería y el intercambio con el congénere y, casi nada, de las perversiones; esas acciones inoportunas que cada vez nos alejan más de lo social, de lo humano. En tal sentido, lograr una etopeya que encaje verdaderamente con las maneras de ser y de estar en el mundo social con el otro, es un ejercicio que sirve de autorreconocimiento para lograr un mejor convivir con el medio que nos rodea.
Es un poco acercarnos a conocer el trasfondo de esa manera de ser y estar que subyace en lo más profundo y que, inconscientemente o conscientemente, la vamos soterrando, ocultándola quizá por el temor a ser descubierto y solo dejamos ver la punta del iceberg maquillado, difuminado y con máscaras que ni nosotros mismos sabemos de qué estamos hechos.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario.
David Andrés Forero dijo:
Buenas noches doctor Fernando.
Que grata y motivadora sorpresa. Cuando pienso en el camino que falta, observo mis zapatos esperando tener la suficiente suela para el recorrido. Agradezco su orientación en este difícil proceso. Dios lo bendiga
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
David Andrés, gracias por tu comentario.
AURA CECILIA ARDILA MALAVER dijo:
Leer y escribir nuestro carácter o nuestro ser, que tarea más compleja. A decir verdad nunca había hecho éste ejercicio, pero es muy enriquecedor, primero que todo para encontrarnos con nosotros mismos; escuchar de boca de terceros, que opinión tienen de nosotros y lo más complejo tratar de plasmar con palabras ese sentimiento. Qué bonito detalle el compartir esas etopeyas, para mí, la mejor retroalimentación; pues al leerlas pude comprender con mayor claridad cuál es la esencia y estructura de las mismas… gracias por enseñarnos a aprender de nuestros errores y a ver en ellos una oportunidad para mejorar.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Aura Cecilia, gracias por tu comentario.
Harry Rentería Rodríguez dijo:
Muy buenos días doctor Fernando
He leído su nueva entrada y me parece muy interesante, espero poder tener algún día esa misma facilidad de escritura que en usted parece fluir con naturalidad y sencillez.
saludos.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Harry, gracias por tu comentario.