Angel navideño 2

Noche de Paz (Silent Night)-Brahms Lullaby

Soy uno de los que disfrutan el tiempo de navidad. Para mí esta época se asocia a la celebración del vínculo familiar, a la refrendación de lo fraterno y a una especial disposición para la alegría, la gratitud y la propensión por lo maravilloso.

Tal vez mi afecto por estas fiestas provenga de mis recuerdos de infancia, o de no haber perdido esa dimensión del niño que se esperanza en el regalo, o quizás, nazca de haber visto durante muchos años –aún en las épocas económicas más difíciles– la mesa abundante, el árbol de navidad lleno de bolas resplandecientes y una romería de familiares entrando y saliendo de nuestra casa. Aunque también es posible que mi gusto por estos días corresponda a cierta sensibilidad de mi espíritu al considerar significativo un tiempo para el agradecimiento.

Es indiscutible: la época de navidad refrenda la importancia del núcleo familiar. El pesebre mismo es un símbolo de la familia reunida. Y si a lo largo del año hemos dejado abandonados a nuestros familiares, en estos días es una “obligación” estar con ellos, conversar, dedicarles tiempo. Nuestra familia es lo más importante, lo que ocupa nuestros pensamientos al igual que la energía de nuestros corazones. Es en este sentido que los regalos y las comidas hallan su justa valía: están allí como un pretexto de reunión, son una especie de invocación recubierta con cintas de colores y papeles de motivos festivos. Estar en familia, por lo tanto, es el verdadero motivo de la cena de fin de año o las fiestas decembrinas.

He mencionado los regalos, esa moneda de cambio afectivo en estas fechas. El regalo es un talismán o una manera de hacer visible afectos y sentimientos. El regalo es una bella forma de despertar en el otro la sorpresa, lo inesperado, la sonrisa o la felicidad. El regalo, que más allá de las demandas masificantes de la sociedad de consumo, pone al ser humano en la tarea de volver importante a otro ser humano para tratar de adivinarlo y prodigarle una muestra de cariño. Un cariño especial. Un cariño empaquetado según una particularidad o un carácter. Por supuesto, no hablo de los regalos comprados masivamente, de los regalos sin rostro. Pienso más bien en ese detalle –humilde, sencillo– pensado y buscado según una historia particular. En esta perspectiva, el regalo es una extensión del donante, un mensaje que también contiene al mensajero. Por todo ello, estos días son propicios para dar, para darse.

Aquí vale la pena ahondar en esto de aprender a dar. Cada vez más hemos ido perdiendo esta virtud. Ni somos agradecidos ni consideramos importante en nuestras vidas compartir lo que tenemos con otros. Nos hemos vuelto avaros, cicateros, ruines. El poderoso no quiere perder ni un centavo de sus ganancias, ni el hermano considera necesario compartir su pan. Y si damos algo es porque calculadamente esperamos recibir; o para –como sucede en la esfera política– “sobornar” o comprometer a otra persona. Es que dar es más difícil que recibir; comporta otras cualidades o cierto temple de nuestro espíritu para el desprendimiento. Dar presupone una mente y un corazón abiertos, una alma capacitada para sobrepasar las barreras del egoísmo. O si se ve de otra manera, dar es lo propio de las personas atentas a las necesidades ajenas; o que, sin reproches, pueden leer la fragilidad de los seres humanos.

Se me ocurre que las navidades son de igual modo un tiempo para perdonar o dejar de lado asuntos marginales y reconciliarnos con nuestros vecinos o nuestros compañeros de trabajo. La navidad, con sus campanas y su algarabía de ángeles, nos advierte de que no vale la pena seguir con ese lastre en nuestro pecho. Más bien, es una invitación a abrir los brazos y dejar que entre el peregrino, a mantener servido un puesto de más en nuestra mesa. Por eso es tan importante la consigna de estos tiempos: “Noche de paz…”, eso anuncian los tamborileros y esa parece ser la buena nueva que se oye por doquier. Al menos por unos días los seres humanos recuperamos el sentido profundo de nuestra imperfección pero sin que por ello tengamos que denigrar o excluir al diferente. Y es que el perdón restaura la confianza, renueva la posibilidad de sabernos partícipes de una comunidad.

Bella época ésta, la de navidad. Oportuno tiempo para que nuestro niño interior, el niño dispuesto para el milagro y la maravilla, ande a su gusto por nuestra casa. Navidad: una época para celebrar cotidianamente la esperanza.

Sueño de navidad Orquesta Filarmónica de Bogotá