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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: julio 2019

La enseñanza indirecta de la alegoría literaria

28 domingo Jul 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Alegoría del tiempo y la belleza Simón Vouet

«El tiempo vencido por la esperanza y la belleza», de Simón Vouet.

La alegoría literaria es una modalidad de texto en la que, tomando un objeto, una cosa, un fenómeno o una entidad como referente, se van describiendo algunas de sus peculiaridades para irlas asociando con otras que puedan ayudar a comprender acciones, comportamientos o  actitudes de los seres humanos. Como se ve, es un modo oblicuo de presentar, desde una pequeña descripción, determinadas enseñanzas morales o motivos para invitar a la reflexión y el cuidado de sí. La alegoría echa mano de las analogías con el fin de hacer más vívida las relaciones empleadas; esos símiles, que a veces son genuinas metáforas, permiten destacar rasgos o particularidades del tema-base, pero siempre asociándolas con valores, virtudes, formas de proceder o consideraciones éticas. La alegoría enseña de manera indirecta, al igual que la fábula o el apólogo. Hasta aquí lo básico de este tipo de texto; intentemos profundizar un poco más.

Voy a utilizar un ejemplo personal para desentrañar el proceder y las características de la alegoría. El texto lleva por título: “La palmera”.

La palmera es portadora estilizada de flexibilidad. No tiene anchas cortezas ni grueso cuerpo, pero su misma maleabilidad le otorga una fortaleza a prueba de tifones y huracanes desalmados. La palmera es muy fuerte en su alma cimbreante, es una fortaleza hecha de no oponerse a los elementos, sino de saber adaptarse a las circunstancias. La palmera cifra su temple en el modo de doblarse, en la cimbreante contextura de su tronco. La palmera convierte la arena en agua salvadora para el náufrago, en carne blanca para el perdido en las islas desiertas o para los que tienen el alma a la deriva. Si uno está cerca de una palmera puede sentirse en tierra firme, logra poblar su soledad y confiar en que no sufrirá de sed. La palmera mantiene con el viento una conversación solidaria: comprende lo que esas ráfagas ensordecedoras proclaman a todos los puntos cardinales. La palmera es un modelo de la escucha empática y profunda, de saber descifrar el mensaje oculto detrás del estruendo de la furia y el caos arrollador. La palmera hunde sus raíces en la tranquilidad, en una tierra que sabe conservar el zumo de lo imperturbable. No teme la palmera desordenar sus cabellos o quedar con poquísimos atuendos; no hay en la palmera un asomo de posesión. Toda ella es una bandera de libertad, un estandarte que se hace más sólido en la misma medida en que se libera de pesos y accesorios. La palmera es tan celosa de su figura que siempre alberga una curva, un arco, así sea mínimo, para conservar su esbelto movimiento. La palmera nos muestra que las corazas exteriores son demasiado vulnerables, y que una fragilidad pacientemente cultivada, anillo por anillo, logra sobrevivir a las ofensas devastadoras del afuera inclemente. La palmera encarna una evidencia: se es flexible cuando logramos acompasar o sintonizar las contingencias exteriores con el ritmo interno del corazón.

Una lectura rápida de la alegoría nos permite descubrir que si se ha tomado a la palmera es porque ella puede ser ilustrativa de la flexibilidad. Esa es la idea semilla. Pero después se van desarrollando o complejizando otras características derivadas o asociadas: el ser estilizada y maleable por no tener demasiada corteza; el ser fuerte en su centro; el ser cimbreante y, por ello, lograr curvarse a la fuerza del viento; el sacar de la arena agua y ofrecer alimento; el tener sus hojas desordenadas y livianas; la curva que prevalece en su forma; la consistencia de crecer poco a poco, anillo por anillo… Más todos estos atributos se concentran en uno, el motivo axial, y que sirve de detonante para la alegoría: la flexibilidad que, como se afirma al final, es la armonía de lo interno con las contingencias de la exterioridad.

Bien se aprecia, que el sentido oblicuo o el mensaje indirecto para alguien que lea el texto es poder comprender las ventajas que tiene parecerse a la palmera. Es decir, en dejar de suponer que llenándose de corazas se hará más fuerte para soportar los tifones de la adversidad o las borrascas de los detractores, por no decir enemigos. Si se aprende de la palmera, tendremos que liberarnos de mucha corteza inútil y empezar, lentamente, a cultivar nuestra fragilidad. No deberíamos asumir la dureza, sino la maleabilidad; no tendríamos que enfrentarnos desafiantes a lo que se nos opone, sino aprender a adaptarnos y saber escuchar lo que nos dicen las tormentas adversas. Si somos más tranquilos, si echamos raíces fuertes en la tierra de lo imperturbable, con toda seguridad seremos más tolerantes, más comprensivos o menos temerosos. Podemos deducir, entonces, que en esta alegoría se usa la realidad de la palmera para comunicarnos, siempre en sentido oblicuo, un modo de ser o de actuar, una lección de convivencia o de trabajo sobre nuestra personalidad.

