
Ezequiel Martínez Estrada: la agudeza del pensamiento.
Creo que poco hemos reparado actualmente en la excelente producción ensayística de Ezequiel Martínez Estrada. Y una buena manera de apreciar su talento es analizar un pequeño texto contenido en su obra Radiografía de la pampa, publicada en 1933. El ensayo se titula “El cuchillo”, y hace parte del capítulo “La época del cuero”.
Lo primero que valoro es la capacidad de Martínez Estrada para sacar provecho argumentativo de asuntos o cosas sencillas. Su ojo perspicaz logra poner en alto relieve características inadvertidas de las cosas o vincular rasgos distantes o inesperados entre ellas. En esto se asemeja mucho al procedimiento usado por Georg Simmel, uno de sus autores de cabecera. Basta mirar lo que descubre el sociólogo alemán sobre una cotidiana y sencilla asa de un vaso. Pero, vayamos a los entresijos del texto en cuestión.
Es típico de Martínez Estrada empezar sus ensayos con una afirmación contundente. La tesis de sus ensayos despunta en la primera línea o en el primer párrafo. “El cuchillo va escondido porque no hace parte del atavío y sí del cuerpo mismo”, escribe al inicio del ensayo. Con ese basamento, el argentino empieza a elaborar sucesivas capas de análisis; construye o reconstruye lo mismo que ha puesto como soporte de su reflexión.
Ya en el segundo párrafo, Martínez Estrada, nos advierte que el cuchillo es “un adorno íntimo” y, por lo mismo, pertenece “al fuero de lo privado”. Derivado de ese planteamiento, vincula el carácter privado del cuchillo con el insulto, pues solo son sacados en “momentos supremos”. Ahí mismo deja abierta otra relación: la del cuchillo con el falo, pero por la vía del recato y lo innecesario de mostrarlos sin necesidad.
En el tercer párrafo, el escritor santafesino muestra que el tipo de lucha ofrecida por el cuchillo –a diferencia del sable– es para los lances íntimos. Se detiene en analizar el vínculo del cuchillo, especialmente del mango, con la mano, y por eso mismo, de cómo las fallas en la pelea con esta arma “es un fallo del brazo”.
Martínez Estrada en el cuarto párrafo echa mano de anécdotas históricas para mostrar que el cuchillo ha tenido héroes gloriosos en su empleo, al igual que rituales y prohibiciones. Enseguida, en el quinto párrafo, vuelve a las particularidades del arma: ahora sus observaciones giran sobre la vaina, la que “arrebata al cuchillo del mundo”. Usa frases lapidarias: “el cuchillo envainado está sustraído del mundo de la muerte”. Afirma que, aunque esté envainado, el cuchillo está al acecho como “un felino”. Acto seguido, pone ejemplos de los usos del cuchillo o de su variada utilidad: perro fiel, ojo occipital, alimento, tranquilidad, confianza, seguridad. Y hasta es un objeto de ley personal para “probar la justicia de la fama y la legitimidad de lo que se posee”.
En el sexto párrafo, el ensayista amplifica las consecuencias o atributos que trae consigo el cuchillo: da autoridad, “subraya la razón”. Interrumpe su exposición para hacer una digresión sobre la sangre de la víctima acuchillada y evidencia que por ser un arma corta y del hombre solitario, “dificulta la ayuda”. Después, en el párrafo siguiente, vuelve para ampliar el punto de que el cuchillo “subraya la razón”. Afirma que a pesar de que el cuchillo es “dócil en las manos domésticas” y sirve para cortar el pan y mondar las frutas, el secreto de su manejo es un arte difícil, “como el de hacer un buen verso”. Agrega otro uso del cuchillo que es el de matar, el de matar a otro hombre “cuerpo a cuerpo”. Termina el párrafo hablando de que el cuchillo es una herramienta síntesis de otras usadas desde nuestros orígenes.
Dedica un párrafo el escritor para señalarnos que el cuchillo “es más rápido que el insulto” y que al usarlo, ya no hay tiempo para retractarse; que la mano armada con el cuchillo es un útil inconsciente y, que, en esa medida, está “más próximo a la voluntad que al pensamiento”. Cierra este apartado advirtiéndonos que el cuchillo no admite el perdón porque, al entrar en contacto, “al “entrar hasta la empuñadura”, es la “cercanía sin remedio”.
