Ilustración de Toni Demuro.

Ilustración de Toni Demuro.

Nunca
Jaime Torres Bodet
 
Nunca me cansará mi oficio de hombre.
Hombre he sido y seré mientras exista.
Hombre no más: proyecto entre proyectos,
boca sedienta al cántaro adherida,
pies inseguros sobre el polvo ardiente,
espíritu y materia vulnerables
a todos los oprobios y las dichas…
 
Nunca me sentiré rey destronado
ni ángel abolido mientras viva,
sino aprendiz de hombre eternamente,
hombre con los que van por las colinas
hacia el jardín que siempre los repudia,
hombre con los que buscan entre escombros
la verdad necesaria y prohibida,
hombre entre los que labran con sus manos
lo que jamás hereda un alma digna,
¡porque de todo cuanto el hombre ha hecho,
la sola herencia digna de los hombres
es el derecho de inventar su vida!
 

Parece natural que, por el hecho de nacer, ya seamos hombres. El poeta mexicano Jaime Torres Bodet, en su poema “Nunca”, nos muestra que no es así. Que el convertirnos en hombres es una tarea de toda nuestra vida; un oficio al cual debemos entregarnos mientras existamos. En este poema podemos ratificar que la vida no es sólo una cosa dada sino, fundamentalmente, una invención forjada con nuestras propias manos. 

El poeta afirma que nuestro oficio de hombres posee una serie de tareas. La primera de ellas es la de ir siempre en búsqueda de algo, de alguien. Dada nuestra esencia, nuestra boca está siempre sedienta. No nos conformamos, siempre estamos en pos de una meta, una obra, un propósito. Hagamos lo que hagamos, cualquiera sea nuestro origen o nuestra raza, los seres humanos vamos en continuo camino. Por todo esto, el hombre es un “proyecto entre proyectos”. Su interior, su corazón, su espíritu, es una especie de arco en tensión, una fuerza distendida que lo hace escudriñar y explorar tierras lejanas. 

En cuanto insistente perseguidor, Jaime Torres ­Bodet agrega que el hombre es un buscador de jardines imposibles. Se suma a otros hombres por ciertas causas perdidas pero necesarias para satisfacer su hambre de utopías. Esa es su grandeza y la causa de su dramático destino. De igual modo, es un salteador de verdades prohibidas, un altruista libertario. Y cuando más parece que todo a su alrededor está en ruinas, más se aferra a necesitar y reclamar una verdad. Gran parte de sus oficios consiste en labrar algunos principios o ciertos valores tan llenos de sentido como para legarlos a otras generaciones venideras.  

Mas no por ello se siente un ser todopoderoso. Jaime Torres Bodet reconoce que el hombre sediento de horizontes es profundamente vulnerable. Tanto por los oprobios como por las dichas. No se trata de un organismo inmune o invencible. La materia prima de que está hecho lo ha convertido en un ser sensible y afectable por el mundo y las personas. Precisamente por ello, por saberse frágil y lastimable, es que toma con beneficio de inventario los honores, el poder o la perfección. Y si no se siente “rey destronado” es porque sabe que esos escaños son pasajeros, que hay bastante oropel y mentira en tales ambiciones palaciegas. Tampoco se asume como “ángel abolido”, pues más de una vez, a pesar de la maldad que le coquetea complaciente, ha mantenido impoluta su alma; y otras veces, sabiéndose limpio, ha dejado caer sus alas en los terrenos oscuros de la inmoralidad.   

Ese oficio de ser hombre lo ha llevado de igual modo a ser o convertirse en un aprendiz permanente. Cada día que llega, cada cosa que hace, cada relación que establece, le ofrece innumerables ocasiones para acabar de formarse, para asimilar experiencia, para ejercitarse en habilidades diversas, para repasar o profundizar en conocimientos. Su vida misma es un continuo aprendizaje. Desde el vientre materno hasta las últimas horas de su existencia, tendrá que recoger y digerir, aprehender y entender, estudiar y conocerse. Así camine de manera insegura, así sus semejantes lo repudien, no podrá renunciar a este apetito adherido a sus sentidos y a su mente. 

Pero la tarea fundamental, la que podríamos llamar de una vez su derecho más alto, es la de “inventar su vida”. Nadie puede ni debería quitarle esa labor. Porque no hay dos vidas semejantes, porque a cada ser humano le corresponde delinear y configurar su existencia. Las coordenadas o el mapa de nuestra vida dependen de cada uno de nosotros. Imposible, por no decir falso, que haya un modelo del cual podamos derivar cabalmente nuestro ser; puede que tengamos mentores, ayudantes, referentes, puntos de partida; pero el diseño final, la obra definitiva, es sólo fruto de nuestra responsabilidad. A cada hombre le compete ese oficio: inventarse el territorio de sí mismo.  El poeta afirma que no debemos cansarnos nunca de tal ocupación; que allí está el temple de nuestro carácter. Se trata, en últimas, de un asunto de dignidad. Porque el oficio de inventar la propia vida es la verdadera herencia que un hombre puede legarle a otros hombres.

(De mi libro Vivir de poesía. Poemas para iluminar nuestra existencia, Kimpres, Bogotá, 2012, pp. 35-40).