Lo interesante de la alegoría es ver cómo, desgranando las diversas características o los rasgos más notorios de una cosa, un objeto o un fenómeno, va haciendo un perfil de actuación o señalando posibles vicios o torpezas del actuar humano. Para ello, el uso de la descripción es fundamental: el escritor de alegorías se parece a un naturalista que desea destacar los rasgos distintivos de la especie puesta ante sus ojos. De allí que retome primero lo más importante, lo esencial del objeto-motivo y luego se centre en otras particularidades relevantes; no se trata de ser exhaustivos o hacer un listado interminable de características. La alegoría selecciona lo medular, aquello que para un lector resulta más evidente. Agreguemos que las alegorías hacen parte de los escritos condensados, de esos textos que en pocos párrafos abren amplias  interpretaciones.

El otro aspecto o la otra pretensión de quienes hacen una alegoría es la de elaborar finamente su material lingüístico. Sopesar el ritmo de cada frase, vigilar las cacofonías, revisar la precisión semántica, tener mano de orfebre para poner la puntuación, ser precisos y buscar los adjetivos más justos para la intención analógica subyacente. Hay un deseo de prosa lírica que sirve de telón de fondo a los alegoristas. Y al decir esto, subrayo el énfasis en aquello mismo puesto como relevante o significativo; la depuración estilística, la modulación en la frase, el lugar elegido para cada término. De igual modo, la alegoría debe ser completa, poseer unidad o integralidad en sus partes; tiene la condición, como dicen algunos críticos literarios, de lograr cierta “redondez formal”; la fusión de sus elementos es indispensable. Por lo demás, una buena alegoría debe velar para que el recurso del paralelismo, que es el medio estructurador del texto, no quede trunco o se vuelva un enunciado casual sin lograr desarrollarse a lo largo de toda la alegoría.

Sobra decir que al escribir una alegoría literaria, aún conscientes de su sentido edificante, no podrá descuidarse el tejido estético ni el dinamismo creativo. No se trata de construir un esquematismo unívoco, como tampoco volver el texto una preceptiva de moral. Siempre será lo lúdico y expresivo, la imaginación creadora de mundos, lo que estará en la base de esta modalidad textual. Hecha esta advertencia, reiteremos que la alegoría, continúa siendo, un recurso para la enseñanza indirecta, un modo oblicuo de señalar u ofrecer consejos de sabiduría. Quizá esta manera “alusiva” sea la más adecuada para formar el carácter o dar luces sobre el “perfeccionamiento” de la variable condición humana y tener “relatos de referencia” para aprender a conocerse y convivir con nuestros semejantes.

Cielo, palmera, piedra y viento

22 lunes Jul 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Alegorías

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Battista Dossi Alegoría de la noche

«Alegoría de la noche» de Battista Dossi.

El cielo

El cielo está siempre cubriéndonos; tiene mucho de seno nutricio o de abrazo protector. El cielo, aunque distante, posee en su abundancia la forma de la cercanía. Cada quien puede tomar algo de esa cobija celeste y hacerla suya como si fuera el cobertor de su infancia. El cielo es amplísimo, extenso, infinito. Al mirar al cielo aumentamos la capacidad de los pulmones y logramos insuflarnos un aire especial en el espíritu. El cielo nos hace sentir que no estamos solos, que a pesar de nuestras penas o nuestras angustias, siempre está ese manto azulísimo para escuchar nuestros lamentos. El cielo tiene la particularidad de brillar aún más en la oscuridad. El día le da vastedad, pero la noche le otorga su dimensión profunda. El cielo nocturno desnuda el verdadero tejido que lo hace fascinante: cada puntada es una estrella, cada zurcido un lucero destellante. El cielo en la noche sirve para rememorar el origen más remoto de la vida: somos polvo de astros. El cielo nocturno es aún más inabarcable que el de día, tiene un parentesco con los inicios del mundo y la primera aparición de los dioses. El cielo azul u oscuro tensa la pequeñez de los seres humanos hasta las fronteras de lo desconocido. El cielo es sobrecogedor, incognoscible, sagrado. El cielo es un regalo de la eternidad, una muestra diaria de lo que perseguimos a sabiendas de nunca lograrlo poseer. Gracias al cielo, en particular el de la noche, los hombres aprendimos a soñar y, al hacerlo, logramos despertar la imaginación, la única vía para ceñir lo inconmensurable.

