Son más las voces y los textos que nos hablan hoy del ganar, del atesorar, del perdurar y del enriquecernos, que aquellos otros enfocados en reflexionar sobre las pérdidas y las derrotas. Es en esta última perspectiva donde se ubica el poema “Un arte” de la poetisa norteamericana Elizabeth Bishop. Un texto profundamente meditativo, centrado más en el aprendizaje de las pérdidas que en la algarabía de los que pregonan el éxito fácil y el triunfo a cualquier precio.
Mirado en conjunto, el poema de Bishop nos invita a ir en un crescendo, de lo nimio a lo más grande: desde los objetos banales hasta las estimadas posesiones; después, aprender a perder las reliquias atesoradas, los ambientes amados, las ciudades queridas… Y luego, lo más difícil, aprender a perder a las personas, a los seres que hemos amado. Así, aunque parezca difícil de aceptar, debemos ir aprendiendo el arte de perder. La poetisa considera que tal proceso es un arte, entre otras cosas, porque se va aprendiendo poco a poco. No es un aprendizaje que se dé de un momento a otro en nuestra vida; hay que ir asimilándolo día a día, con experiencia, con sabiduría.
¿Y por qué estas pérdidas no son un desastre? ¿Por qué Elizabeth Bishop nos dice que debemos escribirlo? Porque olvidamos que además de piel y músculos, de nervios y sangre, estamos hechos de tiempo. Somos seres de memoria y de costumbres. Dada esa condición, tenemos la capacidad para adaptarnos a las nuevas circunstancias; quizá buena parte de nuestra sobrevivencia como especie se deba a esa vocación para la adaptabilidad. Es normal, por lo mismo, que nos acostumbremos a un ambiente, a determinados objetos, a ciertas personas; pero, de igual modo, nos vamos acostumbrando también a su ausencia o a su pérdida. Porque además tenemos la facultad del olvido, esa otra manera de “aprender a perder”. Tal vez sepamos estas cosas, pero cuando enfrentamos la pérdida de algo o de alguien, nos obstinamos en no aceptarlo. La vida sigue adelante, esa es una lección para repetirnos cada vez que perdamos alguna de nuestras posesiones más queridas.
De otra parte, está nuestra terquedad por el apego. Ese es uno de los grandes inconvenientes para aceptar las pérdidas en nuestra vida. El apego, debemos tenerlo presente, es una de las causas profundas de nuestros sufrimientos. El apego es la no aceptación de que las cosas cambian, de que las personas crecen, de que la vida evoluciona. El apego es nuestra terquedad por mantener inalterables la siempre dinámica y sinuosa vida. Nos hemos creído, o lo hemos aceptado cándidamente, que todo debe permanecer inmodificable, que nuestros cuerpos no pueden envejecer, que siempre seremos jóvenes, que nunca se agotará el dinero en nuestras arcas. Nos hemos apegado tanto a los bienes materiales y a las personas que para donde miremos usamos el ojo paralizante de Medusa. Allí, en esa dependencia del apego, hay otra razón para que sea difícil el aprendizaje de perder.
Es innegable que echaremos de menos a algunas personas cuando ya no estén con nosotros; por momentos, sentiremos pesadumbre al perder un empleo al que estábamos acostumbrados o una posesión por la que luchamos arduamente; padeceremos oleadas de incisiva rememoración por épocas o momentos pretéritos que nos fueron altamente significativos, pero eso será por un tiempo y “no será ningún desastre”. Otras personas ocuparán el puesto que nosotros teníamos; nuevos proyectos y nuevos ideales desplegarán sus alas; inéditas tierras reclamarán el tesón y la valentía de jóvenes descubridores. Así ha sido siempre a lo largo de nuestra humanidad. También es esa la manera como la vida avanza y crece y fructifica. Si nos quedáramos paralizados por el rostro de la Gorgona de la conservación eterna, sólo tendríamos a nuestro alrededor un museo de cosas y personas muertas.
Realista y sincero el poema de Elizabeth Bishop del cual hemos hablado. Realista porque nos advierte que no somos irremplazables ni inmortales. La finitud y el olvido también están en nuestros genes. Y sincero porque, usando ese tono de fraterna compañía, nos ofrece un consejo esencial sobre nuestra condición humana: hay que aprender a perder porque, de otra manera, no seguiríamos adelante. Las pérdidas, si así lo hemos comprendido, son el lastre que debemos liberar si es que ansiamos continuar ascendiendo en el globo de nuestra existencia.
(De mi libro Vivir de poesía. Poemas para iluminar nuestra existencia, Kimpres, Bogotá, 2012, pp. 71-76).
Valeria dijo:
EXCELENTE. Tuve la oportunidad de escuchar el primer párrafo de este hermoso Poema cuando vi la película “Siempre Alice” ; donde trataban el tema del Alzheimer. Mas sin embargo, hasta hoy es que tomo la iniciativa de buscarlo en internet. Hasta ahora leyendo completo el poema logro comprender su grandeza. A parte, de parecerme también Grande y explicita la reflexión y palabras con que describes ese Gran Poema. Te Admiré Sr. Fernando Vasquez .