En el siguiente párrafo Martínez Estrada se concentra en el tamaño “sin exceso” del cuchillo. Pone punto aparte y se concentra en profundizar en las diferencias entre el sable y las propias del cuchillo. Se percata de que el florete, por ejemplo, “ofrece al puño la resistencia de su longitud”; en cambio, en el cuchillo, “la fuerza va de la mano al extremo”. Una vez más, el argentino condensa su disquisición en una frase cortante como su tema: “La espada tiene su escuela y su estilo; el cuchillo es intuición, autodidáctica”. Desde ese lugar retoma elementos para volver al lance de cuchillo, de ese arte de cortar (el “arte cisoria”) que no tiene maestros, un arte “tanto de la mano como del ojo”, un arte que “no es espectáculo, sino intimidad”. Concluye hablando de una suerte excepcional del cuchillo, el de “la clavada”, que es “extraña a su finalidad y naturaleza”, pues implica soltar el arma de la mano para que dé en el blanco. Insiste en la importancia de lo intuitivo en el uso de esta arma y emparenta tal espontaneidad con la gambeta del animal perseguido o en el “puro valor de defensa del hombre agredido”. Abre un nuevo párrafo para enfocarse en la punta del cuchillo y deduce que al acortarse la distancia entre la empuñadura y la punta (típica de la espada) se perdió la clemencia.
Dispone de otro apartado para hablar del tamaño del cuchillo. Martínez Estrada afirma que, por ser pequeño, “puede llevarse entre las ropas”, adquiere la magia del amuleto y de “utensilio interior”, casi mágico. Puede llevárselo en la cintura, en la pierna, al costado o, lo que resulta más temible, en la espalda. Esta última manera de portarlo parece ser la más peligrosa: “cuchillo del domingo, el prohibido”.
El ensayista argentino empieza un nuevo párrafo deteniéndose en el hecho de que es raro un suicidio con cuchillo. Por ser un arma que va “de la empuñadura hacia la punta” es difícil que se vuelva contra su amo: “como el perro, que es lo que se le parece más”. Martínez Estrada retrocede en su planteamiento y retoma otra característica del cuchillo: la hoja desnuda. Dice que ella misma es ya “una advertencia del peligro; declara la anchura de la herida y su profundidad”. Y por esa correspondencia misteriosa entre “el acero y la carne” el autor deduce que la sangre limpia la hoja pero se acumula u oscurece el cabo del cuchillo.
Hacia el final del escrito, el ensayista pasa revista a diversos tipos de cuchillo: el del trabajador, el de las fiestas, o el arma ornamental como el facón, de doble filo. El escritor argentino hace una pausa para hablar de una característica fundamental: el filo del cuchillo. Nos recuerda que se prueba el filo del arma “sobre la yema del pulgar” y, nos advierte que, “la sensación sutil indica su finura”. Menciona, además, que con “la uña se aprecia el temple”. Deja esbozados algunos gestos relacionados con el cuchillo, bien para saludar, amagar o hacer callar.
Los dos últimos párrafos del ensayo los dedica Martínez Estrada a hablar del manejo del cuchillo, desde “rasgar la epidermis” hasta “tatuar al adversario como a un esclavo”. Cierra el texto subrayando que “el mérito del cuchillo está en la punta”, y, por eso, agredir con el filo, “indica indulgencia o desprecio”.
Me he detenido párrafo a párrafo para apreciar mejor la fineza del pensamiento de Martínez Estrada. Es un ensayista del detalle, a veces de un preciosismo en su minuciosa manera de observar. Es excelente la forma como teje las inferencias y como saca conclusiones o derivaciones de hondo calado, partiendo de hechos, cosas o situaciones baladíes. Valoro también, y esto hace parte de su logro como escritor, la elección de un vocabulario preciso, puntual, cabal para sus fines argumentativos. Es una prosa pensada, meditada. El escritor argentino nos muestra en este ejemplo, como en otras de sus producciones, que el ensayo es principalmente una tipología textual para foguear nuestras ideas, para hacer que nuestra mente derive, contraste, replique, compare y analice con juicio crítico tanto la condición humana como las variadas expresiones de la vida y la cultura.
Releo de inicio a fin el ensayo de Ezequiel Martínez Estrada sobre el cuchillo y me parecen elogiables sus agudas apreciaciones de que es un arma íntima, muy pegada al cuerpo; que es un arma para el duelo a pie y que excluye, por su cercanía, cualquier forma de intercesión. Me parece muy contundente su argumentación de que el aprendizaje del cuchillo requiere el don del valor y una sagacidad para descubrir sus técnicas solo “visteando”; y que del mismo modo como sirve “para ganarse el pan con humildad” puede ser un instrumento “de justicia y libertad”. Cierro el libro de Radiografía de la pampa y me quedo con esos otros significados latentes del cuchillo percibidos por la mente afilada de Martínez Estrada: un arma de poder, de fe en sí mismo o de la voluntad concentrada.