Ilustración de Koren Shadmi

Ilustración de Koren Shadmi

Decepcionada del cariño tranquilo de su esposo, Josefina decidió ofrecer su corazón a aquel hombre que le dijera la declaración de amor más hermosa. Así que, disimulando un tanto sus verdaderas intenciones, empezó a aceptar citas de amigos y conocidos, con el único fin de escuchar posibles elogios.

Joaquín, un compañero de estudios, fue el primero en confesarle, junto a un café, su amor inconfeso de tantos años. Mirándola con pudor, le dijo:

Mi amor por ti aumenta cuanto más lo callo, así que al confesártelo te estoy amando menos…

La mujer lo escuchó con atención. Y aunque se mostró cordial, supo en su interior que no eran esas palabras las que en verdad esperaba. Después se despidió de Joaquín, argumentándole un extenso viaje que tenía preparado desde hacía tiempo.

El segundo pretendiente, si es que así podría llamársele, lo descubrió Josefina en la misma oficina donde trabajaba. Fue una noche de viernes lluvioso cuando Daniel se ofreció para acercarla hasta su apartamento. En el automóvil, mientras amainaba la lluvia, el hombre de manos pequeñas le hizo una confesión:

Lo mejor de no poder tenerte es que disfruto tu ausencia todo el tiempo…

A Josefina le parecieron hermosas esas palabras pero no lograron conmoverla. Y aunque seguía lloviznando, se despidió de Daniel con un beso en la mejilla. El se ofreció para recogerla al otro día, y ella le contesto que sí, a sabiendas de que no iba a cumplir dicha promesa.

Otros hombres que desfilaron ante el oído de Josefina sufrieron la misma suerte de los anteriores enamorados. La mujer llegó a pensar que su búsqueda era inútil. Pero, una mañana de julio, cuando abrió como de costumbre su correo electrónico, halló un mensaje que la emocionó hasta las lágrimas:

Eres tan bella que cuando te miras en el espejo, él no sabe si reflejar la hermosura de tu cuerpo o las formas esbeltas de tu alma.

La mujer releyó varias veces el mensaje y cada vez que lo hacía aumentaban las palpitaciones de su corazón. Intrigada miró quién era el remitente; sin embargo, ninguna de las personas de su lista de correo se ajustaba a aquella clave. Confundida y ansiosa decidió contestar el mensaje. Escribió:

—¿Quién eres?

Pero no hubo respuesta. Y por más que insistió, no fue posible establecer contacto. Para consolarse, Josefina imprimió el mensaje y lo guardó en su billetera, detrás de la foto de su padre.

Después de este suceso, y como fruto de un presentimiento, la mujer decidió tener el hijo que tantos años le había negado a su marido.