Watson y Holmes Ilustración de Sidney Paget

Watson y Holmes, ilustración de Sidney Paget.

Lo elemental es fundamental, primordial, básico. Lo contrario es complicado, difícil, intrincado. La sencillez es ingenuidad, confianza, inocencia, naturalidad,. Lo contrario es la dificultad, la sofisticación, el retorcimiento, la fastuosidad. Me parece, entonces, que en nuestro tiempo hemos ido descuidando lo básico por una presunta entrega a la sencillez, a la simpleza. Por quererlo todo fácil, hemos dejado de lado lo difícil y, al hacerlo, nos hemos ido quedando sin lo primordial, sin lo básico. Ya Estanislao Zuleta había elogiado a la dificultad, y nos había advertido de los riesgos de una cultura gestada desde el cabestro. Así que, ansiosos por la sencillez (que entre otras cosas tiene hoy unos vínculos muy cercanos con la velocidad), nos hemos ido despreocupando por aquellas cosas que dan fundamento a la vida o a la cultura. Sin embargo, en algunos escenarios estamos volviendo a repensar o a ocuparnos de tales fundamentos: pienso al menos en la renovada fuerza de la ética, o en el acento por las virtudes o la educación del carácter. Adela Cortina ha hablado de los mínimos, de los elementales, sin los cuales no es posible construir convivencia o democracia. Se me ocurre que la literatura ligera, al igual que ciertas comidas rápidas, está pensada como un bien cultural de consumo. No pretende grandes cosas. Por el contrario, desea evitar la sofisticación, la complejidad. No hay que esperar de ella grandes elaboraciones porque su fin no está en perseguir o descubrir lo primordial de la condición humana, sino todo lo contrario. Presentar el mundo tan fácil, tan llano, que parezca una simpleza. Nada debe ser difícil: ni el amor, ni la amistad, ni el conocimiento. Todo debe estar a la mano, todo debe ser fácil. El mundo, la cultura o la vida no ameritan grandes preocupaciones. Apenas es necesario gastarse un tiempo para leer o ver, en la televisión, cómo pasa todo el universo: tan fugaz, tan diverso, tan múltiple… que no amerita irse muy al fondo de las cosas. El deseo de lo nuevo, la ansiedad de novedad, sepulta las preguntas por lo elemental. Por eso, hemos ido desbastando las capas de lo profundo hasta convertirlas en esa superficie lisa o llana de lo conocido, de lo hecho en serie, de lo semejante, de lo común y familiar. Lo elemental ha sido minado por la simpleza hasta convertirlo en una zona extraña, cuando no ajena a nuestra vida cotidiana.

Precisamente, cierta literatura se ha negado a aceptar tal desplazamiento. Allí, en muchas obras, sigue enfrentándose el hombre (tanto autor como lector) con las intrincadas, cuando no complejas, tierras de lo elemental. Alfonso Reyes, decía, que la literatura debía ocuparse de los problemas fundamentalmente humanos: el dolor, el amor, la muerte. Y al decir esto, ponía el énfasis en la densidad de tales aspectos. Hay cierta literatura que sigue haciéndose preguntas “densas”; literatura que no es o no tiene las respuestas prefabricadas. Y por eso se sigue escribiendo. Y por eso, también, se sigue leyendo. Porque hay un grupo de seres humanos que se niegan a asumir, de manera rápida, las respuestas sencillas ante los grandes problemas de la vida o el universo. Muchos de esos lectores buscamos la literatura para acabar de ver la complejidad del mundo, para mirar más de cerca ese intrincado escenario que llamamos la vida. No nos mueve la búsqueda de respuestas sencillas e inmediatas, sino el inquietante y difícil oráculo de la elementalidad.