Son múltiples e interesantes las interpretaciones del cuento de Perrault, Caperucita Roja. Desde las lecturas psicoanalíticas que ven en él una clara iniciación a la sexualidad, o aquellas que entrevén en la historia un claro ejemplo de la violación, hasta esas otras que perciben en el cuento una lección de moral o una advertencia a las niñas que desobedecen a sus padres y toman el camino indebido. Ha habido recreaciones de todo tipo, a veces develando la otra cara detrás de la inocencia de Caperucita, o enfocando el relato desde la perspectiva del lobo.
De igual forma, los ilustradores han hecho diferentes aproximaciones al cuento, una veces inspirados en Perrault o los hermanos Grimm, o proponiendo su propia versión. Aunque son numerosas esas relecturas gráficas, considero oportuno compartir algunas que además de parecerme excelentes logros artísticos son miradas diversas a este cuento que leímos o nos leyeron desde muy pequeños.
Empecemos por uno de los grabados que hizo Gustave Doré, en 1883, para ilustrar el cuento. He retomado esta imagen porque en la composición del grabador hay algo sutil: el lobo está como “acosando” a la niña, pero a la vez, su postura es la de un animal “manso”. Bien podría decirse que la postura del lobo es para que ella lo acaricie o, en todo caso, para que sienta confianza. La imagen es poderosa porque nos ofrece a la vez la cola del animal y la cara de Caperucita. Haz y envés de una misma situación. Hay una especie de ciclo que dinamiza la imagen: la pose del lobo es la del animal seduciendo a la hembra; la de niña, con esa mirada lejana, la de alguien que se muestra distante, “esquiva”. El lobo se presenta aparentemente domesticado; Caperucita, en su propia candidez, siente que esa fiera no puede hacerle daño. La imagen es fascinante por lo que insinúa, por lo que avizora: me gustaría denominarla, “escena de cortejo”.
En esta misma perspectiva ubico la propuesta de Nicoletta Ceccoli. La cola del lobo hace las veces de lazo de atracción, de cerco seductor. El contraste de colores contribuye a crear ese dramatismo: algo rojo va entrando cada vez a los dominios del azul. Pero sin mostrar miedo o angustia, más bien con una confiada alegría.
Algo semejante ocurre en la propuesta del ilustrador argentino Fabián Negrín de su libro álbum Boca de lobo (Thule ediciones, Milán, 2003). Aunque el punto de vista es diferente al cuento tradicional, lo que me parece loable es cómo el ilustrador convierte todo la naturaleza en un semicírculo que asedia a Caperucita. El lobo se “disfraza” de bosque para interrogar a la “maravillosa criatura vestida de rojo”. El entorno es, en sí mismo, un cerco seductor.
Walter Crane, el magnífico ilustrador victoriano, puso el acento en la doble faceta de la seducción. El lobo viste piel de oveja y trata de “engañar” a Caperucita. No obstante, la niña no se muestra aterrada. Lo escucha. El ilustrador inglés recalca el momento del interrogatorio. Algo sabe el lobo que no deja del todo percibir. Los dientes y la lengua parecen mermar su fiereza con el gesto de las manos cruzadas sobre el bastón. El gesto de Caperucita es de expectativa, de curiosidad, de “confianza” ante lo desconocido.
Otra imagen que me sigue pareciendo magnífica es la de Amanda Schank. En este caso, el lobo sirve de lecho a la niña. Es un animal domesticado. Pero la ilustradora viste a Caperucita con un atuendo seductor. Es una niña que, como una nueva Eva, preludia un despertar. Insistamos en que no hay manifestaciones de miedo. La niña duerme plácidamente: El lobo la protege o le sirve de mullido colchón. Las uñas del animal están en reposo, pero su ojo permanece alerta. El contraste es evidente: Caperucita duerme mientras el lobo vigila.