Mis respetos
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Valeria, gracias por tu comentario.
Cecilia Bustamante dijo:
Cordial saludo y mil gracias por colocar temas tan edificantes.
Sobre aprender el arte de perder debo decir que en general, definimos la victoria y la derrota de una manera tan excluyente que sólo un pequeño porcentaje de personas logra su cometido, a menudo sacrificando el resto de su vida o padeciendo las consecuencias de haberlo dado todo por una meta efímera. Bajo esta perspectiva, no deberíamos centrar todos nuestros esfuerzos en el premio, sino considerarlo como un reconocimiento adicional a nuestro esfuerzo.
Avanzando en el arte de aprender a perder también hay ganadores. Los ganadores se esfuerzan, perseveran y continúan mejorando en lo que hacen, más allá de si consiguen o no la victoria. Tienen objetivos, que proporcionan dirección y motivación, pero reconocen que la satisfacción prolongada proviene de la experiencia diaria de acercarse un poco más a un objetivo deseado. Aun con eso y con todo, los ganadores no tienen miedo a perder: aprenden de la derrota, en definitiva, no dejan de serlo cuando pierden, y aprenden tanto de la derrota como de la victoria.
Creo que aquí se ve bastante bien como tenemos una malsana obsesión con la victoria: Cuando la victoria llega sin elegancia, actitud, juego limpio, espíritu de camaradería, ¿sigue siéndolo? Lastimosamente la respuesta es afirmativa. Se vio en este mundial en el partido de Colombia-Brasil. Pero claro también hay “justicia divina” vinieron consecuencias. En este sentido se puede decir que la victoria es una meta efímera “que promete más de lo que ofrece”, que deja un peligroso vacío en quienes han dedicado sus esfuerzos a perseguir un logro concreto, con un instante fugaz de popularidad.
Leyendo un poco más acerca del tema, me encontré con estas diferencias entre un ganador y un perdedor que quiero compartir:
Cuando un ganador comete un error, dice: “Yo me equivoqué” Cuando un perdedor comete un error, dice: “No fue mi culpa”.
Un ganador trabaja más fuerte que el perdedor y tiene más tiempo; un perdedor Siempre está “muy ocupado” para hacer lo necesario.
Un ganador se compromete; un perdedor hace promesas.
Un ganador dice: “yo soy bueno, pero no tan bueno como a mí me gustaría ser”. Un perdedor dice: ” otros son peor Que yo”.
Un ganador respeta a aquellos que son superiores a él y trata de aprender algo de ellos. Un perdedor se resiente con aquellos que son superiores a él y trata de encontrarles defectos.
Un ganador se siente responsable por algo más que su trabajo y dice: “debe haber una mejor forma de hacerlo”. Un perdedor dice: “Esta es la manera en que siempre lo hemos hecho”.
Un ganador como tú, comparte este mensaje con sus amigos. Un perdedor es egoísta y se lo guarda para sí.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario. Subrayo y me sumo a esa idea tuya: “Los ganadores no tienen miedo a perder: aprenden de la derrota, en definitiva, no dejan de serlo cuando pierden, y aprenden tanto de la derrota como de la victoria”.
Cecilia Bustamante dijo:
Gracias.
Marleny_ Carazo@yahoo dijo:
Cordial saludo, mil gracias por tantas y tantas enseñanzas con sus excelentes escritos. Gracias
Enviado desde mi iPad
fernandovasquezrodriguez dijo:
Marleny, gracias por tu comentario,
Rodolfo Alberto López dijo:
No nos llamemos a engaños: la vida es una complicidad para las pérdidas. Sólo cuando entendemos el valor de este principio, estamos en capacidad de asumir la desnudez esencial que nos habita, y sonreír, con la piel cara al sol. Claro que el aprendizaje es difícil, doloroso, lento, pero es precisamente en la pérdida cuando descubrimos nuestro verdadero rostro, cuando sabemos de qué estamos hechos, cuando dejamos de lado las sombras que nos cubren y asumimos nuestro verdadero nombre; uno simple y llano que se llama fragilidad. Gracias por este texto Fernando.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Rodolfo Alberto, gracias por tu comentario. Me gusta como lo dices: “las pérdidas nos ayudan a descubrir nuestro verdadero rostro y asumir nuestro verdadero nombre”.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Francia, gracias por tu comentario.
francia lozano dijo:
Maestro Fernando, excelente articulo sobre el arte de perder, realidad a la que no nos hemos acostrumbrado y jamas nos han preparado, el exito es el lugar a donde nos enseñan a llegar, pero para esto se deben aceptar perdidas y fracasos que muchas veces nos toman por sorpresa.