Ilustración de Serre

Ilustración de Serre

Los estudiantes de posgrado, los de primer semestre de la Maestría en Docencia de la Universidad de La Salle, han venido trabajando conmigo el conocimiento y ejercicio de algunas técnicas para el desarrollo de la escritura. Les he propuesto escribir aforismos relacionados con el ser del estudiante. Aunque ya en este mismo blog he presentado algunos textos al respecto, me ha parecido oportuno ahondar un poco más en dicho modo de escritura.

Dado que el motivo es el ser del estudiante, trataré de mostrar un “detrás de cámaras”, el paso a paso en la redacción de algunos aforismos imantados por este eje temático.

Para comenzar pienso, por ejemplo, en cómo la edad va cambiando en el estudiante la actitud y disposición hacia el aprendizaje. Si en los primeros años de primaria se destacaba la alegría y la curiosidad, la iniciativa desbordante; después, en la adolescencia, empieza a aparecer el aburrimiento y una especie de “vergüenza” o miedo al ridículo que termina por silenciar a los jóvenes aprendices. Más tarde, en la edad adulta, aunque se cuenta con un interés genuino por aprender, lo que uno puede ver es que hay un inmenso temor a fracasar, a no lograr conseguir los objetivos académicos, y más si hace mucho tiempo no se visitaban las aulas universitarias… Hasta aquí una sumaria descripción de ese primer retablo de mi pensamiento; lo que sigue es tratar de poner tales reflexiones en una frase lo suficientemente concentrada como para que refleje el zumo de tales lucubraciones. Desde luego, el hecho de que la actitud del estudiante cambie con el tiempo invita, de una vez, a plantear un contraste. No sobra recordar que los contrastes contribuyen enormemente a que el aforismo logre su lado filoso, su agudeza en el planteamiento de las ideas.

Con los años, el entusiasmo y la alegría de aprender, van convirtiéndose en el estudiante en un miedo al ridículo y una zozobra ante el fracaso.

Esa podría ser una primera concreción de la reflexión arriba descrita. El aforismo tiene ya una estructura de contraste. Una época es contrastada por otra, y de cada una de esas etapas se han resaltado unas características esencialmente emocionales.

Bien podríamos quedarnos con este logro escritural. Sin embargo, prefiero creer que este primer producto es como una plataforma sobre la cual podemos construir alguna conclusión o evidenciarle al lector un descubrimiento, un juicio, una propuesta. ¿Qué podemos sacar en claro de esa trasformación?, ¿cómo afecta eso a los maestros?, ¿qué pasa, entonces, con el aprendizaje? Con estos cuestionamientos en mente podemos avanzar en nuestro ejercicio.

En consecuencia, entre más nos alejamos de la niñez menos disfrutamos del encanto del aprendizaje.

En consecuencia, si los maestros son exploradores y aventureros cuando trabajan con niños, deberían ser psicólogos al tratar de enseñarles a los adultos.

De allí por qué el aprendizaje sea un misterio cuando somos niños y un problema al llegar a adultos.

De allí que la plenitud del ser del estudiante no esté al final de su vida sino justo al comienzo.

Esas son como variaciones al tema anterior. Y ahora que menciono lo de variaciones recomiendo escuchar las Variaciones Goldberg de Bach para que nuestra mano se deje afectar por el ritmo de lo que parece similar pero que, en el fondo, es diferente. Pero volvamos a nuestro asunto. Lo bueno de pensar así, en variaciones, es que se van derivando otras ideas, se van ramificando como un árbol frondoso. Sirva de ilustración un aforismo que brotó de pronto, estimulado por el contraste que veníamos elaborando:

Si estudiar es mantener viva la curiosidad y el interés por lo desconocido, los buenos estudiantes son hijos de Peter Pan: seguirán siendo niños eternamente.

