Sin lugar a dudas, el principal objetivo de la literatura es conmover o producir un efecto estético en el lector. Algunos autores prefieren decir que su propósito es entretener y otros, que su deseo es comunicar una experiencia personal o expresar una obsesión interior.
Sea como fuere, la literatura es un arte capaz de conmover, apasionar y poner en movimiento la sensibilidad de un lector. Pero, también la literatura pone en circulación unos valores, un conjunto de actitudes o comportamientos relacionados con el ser o el convivir. En la medida en que son un producto cultural, las obras literarias participan y recrean los valores de determinada sociedad. A veces, para describirlos o exaltarlos y, otras, para criticarlos o verles sus mecanismos ocultos.
No obstante, la literatura no opera como una cartilla de moral o un código de buenas conductas. Su proceder es indirecto, sutil; usando la sugerencia, la ambigüedad, el humor o la ironía. O recurriendo al símbolo con su capacidad de evocación y potencial analógico. La literatura muestra, pero no demuestra; presenta unos valores pero sin que por ello anhele adoctrinar o catequizar.
Digo lo anterior porque a veces los educadores, en su afán de la formación ética de los alumnos, descuidan o dejan de lado la dimensión estética de las obras literarias. Hasta pueden llegar a instrumentalizar la literatura para tipificar –de manera simplista– un listado axiológico fijado en el proyecto educativo de la institución donde laboran. No digo con ello que la lectura de las obras literarias no contribuya a la formación de los estudiantes. Claro que sí. Pero no es un asunto inmediato y mecánico. La literatura reclama que los lectores descifren sus claves (siempre plurales, diversas) y así logren sacar el mayor provecho de sus páginas. Por eso es fundamental que los maestros ayuden a sus estudiantes a ver las relaciones entre los personajes, la genealogía de los conflictos, las transformaciones de una conducta, la complejidad de determinada situación literaria. Lo peor que le puede pasar a la literatura y a la formación ética es emplear las obras literarias como si fueran artefactos de un solo uso, o artilugios para un único fin.
Creo que la literatura, desde la perspectiva de una didáctica de los valores, ofrece motivos para el diálogo, para la discusión en clase. El trabajo del maestro, entonces, es propiciar el discernimiento, la argumentación, el análisis crítico. Esos temas recurrentes expresados por la literatura deben ser explorados en sus diversos niveles de significación, mostrando siempre el haz y el envés de un hecho; ayudando con preguntas intencionadas a que los alumnos clarifiquen valores y descubran los dilemas morales cuando entra en juego la libertad o el relacionarse con sus semejantes.
Por lo mismo, el maestro debe ser cuidadoso y perspicaz al momento de elegir las obras que va a trabajar en clase. Ojalá seleccione obras literarias lo suficientemente ricas, en su elaboración y contenido, que posibiliten apreciar la cara poliédrica de la realidad o las infinitas máscaras de las personas. En muchas ocasiones, obras literarias acusadas de presentar antivalores, pueden ser un excelente recurso para contrarrestar el obcecado moralismo de ciertos docentes o la inmaculada concepción de los seres humanos que tienen algunas instituciones educativas.
De otra parte, y eso es bueno recordarlo, los valores no se enseñan y menos se aprenden como otra asignatura. Requieren de tiempo y de un contexto adecuado; implican la participación del núcleo familiar y la sociedad; traen consigo la necesaria creación de hábitos. En consecuencia, mal haríamos en suponer que la lectura de una obra literaria sea suficiente para enseñar determinado valor. Quizá la literatura, al presentar situaciones y acontecimientos en donde se viven y debaten valores, sirva de piedra de toque para que los estudiantes “tomen conciencia” o dimensionen imaginariamente las consecuencias de una determinada actitud o decisión. Es probable que a través de esos ejemplos ficticios se espolee el nervio moral de los alumnos y se vayan acendrando ciertos comportamientos o se talle discretamente un carácter. Es factible que la escuela –en sentido amplio– logre con esas obras literarias crear un repertorio de “ejemplos” lo suficientemente luminoso como para irradiar en el futuro el actuar ético de los alumnos. Pero eso es apenas una posibilidad y se requiere, por lo demás, la concurrencia de otros factores y otros actores si se quiere garantizar una genuina formación moral de las nuevas generaciones.
Recalquemos en nuestra idea inicial: la literatura es un arte de la palabra cuyo principal fin es sensibilizar a los lectores sobre la variada y compleja condición humana. Una forma creativa del lenguaje mediante la cual se reconfigura la realidad al tiempo que se promueve el desarrollo de la fantasía y la imaginación de sus potenciales lectores. Tengamos bien presente esta finalidad estética de la literatura cuando la usemos con propósitos didácticos o cuando hagamos de ella un recurso para la formación en valores.
