Ilustración de Andrea Offermann.

Ilustración de Andrea Offermann.

ÍTACA
 
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
 
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente 
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita a muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
 
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
 
Ítaca te regaló tan hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
 
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.
 
Constantino Cavafis
 

El poema “Ítaca”, del griego Constantino Cavafis, es uno de esos textos que ya hacen parte del patrimonio lírico de la humanidad. Un poema emblemático de nuestra travesía vital y un canto de inspiración para iniciar nuevos proyectos. Cada línea de este poema subraya la necesidad de mantener la maleta liviana para que nuestro espíritu se anime a levar anclas y logre, al final del viaje, estar repleto de sabiduría.

Antes de comentar cualquier otra cosa, digamos que Ítaca es un símbolo de nuestros sueños más queridos o de nuestras metas más anheladas. Ítaca es, en este sentido, un motivo para empezar la diáspora personal, un aguijón para nuestro seguro y cómodo sedentarismo, un impulso para vencer los miedos. Ítaca es la razón por la cual vale la pena vivir y el sentido que ilumina una existencia. De allí por qué no importe mucho su riqueza o su magnificencia; no es un botín de guerra, sino un ideal que jalona nuestro espíritu, una fuerza que nos lanza a la aventura, al viaje, a convertirnos y descubrirnos como seres con vocación de utopía.

Cavafis, por supuesto, sabe que muchas personas no se atreven a responder a ese llamado de su Ítaca porque tienen demasiados miedos en su alma, o porque su pensamiento es excesivamente rastrero. Los Lestrigones y los Cíclopes, esos gigantes salvajes, capaces de devorar nuestra incipiente marcha, están en nuestro propio espíritu, habitan en nuestro propio cuerpo. Pero no hay que temerles, dice el poeta, si mantenemos limpia nuestra conciencia y ponemos bien en alto nuestros ideales; no hay que temerles a las maldiciones airadas, a los insultos o a la murmuración de todos esos seres que ven como enemigos a los que se atreven a viajar por tierras extranjeras. Tampoco hay que temer a los acantilados, a las tormentas, a los abismos infernales o a las peripecias del camino; no debemos permitir que los obstáculos se nos metan como espinas en el corazón, que sean más grandes que nuestros sueños.

El otro asunto que Cavafis señala en varias partes del poema es que en cualquier viaje que emprendamos, ojalá el recorrido sea bien largo; entre otras cosas, para tener variadas experiencias, para visitar muchas ciudades, para “arribar a bahías nunca vistas”. El camino –contrario a lo que podría pensarse desde una óptica de la inmediatez– debería ser bien largo para tener la oportunidad de enriquecernos con personas y saberes, con conocimientos y aprendizajes de toda índole. En esa extensa ruta tendremos la ocasión de tratar con los poderosos y con los humildes, de adquirir la destreza para descubrir dónde hay “hermosas mercancías” y, especialmente, disponer de un largo tiempo para aprender de los sabios que, siempre habitan, en los pueblos solitarios y remotos.

Todo parece indicar que el viaje provocado por esa fuerza interior que son las Ítacas, confluye en nuestra vejez. La idea del poeta es que lleguemos a esa edad enriquecidos por el viaje, con los bolsillos llenos de perfumes, de “ricas mercancías”, y un caudal diverso de oficios y talentos depurados. Que nuestros últimos años sean el resultado de todo “lo ganado en el camino”. Para que no sean sólo años y achaques los que hayamos acumulado, sino también una vigorosa sabiduría. Ese es el secreto contenido en las Ítacas; esa la hermosura del viaje de la vida aprovechado a plenitud.

Pase lo que pase, estemos donde estemos, no podemos dejar de “tener a Ítaca en la memoria”, nos recomienda Cavafis. Al igual que un sol o una estrella de la noche, debemos mantener en el cielo de nuestro espíritu esas metas, esos propósitos, esos lejanos ideales. Por ellos partimos y por ellos regresamos: son brújulas invisibles, guías de caminantes, rosas de los vientos. Si dejamos de pensar en esas Ítacas, si nos contentamos con lo que ya tenemos domesticado, nos perderemos la fertilidad de la aventura, nos negaremos la posibilidad de vivir en carne propia el vasto y diverso mundo abierto ante nuestros ojos.

(De mi libro Vivir de poesía. Poemas para iluminar nuestra existencia, Kimpres, Bogotá, 2012, pp. 185-189).