Los estudiantes del colegio La Arboleda de Cali, liderados por el profesor Samir Jiménez Patiño, están ocupados en la escritura de ensayos. Por lo que sé, han seguido para tal propósito las indicaciones didácticas del profesor y las orientaciones contenidas en mi libro Las claves del ensayo. Adicionalmente me han compartido algunas preguntas surgidas a la par de su tarea de redacción. Paso, en consecuencia, a responder sus inquietudes, como un gesto de agradecimiento a la lectura de mi libro y como un modo de exaltar su empeño en aceptar el desafío de pensar por cuenta propia.
Al iniciar el proceso de escritura de un ensayo se tienen en la cabeza muchas ideas, pero es muy difícil llevarlas al papel. ¿Cuál puede ser una buena estrategia para romper esa barrera?
Si el problema no es la falta de ideas, sino su exceso, lo mejor –cuando se desea escribir un ensayo– es utilizar un mapa para organizarlas, listarlas o darles una incipiente distribución de tabla de contenido. Hallar, en la abundancia de nuestras ideas, tópicos o modo de agruparlas resulta útil tanto para arreglar el caos en nuestra cabeza, como para avizorar los posibles párrafos de nuestro ensayo. Pasar lo que bulle en nuestro cerebro al papel, al diseño, a los cuadros o los recuadros con sus respectivas líneas de división, puede dar excelentes resultados. Organizar las ideas, como se sabe, garantiza que luego, cuando ya estemos redactando, no terminemos divagando de un lado para otro o repitiendo las mismas ideas en distintos párrafos.
Para que un texto se considere un ensayo, ¿cuántos argumentos debe poseer como mínimo?
Todo dependerá del tipo de tesis que tenga entre manos el ensayista; a veces serán suficientes dos o tres; pero, en otros casos, tendrá que echar mano de cinco o más. En ciertas ocasiones, la selección de pocos argumentos de autoridad, por ejemplo, subsanan o evitan la búsqueda de muchas citas bibliográficas que no respaldan nuestra tesis de manera contundente. O si se cuenta con una adecuada analogía ella podrá remplazar muchos ejemplos. En todo caso, el número de argumentos necesarios en un ensayo corresponde a la necesidad del ensayista de que su tesis quede lo suficientemente avalada o de que, su línea argumental, haya quedado tejida lógicamente y esté bien cohesionada.
¿Cómo saber que tipos de argumentos utilizar cuando se inicia el proceso de escritura de un ensayo?
Eso estará sujeto al tipo de tesis o al contexto en que se solicite el ensayo. Porque si la tesis planteada es de orden teórico o de tono filosófico, seguramente los argumentos de autoridad y los lógicos serán los más pertinentes; pero si lo que se tiene entre manos es una tesis más creativa o innovadora, lo mejor será echar mano de los argumentos por analogía, combinándolos con ejemplos. Desde luego, lo más recomendable es combinar diferentes tipos de argumentos; esto no solo le da plasticidad al ensayo, sino que permite hacer converger diferentes recursos persuasivos. El otro asunto es el destinatario o el ambiente en el que solicite el ensayo; porque si es para el mundo académico y, particularmente en el escenario universitario, el tipo de argumentos más socorridos serán los de autoridad con una rigurosa metodología de citación. Por supuesto se necesitarán otros tipos de argumentos, pero serán los de autoridad los que permitirán que el ensayo evidencie el dominio de entrelazar las voces de otros autores con la propia voz. Lo que sí es seguro es que los argumentos lógicos serán, en cualquier caso, imprescindibles; de no ser así, sería muy difícil darles una argumentación consistente a las ideas o hallar razones convincentes para persuadir al lector de la tesis que deseamos defender en el ensayo.
¿En un ensayo se puede escribir en primera persona y, aun así, conservar la rigurosidad en la escritura?
En propiedad, el ensayo nace de la afirmación de un yo en la escritura; es el medio para pensar por cuenta propia y no plantearse como un replicante de voces de autoridad. El ensayo, con Montaigne, se instaura desde la propia voz. A veces, se usa un nosotros para evitar el exceso de la primera persona. No creo que le ayude mucho al ensayo presentarlo en tercera persona, como si fueran las reflexiones de un ente anónimo, a sabiendas de que si algo tiene de válido es que es una tipología textual para presentar una tesis personal y defenderla con argumentos. No obstante, al afirmar que en el ensayo se puede escribir en primera persona no significa decir cualquier cosa u olvidarnos que estamos circunscritos a escribir en el terreno de la argumentación. Podremos utilizar nuestra propia voz, pero entendiendo que no estamos lanzando irresponsablemente una opinión o dejando ideas deshilvanadas o renunciando a la cohesión y la coherencia entre nuestras proposiciones. Ahí reside, precisamente, su rigor. Ni estamos escribiendo un cuento, ni presentando un relato tan emotivo como desordenado de algo que nos ha sucedido. En suma: lo personal no riñe con lo lógico y cabalmente argumentado.
¿La tesis de un ensayo siempre tiene que ser una afirmación, o puede ser una pregunta?
Lo aconsejable es presentar la tesis de manera afirmativa con el fin de que el lector sepa, de entrada, qué es lo que el escritor desea poner en debate o sobre qué idea quiere persuadirnos. Más que darle vueltas a un asunto lo adecuado es enunciar la tesis sin explicaciones o arandelas divagantes. Los párrafos que siguen servirán para argumentar, ejemplificar, o desarrollar lógicamente dicha tesis. Es factible usar una pregunta retórica a manera de tesis, dando por sentado que el lector entiende nuestra sutileza o ironía, pero es mejor convertir los interrogantes o las preguntas en una afirmación que viene siendo como la toma de postura del ensayista, su manera particular de asumir un asunto o un tema. A veces se usan las preguntas en el desarrollo del ensayo, pero como un recurso retórico para comprometer o poner a pensar al lector sobre alguna conclusión que sacamos a flote o hacer que las premisas lo conduzcan a aceptar nuestras razones.
