Cerebro analítico

Lo fundamental para un análisis de contenido es la relectura del material objeto de mi interés. Pero no me refiero a una lectura sólo de pasar los ojos por las páginas, sino de una labor de los ojos y de la mano, con transcripciones y toma de notas. Es una tarea lenta, minuciosa, en la que intento ir encontrando algunos indicios, ciertas constantes, un término recurrente, un motivo prioritario.

Prefiero usar, en estos casos, el mapa de ideas como recurso. Utilizo una hoja de papel y pongo en el centro de ella el término que después de una primera lectura me parece preponderante; luego, empiezo a aglutinar alrededor de ese término pedazos de texto, ideas relacionadas, subtemas derivados, asociaciones brotadas de las nuevas relecturas. Uso diversos colores para ir discriminando toda esa información. El mapa de ideas me sirve de laboratorio para ir descubriendo los motivos, las constantes o el campo semántico emergente. Utilizo además flechas, recuadros, subrayados. Empleo marcadores de colores de punta fina con el fin de jerarquizar o valorar de diferente manera los fragmentos de texto. Cuando noto algo que me parece muy interesante de la lectura lo escribo en mayúsculas o lo ubico en las márgenes de la hoja, con el objetivo de tenerlo presente más tarde al momento de redactar el análisis.

Mediante esta relectura continuada mi mente empieza a guardar apartados y la memoria a establecer puentes, vínculos. Es común que la propia hoja, en donde he ido transcribiendo mis lecturas, sirva de detonante para el esbozo de una escritura preliminar o de inicios de párrafo. Esto acontece por una “ley de imantación” entre las ideas. Al estar puestos en un mismo espacio, despuntan o sobresalen aspectos que de otra forma hubieran permanecido ocultos o inadvertidos. Son estas hojas, estos mapas de ideas, la chispa para develar lo implícito, lo disgregado, lo atomizado en varios documentos, entrevistas, letras de poemas, o en las páginas de un libro.

Cuando ya tengo ese mapa amplio de ideas con  el eje ubicado, fruto de las iniciales lecturas, saco aparte (en otra hoja) ese tema y comienzo a releer todo el material elegido. Es una lectura enfocada, fijándome únicamente en ese aspecto, dejando de lado otras cosas. Lo que pretendo es enriquecer con particularidades dicho asunto. El resultado, por cierto muy provechoso, deja ya esquemáticamente preparada la estructura de un párrafo. O de varios, dependiendo la complejidad o la cantidad de texto allí consignado. A veces, resultado de la práctica en este tipo de análisis, me resulta útil ir llenando a la vez dos o tres temas subsidiarios con las citas o fragmentos que voy descubriendo.

Concluida esta actividad de diseño y puesta en una hoja (o varias) de las relecturas, viene el momento de empezar a redactar. Cada hoja se convierte en un esbozo o en un plan de lo que deseo escribir. La memoria sirve de celestina y los temas motivo de ejes articuladores. La ventaja de proceder así es que trabajo con “material directo”, con “voces fidedignas”, con “fragmentos literales”, y no con impresiones o divagaciones subjetivas. El soporte de mi escritura proviene de las mismas fuentes analizadas. Es con base en ellas que más tarde construyo la interpretación.

Sirva de ilustración, para lo que vengo diciendo, el análisis que hice de las 208 canciones de José Alfredo Jiménez. Por lo menos una semana gasté en leer, releer y elaborar esos mapas de ideas. Casi al puro inicio ya había descubierto el tema-eje del destino y, más tarde, encontré que esa mala suerte de José Alfredo tenía como consecuencia el amor desdichado y el refugio en la bebida. Para cada uno de esos tópicos empleé mapas de ideas diferentes, y abrí campo a otros temas subsidiarios como el orgullo y la traición. Desde ese triple mirador organicé el escrito que titulé “El trovador del dolor”. Lo más difícil estuvo en hilar dentro de mi discurso los versos de las canciones y en dar unidad de sentido a lo disgregado o diseminado entre esas trescientas páginas del Cancionero completo. Por lo demás, al revisar mi ensayo, al leerlo en varias oportunidades, aparecieron otros hallazgos. La misma escritura dejó entrever nuevas relaciones que las hojas sueltas no permitían apreciar. Esto me llevó a reestructurar el texto, a cambiar de lugar una cita porque era más conveniente en otro sitio y a seleccionar un subtítulo preciso para cada apartado.

Observo también, para seguir con el ejemplo, que el libro que usé para este análisis (publicado por Océano-Turner en el 2002) lo fui subrayando con diferentes colores: el naranja para las cosas relacionadas con el destino, el morado para la bebida y la borrachera, y el verde para resaltar lo del amor. Usar esos colores me sirvió de gran ayuda al momento de tener que cotejar o buscar el texto completo de una canción. Nunca olvido en el análisis de contenido que las partes adquieren verdadero sentido cuando las apreciamos a la luz de conjunto. Me doy cuenta, y esa es otra clave en esta labor, que con otra tinta englobé términos o versos que aunque no analicé con profundidad en esta ocasión sí podrían tener importancia en la interpretación, o merecían destacarse por su poca presencia en los textos elegidos o ser objeto de otro estudio posterior. Por ejemplo, los términos “camino” o “Dios”. De otra parte, me doy cuenta de que también subrayé determinados títulos de las canciones (que podrían convertirse en otro análisis semejante) bien porque me parecieron representativas de cierta temática o porque en algunas de ellas se condensaban los tres tópicos mencionados. Ese el caso de “Yo”, “Tu recuerdo y yo”, “Le pido a la suerte”, “La estrella”, “En el último trago” o “Cuando juegue el albur”.

Volviendo a las minucias del análisis de contenido, al menos en la manera como yo lo entiendo, cabe ahondar mucho más en cualquier tópico o temática descubierta. Cada tema puede derivarse en otros y, éstos últimos, en otros más. Esta fineza en el método es clave al momento de elaborar las categorías, procedentes del análisis,  y llevan a hallazgos realmente novedosos. Sin embargo, lo fundamental está en las operaciones o las tácticas aquí compartidas: lectura, ubicación de términos recurrentes, relectura, organización de mapas de ideas a partir de términos recurrentes, uso de colores para discriminar la información, relectura a partir de un tema específico, relectura del término recurrente en relación con el conjunto, apropiación del mapa de ideas como esbozo de apartados o párrafos del escrito, articulación entre los diversos apartados, redacción preliminar del análisis, relectura de la redacción preliminar para encontrar nuevos hallazgos, reelaboración y ajuste tanto temático como de estructura, escritura casi definitiva del proceso analítico.

Posterior a este ejercicio de desmonte lingüístico viene la tarea de la interpretación. Soportado en esa tierra analizada cabe ahora sí que el analista tome partido, se aventure a sacar conclusiones, haga valoraciones o establezca juicios. Por supuesto, no se trata de perder de vista lo ya realizado, sino de dotar de sentido lo que pacientemente se ha diseccionado. Después de haber realizado un proceso minucioso de explicación el analista toma distancia y empieza a reconstruir el tejido de la interpretación.