La propuesta de Isabelle Anglade, al menos en la imagen seleccionada, subraya el papel de la inocencia; de acceder sin saberlo a un “mundo devorador”. Se entra confiadamente al bosque, sin percibir entre la arboleda otro paisaje sombrío. La imagen hace pensar que el juego de seducción entre el lobo y Caperucita depende mucho de la perspectiva: para apreciar cómo las piedras del camino son los dientes de una bestia hay que alejarse; la cercanía no permite dimensionar el peligro.
Por supuesto, también hay propuestas sensuales o eróticas del cuento en las que Caperucita no es la inocente niña sometida por el miedo o el temor, sino una joven que seduce al lobo. La versión gráfica invierte los papeles y la presa se transforma en una gozosa amante que disfruta de la bestia, aún en presencia de la escandalizada abuelita. Tal es la solución de la mexicana Flavia Zorrilla Drago.
Pero de todos los ilustradores contemporáneos, hay dos que me parecen de una calidad excepcional. El primero es Adolfo Serra en su obra Caperucita roja (Fondo de cultura Económica, México, 2013). En este libro álbum se ha prescindido del texto y es la imagen la que narra la historia. Desde el inicio hasta el final es la piel-textura del lobo la que llena las páginas; hay alegorías, como la mariposa roja, para simbolizar el objetivo del depredador. Se juega a la escala de los dos protagonistas para mostrar el contraste entre sensaciones o emociones opuestas. Es un logro exquisito que la piel del animal sea el bosque por el que camina la pequeña niña, como esa asociación del cabello de Caperucita con la forma del animal que, a su vez, persigue una mariposa roja.
La segunda ilustradora es Beatriz Martín Vidal, con su libro álbum Caperuza (Thule, Barcelona, 2016). Esta obra está repartida en tres secciones: “Enrojeciendo”, “El juego de las preguntas” y “Escapando”. Hay un simbolismo tan sugerente en estas páginas sobre el encuentro con lo desconocido y sobre la apropiación de una corporeidad, que omite otros personajes o elementos secundarios del cuento de Perrault. Lo fascinante en la solución gráfica que la artista española ofrece a las etapas íntimas de la inocencia.
Concluyo este recorrido por las interpretaciones visuales de un cuento de hadas clásico, subrayando algo que Catherine Orenstein dice en su libro Caperucita al desnudo (Crítica, Barcelona, 2003): “Caperucita Roja encarna, en realidad, algunas de las preocupaciones más complejas y fundamentales del género humano. Su historia trata temas imperecederos: nos habla de la familia, de la moral, del crecer y el hacerse viejo, del salir al mundo y de las relaciones entre los sexos. Pone en relación opuestos arquetípicos y, a través de ellos, explora los límites de la cultura, la clase y, en especial, de lo que significa ser hombre o mujer”.
Leidy Yadira Muñoz Mila dijo:
Yo siempre he creído que los cuentos infantiles son propios para trabajar con cualquier tipo de población, no solo porque es de conocimiento general, sino por las reacciones que puede causar el saber que estos cuentos de hadas no son tan inocentes en sus orígenes. Desde mi labor como promotora de lectura me fascina trabajar con las diferentes interpretaciones y finales que se le pueden dar a los libros y a las historias en general. En cuestión de ilustraciones de Caperucita creo que podrías incluir a la joven Marjolaine Leray, es una delicia trabajar con su libro “Una caperucita roja”. Imagino que ya lo conoces, sin embargo te lo dejo;
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Leidy Yadira, gracias por tu comentario. Gracias por la recomendación.
Ana Isabel Londoño Jaramillo dijo:
Un análisis que motivara amis estudiantes de secundaria a realizar sus propios análisis. Gracias una vez mas gran maestro.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Ana Isabel, gracias por tu comentario.
Ramiro Rico Martínez dijo:
Intersante maestro, en todas hay alusión a la seducción, me sigo inclinando más por la interpretación psicoanalítica.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Ramiro, gracias por tu comentario.
Fer dijo:
Interesantísimo análisis. Un saludo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Fernando, gracias por tu comentario.
Fer dijo:
Gracias a usted por desmenuzar aspectos tan interesantes de la cultura. Es un gran blog.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Fernando, gracias por tu comentario.