Un grupo de animales, molestos por el uso frecuente que los hombres hacían de sus características, estaban esperando a que el rey de la selva los atendiera.
—Como si uno no tuviera sentimientos y llorara de verdad —bramaba un cocodrilo.
—O yo estuviera negado a tener mis salidas inteligentes —rebuznó un burro.
—Y qué tal la ofensa a mi estilo de vida, siempre mostrándome como una perezosa adormecida —gañó una foca.
Justo cuando hablaba la foca, el león entró al recinto.
—¿Y a qué debe el placer de vuestra visita?
Los animales se miraron entre sí. El elefante barritó fuerte para decir que los hombres estaban usando sus nombres para desprestigiarlos o denigrar de sus cualidades.
—¡Qué tal lo mío! —explicó, moviendo las orejas para enfriar su ira: llamar elefante blanco a alguno de sus proyectos fallidos u obras dejadas a medias.
—Ni qué decir de mi caso: los padres me denigran con sus hijos —gruñó el cerdo—, al ponerme de ejemplo de los malos modales en la mesa.
El león detuvo por un momento otras intervenciones y, como si este hecho no le fuera desconocido, comentó:
—Así son los humanos: nos achacan defectos o vicios que ellos tienen, para evitarse reconocerlos en sí mismos o en sus semejantes.
La concurrencia estuvo totalmente de acuerdo. Sin embargo, le siguieron insistiendo al león para buscar una solución a este abuso de los hombres.
—A mí me usan para disculparse de sus pecados —dijo un chivo.
—Y a nosotras nos ponen como referente de sus comportamientos licenciosos —cacarearon unas gallinas.
Después de un buen tiempo de oír a los animales, el león volvió a tomar la palabra:
—Considero que por lo que he escuchado y otros casos que he sabido, ya es justo que empecemos a darles a los hombres un poco de su misma medicina.
El grupo de animales enfocaba la atención en el melenudo rey.
—Que volvamos habitual en nuestras conversaciones aludir a sus particularidades negativas cuando veamos un comportamiento similar entre nosotros.
Aunque la audiencia no entendía bien la propuesta del monarca, la mayoría asentía de manera constante.
—Por ejemplo —dijo el león— que cuando veamos a algún colega persiguiendo a otro para matarlo, por una ofensa, digamos: vengativo como los seres humanos; o cuando determinado animal acapare más alimento del que necesita para vivir, los señalemos diciéndole: ambicioso como un ser humano; o si alguno de nosotros miente deliberadamente o calumnia a otro de su especie, lo califiquemos con la frase: igualito a los seres humanos.
Los asistentes aplaudieron la iniciativa y comenzaron a retirarse del salón real de audiencias.
Desde entonces, cuando se castiga con un garrote a un caballo, se amarra con cadenas al cuello a un chimpancé o se patea de manera inmisericorde a un perro… la mirada de esos animales nos dice en silencio que eso es “típico de los seres humanos”.
Pingback: Viajando y Ayudando
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Viajando y ayudando, gracias por tu comentario.
Marta Elena dijo:
Tal cual…
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Marta Elena, gracias por tu comentario.