A pesar de que la mayoría de las personas señalan y elogian la importancia de agradecer, la exigen más de los demás que de sí mismos. ¿La razón?: es más fácil mostrarnos como soberbios acreedores de gratitud que aceptar la vergüenza de que a más de uno le debemos.
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El agradecimiento comparte la lógica de las relaciones amorosas: las más tristes son las no correspondidas.
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Para ser agradecidos se requiere una actitud de permanente examen de conciencia: ¿mis logros son sólo míos?, ¿mis éxitos son fruto de mi buena fortuna?, ¿lo que tengo es únicamente el resultado de mis esfuerzos? El agradecido sabe que, de no hacer este discernimiento, fácilmente caerá en el autoengaño o en la justificación narcisista.
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Los epitafios son, para algunas personas, la postrera oportunidad de reconocer lo que en la vida del difunto no se hizo.
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Se necesita cierta fidelidad en los afectos para ser agradecidos: sin esa tenacidad del corazón todos los vínculos humanos estarían condenados a la intrascendencia del olvido.
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Las personas agradecidas tensan hilos, tejen relaciones, mantienen firme la urdimbre. Los desagradecidos, en cambio, desmadejan, debilitan, desanudan los vínculos creados. Así que, en las relaciones humanas, unos prefieren la aguja y el dedal y, otros, las tijeras.
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El padre que invita al hijo a “dar las gracias”, cuando recibe una atención o un alimento, en el fondo le está enseñando otra cosa: el agradecimiento es el trueque con que se hacen las transacciones en el mundo de los dones.
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Desagradecido: avaro moral sin pasado ni futuro. Cicatero anclado en el presente.
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El agradecimiento es una virtud porque supone crianza y voluntad. Aprendemos a ser gratos y cultivamos la gratitud. En ambas situaciones hay un intencionado deseo para que la indiferencia de la naturaleza obedezca a las demandas de la socialización.
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La ingratitud es un tipo de amnesia en la que el paciente recupera súbitamente la memoria cuando vuelve a tener una apremiante necesidad.
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Resulta imposible ser agradecidos si antes no se tiene un notorio reconocimiento por otra persona. La gratitud es una manifestación perdurable de la dignidad ajena.
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Los desagradecidos tienen un desnivel en la balanza de sus sentimientos: pesa más lo que reciben que lo que dan.
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Los cortos mensajes de las dedicatorias en los libros son conjuros mágicos de gratitud para salvar el nombre de una persona del corrosivo olvido.
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La mano blanda del suplicante desagradecido se torna en duro puño cuando tiene que hacer retribuciones.
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El corazón agradecido guarda rostros y no caras; usa nombres propios y no apelativos comunes. La gratitud es siempre singular.
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Los exvotos son muestras tangibles de cómo los mortales agradecen los favores de sus divinidades. Estas pequeñas ofrendas, además, son la evidencia de que los seres trascendentes retribuyen el cumplimiento de las promesas con milagros.
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El principal enemigo del agradecimiento es la vanagloria y la soberbia. Es decir, los vicios propios de la altivez y del individualismo exaltado.
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En la casa del desagradecido hay muchas puertas y ninguna ventana. Demasiadas “entradas” y ninguna “salida”. En el fondo, es la arquitectura de un alma presa en un laberinto.
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El reconocimiento a alguien, especialmente en público, es el modo como la gratitud se multiplica. Los logros personales se acrecientan cuando son compartidos.
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El desagradecido por más que dice no usar a las personas, las desecha apenas logra sus propósitos. Además de utilitarista tiene la excusa de la mala memoria.
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A veces recibimos tanto de alguien que, por descuido, empezamos a creer que lo suyo es una obligación. Así nos volvemos demandantes con aquellos que en verdad nos aman y acostumbramos nuestro corazón a tomar mucho y ofrecer poco.
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Nunca acabaremos de agradecer a nuestros padres el regalo de la vida. Si es que consideramos nuestra existencia un bien y no una desgracia.
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Los agradecidos son sedentarios en los afectos; los desagradecidos, nómadas del corazón.
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Algunas personas son incapaces de agradecer porque sienten que reciben menos de lo que merecen. Para ellas, el mundo y los demás siempre están en deuda permanente.
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Dos fuerzas motivan el nacimiento de las religiones: el miedo y el agradecimiento. En un caso, para protegerse de lo desconocido; en el otro, para retribuir lo dado. De allí nacen, entonces, la oración o el sacrificio.
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Mientras que los favores se miden en minutos o días, el agradecimiento se cuenta en meses o años. La inmediatez de los beneficios riñe con la lentitud de las retribuciones.
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Los envidiosos están impedidos para agradecer: ven rivales donde hay hermanos; sienten celos al recibir amor; mutan ayudas en resentimiento. La envidia es el envés moral de la gratitud.
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Hay muchas formas de agradecer: unas palabras, una visita, un diálogo, un regalo. A veces musitando una oración; otras, rememorando un hecho; las más de las veces, entregando nuestro tiempo. Se puede agradecer con un gesto de respeto, con la prolongación de un ideal, con una obra o un monumento. Pero la manera más importante de agradecer es mantener una actitud de cuidado hacia la vida y de reconocimiento hacia los demás.
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Los desagradecidos andan tan obsesionados por alcanzar los frutos del árbol de sus intereses que ignoran las raíces que le sirven de soporte.
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Los regalos, en general, son símbolos de gratitud. El nivel de asombro y la alegría que producen dice qué tanto se acertó en el tipo y la calidad del agradecimiento.
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Las dedicatorias en las tesis de grado son las licencias que tiene el corazón para manifestarse sin temor en los discursos académicos.
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Ciertos individuos fingen la amistad con alguien mientras logran sus propósitos. Una vez adquieren lo que buscan, se alejan para evitar así el compromiso del agradecimiento.
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Cuando un colega de trabajo o un académico dice que “no le dieron los créditos” pone en evidencia una cuestión moral: el reconocimiento tiene profundos lazos éticos con la equidad.
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Es común en épocas del dinero fácil que ciertos favores encadenen al beneficiario. En estos casos, el agradecimiento se vuelve un compromiso temeroso e ineludible: hay beneficios envenenados.
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Caín no soportó que el fuego de la ofrenda de Abel subiera más alto que el de su sacrificio. Ese es el problema de los desagradecidos: anhelan el humo de los beneficios ajenos, pero poco observan lo que ofrecen como oblación.
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Consejo de sabiduría popular: ayuda al que puedas sin esperar retribución y, si recibes alguna vez muestras de agradecimiento, tómalas como un hallazgo fortuito o alguna compensación divina.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
“Del agradecimiento” en una compilación pertinente para todos los tiempos, pero especial durante la temporada navideña. Es un momento propicio para la gratitud y la fraternidad.
Este año nos acompañaste como Maestro (con mayúscula), en las actividades del Centro de Lectura Escritura y Oralidad de la Universidad de La Salle, compartiste tu conocimiento y coordinaste una interesante y fructífera tertulia. Gracias por tanto.
Un abrazo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. El agradecimiento es mutuo.