Patente de la máquina de afeitar Gillette.

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Las cosas guardan ocultas muchas caras y, al igual que Vishnú, sólo muestran un rostro a quien con devoción y paciencia se anima a describirlo.

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El ojo del que describe determina un primer encuentro con las cosas; lo siguiente, es más un ejercicio de la memoria y la imaginación.

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Si se ignoran los detalles de una cosa la descripción pierde su esencia; si son tan copiosos, lo que se pierde es la unidad del objeto.

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El esfuerzo de quien hace una descripción es éste: aunque cada detalle pasajero lo seduzca, él debe ser fiel a los encantos seguros del conjunto.

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Una descripción es una instantánea hecha de palabras. El buen fotógrafo como el escritor sólo capturan un momento de los seres o las cosas.

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En algunas ocasiones para lograr una buena descripción es necesario que el observador cambie de lugar o modificar la posición de lo observado. En consecuencia, las descripciones excelentes son el resultado de haber descubierto la justa posición.

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Hallar el adjetivo preciso para que un sustantivo logre su mejor caracterización es asunto de larga experiencia. Las descripciones fallidas tienen como causa la herida de un adjetivo mal empleado.

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Las preposiciones hacen las veces de puntos cardinales en una descripción. Es obvio, el lector necesita orientarse en la selva de los pormenores.

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Aquellos científicos que hacen sus descripciones ayudados por un lente de aumento tienen una ventaja y una desventaja. Ganan en profundidad pero pierden en extensión.

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Si se desean describir los pormenores del árbol se perderán las minucias del bosque. La conclusión es aleccionadora: no se puede servir fielmente en todos los detalles a dos amos a la vez.

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Los primeros cronistas de Indias describieron las cosas no por lo que eran en sí sino por el parecido que tenían con los objetos conocidos.

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De la misma manera que los remaches o los tornillos unen discretamente las partes de un objeto, así debe ser la puntuación empleada por el autor de descripciones.

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Los objetos tienen marcas y huellas del uso o el trato cotidiano. Describir tales señales es ser como un notario del tiempo.

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Dar cuenta de los matices y las tonalidades de color es, para un escritor de descripciones, una prueba de su agudeza lingüística al nombrar mínimas distinciones.

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El que está aprendiendo a describir se afana por enumerar los elementos; el maestro del oficio, percibe las partes dispuestas en una clarísima composición.

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Si bien es cierto que al describir se necesita especialmente de la vista, no es menos importante oler y tocar el objeto de nuestro interés. El que hace una descripción convierte todo su cuerpo en un radar de percepciones.

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Al cronista de prensa se le pide que describa los hechos para contarnos los pormenores de la noticia; al que describe un objeto, que convierta una cosa en un acontecimiento.

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Aunque escasos, hay escritores que logran convertir sus descripciones en otra forma de la acción. Cuando así sucede, la descripción ya no es un decorado sino un personaje del relato.

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Los escritores expertos en la descripción no crean ambientes; van más allá, construyen atmósferas. Es decir, logran con sus palabras involucrar al lector en la historia.

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Resulta útil e interesante acostumbrarse a describir cuadros o fotografías. No sólo por el reto de obtener una copia escrita de una imagen sino para aprender el arte de la composición.

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¡Qué difícil la tarea de los etnólogos de culturas remotas! ¿Cómo nombrar lo desconocido sin traicionar su identidad local?, ¿cómo describir lo autóctono sin echar mano de vocabularios foráneos?

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Al igual que el fotógrafo busca el mejor ángulo, el escritor de descripciones necesita encontrar un detalle esencial. Fotógrafo y escritor persiguen lo oculto en lo evidente.