Creo que la oferta poética que circulaba en los textos escolares, de hace por lo menos cuarenta o cincuenta años, era mayor que la de ahora. Más rica, más acorde a las edades de los estudiantes, más pensada en términos formativos, y altamente valorada por los maestros. Por lo demás, la práctica de aprender los poemas de memoria, era una forma de hacer que los estudiantes guardaran un ritmo particular del lenguaje, un repertorio de situaciones o experiencias ajenas a partir del cual era posible comparar o contrastar la propia vida. En suma: la poesía era de esos asuntos que involucraba a toda la escuela.
Lo que sucede hoy, y eso se evidencia a partir de investigaciones tanto de los planes de formación como de la práctica docente, es que la poesía ha ido perdiendo valor e importancia. Apenas se retoman algunos textos de los poetas “consagrados”, pero más para cumplir con los lineamientos oficiales que como una genuina convicción del maestro. Se alega que a los alumnos no les gusta ese tipo de textos y, desde allí, se pasa al silenciamiento de la poesía o a darle un trato de cosa vieja y pasada de moda. Con muy contadas excepciones, la poesía hoy no convoca a la escuela, no es un punto vertebral de su agenda formativa.
Sin embargo, el contacto, la lectura y el trabajo frecuente con la poesía en la escuela, es importante por las siguientes razones: a) porque es una forma particular de acercarnos a la realidad; otro tipo de conocimiento, b) porque es una modalidad de lenguaje en el que las imágenes, los símbolos, se convierten en otra manera de completar nuestros alfabetismos, c) porque además de mostrarnos un lenguaje medido y preciso, es un medio de educar nuestra sensibilidad y d) porque es un testimonio o una modalidad expresiva para dar cuenta de la compleja condición humana.
Por supuesto, para subsanar este abandono, una primera estrategia didáctica tiene que ver con la lectura habitual de poesía en los diversos escenarios de la escuela. Leerla, en principio, para disfrutarla, para ir acostumbrando a nuestros alumnos a esos ritmos, a ese lenguaje, a esas comparaciones. La lectura de poesía implica, además, un cambio de práctica: del poema recitado, al poema entonado. Esta primera estrategia es para el profesor. Él es el directo responsable y no necesariamente supone una actividad posterior de los alumnos, y menos una calificación. Es tomarse unos minutos para que los alumnos se habitúen a escuchar esta otra música.
Un segundo nivel o un grado mayor de contacto con la poesía es el de involucrar a nuestros alumnos con el comentario del texto poético. Pero no se trata sólo de indagar por el gusto o el impacto. Es más bien una tarea de hacerla legible, de dar pistas no siempre evidentes, de ir de línea en línea sin perder el conjunto, de indagar en los ritmos o en las imágenes del poema… Aunque puede hacerse, por supuesto, de manera oral, el comentario es una oportunidad para poner al estudiante en relación con la escritura. El comentario de textos es una lectura que combina el explicar y el comprender. Un ejercicio de exégesis, de genuina hermenéutica.
También puede ser muy útil enseñarles a nuestros alumnos lo propio del pensamiento relacional, que sigue siendo una de las materias primas para elaborar y leer la poesía. Este tipo de pensamiento, cuyo mejor ejemplo es la analogía, es un pensar de múltiples aristas, un pensar abierto, plural; un pensamiento que a pesar de las diferencias entre los seres y las cosas es capaz de encontrar entre ellas variadas semejanzas. Un pensamiento que, por eso mismo, es menos dogmático, menos sectario, menos intransigente. El pensamiento relacional es el germen de lo simbólico, el lubricante del interculturalismo y de lo trascendente.
De otra parte, la lectura de poesía puede ser una cartilla para que los más jóvenes empiecen a leer el abecedario de los sentimientos y las pasiones. Que tengan otro discurso diferente al de la sociedad de consumo; un lenguaje que les permita confrontar el simplismo y el esquematismo de la cultura light del espectáculo. Es urgente que hablemos en clase, por ejemplo, de cómo nace, se desarrolla y cambia el amor. Y también hablar del desamor, de esa otra dimensión que el mundo frívolo de hoy desea ocultar o ridiculizar. Leyendo poesía podemos mostrar la complejidad de los sentimientos, con el fin de no banalizarlos o convertirlos en idealizaciones de telenovela.
Concluyamos afirmando que la poesía es un refugio para el alma; un murmullo sonoro capaz de aconsejarnos en circunstancias esenciales o determinantes de nuestra vida. Puede que al inicio los estudiantes la perciban innecesaria. Pero los maestros sabemos que fomentar el gusto y la lectura de poesía es una semilla que da sus mejores frutos en el tiempo futuro, cuando sean las dificultades o la desesperanza las que obstaculicen el camino. Vale la pena tener una reserva de poemas, conservar esa caja de primeros auxilios cerca a nuestros haberes más queridos.
ué necesario dijo:
Excelente texto, hermosa ilustración. Para todos los docentes -todos, sin distingo- qué importante leer y releer este ensayo. La ética y la estética deben volver a estar de la mano y guía a la educación.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Rodolfo Alberto, gracias por tu comentario. Sí, estamos en deuda con las nuevas generaciones en lo concerniente a la educación artística. Necesitamos tomarnos en serio la educación de la sensibilidad.