El maestro

En mi reciente participación en el evento anual organizado por la Maestría en pedagogía de la Escuela de Educación de la Universidad Industrial de Santander, dirigida con tesón y entusiasmo por Sonia Gómez Benítez, les propuse a los asistentes que eligieran una característica esencial del ser maestro, explicando el porqué de tal selección. Revisadas todas las fichas he encontrado que la innovación ocupa la mayor recurrencia, seguida por la vocación y la mediación. De igual modo son importantes para los maestros asistentes al XXII encuentro de egresados y estudiantes del posgrado, la empatía, la creatividad, la reflexión y la calidad humana.

Veamos con algún detalle las razones ofrecidas por los docentes de Bucaramanga y de municipios de Santander como Socorro, Oiba y Barrancabermeja:

Innovador: porque “vivimos en un mundo complejo y cambiante”, porque “hay que estar al día con las tecnologías y las diferentes formas de aprender de los alumnos”, porque “debe ser una persona en constante renovación dispuesto a seguir aprendiendo, creando nuevos métodos para la enseñanza y el aprendizaje de sus estudiantes”; porque “todo evoluciona y por eso no podemos quedarnos en el mismo lugar, en el mismo tiempo”.

Con vocación: porque “el docente que tiene claro por qué está en esta profesión siempre va a dar lo mejor de sí a sus estudiantes”; porque “formar personas implica desempeñarse con amor, gusto y placer para que la labor resulte significante”; porque “no se educa por obligación”; porque “amar lo que se es y demostrarlo es lo que hace personas felices y exitosas”; porque “cuando uno ama lo que hace se entrega para hacer lo mejor y pone a volar su pensamiento dándole rienda suelta a la creatividad”.

Mediador: porque “puede encontrar en cada estudiante la forma como él aprende e impulsarlo cada vez a proponerse alcanzar nuevos retos”; porque “es el maestro el que debe seleccionar los estímulos más pertinentes para que el estudiante logre el objetivo propuesto”; porque “así logra identificar el potencial de sus estudiantes y apoyarlos en el desarrollo de aprendizajes”; porque “la manera de comunicarnos con los estudiantes define quiénes somos como maestros y qué queremos que sean nuestros estudiantes”.

Empático: porque “permite entender la situación personal, familiar y social del estudiante”; porque “debemos identificarnos con los intereses, vivencias y sentimientos de nuestros estudiantes; porque “es necesario reconocer en los estudiantes sus fortalezas para potenciarlas y sus debilidades con el fin de convertirlas en oportunidades para crecer”; porque “es necesario tener una mente flexible para comprender y relacionarse mejor con el estudiante”.

Creativo: porque “con ella el docente puede motivar al estudiante hacia la producción de conocimiento y hacer de él un aprendizaje significativo”; porque “los jóvenes de hoy exigen cada día más al maestro, y se debe llegar a ellos de forma amena”; porque “en un mundo tan cambiante, en el que cada día nos enfrentamos a nuevos y mayores retos, es necesario explotar al máximo la creatividad para lograr que el estudiante se motive y haga del aprendizaje una experiencia única”.

Reflexivo: porque “el quehacer docente requiere la reflexión permanente para realizar cambios y generar espacios enriquecedores de enseñanza que posibiliten procesos de aprendizaje significativo”; porque “desde la reflexión de su quehacer y su entorno de aprendizaje debe estar en capacidad de lograr una interacción saludable tanto con su equipo de trabajo como con sus estudiantes”.

Con calidad humana: porque “si somos humanos podemos entender a los demás y aportarles en el proceso de construcción de la vida misma”; porque “la educación es la transmisión de las relaciones humanas, y la emotividad y la sensibilidad humanas se convierten en un acto empático para que el educando halle el sendero a su conocimiento”; porque “está pendiente de las necesidades que puedan presentar sus estudiantes”.

Hay otros rasgos, mencionados solo una vez por los asistentes al evento. Son ellos: la paciencia, el deseo de aprender constantemente, la responsabilidad, ser un investigador de su entorno, tener conocimiento didáctico del contenido, el compromiso y la motivación. De igual manera están el sentido crítico, porque “promueve el cambio constante del pensamiento, el estudio constante, y porque promueve el reconocimiento de la diferencia como algo valioso y enriquecedor”; la inconformidad porque “al tener conciencia de su déficit tomará una postura autocrítica. Tal reflexividad lo hará revisar una y otra sus prácticas apuntando a un objetivo constante: ser un mejor maestro para sus estudiantes”; y la audacia, porque “debe tener siempre una solución para todo lo que se le presente en sus prácticas pedagógicas”.

