
Ilustración de Craig Frazier.
He pensado en estos días en el significado profundo de la escritura para mí y en la tristeza que me produce no poder escribir cuando lo deseo, o imaginar siquiera, como le sucedió al final de sus días a Ricardo Piglia, el estar imposibilitado para realizar dicha labor. He reflexionado sobre los beneficios de escribir y su incidencia en mi bienestar físico y psicológico, especialmente cuando los quebrantos de salud me constriñen o me asedian hasta el mutismo. Sirvan, entonces, las líneas que siguen como una confesión y, al mismo tiempo, un intento de desentrañar lo que ha sido el oficio más gratificante de mi vida.
Para comenzar diré que escribir es la forma como mi espíritu elabora lo que acaece cotidianamente en mi existencia. Mediante la escritura filtro las vicisitudes que a diario me pasan, con el fin de poderlas comprender o por lo menos darles un sentido. A través de estos signos, que operan como un fino artefacto de destilación, me explico asuntos que en un primer momento me aturden o hacen que mi mente entre en desazón. Al fijar mediante la escritura esas peripecias, al llevarlas a esa “zona de contemplación”, dejo de estar preso de la inmediatez de lo incomprensible y empiezo a vislumbrar algún mapa de lo eventual o de aquellas cosas inusitadas o realmente extrañas. Así sucedió con la muerte de mi padre, con algunas de mis enfermedades, con determinadas renuncias o con las situaciones de dolor propio o ajeno. Al escribir sobre ello, al darle rostro a todos esos gestos difusos, logré pasar el vado de la melancolía interminable, pude descifrar algunas claves de la Esfinge, asimilé de mejor manera cada una de esas diversas experiencias. Al escribir dejé de ser un sujeto pasivo de los acontecimientos, para convertirme en un genuino actor de mis actuaciones. Así que no sólo alcancé otro nivel de explicación de lo vivido, sino que pude comprenderlo.
De igual modo, cuando escribo puedo tener un espejo para reconocerme. La escritura hace las veces de un “espacio reflejo” para observar en detalle mis acciones, mis interacciones, mis palabras. Y como he llevado durante muchos años un diario, ya tengo el hábito de registrar algunas de las situaciones que me pasan para luego, con esa escritura reposada, verme, descubrirme. A veces ese descubrimiento es inmediato, cuando me releo, y en otras oportunidades –que son la mayoría– pasados unos días, cuando vuelvo a mirar lo que he escrito, tengo revelaciones sorprendentes o, por lo menos, valiosas para el sentido de mi existencia o definitivas para no perder la ruta de mi proyecto vital. La escritura, como bien lo sabemos, nos permite disociar el sujeto, objetivar el yo, vernos desde fuera, y gracias a ese distanciamiento nos es posible apreciar a una buena escala nuestros yerros, nuestros logros, nuestra falta de tino en las relaciones interpersonales o nuestra inexperiencia en tantas situaciones. Al escribir podemos, a diferencia de la inmediatez del vivir, ralentizar o ver en cámara lenta los muchos eventos de los que formamos parte. Lejos de la lógica de la prisa, de la inmediatez de los hechos, la escritura nos permite analizar de manera despaciosa lo que por naturaleza es fugaz e irrepetible. Buena parte de la formación de mi carácter, de los soportes de mi desarrollo humano, o de la búsqueda esencial de cierta sabiduría ha brotado de los signos que al escribir he ido encontrando, como si fueran destellos o pequeños indicios puestos entre líneas, dejados en las márgenes, o son el resultado de las glosas que hace mi mente al momento de releer lo que he escrito. La escritura, en esta perspectiva, ha sido una maestra o una mentora que ha sabido corregirme de mis propios equívocos o advertirme de todo lo que me falta por acabar de aprender.