La palmera

La palmera es portadora estilizada de flexibilidad. No tiene anchas cortezas ni grueso cuerpo, pero su misma maleabilidad le otorga una fortaleza a prueba de tifones y huracanes desalmados. La palmera es muy fuerte en su alma cimbreante, es una fortaleza hecha de no oponerse a los elementos, sino de saber adaptarse a las circunstancias. La palmera cifra su temple en el modo de doblarse, en la cimbreante contextura de su tronco. La palmera convierte la arena en agua salvadora para el náufrago, en carne blanca para el perdido en las islas desiertas o para los que tienen el alma a la deriva. Si uno está cerca de una palmera puede sentirse en tierra firme, logra poblar su soledad y confiar en que no sufrirá de sed. La palmera mantiene con el viento una conversación solidaria: comprende lo que esas ráfagas ensordecedoras proclaman a todos los puntos cardinales. La palmera es un modelo de la escucha empática y profunda, de saber descifrar el mensaje oculto detrás del estruendo de la furia y el caos arrollador. La palmera hunde sus raíces en la tranquilidad, en una tierra que sabe conservar el zumo de lo imperturbable. No teme la palmera desordenar sus cabellos o quedar con poquísimos atuendos; no hay en la palmera un asomo de posesión. Toda ella es una bandera de libertad, un estandarte que se hace más sólido en la misma medida en que se libera de pesos y accesorios. La palmera es tan celosa de su figura que siempre alberga una curva, un arco, así sea mínimo, para conservar su esbelto movimiento. La palmera nos muestra que las corazas exteriores son demasiado vulnerables, y que una fragilidad pacientemente cultivada, anillo por anillo, logra sobrevivir a las ofensas devastadoras del afuera inclemente. La palmera encarna una evidencia: se es flexible cuando logramos acompasar o sintonizar las contingencias exteriores con el ritmo interno del corazón.

La piedra

La piedra está ahí para enseñarnos la inamovible dureza.  Su ser es una potente ilustración de lo que se nos opone o eso otro que llamamos realidad. La piedra permanece, no se altera, conserva un mismo temperamento y una misma actitud. La piedra no tiene emociones o, si las tiene, las ha secado al máximo. Por eso permanece idéntica, no se transforma, ni sufre alteraciones. La piedra tiene parentescos secretos con la eternidad, y se ufana de nuestros limitados años de finitud. La piedra es consistente, a pesar de su multiforme manera de existir. Todo aquel que se enfrenta a la piedra resulta herido o desesperado; o quizá, como en un juego de niños, la forma de dominar su dureza sea cubriéndola con algo leve, abrazándola en lugar de destruirla. La piedra conoce de su potencial como arma, de su agresiva fisonomía. Sabe también que si se multiplica, si se deja organizar por hábiles manos, logra ser un espacio de refugio, de soledad, de defensa absoluta. Los grandes místicos conocen de estas virtudes de la piedra, los ensimismados adoran su muro protector. Toda piedra viene del fondo, de un lugar subterráneo habitado por el fuego; y por eso mismo la piedra se levanta hacia el cielo, porque esa es su querencia, su anhelo, su ilusión. La piedra pesa, su firmeza la lleva a permanecer estática. Su fortaleza la inmoviliza. Por eso, aunque ella misma no lo necesite, a pesar de no albergar en su médula rígida esos comportamientos, le gusta que alguna mano la cambie de sitio; así sea unos cuantos milímetros. En esa nueva posición vuelve a elaborar su proyecto de permanencia, su casa de inalterabilidad. Ella no puede evitarlo, porque desde su centro, lo que se irradia es solidez. La piedra es compacta, resistente y, del mismo modo, áspera y rigurosa. No resulta fácil relacionarse con la piedra; se necesita paciencia de artesano y una confianza absoluta. La piedra simboliza la resistencia de lo inmóvil, el modo como lo intemporal se muestra a los ojos de los seres frágiles y finitos.

El viento

El viento es rápido y cambiante porque está hecho de levedad. Su consistencia le permite moverse con rapidez; es, por excelencia, el antónimo de la quietud. El viento dice con su ir de aquí para allá que la vida es movimiento, que la acción es el antídoto contra cualquier forma de muerte. El viento con sus oleadas, a veces refresca y, en otras ocasiones, amenaza. El viento tiene intensidades, eso lo convierte en un ser indescifrable. Al igual que el mar –con quien tiene lazos de sangre–, es misterioso, inasible, de súbitos cambios y temperamento caprichoso. El viento es fluido como el agua y puede colarse o meterse por cualquier hendidura; su modo de transpirar es multiforme y adaptativo. A su paso vivifica lo viejo, esparce las semillas y cada cosa resguardada parece tener un baño de jovialidad. Aunque es invisible, se lo puede sentir; a pesar de andar oculto lo percibimos vibrar en cada hoja de los árboles, en el ondear de los trigales, en las campanillas de los pórticos de las casas, en la mano escondida que exprime y seca las ropas en los techos. El viento aúlla como los lobos; posee voz de animal nómada. Porque el viento es salvaje, le gusta ocultarse en las montañas, en lo más alto, para entonar sus melodías de silbidos penetrantes. El viento detesta la pesadez, prefiere el compás de la ligereza y un caminar sutil que le permite adelgazarse hasta la máxima suavidad. El viento ama las cometas porque lee en ellas su vocación incorpórea, porque adivina en su fisonomía de papel una disposición total para habitar el vuelo. El viento se jacta de su ingravidez, y este no estar atado a otros, esta liberalidad, lo hace desenvuelto y juguetón. El viento es lúdico, travieso, aventurero. Por no tener cadenas, el viento puede entrar y salir de donde quiera; por no tener lastres, anda de excursión como cualquier niño curioso. El viento proclama libertad a donde vaya; dice con sus ráfagas y su rugido que lo mejor es ser espontáneo y emanciparse de yugos de toda índole. El viento es el emblema de las almas con franquicia, de los espíritus realmente independientes.

