A pesar de que la amistad es digna de celebrarse en cualquier tiempo, es en navidad cuando encuentra su terreno fértil. Bien sea porque hay tiempo para los reencuentros o porque, con los amigos, se pasa gran parte de los días decembrinos. Meditemos, entonces, sobre este vínculo afectivo tan poderoso como los lazos de la sangre.
Un primer aspecto de la amistad, una de sus bondades más preciadas, es que nos obliga a estar pendientes de otro ser humano. La amistad nos hace corresponsables de otras vidas; nos alarga el cuerpo y los sentidos bien sea para dar una voz de aliento, contribuir con una ayuda precisa o estar solícitos para ofrecer la fuerza de nuestro abrazo. Al sabernos amigos de alguien nos convertimos, de alguna forma, en guardianes o cuidadores de esa otra existencia. Con la amistad salimos del individualismo y tomamos conciencia de la riqueza de lo dual, de las manos compartidas.
En esta perspectiva, la amistad es un antídoto contra la soledad, un recurso de los seres humanos para contrarrestar la indiferencia y el abandono. Los amigos pueblan de voces y presencias nuestros días silenciosos o insustanciales. Nos llenan de nombres y miradas las etapas aciagas de nuestra existencia anónima e inadvertida. Si tenemos amigos menos áspero nos parecerá lo desconocido y menor los reveses de la fortuna o el trasegar vital. Si los amigos nos favorecen con su presencia las enfermedades parecerán más llevaderas y los problemas menos espinosos. Esa parece ser otra riqueza de la amistad: darnos una familia del espíritu, una parentela elegida por nuestro corazón.
Y al ir a visitar a los amigos para entregarles un obsequio o al compartir con ellos una cena, o cuando nos reunimos a charlar y celebrar, lo que hacemos es rubricar ese vínculo. En medio de anécdotas y recuerdos, al lado de las noticias desconocidas o las peripecias de un paseo reciente, la amistad rubrica su incondicionalidad, su permanencia a pesar de la lejanía o el socavar del tiempo. Porque la amistad, la verdadera, renace con cada encuentro; bastan unas horas para que recupere su lozanía y retome el calor de los fuegos abrasadores. Ahí reside su atemporalidad o su omnipresente juventud.
Una cualidad adicional de la amistad es que nos permite reencontrarnos con la autenticidad. Los amigos, los de toda la vida, son las personas que nos aceptan como somos; ante ellos no tenemos que falsificarnos o cumplir una serie de requisitos para ser aceptados. La amistad pone el acento en la comprensión y no tanto en el juicio inapelable. La consecuencia es, por supuesto, la efusión de la confianza y el surgir de expresiones espontáneas de libertad. Cuando estamos entre amigos nos quitamos los artilugios y el maquillaje, nos despojamos de las armas de la prevención y la desconfianza. La amistad, por eso mismo, es refugio, nicho emocional, fortaleza. Porque es con los amigos que podemos mostrarnos débiles, frágiles, confundidos; porque es con los amigos que logramos abandonarnos sin sentir miradas acusadoras o reproches moralistas.
Así que, aprovechando el ambiente navideño, bien vale la pena refrendar ciertas amistades y reiterarles su importancia para nuestra vida. Sabemos que los amigos del alma ameritan cuidado, y una visita, un mensaje, un detalle son símbolos de confirmación o renovación de tal vínculo. No es bueno desatenderlos. De antemano sabemos que una omisión no va a fracturar definitivamente una amistad, pero no por ello podemos tratar a esos seres como si fueran figurines de ocasión. Hay que estar alertas: protejamos la amistad de la ingratitud o de las celadas que tienden los astutos a los generosos.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Alexander, gracias por tu comentario.
ALEXANDER OROBIO MONTAÑO dijo:
Establecer una relación de amistad es la mejor oportunidad de acompañar la existencia, la amistad es pan es vino. En la relación de amistad se plasma la concepción de la vida. Las experiencias vividas por los amigos da cuenta de sus calidades humanas.