Caricatura de Hanoch Piven.

Caricatura de Hanoch Piven.

La creatividad es una capacidad de todo ser humano. Una capacidad que, además, se puede motivar y desarrollar en cualquier edad, en cualquier profesión, en cualquier trabajo. Por lo mismo, la creatividad no es de “genios” o de “iluminados”, sino más bien se trata de una posibilidad humana, un temperamento, una cantera de estrategias disponibles para cualquier hombre. Entonces, si de veras exploramos en ella, en sus alcances, no sólo veremos sus bondades sino que, adicionalmente, podremos convertirla en un “estilo de vida”, en un hábito capaz de impregnar nuestra vida íntima y laboral, nuestra vida de todos los días.

I

Sé que la creatividad, sobre todo cuando se trata de impulsarla o incentivarla en la educación, queda en sólo recomendaciones o en buenas intenciones por parte de sus promotores. Y aunque nunca acabemos de estimularla, me gustaría centrar mis reflexiones alrededor de problemas, de posibles casos, de situaciones en la educación, que ameritan una respuesta creativa.

Primer caso: un ambiente educativo repleto de frases o de actitudes como: “eso no se puede”; “eso ya se hizo”; “eso para qué hacerlo”; “y qué con eso”; “¡ni locos!”; “eso es una locura”; “eso es puro idealismo”; “como soñar no cuesta nada”; “cada loco con su tema”; “¡y dale otra vez con eso!…”

Digamos que hay un ambiente inicial reacio a cualquier estrategia o planteamiento creativo. Las rutinas nos dan seguridad, y lo nuevo nos pone en el terreno de la incertidumbre. De allí que prefiramos el “como se ha venido haciendo” al “hacerlo de otra manera”. Siempre que alguien propone una cosa diferente tendemos a nivelarla con el pasado; de allí, también, nuestra ceguera para entrever lo extraño, lo poco común, lo excepcional.

Pero no es solamente por nuestro apego al pasado que no albergamos con facilidad una propuesta creativa, es que hay un temor, un miedo al azar, a la aventura, a lo que “nunca se ha hecho así”; en síntesis, al riesgo. Entonces, preferimos censurar, criticar, ironizar, desmotivar o desmoronar la pequeña maqueta de una persona creativa. Es nuestro miedo el que nos encierra, el que nos hace “parroquiales” y condenados a un único punto de vista.

Este primer caso lo podríamos combatir apropiándonos de varios principios o respuestas creativas:

1· La creatividad es siempre ecuménica, universal; transnacional.

2· Nuestras certezas de hoy fueron, alguna vez, incertidumbres.

3· En cada idea desatinada anida alguna lucidez.

4· Lo evidente sepulta, a veces, lo posible.

5· Nada es totalmente absurdo; y lo que vemos como absurdo hoy es lógico mañana.

6· Es la liviandad de los sueños la que termina por jalonar la solidez de las realidades.

7· Creativo es el que mira lo que los demás dan por visto.

8· Lo que es cotidiano para el nativo de un lugar parece extraño para el visitante.

9· Ser creativo, por lo tanto, es poder extrañar lo familiar y familiarizar lo extraño.

Segundo caso: una forma de administración, una manera de mandar en donde abundan los: “hágase así”; “cúmplase de esta manera”; “elabórese en estos términos”; “debe usted hacer”; “debe usted conseguir”… “Llévese, póngase, revísese…”

En muchas de nuestras prácticas cotidianas de trabajo tendemos a imponer en lugar de participar, a mandar en lugar de convencer, a suponer en lugar de preguntar. Prácticas que apuntan a lo cerrado, a lo terminado, a lo ya definitivo. Prácticas cercanas al autoritarismo o al “despotismo” en donde poco se consulta, en donde nunca se hacen “ejercicios de democratización”.

Desde luego, somos así porque la disciplina a ultranza nos garantiza o nos quita de encima la propia responsabilidad. Cuando alguien manda omnímodamente nos evita el error, nos “salva” del riesgo de nuestras propias opciones. Y somos así, también, porque tememos perder la autoridad, perder el control, perder el “respeto”. Damos muy poca importancia al humor y al juego de nuestras políticas y estrategias de mando. Es más, consideramos lo lúdico y el humorismo como “enemigos” de la eficiencia administrativa. Somos demasiado serios cuando ostentamos un cargo de poder.

Es por ello, que la creatividad habla más de diálogo, de participación, de consenso, de juego, de interacción y de mucha comunicación. La creatividad horizontaliza; nos hace “cómplices” de un mismo proyecto. La creatividad habla más de redes que de jerarquías; más de programas que de personas; más de partidas o partidos que de “figuras” o jugadores.

Para este segundo caso bien valdría la pena recordar otros principios o respuestas creativas:

1· Ser creativo es aceptar el error en uno mismo y, por supuesto, en los demás. Ser creativo es ser flexible.

2· Si se es comunicador forjado en la creatividad, se prestará más atención a los procesos que a los resultados.

3· Saber administrar, desde la creatividad, es lograr que cada quien se sienta jefe de sí mismo.

4· Delegar, en creatividad, es permitir que otros se equivoquen.

5· La uniformidad es inversamente proporcional a la innovación. No siempre los más “juiciosos” son los más creativos.

6· Ninguna política o estrategia está concluida. Cualquiera de ellas puede mejorarse. Entonces, lo que dice el que manda deja una fisura creativa para el que obedece.