Los informes de gestión

14 domingo Jul 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Informe de gestión_3446-471

El informe es un tipo de texto que participa tanto de las modalidades expositivas como informativas. Es decir, no solo busca exponer un hecho, situación o evento, sino además compartirle a alguien ausente los pormenores o circunstancias de dicho acontecimiento. El informe, en cuanto documento expositivo, reorganiza con un fin didáctico las diferentes partes de determinado hecho y, por su intención informativa,  recupera la memoria de lo ya pasado con la intención de otorgarle un sentido. Puesto en otros términos: el informe nos ayuda a entender, pero también a recordar. Además de los ya clásicos informes de investigación, que recuperan la experiencia de un largo proceso de pesquisa, de acciones, deliberaciones grupales y trabajos de campo, el otro tipo de informes muy demandados hoy, son los llamados informes de gestión. A ellos quisiera referirme en los párrafos que siguen.

Lo más importante de un informe de gestión, y quisiera decirlo por adelantado, es su esencial papel para la toma de decisiones. Además de su finalidad de control administrativo o de requisito para comprobar los resultados de determinada función o los objetivos de un proyecto, fuera de esa utilidad, los informes son la base para orientar las determinaciones de un directivo o los posibles cambios dentro de una organización. Tal valor de referencia convierte a los informes en un medio estratégico para la evaluación de resultados, el seguimiento a metas específicas o el posible impacto de una política, un lineamiento o la puesta en marcha de una propuesta de acción institucional.

Los informes de gestión, como es lo típico en todos los textos de esta modalidad, se organizan a partir de una triple estructura: una introducción, el  desarrollo mismo del informe y unas conclusiones. A veces se incluyen, por razones administrativas o dependiendo de ciertas intenciones organizativas, unos antecedentes y unas recomendaciones. En todo caso, el que redacta un informe o aquellas personas que los solicitan deberían tener presente que no se trata de una tarea de acumular información, sino de seleccionar los datos más significativos, señalar aquellos aspectos que demandan mayor atención o poner en alto relieve un logro o resultado poco habitual. Digo esto porque a veces se usa el informe de gestión como una lista de chequeo o un control de actividades, pero dejando de lado lo que resulta más importante: el señalamiento de las dificultades, la atención sobre zonas de oportunidad, el testimonio de la mejor vía para alcanzar una meta, los puntos críticos o de alerta para un área o una institución.

Cabe decir acá que un buen informe empieza con un juicioso registro de lo cotidiano. Tener a la mano datos, hacer registros visuales o escritos, guardar evidencias de lo que se hace cada día, es fundamental al momento de redactar el informe de gestión. Sin evidencias el informe se convierte en un mero comentario o en la opinión gratuita de una persona. Los datos confiables ayudan a darle al informe validez, permiten hacer comparaciones, mostrar la evolución de un evento, sopesar los aciertos o desaciertos. Tal vez porque no se tiene el cuidado de llevar una bitácora del tiempo presente es que la hechura de los informes, siempre realizada en un tiempo lejano o extemporáneo con relación a lo realizado, pone al redactor de informes en unos aprietos que lo llevan a olvidar cosas esenciales de su trabajo, a minusvalorar un logro, a generalizar lo que en verdad mereciera discriminarse o a lanzar juicios críticos sin fundamento. Esto vale la pena tenerlo presente: el primer enemigo de un buen informe de gestión es el descuido en la recolección de los datos y las evidencias del trabajo diario.

Precisamente, cuando se ha hecho esa tarea de registro cotidiano (que pueden ser unas cortas notas, unos datos-clave, un testimonio fundamental) queda más fácil seleccionar o jerarquizar lo que va a consignarse en el informe. Porque al que elabora un informe de gestión se le pide que tenga criterio y juicio para priorizar o valorar lo realizado. Con una mirada de totalidad –ya sea de un mes, un trimestre, un semestre o un año– lo que debe guiar su mirada es un juego de retrospectiva sobre lo hecho, pero sin perder la intención prospectiva. El informe de gestión comprende lo realizado en un tiempo pretérito, aunque su verdadera finalidad sea iluminar las acciones en el porvenir. Por lo mismo, cuando se redacta el informe hay que resaltar, especialmente en la introducción, aquellos puntos o aspectos de mayor urgencia para atender, corregir o mejorar en una organización. Y si no se hace en este lugar, será en las conclusiones del informe en las que el redactor expondrá esas consideraciones. Tal vez por esta razón, algunas entidades distinguen entre las conclusiones y las recomendaciones: las primeras son la síntesis de lo realizado, en tanto las segundas, se desprenden de lo ya hecho. Las recomendaciones son el lugar para lo propositivo, para la innovación, para sugerir un cambio o proponer algo que falta por hacer.

