Ilustración del carioca Edgar Moura (“Demo”).

Ilustración del carioca Edgar Moura (“Demo”).

Nadie podría negar hoy que la televisión es una de las mediaciones más potentes de socialización de nuestro tiempo. La televisión es referente obligado de muchos eventos de nuestra vida cotidiana, hace parte de nuestra intimidad y, en muchos casos, ofrece valoraciones tan potentes como las propuestas por la familia o la escuela. Además, la televisión tiene una alta influencia en la consolidación de ideologías, comportamientos, estilos de vida e imaginarios sociales.

Frente a este contexto, se pueden tomar dos posturas, al menos como lo entiende Umberto Eco: unos (los apocalípticos) que consideran que este medio debe alejarse de los espacios educativos. Que la televisión es un vicio que embrutece y sirve de circo para olvidarnos de los problemas esenciales de nuestra humanidad. Más aún, que la televisión es poco lo que puede decirle a la educación; que es su opuesto y la principal causa del bajo rendimiento escolar.

También están los que piensan que la televisión es una ayuda importante para el trabajo del maestro. Este otro grupo (los integrados) hablan de la televisión como un medio productor de cultura, tan importante como el libro, la ciudad o el espacio familiar. Para ellos, lo importante es saber aprovechar lo que la televisión ofrece, aprender sus lenguajes y sus modos de proceder.

Situados en esta última posición hay un tercer grupo (los críticos) que, además de considerar a la televisión como un bien cultural, consideran que hay que desarrollar tanto las estrategias de lectura de la misma, como los procesos de análisis y recepción crítica. A este grupo pertenecen los analistas de la semiótica y los didactas de los medios.

Pero hay otra mediación vigorosa de la cultura; una mediación capaz de objetivar la conciencia, propiciar el análisis y jalonar el desarrollo tanto personal como colectivo. Esa mediación es la escritura. Y dada su importancia para la escuela, podemos valernos de la televisión para convocar o provocar la producción escrita.

Para lograr tal fin necesitamos actuar de manera estratégica: es decir, usando la didáctica. Preocupándonos por apropiar un saber sobre la televisión y, a la vez, un aprender a hacer algo con ella. De otra parte, los aportes conceptuales y los métodos propios de la semiótica y la narratología pueden sernos de gran utilidad para afinar estas estrategias escriturales derivadas de ese seductor ojo sin párpados.

Esbocemos, entonces, algunas estrategias para usar la televisión y propiciar la producción textual:

RECONSTRUIR: Una primera estrategia sería la de usar las telenovelas para aprender los elementos básicos del relato. ¿Cómo construir  un personaje?, ¿cómo hacerlo verosímil?, ¿cómo presentar los diálogos? Al reconstruir esos aspectos se descubren las lógicas de la ficción: se aprende a narrar.

RECICLAR: Una segunda estrategia sería la de emplear diversos materiales de la televisión (frases de un telediario, fragmentos de un diálogo en una telenovela, pedazos de tele-entrevistas…) para elaborar otro tipo de mensajes, otra  “obra”, otro texto. El collage, los acrósticos, los caligramas ofrecen la oportunidad de entender que la escritura, además de un significado, también comporta un espacio.

SUBSTITUIR: Una tercera estrategia, en donde puede retomarse la agenda televisiva en general, es la de proponer substituciones de todo tipo: cambiar un título por otro menos obvio, llamar de otra manera una telenovela, ponerle otro nombre a una sección de cierto programa; en fin, volverse hábil en el pensamiento relacional. El uso de las analogías y de las metáforas son  un ejemplo y propósito de esta otra estrategia escritural.

REFLEXIONAR: Los telenoticieros o los programas de opinión pueden servir para propiciar la reflexión y sopesar los juicios. Porque donde hay puntos de vista, donde hay ideas que se defiendan o refuten, se ofrece una oportunidad para la escritura argumentativa. El ensayo puede ser el género ideal para ejercitar al estudiante en aprender a ofrecer argumentos para apoyar o contrarrestar una tesis presentada en algún espacio televisivo.

ANALIZAR: Aunque esta estrategia puede emplearse con cualquier tipo de programa, la veo propicia retomando la oferta publicitaria. La idea es escribir como lo hace el copy de una agencia de publicidad; ese personaje que convierte una larga conversación con un cliente en una o dos líneas para un aviso. Podría explotarse, entonces, la escritura de avisos clasificados, de banners, de eslóganes o consignas capaces de recoger en pocas palabras aquella pieza publicitaria televisiva de treinta segundos o de algunos minutos.

COMPLETAR: Esta estrategia busca desarrollar el pensamiento abductivo o la lectura inferencial. Se trata de optimizar la información: con muy poca, atreverse a imaginar un avance, un desarrollo o un desenlace. La escritura de sinopsis imaginadas para el otro día, de resúmenes de lo que va a pasar, de síntesis futuras, puede convertirse en un reto de escritura y, a la vez, en un acicate para la imaginación.

IRONIZAR: Esta otra estrategia tiene que ver con el uso del humor, con la imitación que busca la caricatura, la burla o la inversión de sentido. Esta estrategia tiene un amplio espacio de trabajo en las llamadas figuras retóricas. Además de la ironía, la parodia puede ser un género beneficiado con esta estrategia, al igual que la sátira y los juegos de lenguaje de doble sentido… Entrar en el simulacro aguza la atención y la perspicacia.

Bibliografía esencial

José Ignacio Aguaded,  (1999), Convivir con la televisión, Barcelona, Paidós.

Umberto Eco, (1984), Apocalípticos e integrados, Barcelona, Lumen.

Neil Postman, (1991), Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”, Barcelona: De la Tempestad.

Francesco Casetti y Federico Di Chio, (1999), Análisis de la televisión, Barcelona: Paidós.

Joan Ferrés, (1994), Televisión y educación, Barcelona, Paidós. 

Fernando Vásquez Rodríguez, (2004), La cultura como texto. Lectura, semiótica y educación, Bogotá: Javegraf.

Fernando Vásquez Rodríguez, (2005), Rostros y máscaras de la comunicación, Bogotá: Kimpres.