7· La puesta en práctica de una orden deja un campo de acción imprevisto, aprovechable creativamente por el que la ejecuta.

Tercer caso: compañeros de trabajo en los que siempre uno oye frases como éstas: “lo iba a hacer pero…”; “cuando lo iba a hacer resulta que…”; “como a mí no me ponen cuidado”; “es que a mí me tienen entre ojos”; “claro, como yo soy el que…”; “no lo hice porque los otros dicen que…”; “en la oficina no hay”; “desde hace años estoy pidiendo que”; “es que con esos sueldos quién puede ponerse a…”; “por culpa del país es que…”; “como me ponen a hacer eso que no me gusta…”

Me parece que para nadie es un secreto la poca “pasión” con que algunos de nuestros colegas profesores viven su empleo o su trabajo. A veces parece más una carga que una realización, más un disgusto que un logro. Hay cierta amargura y como cierto odio hacia la vida, hacia las circunstancias… un odio difuso que no permite ver más allá de las montañas.

Tal “envenenamiento” procede a veces de –no sobra recordarlo– políticas económicas poco creativas, o de falta de estímulos, pero también de una incapacidad para hacer gozosamente una tarea. A veces, ponemos primero el problema que la alternativa; la disculpa que el intento.

Repito, son varias las razones por las cuales alguien no se siente bien o a gusto en su trabajo; mas lo que me interesa es subrayar cómo esa actitud “derrotista” termina por abarcar toda la vida de un ser humano. A lo mejor hemos olvidado el “goce” y la imaginación como parte de la oficina, el salón o la fábrica.

Valgan entonces para este tercer caso estos otros principios o respuestas creativas:

1· Ser creativo es ser recursivo. Ser recursivo es vivir en permanente “ensayo”.

2· Persistencia y creatividad se retroalimentan como el fuego y el viento.

3· Donde hay una disculpa fácil se esconde la desidia o la apatía.

4· Lo más estimulante sigue siendo lo difícil. Lo demasiado fácil nos aburre con rapidez.

5· El exceso de justificaciones pone en mayor relieve la incompetencia.

6· La felicidad no es un puerto sino una manera de viajar. Así el trabajo, la vida, la creatividad.

7· No hay oficio pequeño ni profesión denigrante. Cualquier tarea asumida con pasión, con ardor o vehemencia, adquiere la calidad de lo “satisfactorio”.

8· El “quejetismo” sin alternativas es puro conformismo disfrazado.

9· A veces haciendo lo que a uno no le gusta descubre sus competencias menos exploradas.

He descrito estos tres casos, a manera de ejemplos, para entender mejor cómo la creatividad puede servirnos de motor, de dinamo, de dispositivo “renovador” en nuestro trabajo. No dudo en afirmar que a la creatividad, hoy en día, debemos abrirle mayores espacios –dentro y fuera de la escuela–; mayores tiempos para incitarla, fortalecerla y, además, ponerla a la vista de todos. La creatividad, lo reitero, no es un término más, sino la estrategia o herramienta fundamental para “sobrevivir” en la vida cotidiana y en este cambiante mundo educativo.

II

Basten por ahora estas puntadas sobre la creatividad en la educación. Quisiera, a manera de epílogo, señalar cinco rasgos fundamentales de la personalidad creativa, o mejor, un “pentálogo” para educadores creativos:

1. El creativo piensa de manera divergente. Procede por abducciones, por hipótesis progresivas. Busca el otro lado, las otras maneras, vive haciendo analogías; le encantan los cambios de lugar o de posición. Establece relaciones. Crea sinestesias. Y cree en el mundo de las correspondencias.

2. Lee mucho; ve mucho; oye mucho; siente mucho. Vive en constante actitud de esponja. Abierto y dispuesto a lo desconocido. Recorre muchas calles, viaja en demasía (así sea con la imaginación). No se estratifica ni se condena a un mismo itinerario. Es por costumbre, interdisciplinar. Habla varios lenguajes; conoce diversas “ciencias”. Le motiva la palabra plural.

3. Es tolerante, flexible, le encanta el verbo cimbrear. No es fanático, ni sectario. Cede a otros. Es tierno. Halla en cada cosa o en cada persona un punto, al menos, valioso. Prefiere comprender antes que juzgar. Siendo cimbreante prefiere la tensión, el ensayo, el tanteo, el experimento. Por ser tolerante disculpa, soporta, aunque sin perder la dignidad. Aguanta todo clima. Es de “lavar y planchar”.

4. No se aferra a las cosas ni a las personas. No vive de la nostalgia del pasado ni de la angustia del futuro. Más bien es como Jano, bifronte, con dos caras. Le gusta el reto del ahora. La riqueza azarosa del instante. Es liviano. Es festivo y juguetón. Y puede tomarse en broma muchas veces. Tiene humor: en cantidades.

5. Pero sobre todo es un demócrata. Alguien que se apasiona por la justicia. Es ético. Un civilista a carta cabal. Confía en el diálogo y en el consenso. Es promotor de la participación. Cree en la solidaridad porque sabe que los extremos se tocan. Y es por ello un defensor permanente de la vida; en contra de lo más anticreativo que existe, la violencia.

(De mi libro Oficio de maestro, Javegraf, Bogotá, 2000, pp. 191-195).