Es probable que, al igual que con el ejemplo anterior, despunten otros aforismos salidos de la cadena de ideas en la que estábamos inmersos. No obstante, para no perdernos, resumamos lo que hasta ahora hemos conseguido. Pongamos al frente la cosecha de esta primera etapa en la elaboración de aforismos:

Con los años, el entusiasmo y la alegría de aprender, van convirtiéndose en el estudiante en un miedo al ridículo y una zozobra ante el fracaso. En consecuencia, entre más nos alejamos de la niñez menos disfrutamos del encanto del aprendizaje.

Con los años, el entusiasmo y la alegría de aprender, van convirtiéndose en el estudiante en un miedo al ridículo y una zozobra ante el fracaso. En consecuencia, si los maestros son exploradores y aventureros cuando trabajan con niños, deberían ser psicólogos al tratar de enseñarles a los adultos.

Con los años, el entusiasmo y la alegría de aprender, van convirtiéndose en el estudiante en un miedo al ridículo y una zozobra ante el fracaso. De allí por qué el aprendizaje sea un misterio cuando somos niños y un problema al llegar a adultos.

Con los años, el entusiasmo y la alegría de aprender, van convirtiéndose en el estudiante en un miedo al ridículo y una zozobra ante el fracaso. De allí que la plenitud del ser del estudiante no esté al final de su vida sino justo al comienzo.

Mirados en conjunto se puede notar que en algunas de esas alternativas es más evidente el logro o la agudeza de la ideas; otras de esas variaciones podrían mejorarse un poco, aunque para los fines de este escrito considero que ya serían un logro significativo.

Habría que mirar enseguida con más detalle y cuidado de filigranista la textura o la elección de las palabras. Aquí es muy útil un diccionario razonado de sinónimos y, por supuesto, el Diccionario de uso del español de María Moliner. Lo importante es revisar si los términos que elegimos son los más adecuados, los más precisos, los de mayor radiación semántica. Valga decir, y sigo manteniéndome en la lógica de los anteriores ejercicios, qué tanto ganaría el aforismo si en lugar de “años” usáramos “edad” o si en lugar de “entusiasmo” acudiéramos a “vigor” o “motivación”. Cada elección hará que cambie la brújula o el sentido de lo que deseamos expresar. O cuánto hay de ganancia o de pérdida si en lugar de “convirtiéndose” empleáramos otra palabra como “transformándose” o “mudándose”. Puede parecer que tales elecciones no importan; sin embargo, son fundamentales cuando asumimos el tono aforístico. A eso, además, habría que añadirle la necesidad de ver cómo encajan esos términos en la línea rítmica de la frase, en qué casos la inclusión de un término producirá una cacofonía o sonará disarmónico o monótono. Los buenos aforistas, no hay que olvidarlo, deben intentar diversos ropajes para el mismo cuerpo de una idea. No es suficiente conformarse con la primera versión, con el primer hervor de nuestro pensamiento. ¿Qué tal, demos por caso, si comenzáramos a diseñar otra organización sintáctica o replanteáramos la puntuación inicial? Todo esto influye en el resultado final, todo ello contribuye a que el aforismo adquiera una afilada forma o aguce su estructura lingüística.

Con la edad, la motivación y la alegría por aprender, van convirtiéndose en el estudiante en el temor al ridículo y una angustia ante el fracaso.

A medida que tenemos más años y si de nuevo somos estudiantes, la motivación y la alegría por aprender van convirtiéndose en temor al ridículo y miedo hacia el fracaso.

Si somos de nuevo estudiantes, y ya tenemos muchos años, la motivación y la alegría de aprender ceden su paso al temor al ridículo y el miedo ante el fracaso.