Como puede verse, no es fácil coincidir en el rasgo más significativo del ser del maestro. Por eso, varios de los asistentes prefirieron presentar un repertorio de dichas calidades: pasión por lo que hace, entrega a su trabajo, escucha y orientación a sus discípulos, abierto a los cambios y avances, dominio conceptual de su área. Sin embargo, aunque los educadores empleemos términos distintos, creo que hay coincidencia en varias de esas cualidades del educador genuino. Me atrevo a mencionar las mías:

Comunicador excelente: sin esta cualidad, en la que intervienen no solamente la voz, sino el cuerpo, las manos, la postura, el gesto, es muy difícil llegar al estudiante. Mediante la comunicación se logra motivar y facilitar la relación pedagógica. Si se es buen comunicador se logran hacer inteligibles los contenidos, se facilita el aprendizaje y se favorece la convivencia. La comunicación involucra el pensar el tipo de auditorio, la selección del lenguaje y el tipo de medios y  mediaciones utilizadas. Y, además, la comunicación subraya las habilidades sociales del maestro para la acogida, el buen trato y el trabajo en equipo.

Con dominio disciplinar y didáctico: sin lugar a dudas esta cualidad es la que se requiere para que se cumpla la demanda del que desea aprender. Saber bien lo que se desea enseñar, estar actualizado en ese campo de conocimiento, participar de redes temáticas, indagar constantemente sobre dicha parcela disciplinar, todo ello se convierte en soporte de credibilidad académica. Pero, además, hay que conocer los modos, las estrategias, las técnicas de cómo llevar esos conocimientos a los aprendices. El dominio didáctico, además de asuntos como la secuenciación, la elección de útiles, la contextualización y la motivación, incluye la transferencia que debe sufrir el conocimiento erudito para ser enseñado o aprendido. El saber del maestro está aquilatado por las circunstancias y la situación particular del que aprende.

Generoso con lo que sabe: este es un rasgo de las profesiones de servicio; el maestro ofrece lo que sabe a manos llenas sin tacañería o egoísmo. La generosidad cobija el conocimiento pero también el tiempo y la actitud. Se es generoso porque no se enseña para esperar alguna recompensa, o porque haya algún beneficio económico. La generosidad subraya el altruismo, la entrega para que otros logren salir de una dificultad o sorteen algún impedimento. La generosidad del maestro está anclada en la confianza, en la fuerza de la posibilidad y en el inacabado desarrollo humano.

Paciente para formar: he aquí una cualidad que distingue a los educadores convencidos de esos otros que  no lo son. La paciencia nace de entender los diferentes tiempos del aprendizaje, la diversidad de las personas y los contextos, la historia diferencial de los alumnos. Sin paciencia es muy difícil alcanzar logros de largo aliento; sin paciencia es fácil renunciar a los objetivos formativos o pasar al inmediatismo del temor o la desesperanza. La paciencia, desde luego, se forja con la experiencia y con una capacidad de tolerancia sin la cual es casi imposible sobrellevar a las nuevas generaciones. La paciencia se convierte en flexibilidad para ser y actuar ante personas o situaciones adversas.

Cuidador de sus alumnos: este rasgo pone en alto el trabajo de celo o atención con que se hace la labor docente. Los maestros además de informar, forman. Es decir, participan de una etapa del desarrollo humano de sus alumnos y, por lo mismo, están involucrados en colaborar para formar un carácter, troquelar algunos valores, tallar ciertas virtudes. El actuar y el decir del maestro tiene una dimensión moral y ética que resulta fundamental en la relación pedagógica. Bien sea por decisión u omisión, el quehacer docente está siempre en el escenario del ejemplo, del testimonio de una forma de vivir o relacionarse con los demás. Se es cuidador porque el estudiante en verdad nos interesa, porque la materia prima de nuestro oficio son las personas.

Investigador de su práctica: por ser la docencia una profesión que se cualifica desde y en la propia práctica, resulta esencial esta cualidad para el maestro. Indagar y reflexionar sobre lo que hace, ver cómo algo no resulta o descubrir qué hay detrás de un problema de aprendizaje o convivencia, es una característica consustancial a la docencia. Investigar es volver el aula un laboratorio en el que circulan preguntas de diversa índole; investigar es aprender a tomar registros de lo que se hace cotidianamente; investigar es someter a prueba lo que dicen los manuales de formación y atreverse a publicar esos descubrimientos. El maestro investigador deja de ser un mero consumidor de ideas foráneas y empieza a convertirse en productor de conocimiento. El maestro investigador sospecha y pone entre paréntesis sus certezas y, al hacerlo, continúa vigente y atento a las demandas del entorno.