Fotografía de Sara Facio y Alicia D'Amico.

Fotografía de Sara Facio y Alicia D’Amico.

Sintámonos tristes por la ida de nuestro García Márquez. Lamentémonos de no tenerlo más con nosotros y de haber perdido a uno de los grandes escritores en lengua castellana. Deploremos el no contar con su segundo libro de memorias o con sus perfectos cuentos o seguramente con las nuevas novelas que seguían bullendo en su memoria prodigiosa. Hagamos un gesto de respeto por un maestro de la literatura. Si es necesario, y sin falsos pudores, dejemos que algunas lágrimas se sumen solidariamente al llanto de su familia y de sus amigos más cercanos. O si tenemos un espíritu más pudoroso, apartémonos un poco y musitemos, en silencio, una oración piadosa.

También podemos pedirles a sus personajes de ficción, sus ángeles de la guarda, que le lleven de la mejor manera a la infinita eternidad. Y a esos soñados jardines de mariposas amarillas y olorosos a guayaba. O invocar al mago Melquíades para que elabore algún elíxir desconocido que nos permita encontrar entre sus papeles sin publicar la segunda parte de Cien años de soledad. O si queremos mantenernos fieles a la tradición de sus ancestros costeños deberíamos entonar algún canto vallenato, ojalá de Leandro Díaz, para que nuestra tristeza se refunda con la cadencia de los sones y los merengues interpretados por un acordeón, una caja y una guacharaca.

Aunque también podemos hacerle otro homenaje a “Gabito”. Podemos retomar y releer sus obras. Sumergirnos de nuevo en su Macondo y en las historias maravillosas que luchaban para ser menos reales que la misma realidad. Perdernos en sus personajes obsesionados por un destino tan inevitable como incierto. O adentrarnos en aquellos relatos que de manera natural nos hacían volver a creer en los milagros y en el poder de la imaginación. Volvamos a leer a García Márquez para que su muerte verdadera sea una muerte imposible. O para que su fallecimiento apenas sea una desaparición.

Cuánta admiración y gratitud a García Márquez. Por enseñarnos que las historias de provincia pueden tener alcance universal; por demostrarnos que la vocación de escritor existe a pesar de las dificultades económicas y la maledicencia; por poner el nombre de Colombia al lado de los grandes de la literatura universal; por creer con fe de carbonero en las secretas lógicas del azar y lo inexplicable; y por regalarnos unos símbolos inéditos para representarnos la dignidad, la soledad, la desesperanza y el amor imposible. Que sean, entonces, estas palabras un manojo de astromelias puestas respetuosamente sobre el féretro del maestro.