Las posibilidades aumentan en cuanto escuchamos cómo suena nuestra prosa; y lo más aconsejable es ponerle varios atuendos a la figura base seleccionada. Yo prefiero “años” a “edad” porque recoge una herencia de oralidad, de sabiduría popular. “Alguien de muchos años”, decimos; “es una cosa que solo logrará aprenderse con los años”, se cuenta. Y me gusta más “entusiasmo” que “motivación” porque lo primero subraya el brío, la fuerza propia de la vida que empieza; no digo con ello que no sirva “motivación” sino que el otro vocablo se ajusta más a mi intención de destacar el ardor y el ímpetu, lo físico de esas épocas iniciales en que somos capaces de tragarnos el mundo.

Me gusta también trabajar con ideas directas y no con ideas subordinadas; no me parece acertado usar demasiados incisos o fracturar con explicaciones lo que debería ser una limpia aseveración, fulgurante por su claridad. Prefiero, por lo mismo, reiterar antes que alargar demasiado el tejido del aforismo. Sobra decir que, por eso, son el punto seguido y el punto y coma los signos de puntuación más utilizados por los aforistas. Las ideas deben ser expuestas de manera lapidaria, lacónica. El ornato excesivo, el barroquismo, riñe con el aspecto clásico de la arquitectura aforística.

Demos un salto y miremos de nuevo el tema motivo de nuestras reflexiones: el ser del estudiante. Cambiemos el foco y, en lugar del contraste, utilicemos otro recurso, la ironía. Ahora es bueno acudir a la parodia o la hipérbole que es tanto como trazar una caricatura.

Se me ocurre que cabría observar el conflicto que vive el estudiante –en especial si es muy joven– entre las demandas de su edad y las exigencias del centro educativo. Sabemos que a veces esas confluencias son más un choque que un encuentro feliz. Por eso Ortega y Gasset decía que estudiar era una necesidad impuesta desde afuera, y por eso también el aprendizaje parece una obligación autoritaria. Porque, no nos digamos mentiras, cuando se es joven y se tiene la fortuna de contar con los recursos económicos suficientes, pues lo deseable es dormir, estar con amigos, disfrutar del baile y las fiestas, y no andar precisamente metido de narices entre los libros. Así que la juventud está hecha de irresponsabilidad, de negación a las normas, de prelación por lo inmediato. Entonces, bien podríamos ironizar tal situación o sacarle provecho a este presunto interés del joven de entrar a la universidad para ser “un buen estudiante”.

Cuando se es joven, la mente del estudiante finge no atender las demandas del cuerpo. Pero como en todo fingimiento, el deseo se superpone al ideal.

Las buenas intenciones de estudiar de los colegiales se parecen a los votos de castidad de los demonios lujuriosos.

Cuando el joven estudiante dice que se preparó para el examen lo que en verdad afirma es que acepta el veredicto del azar y la fortuna.

Salta a la vista que por esta vía podemos obtener muy buenos resultados. Es oportuno recordar que la ironía o el humor han sido canteras que los grandes aforistas han explotado hasta la saciedad. La ironía es un medio para hacer crítica de las costumbres, para desvelar falsas conciencias, para desmitificar verdades reveladas.  Y el buen aforista escarba debajo de lo evidente, obliga al lector a mirarse en un espejo. Un espejo minimalista pero con lente amplificado.

Hay estudiantes que su mayor logro académico consiste en haber asistido a clase durante un semestre pero sin aprender nada.

Hasta acá esta radiografía del escribir aforismos. Bien podríamos tomar otra ruta y empezar a reflexionar sobre los vínculos entre el estudiante y el maestro o las peripecias de los estudiantes cuando pierden un año escolar o las mañas y los trucos ideados por ellos para sobrevivir en la batalla de los exámenes y las pruebas académicas. En todo caso, y ese era el propósito esencial de estas páginas, la escritura de aforismos requiere un largo meditar y una continua labor de tejer y destejar ideas, buscando con ello eliminar lo superfluo para quedarnos con la esencia de los seres, el mundo o la vida. Porque la escritura de aforismos es una buena forma de quitarle a nuestro pensamiento tanto fárrago y lastre inútil, y es una buena arena para desarrollar la precisión semántica y la estructura cuidadosa de una frase.