Aquí resulta conveniente agregar otras recomendaciones para quien va a redactar un informe de gestión. Lo primero es la voluntad didáctica para que lo escrito sea entendible y comprensible por un lector que, como se presume, no estuvo presente. Los informes no pueden caer en los sobreentendidos o en esas vaguedades de lo dado por hecho. Siempre hay que usar una exposición ordenada y estructurada, o procurar inscribir lo particular después de haber mostrado la generalidad o el contexto que ayuda a entender los detalles. El excesivo recuento de la minucia, sin un marco de referencia, convierten los informes en un listado de actividades o hechos poco significativos. Otro consejo tiene que ver con el uso de resaltados tipográficos (estilo de letra, uso intencionado de mayúsculas o itálicas) o con una jerarquía en los títulos y subtítulos. No todo puede presentarse en un informe como si fuera una mole del mismo valor o sin ninguna distinción para el lector. El informe, en su misma presentación formal, muestra escalas de importancia y hace advertencias usando recuadros o llamados de atención (como si fueran titulares o destacados). Por lo demás, los informes presuponen en quien los escribe un esfuerzo para que la prosa sea clara, concisa, y poco llena de incisos y largas divagaciones. El informe de gestión en eso parece plegarse a los mandatos de la noticia periodística: ¿qué se hizo?, ¿cómo se hizo? y ¿qué se logró?; esto implica el uso de períodos cortos, evitar adjetivar innecesariamente, emplear de manera precisa los sustantivos y, cuando se necesite apoyarse en documentos, echar mano de fotografías, de tablas o estadísticas. La escritura de los informes de gestión es escueta, directa, fundamentada, soportada en evidencias. Ni adornar, ni falsificar; como tampoco omitir asuntos vertebrales queriendo minimizar un error o extenderse en elogios para hacer creer que algo es demasiado grandioso cuando en verdad es un evento común y corriente.

Los informes de gestión, por lo general, se escriben en tercera persona, con la intención de favorecer un tono más objetivo. La tercera persona es una modalidad discursiva que favorece el uso de la descripción, es un modo de observar y dar cuenta de ciertos acontecimientos; el que así redacta es como una cámara que informa lo que ve, escucha o puede evidenciar. Por lo demás, la tercera persona permite usar las voces textuales de individuos o actores en determinado evento o situación. Todo ello contribuye a darle validez y consistencia a la información presentada. Vale agregar acá que el uso de los anexos se convierte en un recurso de primera mano para la exposición en tercera persona: con ellos se logra corroborar, ampliar o profundizar en determinadas observaciones señaladas en el cuerpo del informe. Los anexos hacen las veces de testigos a la mirada del redactor del informe; son una especie de certificación desapasionada o parecidos a las pruebas de contundencia real. Como se ve, al elaborar un informe de gestión hay que minimizar en lo posible las intuiciones o imaginaciones, las apreciaciones subjetivas o los sentimientos positivos o negativos que siempre están al acecho. Los buenos informes se destacan, precisamente, porque logran centrarse en describir determinados eventos o hechos, manteniendo a raya las posibles interpretaciones derivadas de los mismos acontecimientos. Las opiniones del redactor del informe, de esta manera, se ven restringidas, a no ser en la parte de las sugerencias o recomendaciones, en las que la primera persona resulta no sólo útil, sino necesaria para hacerse responsable de tales propuestas o iniciativas. 

Concluyamos estas ideas sobre el informe de gestión subrayando la dualidad de este tipo de texto: por ser expositivo necesita una ordenada y clara organización de sus partes; por ser informativo, debe elegir cuidadosamente los datos más relevantes. Lo expositivo habla de temas y subtemas; lo informativo resalta la objetividad y el soporte en evidencias. Descripción y análisis le son necesarias; concisión y concreción le son absolutamente indispensables. Sin estas particularidades, los informes de gestión perderían su utilidad mayor: la de ofrecer puntos y razones de juicio para orientar la toma de decisiones en una empresa o una organización.

Consejos para aprender a escribir, según Flaubert

07 domingo Jul 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Investigaciones

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Gustave Flaubert

Gustave Flaubert o la «fisiología del estilo».

A la manera de un centón, he elaborado este texto después de una lectura minuciosa de las Cartas a Louise Colet de Gustave Flaubert. Todos los entrecomillados, en consecuencia, son frases textuales de las diferentes cartas (168) que el novelista francés escribió a su amante, de 1846 a 1855. He seguido la traducción de Ignacio Malaxecheverría, en Ediciones Siruela, Madrid, 1989.

