
El tío Ulises: “el lobo” de Capira.
La noticia llegó de madrugada: murió mi tío Ulises. Uno de los últimos habitantes de Capira se liberó por fin de aquel lecho que lo había tenido postrado por lo menos hacía cuatro años. El párkinson primero y luego un paro cardiorespiratorio lo devolvieron de nuevo a sus queridas montañas, a su ganado y a sus cultivos de maíz y de yuca. Ya no más silla de ruedas, ya no más temblor en las manos, ya no más dependencia para atender sus más apremiantes necesidades.
Como alma libre que era, lo veo retornar a su casa de puertas naranja y sentarse a descansar, ahora sí, en la mecedora de tela para dedicarse a observar el camino real y cómo pasan las mulas que vienen de Lomalarga. Ahí está en estos instantes, feliz de haber atendido el llamado de los becerros, de picar la yuca para los marranos, de traer la leña para el fogón humeante, de haber buscado en la inmensidad de los potreros a su cabalgadura.
Todo ha vuelto a la normalidad. Los gallos cantan, las gallinas están reclamando el maíz matutino y los palomos caen de los aleros como si fueran pequeñas ráfagas de viento gris. Hay varios jornaleros afilando los machetes, allí, muy cerca a la alberca; y se escuchan las voces de mi tía Purificación, de mi abuela Hermelinda y el gorgoteo de los pavos que desfilan por el patio de la casa de los Rodríguez.
Nada le duele a mi tío. Ha recuperado su voz de mando y toda su fuerza. Le ha dicho a Beatriz que va a ir a ordeñar y lo veo animoso tomar el camino del occidente, el que llevaba hasta los linderos de Don Domingo, ese que estaba vigilado por enormes palmeras. Va rápido, como le gustaba a él caminar, casi a zancadas, deteniéndose a veces a divisar sus propios pasos. Dos perros lo han seguido hasta bien arriba de la casa. El rocío se ha apartado de las matas de pasto para dar paso a este hombre de manos largas y botas de cuero. Nunca, nunca de caucho. Mi memoria lo mira desaparecer entre un árbol de capote y un mango reverdecido, para verlo después, llegar con una totuma rebosante de leche tibia y ponerla en la mitad de la mesa del comedor familiar.
Enseguida, verlo salir a toda prisa por el lado del charco viejo con un costal al hombro. Los perros esta vez han preferido seguirlo con lo mirada mientras él desaparece entre la hojarasca de los guamos y los yarumos. Al poco tiempo lo veo llegar con el costal cargado a sus espaldas y una piña madura en la otra mano. Sudoroso, muy sudoroso. Tal vez ya había recorrido toda esa tierra fértil de Capirita, ya había estado en La Guásima, de allí deben ser esas yucas y ese racimo de plátanos; o a lo mejor, ya pasó volando hasta Caracolí y bajó esa papaya o descubrió recién caídos dos aguacates magníficos. O quizás en ese primer viaje de la mañana pasó raudo por la mata de guadua, por la casa de Don Leoncio, sin recibir el café, caliente, bien caliente, ofrecido por las manos de la señora Quilina. Ha caminado tan rápido que ha logrado atravesar caminos y cañadas, potreros y cafetales, en pocos minutos. Los cadillos tratan de agarrarse al pantalón húmedo. ¿Y por qué no habrá llevado el macho? Porque él prefería sentir con sus pies aquella tierra, tocar con sus manos sus cultivos, acariciar aquel paisaje con sus brazos. A él le gustaba ir de un sitio a otro, en solitario, a desyerbar, a hacer las quemas, a limpiar los charcos, a curar los novillos, a cazar, a herrar las bestias. A mi tío le gustaba madrugar para recorrer sus cultivos y llegar con el sol a reclamar su desayuno.
Después de desayunar lo miro enjalmar el macho y tomar otra vía, hacia La Peña. Y enseguida de almorzar, coger el rumbo contrario, hacia arriba, buscando los cafetales de la tía Dioselina. Hay tantas cercas que necesitan un cambio en los puntales, tantos cultivos hambrientos de una mano que los cuide, tantas frutas cayéndose de los árboles, tanta maleza sepultando a las nuevas semillas. De allí su afán. Pero era tanto su brío, su tesón, que hacia el final de la tarde, en lugar de estar descansando se dedicaba a pilar arroz, a moler el maíz para las arepas o a cortar árboles secos con la afilada hacha. Lo noto feliz, al comprobar que el arrume de toletes de madera ya llega hasta la cumbrera del rancho de descerezar café. Después de guardar el hacha, ha ido hasta la cocina y le ha pedido a Beatriz un poco de limonada y lo veo tomarla con ansias, sin parar, hasta devolverle a su mujer la totuma ya casi negra por el uso.
Mi memoria, la del niño, lo observa siempre cargado de herramientas: el barretón, el hacha, el azadón, el machete de pico curvo, el rastrillo, y no sé por qué, siempre afilando su peinilla: “La corneta” tres canales. Mi memoria guarda esa imagen del hombre ocupado, llevando o trayendo cosas, cargando o descargando bultos, limpiando la escopeta, engrasando los rejos, enjalmando mulas, enlazando toretes, sembrando colinos de plátano, desgranando maíz, echando humo a las avispas guitarreras, agüeitando el ñeque, bombeando las lámparas “Coleman”, secando el café en el amplio patio de cemento, reconstruyendo caminos o contando historias. Las suyas y las ajenas, propias o inventadas.
