Ilustración de Brad Holland.

Ilustración de Brad Holland.

Los proyectos tienen la virtud de lanzarnos hacia lo desconocido. Son catapultas para nuestro sedentarismo.

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Quien tiene un proyecto pone lo importante por encima de lo urgente. Hace que lo esencial se imponga a las coyunturas ocasionales. El que posee un proyecto sabe ponderar las circunstancias.

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Si el lubricante de las utopías es la persistencia, al mecanismo de los ideales hay que darle cuerda todos los días.

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Por ser los ideales productos de la imaginación necesitan de grafismos para apreciar su cabal fisonomía. Los cronogramas son el esqueleto de un proyecto.

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Los proyectos tienen una función irradiante. Son como las estrellas: atraen y alumbran, a la vez.

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Los proyectos personales como los proyectiles tienen la obsesión de dar en el blanco. Todo es cuestión de buen pulso al elegir el objetivo y puntería al momento de tomar las decisiones.

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El alumbramiento de nuevos proyectos en nuestra existencia se convierte en renacimientos gestados por la propia entereza y la voluntad.

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Para tomarnos en serio la realización de un proyecto debemos pedirle a la crítica razón que se una auditora permanente de nuestro confiado entusiasmo.

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Los proyectos son artes especiales de pesca: nosotros somos la carnada y nosotros también somos el anzuelo.

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Aunque no lo sepamos, cada vez que planeamos un proyecto de vida disponemos de nuevo nuestro cosmos interior. Buscamos otro sol para que ilumine y de gravedad a nuestras acciones.

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Si los proyectos personales actúan como una carrilera, la locomotora será, entonces, nuestra potente voluntad.

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Así sean de corto, mediano o largo alcance, los proyectos nunca está cerca a  nuestra manos. Los proyectos nos obligan a extender el alcance de nuestros brazos.

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¿Qué tipo de aliados se requieren cuando tengamos un proyecto importante en nuestra vida? Tres características, por lo menos, deben poseer: buena memoria para recordarnos el horizonte impuesto; manos fuertes para ayudarnos a despejar el camino, y un alma dadivosa para comprometerse con el logro de una meta ajena.

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Los proyectos ponen en tensión el alcance de nuestros ideales con la fuerza real de nuestra voluntad.

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Algunos proyectos nacen como una manifestación de inconformismo o una insurgencia ante la adversidad o la desventura. Son alternativas humanas de cara el determinismo de la especie o la predestinación de los dioses.

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¿Por qué se fracasa en muchos proyectos? Porque falta claridad en las metas. Los objetivos difusos son ya una forma de malograr nuestros ideales.

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Si tenemos fidelidad a un proyecto, si nos entregamos con amor a alguna causa, todos los obstáculos parecerán nuevos logros y todos los inconvenientes serán motivos para desarrollar nuestra recursividad y explorar en talentos insospechados.

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Los proyectos de vida tienen un lado severo y exclusivo: jerarquizan nuestras valoraciones. Ni todo importa lo mismo, ni cualquier cosa satisface nuestras necesidades. Quien tiene un proyecto entra al distinguido mundo de las prioridades.

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El nuevo principio físico de Arquímedes: “Dame un proyecto y moveré al mundo”.

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Hay proyectos tan amplios en sus alcances que se necesitan por lo menos dos generaciones para percibir sus primeros resultados. En consecuencia, así no veamos en vida la realización de nuestros sueños, no por ello debemos dejar de trabajar en ellos.

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Al poner la primera piedra de un proyecto se anuncia la totalidad de la obra. En las vetas del pequeño ladrillo está inscrita la figura definitiva del edificio.

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Así caigan como castillos de naipes, nadie puede negar la ilusión con que se arman los proyectos. Es evidente: el ideal tiene más resonancia en el alma que la desilusión.

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La enfermedad moral de los proyectos más queridos no está en la parsimonia o la falta de ingenio sino en la inconstancia y la pereza.

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La ruta intangible de los ideales necesita planearse con recursos efectivos y materiales consistentes. Sin planeación los proyectos fracasan o terminan siendo ilusiones pasajeras.

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Hay proyectos que nacen muertos porque ya traen, desde su origen, los genes de nuestro pesimismo.

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Los proyectos –aún los personales– tienen aliados y detractores. Lo difícil es reconocer quiénes son de un bando o del otro. En la realización de los sueños es fácil engañarse con los acompañantes.

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Programar las tareas para alcanzar las metas es el remedio contra las caprichosas demandas de lo inmediato. Las Sirenas huyen al ver la cortante hoz de Cronos.

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El demonio tentador de los proyectos esenciales de nuestro espíritu es el ángel caído de querer abandonarlos.