“El estilo debe ser rítmico como el verso, preciso como el lenguaje de las ciencias, y con ondulaciones, zumbidos de violonchelo, penachos de fuego; el estilo debe entrar en la idea como estilete, y en tu pensamiento bogar sobre superficies lisas, como cuando se vuela en una barca con un buen viento de popa”. “Hay que conocer la anatomía del estilo, saber cómo se articula una frase y por dónde se sujeta”. “En literatura no hay buenas intenciones. El estilo lo es todo…” “Comprime tu estilo, haz de él un tejido flexible como la seda y fuerte como una costa de mallas”. “Cuida tu estilo, redondea las frases”. “Estoy convencido, por lo demás, que todo es cuestión de estilo, o más bien de carácter, de aspecto”. “Por eso, no hay temas hermosos ni feos, y casi podría establecerse como axioma, colocándose en el punto de vista del Arte puro, que no hay ninguno, y que el estilo es por sí solo una manera absoluta de ver las cosas”. “Siente que no debes morir sin haber hecho rugir en alguna parte un estilo como el que oigas en tu cabeza, y que será capaz de dominar la voz de los loros y de las cigarras”. “En el estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es la pureza del sonido”.

“Para mí no hay en el mundo más que los versos hermosos, las frases bien construidas, armoniosas, sonoras”. “¡La frase es lentísima para asuntos sencillos!”. “Ante todo hay que tener sangre en las frases, y no linfa, y cuando digo sangre me refiero a corazón. Tiene que latir, palpitar, conmover. Hay que hacer que se amen los árboles y vibren los granitos. Puede ponerse un amor inmenso en la historia de una brizna de hierba”. “Una buena frase de prosa debe ser como un buen verso, incambiable, igual de rítmica y sonora”. “La frase más sencilla tiene un alcance infinito para el resto. ¡Por eso hay que dedicarle tanto tiempo, tantas reflexiones, ascos, lentitud!”. “Medita más, por tanto, antes de escribir, y aférrate a la palabra. Todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza”. “Uno puede divertirse con ideas tanto como con hechos, pero para eso han de emanar una de otra como de cascada en cascada, y arrastrar así al lector en medio de la vibración de las frases y del hervir de las metáforas”. “Para escribir habría que conocerlo todo. Todos nosotros, escribidores, sufrimos una ignorancia monstruosa, y sin embargo, ¡cuántas ideas y comparaciones proporcionaría todo eso! En general, nos falta tuétano… En la poética de Ronsard hay un curioso precepto: recomienda al poeta que se instruya en las artes y oficios de herreros, orfebres, cerrajeros, etc., para extraer metáforas. En efecto, eso es lo que te da una lengua rica y variada. Las frases deben agitarse en un libro como las hojas en un bosque, todas distintas en su semejanza”.

“Mientras no se separen en una frase dada la forma del fondo, sostendré que son dos palabras vacías de sentido. No hay pensamientos hermosos sin formas bellas, y recíprocamente. La belleza rezuma de la forma en el mundo del Arte, como en nuestro mundo salen de ella la tentación, el amor”. “La idea no existe sino en virtud de la forma”. “Allá donde falta la forma, ya no hay idea. Buscar lo uno es buscar lo otro. Son tan inseparables como lo es la sustancia del color, y por eso el Arte es la verdad misma”. “La forma sale del fondo, como el calor del fuego”. “La forma es como el sudor del pensamiento; cuando se agita en nosotros, transpira en poesía”. “La mente es como una arcilla interior. Desde dentro, empuja a la forma y la moldea a su imagen”. “La forma es la carne misma del pensamiento, como el pensamiento es su alma, su vida. Cuanto más anchos sean los músculos de tu pecho, más a gusto respirarás”. “No hay que creer siempre que el sentimiento lo es todo. En las artes no es nada sin la forma”. “Una desviación de una línea puede apartarte completamente de la meta, hacer que falle el fondo.

“¡La unidad, la unidad, ahí está todo” El conjunto, eso es lo que les falta a todos los de hoy, grandes y pequeños”. “Reflexiona, reflexiona antes de escribir. Todo depende de la concepción. Ese axioma del gran Goethe es el más sencillo y más maravilloso resumen y precepto de todas las obras de arte posibles”. “Todas las dificultades que se experimentan al escribir proceden de la falta de orden”. “Lo que constituye la fuerza de una obra es el empalme, como se dice vulgarmente, es decir, una larga energía que corre de un extremo a otro y que no flaquea”. “La frase puede ser buena a ráfagas (y las mentalidades líricas consiguen fácilmente el efecto, siguiendo su inclinación natural), pero falta el conjunto, abundan las repeticiones, las redundancias, los lugares comunes, las locuciones banales. Cuando se escribe, al contrario, una cosa imaginada, como entonces todo debe dimanar de la concepción, y como la más pequeña coma depende del plan general, la atención se bifurca. A la vez, es preciso no perder de vista el horizonte, y mirar a los pies de uno”. “El detalle es atroz, sobre todo cuando uno ama el detalle. Las perlas componen el collar, pero es el hilo el que lo hace. Ensartar las perlas sin perder ni una y sujetar siempre el hilo con la otra mano, ahí está la malicia”.

