Grafismo integrado

Desde hace rato he querido escribir algo sobre mis dibujos. Al menos de esos dibujos que acompañan mis libretas de notas o mis cuadernos de apuntes. Tengo una carpeta que he denominado “Grafismo como máquina de guerra”, en la cual he ido recortando y guardando los diversos dibujos que, entremezclados con las notas o los apuntes, emergen como fruto de mi psiquismo más libre y más profundo.

Dibujar para mí, es otra forma de escribir. Es la escritura más directa, la que mejor fluye, la que no está mediada por el concepto. Es una escritura lúdica, juguetona, expresiva, esencial. Una escritura que brota en la medida en que mi aburrimiento ante una charla de esas que no terminan se convierte en un estado insoportable, o cuando durante un evento o una clase, de esas que podríamos llamar “insulsas” o “agresivas”, deseo plantear una “resistencia pacífica”. No es una actividad premeditada; muy por el contrario, es una zona de desfogue, de exclusa, de catarsis. Cuando escribo dibujando me coloco en una actitud de esas que Borges llamaba “pasivas del espíritu”. Me dejo habitar por la línea, por la textura, por la composición azarosa, por el encuentro con los elementos propios de la imagen plástica. Deseo subrayar esa sensación de “abandono” a una fuerza o una pulsión que sólo encuentra su rostro en el dibujo.

Ahora que lo escribo, asocio este “dejarse” permear por el grafismo con un retorno a los inicios del aprendizaje de la escritura. Estoy pensando en Vigotsky, en sus ideas sobre el dibujo en los niños y en el papel del mismo como punto esencial para la enseñanza de las letras. Creo que este retorno a los orígenes es bien sugestivo porque anuncia que enseñar a escribir no está desligado de toda una didáctica de lo visual, de eso que Donis Dondis ha denominado “sintaxis de la imagen”. Creo, entonces, que acudo al dibujo cuando la escritura alfabética no logra seguir adelante, o cuando no sabe por dónde empezar. Y recordando varios de los poemas que he escrito, recuerdo ahora que para comenzarlos, para vencer ese enorme abismo de la página en blanco, por lo general, acudo al dibujo. El grafismo viene siendo como un disparador, como un jalonador de la otra escritura. Las formas llaman a las letras; son como un conjuro, como una oración que las invita o las exorcisa. Aunque también el dibujo lo he utilizado para hacer como el plan de un poema, como un guión visual. Son escenas, secuencias. Se me ocurre que yo necesito, en muchas ocasiones, poder ver o visualizar el escenario, el espacio en el cual va a hallar cabida la escritura. Guardo varios de esos esbozos, de esos dibujos, que vienen siendo para mí como poleas del espíritu, como fórceps para lograr poner afuera algo demasiado prendido o pegado a mis entrañas.

Caricaturas

Otro frente de grafismo son las caricaturas. Cuando las reuniones o los comités se hacen interminables, cuando algún participante habla y habla sin conciencia del tiempo y del interés de su tema, siempre acudo a la caricatura en busca de algo esencial del que vocifera, o lo que me gusta denominar lo particular de “la condición humana”. Esta pasión por hacer caricaturas es bien antigua en mí, pienso que desde niño. La caricatura me permite indagar o investigar los rasgos principales de un ser humano; la caricatura no es tanto exageración como eliminación de lo secundario. Me gusta ese trabajo de investigación sobre el rostro de las personas porque me demanda ir en pos de lo básico, de aquello que hace ese ser único. En esto, hacer caricaturas se parece mucho a hacer un buen retrato fotográfico, que no es lo mismo que tomarle a alguien una foto. Hay que estudiar al individuo, volverlo un personaje, buscándole ese detalle, ese indicio que apunta a su médula, a lo sustancial de su ser. Dibujar caricaturas es obligar la mirada a afinar su visión, a destilar rasgos, a sopesar gestos, a jerarquizar detalles. La caricatura es una forma de aprender a hacer síntesis. Y también una manera de “atrapar a otro”, de conocerlo a distancia, de hacerle un análisis muy cercano a la desnudez. Son bastantes las caricaturas que pueblan mis cuadernos o mis libretas. Es un grafismo hecho en los márgenes, al lado de la otra escritura, como si fuera el aserrín o las virutas del oficio de escribir. Aunque también podría pensarse que las caricaturas no son marginalidad sino encauzamiento; no lo que está por fuera, sino aquello que mantiene eso que está por dentro. Caricaturas: meditaciones con la mano.

