El poema “Ítaca”, del griego Constantino Cavafis, es uno de esos textos que ya hacen parte del patrimonio lírico de la humanidad. Un poema emblemático de nuestra travesía vital y un canto de inspiración para iniciar nuevos proyectos. Cada línea de este poema subraya la necesidad de mantener la maleta liviana para que nuestro espíritu se anime a levar anclas y logre, al final del viaje, estar repleto de sabiduría.
Antes de comentar cualquier otra cosa, digamos que Ítaca es un símbolo de nuestros sueños más queridos o de nuestras metas más anheladas. Ítaca es, en este sentido, un motivo para empezar la diáspora personal, un aguijón para nuestro seguro y cómodo sedentarismo, un impulso para vencer los miedos. Ítaca es la razón por la cual vale la pena vivir y el sentido que ilumina una existencia. De allí por qué no importe mucho su riqueza o su magnificencia; no es un botín de guerra, sino un ideal que jalona nuestro espíritu, una fuerza que nos lanza a la aventura, al viaje, a convertirnos y descubrirnos como seres con vocación de utopía.
Cavafis, por supuesto, sabe que muchas personas no se atreven a responder a ese llamado de su Ítaca porque tienen demasiados miedos en su alma, o porque su pensamiento es excesivamente rastrero. Los Lestrigones y los Cíclopes, esos gigantes salvajes, capaces de devorar nuestra incipiente marcha, están en nuestro propio espíritu, habitan en nuestro propio cuerpo. Pero no hay que temerles, dice el poeta, si mantenemos limpia nuestra conciencia y ponemos bien en alto nuestros ideales; no hay que temerles a las maldiciones airadas, a los insultos o a la murmuración de todos esos seres que ven como enemigos a los que se atreven a viajar por tierras extranjeras. Tampoco hay que temer a los acantilados, a las tormentas, a los abismos infernales o a las peripecias del camino; no debemos permitir que los obstáculos se nos metan como espinas en el corazón, que sean más grandes que nuestros sueños.
El otro asunto que Cavafis señala en varias partes del poema es que en cualquier viaje que emprendamos, ojalá el recorrido sea bien largo; entre otras cosas, para tener variadas experiencias, para visitar muchas ciudades, para “arribar a bahías nunca vistas”. El camino –contrario a lo que podría pensarse desde una óptica de la inmediatez– debería ser bien largo para tener la oportunidad de enriquecernos con personas y saberes, con conocimientos y aprendizajes de toda índole. En esa extensa ruta tendremos la ocasión de tratar con los poderosos y con los humildes, de adquirir la destreza para descubrir dónde hay “hermosas mercancías” y, especialmente, disponer de un largo tiempo para aprender de los sabios que, siempre habitan, en los pueblos solitarios y remotos.
Todo parece indicar que el viaje provocado por esa fuerza interior que son las Ítacas, confluye en nuestra vejez. La idea del poeta es que lleguemos a esa edad enriquecidos por el viaje, con los bolsillos llenos de perfumes, de “ricas mercancías”, y un caudal diverso de oficios y talentos depurados. Que nuestros últimos años sean el resultado de todo “lo ganado en el camino”. Para que no sean sólo años y achaques los que hayamos acumulado, sino también una vigorosa sabiduría. Ese es el secreto contenido en las Ítacas; esa la hermosura del viaje de la vida aprovechado a plenitud.
Pase lo que pase, estemos donde estemos, no podemos dejar de “tener a Ítaca en la memoria”, nos recomienda Cavafis. Al igual que un sol o una estrella de la noche, debemos mantener en el cielo de nuestro espíritu esas metas, esos propósitos, esos lejanos ideales. Por ellos partimos y por ellos regresamos: son brújulas invisibles, guías de caminantes, rosas de los vientos. Si dejamos de pensar en esas Ítacas, si nos contentamos con lo que ya tenemos domesticado, nos perderemos la fertilidad de la aventura, nos negaremos la posibilidad de vivir en carne propia el vasto y diverso mundo abierto ante nuestros ojos.
(De mi libro Vivir de poesía. Poemas para iluminar nuestra existencia, Kimpres, Bogotá, 2012, pp. 185-189).
Ariadna dijo:
Emprender la odisea, por difícil o imposible que esta parezca… Qué lección tan apropiada para estos días de inicios. Vivir la cotidianidad a veces hace olvidar Ítaca, esa sentencia de no perder de vista el norte es imprescinidible. Gracias por recordarla, por traerla, por compartirla.
Considero además que todo viaje, como hermoso regalo que la vida nos da, es justo en sí mismo la experiencia misma llena de satisfacciones y aprendizajes previos al destino mismo. LLegar allá enriquecidos con los pormenores del trayecto se opone al afán constante de la vida agitada que solo reconoce la llegada sin importar el camino. Saber que Ítaca es solo eso, el lugar de destino y es a su vez el motivo mismo del viaje, será pues la motivación para empezar a pesar de los vientos en contra, esta nueva travesía.
Gracias Siempre MAESTRO!
fernandovasquezrodriguez dijo:
Ariadna, gracias por tu comentario. Ítaca es un símbolo de nuestros proyectos más íntimos, del horizonte esencial que no podemos perder de vista a lo largo de nuestra vida. Ítaca es una advertencia a nuestro amodorramiento existencial.