“No se escribe con el corazón, sino con la cabeza, y por bien dotado que esté uno, siempre hace falta esa vieja concentración que da vigor al pensamiento y relieve a la palabra”. “Se escribe con la cabeza. Si el corazón la calienta, mejor; pero no hay que decirlo”. “No hay cosa más débil que poner en el arte los sentimientos personales. Sigue ese axioma paso a paso, línea a línea. Que sea siempre inconmovible en tu convicción, mientras diseccionas cada fibra humana y buscas cada sinónimo, y verás, ¡verás cómo se ensanchará tu horizonte, cómo resonará tu instrumento, y qué serenidad te invadirá! Relegado hasta el horizonte, tu corazón te alumbrará desde el fondo, en vez de deslumbrarte en primer plano”. “La pasión no compone los versos, y cuanto más personal seas, serás más débil”. “Cuanto menos se sienta una cosa, más apto es uno para expresarla tal como es (como es siempre, en sí misma, en su generalidad, y libre de todas sus contingencias efímeras). Pero hay que tener la facultad de hacérsela sentir. Esta facultad no es sino el genio: ver, tener ante sí el modelo, posando”. “Hay que desconfiar de todo lo que se parece a la inspiración, y que a menudo no es sino actitud preconcebida y falsa exaltación que uno se ha dado voluntariamente, que no ha llegado por sí sola. Pegaso suele ir al paso. Todo el talento consiste en saber hacerle tomar el ritmo que uno quiere. Pero para eso no debemos forzar sus posibilidades, como se dice en equitación”.

“En cuanto a las correcciones, antes de hacer una sola, vuelve a meditar el conjunto y trata sobre todo de mejorar, no mediante cortes, sino con una nueva creación. Toda corrección ha de hacerse en este sentido. Hay que rumiar bien el objetivo antes de pensar en la forma, pues no resulta buena más que si nos obsesiona la ilusión del asunto”. “Por muchos retoques que le des a una obra (quizá los darás), siempre será defectuosa; faltan en ella demasiadas cosas, y un libro siempre es débil por ausencia; “y cuando la hayas escrito, haz otras dos o tres, y antes de la media docena habrás encontrado el filón de oro”. “Hay que saber detenerse en las correcciones, ya que no se ven bien las proporciones de un fragmento cuando se ha detenido uno en él demasiado tiempo”; “es tan difícil deshacer lo que está hecho, y bien hecho, para meter algo nuevo en su lugar, sin que se vea el encaje”. “Todos los peluqueros están de acuerdo en que, cuanto más se peina el cabello, más brilla. Lo mismo sucede con el estilo, corregir da lustre”.

“Trabaja cada día pacientemente un número igual de horas. Toma el hábito de una vida estudiosa y tranquila; primero saborearás en ella un gran encanto, y sacarás fuerza. No tengas la manía de pasarte noches en blanco; no conduce a nada más que a cansarse”. “Trabaja, haz algo grande, hermoso, sobrio, severo, algo cálido por debajo y espléndido en la superficie”. “Trabaja, medita, medita sobre todo”. “Con un recto sentido del oficio que se hace, y una voluntad perseverante, se llega a los estimable”. “Ama tu trabajo con un amor frenético y pervertido, como un asceta el cilicio que le rasca el vientre”. “Cuesta un esfuerzo diabólico enderezar todas esas curvas, adelgazar lo que está demasiado gordo y engordar lo flaco en exceso”. “Sumérgete en largos estudios; lo único que hay perennemente bueno es el hábito de un trabajo tozudo. De él se desprende un opio que embota el alma. “Nada se obtiene sino con esfuerzo; todo tiene su sacrificio. La perla es una enfermedad de la ostra, y el estilo quizá, la supuración de un dolor más profundo”.

“Adquiere el hábito piadoso de leer todos los días un clásico durante al menos una hora larga”. Lee “hasta que las páginas se te hayan quedado entre los dedos”. “Hay que leer incesantemente historia y clásicos”. “Un escritor, como un sacerdote, siempre debe tener en su mesilla algún libro sagrado”. “Lee, relee, disecciona, excava”. “La biblioteca de un escritor debe componerse de cinco o seis libros, fuentes que deben releerse todos los días”. “Es una cosa a la que es preciso acostumbrarse, a leer todos los días (como un breviario) algo bueno. A la larga, se infiltra”. “Adquiere ya, el hábito de leer todos los días un clásico. Si te predico eso incesantemente es porque creo saludable esa higiene”.

“El Arte es una representación, no debemos pensar más que en representar. La mente del artista ha de ser como el mar, lo bastante vasta para que no se vean sus bordes, lo bastante pura para que las estrellas del cielo se reflejen en ella hasta el fondo”. “El relieve procede de una visión profunda, de una penetración del objetivo; pues es preciso que la realidad exterior entre en nosotros, hasta hacernos casi gritar, para que la reproduzcamos bien”. “Cuando se observa la vida con un poco de atención, se ven los cedros menos altos, y los juncos mayores”; “la verdad está tanto en las medias tintas como en los tonos contrastados”. “En cada objeto vulgar hay maravillosas historias. Cada adoquín de la calle tiene quizá su lado sublime”. “Las obras más hermosas son aquellas en que hay menos materia; cuanto más se acerca la expresión al pensamiento, cuanto más se pega a éste la palabra y desaparece, más hermoso resulta”. “Escribe todo lo que veas no tal como es, sino transfigurado”. “El artista debe elevarlo todo; es como una bomba, tiene un gran tubo que desciende a las entrañas de las cosas, a las capas profundas. Aspira y hace brotar al sol, en surtidores gigantescos, lo que estaba plano, bajo tierra, y no se veía”. “¿Cuántas miasmas repugnantes hay que haber tragado, cuántas penas sufrido, cuántos suplicios soportado para escribir una buena página? Eso somos nosotros, poceros y jardineros. Sacamos de las putrefacciones de la humanidad deleites para ella misma, hacemos crecer canastillas de flores sobre miserias amontonadas. El Hecho se destila en la Forma y sube a lo alto, como un puro incienso del Espíritu, hacia lo Eterno, lo Inmutable, lo Absoluto, lo Ideal”.

