Primera cohorte Maestría en Docencia - El Yopal (Casanare)

Primera cohorte Maestría en Docencia – El Yopal (Casanare)

No deja de ser emocionante, así sea en los más altos niveles educativos, el volver a estudiar. La sensación de convertirnos en alumnos pone a nuestra mente y a nuestro corazón en una tensión entre lo estimulante de lo nuevo y la desazón propia de lo desconocido.

Asumir otra vez el papel de ser estudiante, con sus angustias, sus logros y sus preocupaciones, hace que renazcan habilidades olvidadas, que se manifiesten miedos insepultos y que nuestra cotidianidad sufra –como debe ser– cambios o ajustes de toda índole. El sentarnos de nuevo en un pupitre y mostrarnos atentos a las enseñanzas de un maestro es, a todas luces, un tiempo de renovación. Cambian las rutinas a las que veníamos acostumbrados; cambian las prioridades; cambian los planes familiares; cambia el horizonte de nuestro futuro.

Y, sustancialmente, varían nuestros hábitos. Si no logramos que nuestra voluntad ordene nuestras aspiraciones, el impulso de estudiar se hará trizas a nuestros pies. Ir otra vez a la escuela nos demanda encontrar horas para leer, para escribir, para discutir con los colegas de grupo; y, de igual modo, disponer de un lugar y de tiempos para cumplir con las tareas. Entonces, si no logramos imponernos un orden o darle a la vida cotidiana una planeación adecuada, lo más seguro es que vengan los malos resultados escolares y, con ellos, la desmotivación o la renuncia. Insistamos: son los hábitos, los otros útiles que el estudiante debe llevar en su maleta.

Ya que hablé de útiles, digamos algo sobre ese otro asunto vital cuando retornamos a las aulas. El útil, lo sabemos, es una mediación de primer orden para facilitar el aprendizaje. Por ende, seleccionar los libros apropiados, contar con fuentes adicionales de referencia, conocer ciertas bases de datos y determinados recursos tecnológicos de hoy, además de un repertorio de útiles de registro, todo ello contribuye a mantener el ánimo y las ganas de estudiar. Si no tenemos esas herramientas –en las que desde el primer día insisten los maestros– perderemos fuerzas y tiempo tratando de desentrañar un término o buscando las relaciones entre uno y otro tema. De allí que el estudiar nos vuelva a llevar al uso de nuestra biblioteca o a la que la institución educativa tiene prevista para sus estudiantes. La biblioteca es el otro grupo de maestros, silenciosos y solícitos, que los centros educativos tienen dispuestos para aclarar nuestras inquietudes o ampliar nuestra necesidad de conocimiento.

Es evidente que asumirse como estudiante es aceptar responsablemente hacer las tareas. Si no se asume ese requisito será muy difícil, por no decir desagradable, el retornar a las aulas. La tarea es el yunque que nos permite saber la dureza de nuestros propósitos, la consistencia de nuestras metas. Dejar de hacerlas o hacerlas a medias es un indicador de que deseamos pasar por la institución educativa pero sin que ella pase por nosotros. Las tareas, su cumplimiento, es la mejor aduana cuando queremos ir de un estado a otra condición, hacer un cambio de nivel o grado de escolaridad. Las tareas son el trabajo propio del que se asume como estudiante, son la prueba permanente de sus aprendizajes. En consecuencia, lo fundamental es dedicarse a elaborarlas, poniéndoles todo el empeño y estando atentos para descubrir talentos de nosotros mismos que, si no fuera por las tareas, permanecerían ocultos o imposibilitados de dar sus mejores frutos.

Por supuesto, el regresar a la condición de aprendiz hace que aparezcan o resuciten determinados temores. Los más comunes son el miedo a no poder alcanzar las metas, el miedo a fracasar; y el temor al error, a equivocarnos o caer en el ridículo. Estos dos miedos se retroalimentan y crecen al juntar sus aguas. Pero, y eso es bueno saberlo, gran parte de esos miedos son infundados o magnificados por la edad o la ausencia de años de las academias. Hasta pueden ser “excusas” de nuestro psiquismo para permanecer en el mismo sitio y no salir a explorar lo desconocido. Lo mejor, entonces, es convencernos de que los errores hacen parte del aprendizaje; que es con nuestras fallas que los maestros preparan su mejor obra; que no es bueno inocularse el pesimismo sin darse la oportunidad de empezar el camino; que es deseable henchirse de cierta fe y una dosis alta de confianza para alcanzar nuestros objetivos. Al miedo, a los miedos tenemos que enfrentarlos con el escudo brillante de la entereza y la dedicación.

Retornar a estudiar es, de igual modo, adentrarse en el ambiente del diálogo y el trabajo en equipo. No se vive completamente esta vuelta a la escuela, si uno no se toma en serio el valor de hacerse a un grupo de estudio o de investigación. Ese parece ser otro beneficio de estar de vuelta a la academia. Los compañeros son parte constitutiva del ámbito escolar. Con ellos vivimos fraternalmente la experiencia de aprender, son la ayuda inmediata cuando tenemos dificultades, el paño de lágrimas al momento de equivocarnos, el abrazo solidario para vencer los obstáculos. Los compañeros de clase o de salón, esos amigos que iremos descubriendo, son otra de las claves inherentes al trabajo educativo y un beneficio adicional de convertirnos en genuinos estudiantes.

Pero lo más importante de volver a estudiar es esa alegría que se posa en nuestro espíritu; ese entusiasmo que invade todo nuestro ser. Tal vez esto se deba a que el sentirnos una vez más estudiantes es un anuncio de renovación, de resurgimiento. Al reavivar nuestros votos de estudiantes hacemos que lo esencial de nuestra condición humana recupere su ruta de desarrollo. Ese júbilo es la proclama de que renunciamos a estancarnos, a conformarnos con lo ya sabido. Volver a estudiar, por lo mismo, es una oportunidad para refrescar las semillas de nuestro proyecto de vida intelectual, una forma de refrendar nuestra vocación de descubrimiento y mantener indeclinable en la mente una utopía.