Ilustración de John Jude Palencar.

Verdad: Observo que en estos tiempos andas de boca en boca…

Mentira: Hay cierto tono de envidia en tus palabras…

Verdad: Más que envidia es asombro… Debes sentirte feliz de ser tan solicitada, ¿no?

Mentira: De alguna manera sí, porque esto comprueba que soy de gran ayuda para los hombres, o que sirvo más a ellos que tú…

Verdad: Puede ser… tú estás más a la mano.

Mentira: Sí, pero eso no significa que quienes me invocan sea solo para resolver su presente. Conozco a más de uno que me llama cuando desea cubrir los errores de un pasado lejano o cuando anhela amueblar su futuro.

Verdad: ¿Hablas de los políticos?

Mentira: No solo de ellos…

Verdad: En todo caso, tu piel es proclive a la entrega sin requisitos o condiciones. Y perdona, si parezco demasiado sincera.

Mentira: Estoy acostumbrada a esos reclamos. Los hombres se quejan de mí, me censuran, en actos públicos o protocolarios; pero en privado me tratan como a una amante consentida.

Verdad: En eso nos parecemos, pero con una diferencia: en público todos dicen que yo soy lo más importante, lo primero, el objetivo más alto; pero, en privado, me rechazan como la peor de sus enemigas o la criatura más infecta y dañina.

Mentira: Así es la vida de los hombres, en particular cuando los gobiernan intereses económicos y ambiciones de poder…

Verdad: Cada vez me convenzo más de que a mí todos me buscan, pero al encontrarme, les resulto incómoda y mala compañía.

Mentira: Tal vez se deba a que poco conoces a los seres humanos.

Verdad: ¿Cómo así?

Mentira: Los hombres no soportan verse como son. Prefieren los espejismos a los espejos. Eso es una evidencia comprobada a lo largo de la historia. Yo, por el contrario, les resulto útil para mostrarse mejor de lo que parecen, más sabios de lo que en realidad son, más desinteresados de lo que persiguen con intencionada utilidad.

Verdad: En eso coincido contigo: a los hombres les gusta engañarse; son simuladores, inauténticos, falsarios… usan siempre máscaras porque temen aceptar la forma y los rasgos de su rostro.

Mentira: ¡Para qué tener una sola cara cuando es tan divertido usar varias máscara!

Verdad: ¿Y si de tanto usar máscaras empiezan a confundirse con ellas? ¿Si la máscara termina adhiriéndose a su piel?

Mentira: No creo… hay cierta astucia en los hombres para evitar que se les pegue la máscara al rostro. Y también hay cosméticos.

Verdad: ¿Cosméticos?

Mentira: Claro. A veces un rumor bien acicalado, por ejemplo, contribuye a que la gente reciba gato por liebre; en otras ocasiones, maquillar cierta información permite que…

Verdad: A mí me gusta tener la cara sin afeites. Limpia.

Mentira: Así no es fácil seducir…

Verdad: Quizá ese sea el problema de los hombres: su afán por seducir, por recibir el elogio desmedido de los demás; su búsqueda desenfrenada de fama, poder o dinero les ha convertido el alma en un escenario de apariencias y simulacros.

Mentira: ¿Y qué? El espectáculo nos libra de las penas del mundo o el doloroso peso de lo inevitable. 

Verdad: Lo que ayuda a entender el drama de la vida es aceptar, precisamente, que estamos hechos tanto de tragedia como de comedia. No todo son risas en esta vida. No se puede vivir siempre en función del espectáculo.

Mentira: Yo también puedo poner cara de solemnidad… o no has visto a las figuras públicas cuando son detenidas por algún ilícito cómo asumen un rostro de circunstancia al dar declaraciones por televisión. Quien busque mi ayuda debe saber esto: no hay forma más efectiva de mentir que asumiendo los ademanes tuyos…

Verdad: No obstante, si uno observa bien percibirá la inautenticidad de quien así procede o se comporta…

Mentira: Si supieras cuántos personajes conozco, y no son pocos, que han sabido, con absoluta compostura y seriedad, mantener conmigo un amancebamiento de muchos años.

Verdad: Con el tiempo se develará esa otra vida, ese otro mundo ocultado bajo esa impostura de solemnidad.

Mentira: Pero ya no importará. Tú sabes lo que decía uno de mis mayores devotos: así no sea cierto lo que afirmemos de alguien, alguna cosa quedará resonando en la mente de las personas…

Verdad: Puede que no seas develada de manera inmediata, pero tarde que temprano caerán al piso tus triquiñuelas, tus embustes, tus calumnias…

Mentira: Te equivocas: los seres humanos son desmemoriados… pronto olvidarán determinado suceso y estarán dispuestas de nuevo a caer en mis encantos. Su desmemoria me ha ayudado mucho, desde hace siglos.

Verdad: ¿Pero de qué le sirve al hombre vivir engañado?

Mentira: Yo creo que para soportar la espinosa realidad…

Verdad: ¿Y para qué escabullirse o esconderse de la realidad si al abrir los ojos está de nuevo al frente nuestro?

Mentira: Yo soy un relax a sus angustias, un bálsamo a sus problemas más agobiantes, una tabla de salvación en medio de su naufragio existencial.

Verdad: Aferrarse a ti es estar siempre a la deriva…

Mentira: Entonces, ¿lo aconsejable es ahogarse?

Verdad: No. Nadar, buscar la tierra firme. Con fuerza, con convicción, con tenacidad. Mi esencia está en eso, en no renunciar a salir de la incertidumbre, la duda, el engaño… en nadar para sortear todas esas aguas caóticas que tanto te fascinan.