Cecilia Bustamante dijo:
Que importante es inculcar valores en los niños y jóvenes puesto que son elementos esenciales, herramientas poderosas que determinan el curso de nuestra vida.
Lo cierto es, que los niños y jóvenes hoy enfrentan un entorno muy difícil. La falta de una estructura familiar que pueda sostenerlos y orientarlos en su formación constituye un riesgo peligroso, por un lado la desintegración de su entorno familiar, por otro, un clima de pobreza y violencia acentuadas. Estas condiciones negativas se refuerzan con el descuido de la escuela.
El encontrarme a diario con estas situaciones, me ha llevado a replantear mi acción como docente, procurando un modo diferente de trabajo para afrontar esta problemática y darle solución en parte.
Resulta, pues, que aunque esta es una misión enormemente difícil, es una gestión irrenunciable, es oportuno insistir en los valores como cuestión pedagógica, puesto que el ser humano siempre está a tiempo de enderezar caminos y emprender rutas nuevas y valiosas. Cuanto mejor conozca un niño o un adolescente los valores y evite los antivalores, sus decisiones serán mejores y más acertadas. La misión del maestro-mediador, no es solo educar en lo académico, sino contribuir para que el estudiante descubra valores que le permitan poner en práctica esos conocimientos.
Los hechos revelan que la literatura puede ayudar en la tarea de educar. La literatura, efectivamente, permite al lector recrear su propio mundo, y generar sus propias ideas. La literatura infantil ayuda al niño a “teorizar” su vivir, pues le hace razonar ante las vicisitudes de los personajes, a valorar o despreciar sus actos, y a relacionar las conductas reflejadas en los textos con sus propias experiencias y valores. El niño puede con la lectura literaria participar de emociones, compartir ideas e ideales, sufrir o gozar con la trama. Esto es, en parte, lo que le da a la literatura infantil ese especial poder educativo, en el sentido formal y moral de la palabra, esa cualidad excepcional para la transmisión de valores.
Yo quisiera proponer que nos esforzáramos por conseguir y seleccionar buena literatura, que le permita al niño motivarse ayudándole en su formación, puesto que esta puede ser un buen recurso pedagógico siempre y cuando se tenga en cuenta su principal función: el placer.
Y todavía hay algo más, un valor siempre será una tarea, nunca estará acabada o terminada su realización, nunca perfecta. Ya lo sabemos, nadie se jubila en los valores. El perfeccionamiento en valores nunca termina.
Y ahora, para acabar, debo decir que el inculcar valores es un proceso constante y no un programa de ocasión.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario. Me sumo a tus reflexiones inspiradas en tu propia práctica docente. Subrayo esa idea de que “Cuanto mejor conozca un niño o un adolescente los valores y evite los antivalores, sus decisiones serán mejores y más acertadas”.
Germán Diego Castro C. dijo:
Difícil tema este de los valores y su relación con la enseñanza de la literatura. De por sí, hay géneros, obras y autores excelentes que, así no nos gusten y pregonen caminos tan distintos al modelo de conducta, son dignos de ser leídos y analizados. Me refiero, por ejemplo, al género negro y al policíaco y neopolicíaco. La pregunta sería ¿Cómo leer esas obras?También el llamado realismo sucio o degradado. Autores como Elmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra o Paco Ignacio Taibo II, para no mencionar nuestros ejemplos colombianos. U otra línea, también muy interesante como la que en Colombia viene de Andrés Caicedo, sigue por Chaparro Madiedo y continúa con Efraim Medina. Definitivamente, la literatura es otra cosa y el docente debe tener una amplitud de criterios y una formación en diferentes géneros para no caer en los prejuicios moralistas. Ni que decir de la gran poesía que viene desde Grecia y que tiene su momento luminoso- a este respecto- en los poetas malditos. O casos más cercanos como Leopoldo Panero o nuestro Gómez Jattin. De hecho, estos autores son los que más les gustan a los estudiantes en el aula:.los que desacralizan el canon y ahondan en los grandes conflictos humanos y cuyas vidas no son ejemplo para nadie. Claro, hay otra literatura, igualmente válida, de obras y autores que rozan más con esto de la ética y los valores.
Quizá la literatura encarna de manera implícita la formación de valores con el sólo hecho de ser un buen lector dado que- como lo han afirmado tantos pedagogos- la lectura conlleva, debe conllevar, la transformación de la realidad de quien lo hace.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Germán Diego, gracias por tu comentario. Enriquecedoras tus reflexiones. Recalco la advertencia y el llamado a que el “docente tenga una amplitud de criterios y una formación en diferentes géneros para no caer en los prejuicios moralistas”.