Quizá ahora, cuando ya no le pesa el cuerpo, ni le duele nada, cuando ya se le fue la tos y está libre de manos y pies, pueda dedicarse a contarle a su sobrino aquellos relatos maravillosos de apariciones y espantos, de aventuras insólitas en el plan del Tolima o de sus odiseas por Ibagué y Armero, por Armenia y Cali, cuando la piña era el gran negocio de Capira. Este parece ser el mejor tiempo. Oigo su voz bien clara. Y aunque es de día, mis recuerdos transforman el entorno y escucho las ranas y los grillos. Ya es de noche. Mi tío ha empezado a contarme otra vez sus cuentos. El cielo está clarísimo y veo más brillantes los luceros en el firmamento.
JOSE GUSTAVO SERENO HERRERA dijo:
Maestro Fernando, como soy nuevo en el grupo de tus seguidores y me estoy empapando de algunos temas, la forma como relatas la muerte del tío Ulises y su alegria por retornar a lo suyo es magistral, me atrevo a decir que solo comparable con la historia de la canción Libre de Nino Bravo por la felicidad del chico al morir; un abrazo a la distancia!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
José Gustavo, gracias por tu comentario. Otro abrazo para ti.
Melquisedec dijo:
Que bellos recuerdos escritos con esa maravillosa pluma mágica.
Al leerlos se percibe el clima y los olores del campo
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Melquisedec, gracias por tu comentario.
Sebas Morales dijo:
Increible!!! Me senti estando en tan linda tierra, de donde vengo yo, de donde vienes tu!! un abrazo primo!!!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Sebas, gracias por tu comentario. Otro abrazo para ti.
profejesusolivo dijo:
Maestro, un saludo fraterno.
Le comunico que hoy le hice envío del listado de los docentes compradores del libro, “pregúntele al ensayista”, para que, en su escaso tiempo que le queda, le eche un mirada al correo.
Gracias y hasta una nueva oportunidad.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario. Enterado.
profejesusolivo dijo:
Maestro, un abrazo de solidaridad.
Es un momento de desprendimiento y que mejor que recordarlo con unas cuantas líneas escritas en memoria de ese gran personaje que debió ser para usted, maestro. Porque conociendo su gran sentido humanístico y de vínculos, la familia es lo primero, siempre están ahí esos bellos momentos que con gozo los recuerda uno para siempre.
Es usted, ahora el estandarte, de traer a los lectores esos recuerdos para que sean inmortales y queden en el gran libro de la vida.
Un abrazo fraterno de corazón, maestro.
Me uno a esa pérdida de un ser querido, pero se que siempre se recordará con cariño.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu solidaridad.
Nancy Cristina dijo:
Mi querido Fernando, te abrazo en la distancia, abrazo y celebro a Ulises y esa nueva forma de hacer presencia en nuestras vidas. Gracias a los dos por inspirar tan bonita emoción en mi corazón. Con su esencia y tus palabras retornaron a mí imágenes cálidas de familia, de tesón, laboriosidad e infinito amor. Gracias Ulises. Gracias mi querido Fernando. Te abrazo!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Nancy Cristina, gracias por tu solidaridad.
ANA ELSA SEPÚLVEDA CARO dijo:
Maestro, que forma tan bonita de recordar a un ser querido que nos deja. Lamento su perdida, pero me deleito con sus escritos.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Ana Elsa, gracias por tu comentario.
Beatriz Martha dijo:
Ulises: Gracias ! Hoy donde usted esté quiero decir gracias!
Gracias por abrirme las puertas de su casa, de ese cielo azul tolimense…
Gracias por permitirme sentarme a su lado para escuchar las historias de la niñez de mi maestro y amigo…
Gracias por compartir el delicioso sancocho que Beatriz, mi tocaya, preparaba con tanto amor para nosotros
Gracias por esas memorias maravillosas que hoy quedan grabadas para siempre …
Gracias por su mirada siempre solidaria para con El Niño y sus amigos…
Hoy tan solo una oración : PAZ … paz en ese jardín eterno, paz para Beatriz, Doña Katty y los niños !
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Beatriz Martha, gracias por tu solidaridad. Y por la certeza de la amistad de tantos años.
MARIBEL SANCHEZ PEREZ dijo:
Maestro, un cordial saludo. Mis oraciones por la serenidad para usted y los suyos en este momento. Están ahora los ojos del amor de su tío acompañándolos desde el cielo. Está en paz y ahora sano.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Maribel, gracias por tu solidaridad.
Katherin Rodríguez González dijo:
Buenas noches profesor Fernando:
Lo saludo y lamento esta situación tan dolorosa y melancólica para usted. Un sincero pésame, hay un ángel en el cielo. Bendiciones.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Katherin, gracias por tu solidaridad.