Mentira: Eso es para titanes o dioses… en los humanos las fuerzan se agotan, el ánimo se merma…

Verdad:  No digo que sea fácil estar conmigo o convertirme en mentora de los hombres. Sin embargo, lo que ofrezco es más consistente y duradero que tus eventuales paraísos.

Mentira: Eso está por verse… mi prole de engaño y simulación tiene más hijos que tu estirpe.

Verdad: Sin querer ofenderte, esa propagación que consideras tu mayor orgullo es, sin embargo, una evidencia de tu promiscuidad.

Mentira: En las masas desbordadas o en la confusión no se notan los orígenes… Créeme.

Verdad: Eso también hace parte de tus estrategias: envolver a la gente en la barahúnda de sus emociones, obcecarlas hasta el punto de perder la razón.

Mentira: Hay cierto gusto en esto de abandonarse al frenesí de las multitudes.

Verdad: No lo dudo. En medio del fragor de la muchedumbre cualquiera de tus infundios parece creíble.

Mentira: Tú sabes que mi tiempo es el de la rapidez. Tengo pies ligeros…

Verdad: Yo, en cambio, prefiero el tiempo lento, el que permite observar con cuidado lo que dicen y hacen las personas. Soy una rumiante de lo que veo o lo que escucho.

Mentira: A mí me gusta la comida rápida. Tengo acelerada digestión. Todo lo que consumo en esa misma proporción lo elimino.

Verdad: Me parece que no logras nutrir a nadie… apenas entretienes, como esas golosinas que son dulces por fuera, pero vacías por dentro.

Mentira: A veces pienso que eres demasiado amarga. Y por eso los hombres no gustan mucho de ti.

Verdad: Puede ser. Pero, si las personas se habitúan a mi sabor, descubrirán que mi almendra deja un sabor agradable en su boca y los provee de energía para fortificar las fibras de su espíritu.

Mentira: ¿Cuántos meses o años para hacer efecto? Porque mis golosinas, como las calificas, actúan de manera inmediata.

Verdad: Aunque no te pueda precisar el tiempo exacto en que logro ser asimilada por el organismo de los hombres, lo que sí sé es que no es en cuestión de segundos. Me precio de masticar bien y reposar lo que consumo.

Mentira: No sé por qué, pero me pareces de otra época. El mundo ha cambiado. Este es el tiempo de lo instantáneo… Ya suenas anticuada.

Verdad: No me avergüenzo de ello, si así lo percibes. Me considero menos novelera que tú y más prudente con la caprichosa e inconstante opinión de la mayoría.

Mentira: Lo dicho, estás chapada a la antigua.

Verdad: Pues, si este mundo está como está por tu abundante presencia, por el desmedido empleo de tus servicios falaces, lo mejor parece ser portarse como un veterano Quijote que sale a defender lo que a nadie parece importarle o considerarlo motivo de recordación…

Mentira: Un Quijote luchando de nuevo contra los molinos de viento de la indiferencia y la insolidaridad… Te vaticino más de una caída.

Verdad: Sé que a veces produce risa pensar y actuar así. Pero prefiero soportar los escarnios o las burlas, que entregarme al autoengaño o la falta de escrúpulos. Qué pena, si te parezco anticuada, pero yo conservo como insignia en mi escudo las formas áureas de la ética y los valores…

Mentira: Todo es relativo, querida amiga… todo es relativo…

Verdad: Yo creo que no. Siempre se necesita de alguna jerarquía moral que nos permita priorizar unas acciones sobre otras. Y por eso doto de responsabilidades a quien me invoca o me coloca como su estrella orientadora.

Mentira: Por si no lo sabes, hoy es el interés personal el que gobierna al mundo y las acciones de las personas… Tu forma de ser y pensar no ha hecho más que crear mártires.

Verdad: Lo sé. Pero la sangre de esos mártires ha ayudado a resarcir muchas de las injusticias o ignominias que tú misma has infectado con tu lengua o tus celadas ponzoñosas.

Mentira: No me culpes a mí. Es la maldad de los hombres la que ve en mí su aliada o su defensa.

Verdad: Más bien te aprovechas de sus pasiones para exacerbar con tus exageraciones e inquinas infundadas su maldad. Pienso que en el fondo lo que más te satisface es ver a los seres humanos infelices y desorientados… Tu mayor placer consiste en incentivar a destruir.

Mentira: Todo lo contrario, lo que pretendo en agregar un poco de felicidad a ese impulso destructivo que ya está en sus genes.

Verdad: Cínica… indolente…

Mentira: Mejor tener esos atributos y no los de ingenua e idealista, por no decir romántica. Como te habrás dado cuenta, mi reino prevalecerá. El futuro estará aún más manchado por mis labios.

Verdad: Porque he visto la abundancia de tus obras, porque estás tan frecuente en la boca de los fanáticos, porque eres la moneda de cambio de los políticos, porque andas de manera desvergonzada en los medios masivos de comunicación, por todo ello es que he sentido que no puedo quedarme callada. Creo que por mi falta de valor es que has ido ampliando tus dominios. Sé que la cobardía de la mayoría de las personas multiplica tus fuerzas y tu campo de influencia.

Mentira: Te deseo suerte en esa aventura. ¿Ya tienes escudero?

Verdad: Sí, no uno, sino muchos… todos los que tengan en su corazón una reserva de sinceridad, todos los auténticos, todos los entusiastas de la franqueza, todos ellos irán conmigo. Y se unirán a mí, también, todas aquellas personas que luchan para que las nuevas generaciones descubran en mí la mejor vía para entender su pasado y el modo más real de construir su futuro.

Mentira: No creo que sean muchos los que te sigan…

Verdad: No importa. Aunque no sean legiones como tus adeptos, mis escuderos podrán mostrar su rostro a plena luz del día y pregonar con dignidad nuestro propósito.