"Triple autorretrato" de Norman Rockwell.

“Triple autorretrato” de Norman Rockwell.

Como se sabe, la etopeya consiste en hacer una descripción del carácter o los rasgos morales de una persona. Es, por decirlo así, la elaboración de un retrato interior o íntimo. Aunque parece una labor sencilla conviene tener presente algunas características de este recurso de la retórica clásica, considerado como una de las figuras de pensamiento.

Un primer asunto digno de recordar se refiere a que la etopeya es una modalidad de la descripción. En consecuencia, se requiere perspicacia, observación juiciosa y un buen repertorio de adjetivos para lograr precisar las variadas tonalidades de un comportamiento o una manera de ser. La etopeya exige encontrar el término preciso para señalar una cualidad moral, una emoción recurrente o un tipo de pensamiento. Más allá de un listado de palabras lo que se busca es describir con agudeza y pulso firme los rasgos individuales de una conducta o una forma de ser.

Precisamente, otro aspecto fundamental de la etopeya es mantener el equilibrio para no caer en el exceso de las virtudes ni el sólo resaltar defectos de una persona. Si se escribe una etopeya debe privilegiarse la gama de los grises más que optar por el blanco o el negro de los estereotipos. Es decir, ni convertir el retrato en un perfil ideal ni construirlo como si fuera un memorial de agravios. Aunque el propósito sea dar cuenta de una subjetividad, se debe mantener el tono de lo objetivo.

Una tercera característica de la etopeya corresponde al necesario tiempo de observación requerido para realizarla. Las buenas etopeyas son, en cierto sentido, un proyecto de investigación, una sistemática pesquisa sobre las actuaciones y expresiones íntimas de un individuo. Se requiere la observación sistemática para hallar aquellos rasgos recurrentes, esas particularidades definitorias de una identidad. De igual forma, es recomendable apreciar al individuo en distintos contextos y en diferentes épocas para ver qué rasgos permanecen y cuáles son apenas comportamientos circunstanciales o pasajeros. Puesto en otras palabras: la etopeya es el resultado de someter a examen riguroso los hábitos, las creencias, la forma de interactuar, los gustos y deseos de un ser humano.

Como puede inferirse de lo dicho hasta aquí, quizá las mejores etopeyas sean genuinos autorretratos. ¿Quién más que nosotros mismos para dar cuenta de los meandros de nuestra interioridad? ¿Qué mejor pintor de nuestros rasgos éticos que nuestra propia mano? Por supuesto, atendiendo a las características o recomendaciones ya mencionadas. El autorretrato, entonces, es un ajuste de cuentas con nuestro yo íntimo, con nuestro teatro afectivo. Cuando así es concebida la etopeya puede ser más fácil entrar en relación con motivaciones ocultas, sentimientos inconfesos o aspiraciones inadvertidas por los demás.

Puede resultar útil al hacer el autorretrato recordar los consejos de los manuales de retórica clásica en los que se invitaba, cuando se realizara la etopeya, a poner el carácter de una persona en la perspectiva del pasado, el presente y el porvenir. Algo así como dotar al carácter de plasticidad y posibilidad de evolución. Tal vez de esta manera se pueda evitar la sobredimensión de una cualidad o el pasar por alto detalles psicológicos que aunque nimios son definitivos al momento de percibir el resultado final de una personalidad. Al final de cuentas lo que somos es el resultado del desarrollo paulatino y no el fruto acabado de un instante.

Agreguemos a lo dicho que así como el pintor cuando desea retratarse necesita del espejo, de igual forma el hacedor de etopeyas requiere del discernimiento para reconocerse y conseguir revelar las facciones de sus pasiones, las señales profundas de sus estados de ánimo. Teniendo, desde luego, el cuidado suficiente para no enamorarse de su propia imagen o confundir la realidad de su conciencia con la ilusoria forma proyectada por el reflejo.

Demos fin a estas reflexiones sobre la etopeya recalcando el valor de la descripción. Una destreza en la que se aúnan la fineza de la mirada y la elección precisa de los vocablos; una habilidad lingüística para establecer distinciones y registrar las características esenciales de las cosas o los seres vivos. Y al ser las personas –su idiosincrasia– el objetivo de la etopeya, con mayor razón cobra importancia saber elegir el sustantivo exacto o el adjetivo adecuado para fijar con precisión las variaciones de un temperamento.