El odio entre los animales de la sabana iba en aumento. Ya no era solo por la comida, sino manifestado en agresiones verbales que se multiplicaban cada día.

—Estamos hartos de que los elefantes vengan a ensuciar nuestras charcas —arengaba un hipopótamo a sus compañeros de manada.

—Debería ser un delito el que los hipopótamos infecten nuestra agua con sus excrementos —murmuraban los elefantes.

Las guacharacas, apenas escuchaban tales afirmaciones, se apresuraban a divulgarlas con estridente voz.

—Tenemos la exclusiva —chachalaqueaban—: Los elefantes andan en negociaciones con los cocodrilos para acabar con los hipopótamos.

—Y una fuente muy importante nos ha contado que los hipopótamos se han vuelto traficantes de marfil.

Con sus bufandas de color rojo encendido y sus medias rosadas, las guacharacas iban de árbol en árbol amplificando y repitiendo toda la mañana esta noticia. Al otro día, aunque los actores eran distintos, ellas se mantenían en su letanía alarmista:

—Hay un choque de trenes entre carnívoros y carroñeros —exclamaban con su chillona voz.

Con el pasar del tiempo los animales empezaron a creer y repetir que toda la sabana estaba polarizada y que, de seguir así, una guerra era inminente.

El león se enteró de este rumor y, muy rápidamente, conformó una comisión de alto vuelo para indagar la causa de este mal ambiente. El águila, la cigüeña y un flamenco integraban el grupo. Después de una semana presentaron al león sus hallazgos:

—Eso se debe a la sequía, que exacerba los ánimos —dijo el águila, después de otear todo el territorio.

—La causa de este malestar es la sobrepoblación —explicó la cigüeña—. La sabana no aguanta un animal más, y por ese apretujamiento hay tantos conflictos.

—Para mí el motivo está en las migraciones —y lo sé por experiencia propia, afirmó el flamenco—. Los inmigrantes causan muchos problemas.

El león oyó con atención a todos los miembros de la comisión. Les agradeció y se encerró a meditar en su despacho.

De regreso a su guarida le comentó a su esposa lo sucedido. Ella lo escuchó mientras atendía a tres de sus cachorros. Una vez que el león terminó de hablar y, como si fuera algo obvio para ella, le comentó:

—No creo que sea por ninguna de esas razones.

El león la miró intrigado.

—Eso se debe a la bulla que hacen las guacharacas.

—¿Esas pajarracas estridentes?

—Sí. Ellas son las que torean el avispero. Repiten y repiten cualquier pequeño incidente de dos animales hasta volverlo un problema de todos. Cogen una chispita y la vuelven un incendio

—¿Y por qué dices esas cosas?

— Las cazadoras sabemos cómo alcanzar nuestras víctimas.

Al león no le pareció desacertado el comentario de su mujer. Habló de otros asuntos cotidianos y dejó que sus hijos jugaran unos largos minutos con su melena.

Al otro día, a primera hora, el león convocó a las guacharacas a su palacio. Cuando llegaron exhibiendo sus medias rosadas y sus bufandas de color rojo encendido, les expuso los pormenores del ambiente conflictivo que se vivía en la sabana y que las invitaba a contribuir a mejorar la situación.

—Nos sorprende que nos diga esas cosas —replicó altanera una de las guacharacas.

El león, mirando de reojo las flacas patas de las aves con esas vistosas medias rosadas, siguió hablándoles:

—No podemos permitir que se pierda la concordia y la paz en la sabana.

—Eso es lo que hacemos todos los días —repuso una guacharaca que cargaba una cartera muy costosa.

—Las invito a calmar los ánimos. Ya es suficiente con la sequía que nos agobia —terminó diciéndoles el león.

Apenas abandonaron el palacio, las guacharacas volaron hasta el primer árbol que encontraron. Estaban muy molestas, ofendidas desde la cabeza hasta la cola.

—¡El alto gobierno quiere amordazar la libertad de expresión…!

Y en ese chachalaqueo estuvieron todo el resto de la mañana, prosiguieron en la tarde y siguieron hasta el inicio de la noche.

Ese mismo día, cuando el león regresó a su guarida y la leona le comentó del rumor que ahora estaban diciendo a los cuatro vientos las guacharacas, le hizo a su mujer una sesuda confesión:

—Tal vez el problema no sea únicamente por las guacharacas, sino por los animales crédulos y lenguaraces de la sabana.

Hizo una pausa y terminó su reflexión:

—Si cada animal creyera la mitad de lo que le comentan y callara la mitad de lo que le dicen, sería más fácil convivir en paz.

La leona miró a su marido de reojo y le pareció que los años lo iban volviendo más sabio. Se rescostó a su lado, en silencio, para observar el rojo atardecer en la sabana.