¿Se puede decir que el ensayo tiene una estructura textual definida?
Dejando de lado la creatividad o el estilo personal del autor, un ensayo presenta la siguiente estructura general: una tesis, unos argumentos que avalan o soportan dicha tesis, y un cierre que rubrica la tesis o la potencia hacia nuevos planteamientos. Ahora bien: en la segunda parte, referida a los argumentos de soporte, esa estructura se bifurca en muchas posibilidades: argumentos de autoridad, argumentos con analogía, argumentos con ejemplos, argumentos lógicos. Hay una relación entre la tesis y el cierre del ensayo, entre lo que se plantea y lo que se logra con nuestra argumentación. En la mitad de esas dos partes están nuestros recursos argumentativos. La estructura puede ramificarse si las condiciones para elaborarlo implican una extensión considerable o si por requisitos académicos demanda dar cuenta de determinadas fuentes o atender cierto problema específico. En este caso, el ensayo necesitará de subtítulos o de un caudal de recursos argumentativos de mayor profundidad. Sea como fuere, los basamentos de un ensayo consisten en tener una tesis y contar con grupo de argumentos para avalarla o darle sustento.
¿Es necesario que siempre que se inicie un párrafo en un ensayo se haga con un conector?
No necesariamente hay que usar un conector para iniciar un párrafo. Una vez más, será la línea argumental la que nos llevará a necesitar o no de un conector para hacer coherente lo que decimos en un apartado con lo que continúa en el siguiente. Nombrar aquello de lo que trata nuestro ensayo o echar mano de reiteraciones también son recursos con buenos resultados. Sin embargo, los conectores al inicio de los párrafos contribuyen a que el lector siga el hilo de nuestros planteamientos; son un modo de llevarlo paso a paso hasta el lugar del convencimiento o de interpelar su atención para que no pierda el camino de nuestra disertación. Estos conectores se hacen más necesarios en la medida en que aumenta la extensión del ensayo. En el fondo, el uso de conectores favorece el nivel de comunicación de nuestros escritos; es un gesto de interacción intelectiva con el lector, un modo de buscar la claridad y la comprensión en lo que escribimos.
¿Existen algunos conectores que no deben utilizarse por su uso recurrente en la escritura?
Más que existir conectores vedados en un ensayo, lo importante es usar variedad de ellos y evitar, en lo posible, que se repitan de manera continua en un mismo párrafo. Esa parece ser la recomendación fundamental: tener una riqueza de conectores que nos permita emplearlos con diversidad a lo largo del escrito. El otro punto tiene que ver con el cuidado al emplearlos, ya que cada uno de ellos hace parte de una familia específica de usos: los hay para ejemplificar, para darle continuidad al discurso, para señalar un orden temporal o espacial, para resumir o recapitular, para concluir, para subrayar una idea… En consecuencia, no podremos usar en un ensayo de manera indiscriminada un conector, sino que atendiendo a nuestro propósito argumentativo deberemos buscar el más idóneo para tal fin. Un error frecuente es usar un conector que no encaja con el desarrollo de nuestras ideas o, lo más grave, que entra en flagrante contradicción con el flujo argumentativo.
¿Cómo crear argumentos fuertes con analogías?
Cuando se argumenta mediante analogías es clave tener presente que no es suficiente mencionar la relación que nos sirve para argumentar la tesis, sino que debemos desarrollarla en su mayoría de semejanzas posibles. Lo que hace fuerte los argumentos con analogía es que el parangón entre las dos realidades comparadas se muestre en diversos aspectos o elementos; y a través de la mostración de esas similitudes entre realidades diferentes se saque el mayor número de argumentos para reforzar la tesis. Lo que le da contundencia a la analogía es el mayor número de afinidades que el ensayista puede mostrarle al lector y, con esas evidencias, establecer un razonamiento en cascada que lo lleve a convencerse de su planteamiento vertebral.
¿Qué hacer cuando se está bloqueado para escribir un ensayo?
Al igual que con otras tipologías textuales existen muchos recursos para salir de ese bloqueo: a veces el grafismo o el dibujo contribuyen a encontrar alguna salida para empezar a escribir; los trazos libres y espontáneos hacen las veces de pararrayos para la creación o el despuntar de las primeras líneas. También es útil empezar a redactar de cualquier manera, yendo sin rumbo fijo, dejándose llevar por la mera relación entre las palabras o tratando de derivar unas ideas a partir de la primera que sale de nuestra mente. Lo que se busca con este recurso es que, de un momento a otro, hallemos la punta de un hilo que nos permita tejer una primera idea que, ojalá, tenga el tono de tesis. A veces para salir de tales bloqueos resulta conveniente leer algún texto que esté relacionado con el tema o problema que nos interesa; esa lectura hace las veces de imantación o provocación intelectual y nos pone en sintonía con una parcela del saber que sirve de toque para encender nuestros propios pensamientos. En otras circunstancias los ejercicios de contrapunto con una cita que encontramos y nos parece interesante contribuye a adentrarnos, así sea parcialmente, en el terreno ensayístico; recordemos que escribir es una labor artesanal elaborada por pedazos, confeccionada de manera diferente a como queda, después de afinada o corregida, en el producto final. Y si nada de esto funciona, habría que intentar entregarse a la lectura de ensayistas que nos interpelan o hacen parte del grupo de mentores en esta tipología textual, a ver si entre sus páginas silentes hallamos una mano amiga que nos ayude a salir de ese vado de la improductividad escritural.