Mencioné que todos estos dibujos están guardados en una carpeta denominada “Grafismo como máquina de guerra”. El apelativo corresponde a la conceptualización de Guilles Deleuze. Pero, yo, quisiera agregarle un tinte personal. El grafismo como máquina de guerra aparece como la defensa de la psiquis ante la arrogancia, el despotismo, la “sobradez”, el orgullo escandaloso o la ignorancia vestida de falsa sabiduría. Por lo mismo, dibujar parece ser una escritura estratégica. La escritura de los que se sienten solitarios o nómadas en ciertos desiertos cotidianos. Ese parece ser otro rasgo del grafismo como máquina de guerra: es una lucha silenciosa, de ermitaños; la escritura de los que por momentos se ven en despoblado. La escritura del aislamiento. Y no son escasas las veces en que nos sentimos así, o que alguien nos hace sentir de esa manera. De allí que al dibujar, al  asumir esa actividad que, por lo común, hago en silencio, me sitúe como un guerrero solitario, como un paladín del grafismo, enfrentado a toda una “caterva de malandrines”, al decir de Don Quijote. El dibujo como máquina de guerra se asemeja mucho a la beligerancia de los profetas en el desierto.

Toten 5

Un punto adicional que considero oportuno mencionar, con relación a mis dibujos, es el papel del ensamblaje o la combinación de elementos disímiles. Un ejercicio un tanto surrealista, si se quiere. O muy al azar. Me gusta ver cómo se combinan en mi grafismo objetos de distinta procedencia o de diversa filiación; un rostro con un pico, un árbol con un pedazo de queso, la cabeza de un pájaro con algunos tentáculos de pulpo: lo más naturalista con lo más abstracto. Los elementos van como buscando una figura, van como hallando una concreción. Hay algo de elaboración totémica en estos dibujos. Son columnatas gráficas, otras torres de babel. Superposiciones, ensamblajes, acoplamientos. Enlaces, conexiones, trabazones… “grafismo bisagra”, podríamos bautizarlo. Coito de líneas y de texturas. Apareamientos de formas… Sí, también hay en mis dibujos una fuerza, una carga pulsional, un fluir erótico. Claro, esta escritura de grafismo, tan vinculada al cuerpo, no podría estar exenta de erotismo. Libido de dos dimensiones. Dibujo que es impulso genésico, instinto y apetito sexual; celo, ardor, excitación. Desenfreno.

Hay un rasgo más sobre el cual vale la pena decir otras cosas. Algunos de mis grafismos están acompañados de un texto. Son pies de dibujo. A veces tienen alguna relación con la figura, pero en la mayoría de los casos su relación es oblicua o indirecta. “Joven bicho prehistórico a la espera de ser devorado por lo histórico. Escena del natural. Pintura graffiti. Año intemporal”, dice uno de esos textos. Otro, por ejemplo, reza: “Vardaman (hijo). Una niña atormentada por la caída de su padre, o de cómo el complejo de Electra, no es sino una forma de florecimiento vulvar o gatuno”. Tales leyendas, lo analizo ahora, tienen ese mismo sentido de desenfreno, de “escritura automática”. Por supuesto, están constreñidas por “el régimen paranoico significante” pero, en lo posible, fluyen a la par del dibujo. En otros casos, los pies de foto o son el título para el grafismo en cuestión: “Ajedroboe”, “Batwoman”, “Limo Celeste”; o corresponden a una descriptiva paralela a la del dibujo: “Patosmoderno: pico positivista, pata derecha estructuralista, pata izquierda funcionalista, cola habermasiana, cresta híbrida, cuello popular, lomo alternativo, ojo hegemónico”. Valga un ejemplo más de esta última función de los pies de dibujo: “La bases pre de un zapato: remache preliterario, cuero de caverna, aditamentos mágicos, cordón religioso, líneas ornamentales folklóricas, suela lúdica, tacón mítico”… Esta otra escritura, esta escritura parasitaria, depende por completo del aparecer del dibujo. Es una “escritura inquilina”, una “escritura lamprea”… Una escritura semejante a esa anguila que, para sujetarse en el acto de amor a su pareja, tiene que clavarle sus afilados dientes en la nuca.