Relacionado con el aspecto anterior está el apoyo de la escritura para ayudarme a pensar con más hondura, a darme alas para hacerme mejores preguntas, a mantener abierta la ventana de los interrogantes. Cada jornada de escritura es ya de por sí una forma de ponerme en cuestionamiento, de hacer que mi mente se tense, de darle a mi espíritu maleabilidad y liberarlo de las respuestas fáciles o de todas aquellas trampas del fanatismo y el engatusamiento de los medios masivos de información. Escribo para tener un espíritu crítico conmigo mismo y con el mundo en que vivo, escribo para alejarme de lo que parece obvio y poco digno de sospecha, escribo para dejar de ser un consumidor de voces foráneas y lograr tener un encuentro cara a cara con el conocimiento. Gracias a la escritura me he sentido fuerte para expresar mi propia voz, para dar mi versión de determinados sucesos, para atreverme a enunciar mi subjetividad. He notado que el mismo ejercicio de escribir va dejando un aserrín de gran utilidad para que mi entendimiento saque inferencias, teja relaciones, establezca vínculos entre hechos aparentemente lejanos. Y si bien no todo lo tenemos claro al momento de empezar a escribir, a pesar del plan provisional que prefiguramos en nuestra mente, lo que resulta más interesante es lo que va acaeciendo en nuestro pensamiento cuando vamos trasegando por el mismo desenvolverse del escribir. Cuántas ideas se nos ocurren, cuántas asociaciones brotan al emerger una palabra, cuántas aristas se desprenden de un tópico o un tema. A muchos de esos asuntos jamás hubiera llegado si no es por la piedra de toque de la escritura, por la chispa que producen estos signos al juntarse unos con otros. Cuando escribo noto que mi cerebro entra en estado de ebullición, mi atención se hace más vigilante y, como deseaba Baudelaire, todos mis sentidos convergen en un lúdico juego de correspondencias.
Además de los anteriores beneficios, la escritura ha sido el medio ideal para darle forma a los productos de mi fantasía o a esas criaturas aladas de mi imaginación. Mediante la escritura he podido expresar mi manera particular de crear mundos posibles con palabras y de concretar una pasión por la poesía, por el relato y la ficción. Al escribir tales “obras” me he sentido feliz y he logrado –al menos eso creo– darle trascendencia a un origen, a una tierra, a un micromundo que tiene nombre propio: Capira. Gracias a las variadas manifestaciones de la escritura, a sus tipologías textuales, a sus géneros tradicionales, me he aventurado a explorar en los juegos de lenguaje, en la artesanía de la composición, en las potencialidades de la invención. La escritura me ha permitido sentirme creador y refigurar mis experiencias o las de otros en cuentos, aforismos, crónicas, fábulas, soliloquios, ensayos o poemas. Este poder transfigurador de la escritura, ese don de darle nueva piel a lo real, ha hecho que experimente de primera mano los alcances de la literatura para develar lo medular de la condición humana.
Vuelvo sobre mí y mi trato con la escritura: ella es mi aliciente, mi alambique de alquimista, mi microscopio o mi catalejo, mi consejera en momentos difíciles, mi puente de comunicación con el mundo y sus circunstancias, mi oráculo casero. Gracias a la escritura, retomando las palabras de Heráclito, “me he investigado a mí mismo” y con ella, con sus veintinueve signos, he tratado durante buena parte de mi vida de compartirles a otros lo que pienso, lo que siento, lo que creo. Confío en que la escritura me siga deparando esta alegría interior y me permita seguir conversando con quienes generosamente leen lo que escribo en este blog o publico en mis libros.
Héctor dijo:
Bellísimo escrito, lleno de valor y de valores: la pasión por lo que se haces, la generosidad de compartir tus virtudes, la honestidad de mostrarte vulnerable y además, ser agradecido con Capira. El ser reconocido como un gran ser humano, es sin duda un beneficio mayor de tu oficio. Gracias Fernando.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Héctor, gracias por tu comentario. Entre más años dedico a la escritura, cuanto más me adentro en sus potencialidades, mejor entiendo lo que soy y mejor puedo compartirles a otros mi manera particular de entender y experimentar las múltiples facetas de la vida.
minimaliteraria dijo:
Has creado con tu discurso un espejo en el que me he visto reflejada. ¡Cuántas cosas pueden hacerse con las palabras!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Minimaliteraria, garcias por tu comentario.
Patricia Rojas J. dijo:
Me gusto, es el encanto de quien siente desde adentro lo que escribe y tiene el privilegio y la gracia para hacerlo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Patricia, gracias por tu comentario.
ctobonc dijo:
Magnífico, profe… Cómo me alegran sus palabras, sobre todo, motivan a seguir en ese solitario y casi monástico ejercicio de escribir. Un abrazo desde mi monasterio bibliotecario.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Monicionista, gracias por tu comentario. Otro abrazo para ti.