“Hay que saberse a los maestros de memoria, idolatrarlos, tratar de pensar como ellos, y luego separarse de ellos para siempre. En cuanto a instrucción técnica, se saca más provecho de los genios eruditos y hábiles”. “Para tener talento hay que estar convencido de que se posee, y para conservar la conciencia limpia hay que colocarla por encima de las de todos los demás”.

Confesiones de Leda al cisne

01 lunes Jul 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Poemas

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Josef Thorak Leda y el cisne

Josef Thorak: «Leda y el cisne».

I

Que se alargue tu cuello

que cubras mi desnudez con tus alas enormes

que tu calor me queme

que te pegues a mí

como si fueras una sábana leve y blanca

que aletees clamando entre mis piernas

que no dejes de susurrarme tu feroz salvajismo.

Que levantes tu vuelo en mi vientre dormido

para cantar en el aire tu libertad soñada.

 

II

Sube despacio,

haz de tu largo cuello una serpiente

y en detenidos meandros

ve nombrando mi piel entre tus alas.

No te levantes,

calienta con tu levedad mi ardor de agua

déjame sentir tu corazón

con mi palpitar de oscuras ansias.

Acomódate entre mis muslos

convierte mi noche en tu nido esperado,

juntemos la fragancia de las plumas.

Pero no descanses,

quiero sentir tu vuelo desde adentro

como si el aire que tienes en tu ser

entrara a mi corazón con tus graznidos.

Levanta el vuelo con este cuerpo abandonado

llévame al cielo en tu fugaz ascenso.

 

III

¿Te gusta así?

¿Disfrutas el saberte aprisionado?

¿Amas esta cárcel de piel que has elegido?

¿Soy el nido ideal para el cansancio de tus alas?

No dices nada.

Solo sé que has bajado de los cielos

a reposar tu lucha contra el viento enemigo.

Aquí tengo el agua que calma tus ardores,

aquí los peces que desde el aire viste,

aquí el calor para alejar el hielo de las nubes.

¿Me estoy quieta o te arrullo?

¿En verdad descansas?

Porque tu cuello, inquieto y victorioso,

sigue alerta en mi noche con su incansable movimiento.

 

IV

Nadie como yo para entender tu voz

tus sonidos guturales y antiquísimos,

nadie como yo para escuchar tus lamentos nocturnos

y tus parloteos de ansias primitivas.

Voy a cerrar mis ojos para no distraerme.

Háblame como si fuera otro animal…

Hazme tu hermana de brincos y estertores.

Chilla tan fuerte como tu sangre te lo pida

desbócate en sonidos, reclama tus urgencias,

aquí estoy complacida con tu historia de bestia.

O susurra como si fueras una borrasca contenida,

el murmullo ancestral de las tormentas…

sé oír el silencio de las melodías misteriosas,

esas que solo se oyen cuando estamos desnudos.

Ahora lo sé, mi cuerpo lo adivina:

te vistes de plumas para ocultar tus manos

y tus gritos salvajes son seductores sortilegios.

Eres la encarnación de mis aladas fantasías.

 

V

Cuánto gozo al saber que me buscas incesante

con tu cuello,

cómo enardeces mi vientre, mi senos y mis manos.

Pasas con tu roce de plumas

y toda mi piel queda herida de tu suavidad,

de tu tersura en rítmico bamboleo,

de tu serpenteante descubrirme por pedazos.

Tus alas me provocan un temblor infinito,

tu calor exacerba el fuego que me nutre,

tus patas cubren mis frutas más guardadas…

Con mis piernas abiertas disfruto tu vuelo detenido

mientras espero ansiosa tu irte hacia las nubes.

 

VI

Enrédate en mis senos

palpa mi desnudez por todas partes,

cúbreme con tus alas victoriosas.

No dejes nada de mí sin tu mirada inquieta,

llena mis cavidades con tu aletear caliente,

pon un poco de sol en mis muslos tan fríos.

Deslízate en mis brazos,

vuela sobre el extenso paisaje de mi espalda,

anida en el abismo blando de mis amplias caderas,

sumérgete, bien hondo, en este lago  que te acoge.

Soy sólo agua para tu nadar incesante de ave migratoria.

 

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