Estrella de Belén con magos

Es muy probable que la inclusión de la estrella en la escena de la natividad de Jesús, haya sido más un aditamento de leyenda que un hecho real. La idea de que unos reyes se hayan puesto en camino tan sólo motivados por un astro luminoso corresponde, sin lugar a dudas, a la irradiación fabulosa de la astrología oriental y no tanto a evidencias empíricas. En todo caso, la presencia de esa luminaria en el nacimiento de Belén entraña un simbolismo de gran impacto en nuestro psiquismo.

Lo primero que llama la atención de esa estrella es la fuerza de su luz. Una especie de llamado silencioso pero imposible de no escuchar. Un faro que grita a nuestra despreocupación o nuestra falta de interés. La estrella de Belén nos convoca, nos centra la atención, nos despierta. Y en ese mismo grito de luz fulgurante reside también su seducción. Una vez la oímos o quedamos atrapados por su destello, lo que ansiamos es seguirla, ir en pos de su invitación celeste. La estrella de Belén, su función simbólica, consiste en aparecer como un cautivador destello para sacarnos de la comodidad o del apoltronamiento. Y cuando uno ve o tiene escucha fina para tal astro, lo más seguro es que renazca el deseo de aventura o el anhelo de alcanzar nuevas metas. La estrella de Belén nos pone en actitud de peregrinación, de viaje hacia dentro o fuera de nosotros.

Un segundo aspecto de este astro es servir de compañía. La estrella de Belén, y de manera especial cuando ya vamos bien adentro del camino, convierte sus rayos en calor acogedor, en brazo brillante para contrarrestar el frío del desánimo. Al saber que el astro sigue con nosotros, que no nos abandona, sentimos el ardor de su custodia, el fuego protector de su abrazo de luz. La estrella de Belén no sólo es una invitación para sacarnos de nuevo a la intemperie de lo desconocido sino que, además, cumple el papel de servirnos de escudo, de techo protector, de manta o abrigo. Puesto de otra forma, cuando seguimos en serio una estrella de Belén, cuando de veras estamos aferrados a ese foco titilante, el mismo astro cumple el papel de amparo o resguardo. Se convierte en un talismán de refulgente protección.

Cabe mencionar otra característica: la estrella de Belén permanece como un punto de referencia inequívoco y duradero, como un faro orientador, como un norte de certeza resplandeciente. A pesar de las vicisitudes del tiempo o de las variables condiciones de los caminantes, el lucero se mantiene con su ojo de vigía, dispensando a aquellos que lo miran un punto preciso en el mapa de lo posible o una señal que, como guía magnífica, rectifica el rumbo y vuelve a poner nuestras naves en la dirección indicada. La estrella de Belén, en este caso, simboliza aquel eje de luz en el que centramos la razón de ser en este mundo; nuestro tesoro; eso que da sentido a nuestra existencia. Es decir, esa luminaria a partir de la cual hacemos girar nuestras acciones cotidianas y nuestras tareas de sobrevivencia. Quien tiene una estrella de Belén no se desvía con facilidad de su proyecto vital o vive naufragando en los mares agitados de la mera sobrevivencia. 

Por supuesto, la estrella de Belén sólo es visible para algunas personas en determinadas circunstancias. O a lo mejor, su luz siempre está ahí, pero no todos la perciben o tienen su espíritu dispuesto para descubrirla. Se necesita cierta sutileza de mago para entrever entre la noche y el infinito cielo una estrella especial, una que anuncia un especial nacimiento. Tal vez se trate de un problema de afinamiento de los sentidos, de refinamiento de nuestras sensaciones. Quizá sea necesaria también una buena dosis de paciencia para permanecer muchas noches en vela contemplando el firmamento. Sea como fuere, la estrella de Belén es un astro de la oportunidad. Por eso es clave, cuando veamos o reconozcamos esa estrella, no postergar la salida, armarse de valor y entusiasmo para comenzar la romería o la aventura. La estrella de Belén nos invita a apreciar y tomar entre nuestras manos la resbaladiza piel del tiempo.

Por eso, más allá de que creamos o no en la natividad de Jesús, aún pasando por alto su halo de leyenda, lo importante en nuestra vida es no dejar de perseguir una estrella de Belén. Puede que ese astro sea para algunos un ideal que de pronto aparece o un negocio que asoma cuando menos lo pensábamos; o puede ser el emerger de un reto que parece inalcanzable aunque lo sabemos cierto y productivo para nuestro crecimiento; o puede tratarse de la manifestación de un sentimiento o un afecto por alguien que lanza sus llamados para que nos maravillemos con el milagro de la amistad, el amor, la solidaridad…  No hay que dejar de andar, como magos, en pos de una estrella. A veces, tendremos que dejar atrás muchas de nuestras certezas; despojarnos de vetustos miedos; atrevernos a dar el salto hacia lo inexplorado. Pero no debemos olvidar mirar hacia el cielo. No podemos claudicar a nuestra condición de ser criaturas opacas, sí, pero también seres fascinados y ansiosos por la transparencia de la luz.

(De mi libro Ser viento y no veleta. Pistas de sabiduría cotidiana, Kimpres, Bogotá, 2010, pp. 163-166 ).