La clase es un lugar físico, no siempre cómodo y confortable, pero en lo posible limpio y adecuado a las necesidades educativas de reunirse para compartir saberes y experiencias. En este primer sentido, la clase se emparenta con el escenario de un teatro o la sala de cine. Advirtamos que, en cuanto espacio preparado para una función específica, la clase demanda ciertos comportamientos y normatividades: no cualquiera puede entrar a ella y, dentro de ella, hay que atender a determinadas prácticas que pueden convertirse en genuinos rituales.
Pero la clase es también un “no lugar” en donde confluyen expectativas no cumplidas, deseos subterráneos, conflictos de una determinada edad, angustias y esperanzas de aquellos que se consideran estudiantes. Este otro sentido de la clase, tan cercano a lo que algunos estudiosos han llamado el currículo oculto, también habita o gravita en el lugar físico. La clase, desde esta mirada, puede ser sentida como “pesada”, aburrida”, “innecesaria”, “cansona” al sopesarla o aquilatarla con ese otro fluir de los jóvenes en el que parece más necesaria la aventura, el estar en movimiento o el experimentar la vida que comienza. Esta fractura es inevitable. Entre otras cosas porque el estar en clase riñe muchas veces con una verdadera vocación o porque en la edad de las diásporas no siempre es fácil aceptar el sedentarismo.
Por supuesto, existen docentes capaces de involucrar o percatarse de ese no ambiente en su salón de clase. Maestros con apropiadas estrategias didácticas para volver interesante o al menos entretenido ese espacio físico de las cuatro paredes. Educadores que no dejan por fuera las angustias, los sueños, los conflictos, las frustraciones, los miedos de sus estudiantes. A veces logran cabalmente su cometido y, otras, los no lugares de los estudiantes se quedan como sombras o brumas informes afuera de la clase. No siempre es fácil que confluyan; no siempre es conveniente; no siempre puede saberse con certeza que hemos logrado apropiarlas o delinear su figura.
Si tenemos en mente a Roland Barthes, cuando hablaba del seminario, lo más interesante de la clase, es el “ir a ella”. En esa acción de camino, de tránsito, puede entreverse un escenario esencialmente educativo o formativo. Decimos, en esa misma perspectiva, que vamos al cine o vamos de paseo. Ese ir subraya una intención, una voluntad y un propósito. Quizá nuestros estudiantes no han acabado de entender las implicaciones de tal encaminarse, o de pronto nos ha faltado tacto a las instituciones educativas para enseñarles lo esencial de tal acción. A lo mejor hemos dejado el ir a clase como ocupar un sitio en un lugar físico, dejando de lado “los no lugares” que también acompañan a nuestros estudiantes.
Es posible también que los docentes hayamos banalizado este acto y nos quedamos con la mera cáscara de la asistencia de nuestros estudiantes. Especialmente cuando las resonancias de lo virtual parecen desdibujar los espacios físicos. Sin embargo, así sea en la fría mole de un edificio o en el confortable espacio de nuestro cuarto, el ir a clase demanda entrar en una zona o una dimensión diferente a las cotidianas. Implica disponerse o adentrarse en el espacio del aprendizaje. O, si se prefiere, conlleva a que nuestros estudiantes reconozcan y asuman las particularidades del territorio educativo. Una tierra que sigue siendo, a pesar del tiempo, zona sagrada.
Francia Lozano (Maestria en Docencia I semestre) dijo:
Es importante fomentar la enseñanza del arte en la escuela, puesto que su aprendizaje acrecienta la creatividad en los niños.
Argumento por Analogía
En ocasiones la escuela posee el espacio de formación para el arte; este salón, se caracteriza por poseer una gran cantidad de materiales, pinturas, lienzos, paletas, etc. Que permiten al aprendiz desarrollar su potencial y creatividad, por esta razón el valor de este espacio es incalculable, ya que consciente crear y vivenciar el arte en los educandos; del mismo modo para el chef en el restaurante la cocina es su centro de invención, los ingredientes, utensilios, estufa, la gramera, etc. Permiten ser el lugar donde se mezclen colores y texturas que estimulan al cocinero a realizar su mejor plato y explotar su talento.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Francia, gracias por tu comentario. Precisa la tesis. Considero bastante difusa la analogía. Revisa.
Katherine Rocha Vargas dijo:
En muchas ocasiones nos olvidamos que estamos tratando con personitas que al igual que nosotros también tienen inconvenientes, problemas, preocupaciones etc. Leer tu publicación me lleva a seguir reflexionando acerca de cada vivencia de nuestros estudiantes en la escuela. Debemos generar mejores espacios, espacios que propicien confianza, que sea agradable en todo sentido.
ser maestro es amar a los estudiantes en todo momento .
Gracias maestro.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Katherine, gracias por tu comentario.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Francia, cordial saludo. Bien la tesis. Valdría la pena organizarla de una mejor manera. No es clara la analogía. ¿Es la cocina, el chef? Analiza concienzudamente la relación.
Francia Lozano (Maestria en Docencia I semestre) dijo:
Hipótesis
Es importante fomentar la enseñanza del arte en la escuela, puesto que su aprendizaje promueve la creatividad en los niños.
Argumento por Analogía
En ocasiones la escuela posee el espacio de formación para el arte; cada material hallado es útil para pintar, tallar, crear, el niño busca producir su mejor trabajo a través de la experimentación, encauzándolo a la creación de nuevas obras de arte, a su vez esto se asemeja con un gran restaurante en donde la cocina se convierte en el espacio de innovación, los utensilios e ingredientes que utiliza nuestro chef para crear su mejor plato, lo motivan a experimentar, de la misma manera que el estudiante de arte, para así presentar la mejor creación a su mentor.
Gladys Perdomo de Bravo dijo:
Siempre he pensado que el verdadero educador hace de su espacio un lugar donde los muchachos tengan la suficiente confianza para comunicar sus sentimientos, ideas y opiniones. Pronto termino mi ejercicio en la profesión y me retiro con la convicción de haber dado lo mejor, aunque en algunos casos siento que no tuve las herramientas (de carácter diferente al pedagógico) para apoyar e incentivar a algunos de mis alumnos a afrontar los problemas de su vida cotidiana para superarlos
Sí, el salón de clase es un excelente lugar para establecer lazos, conexiones, y aprender del otro.Físicamente se necesita un cambio casi diario de disposición de los elementos, para abrir espacios, so.rprender y aprender.
Gracias Fernando por este artículo.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Gladys, gracias por tu comentario. Resalto la necesidad de contar con “herramientas” diferentes a las de carácter pedagógico “para apoyar e incentivar a los alumnos”. Pienso que antes, la psicología educativa daba pistas valiosas al respecto.