Palacio de la memoria

“Palacio de la memoria” de Joshua Flint.

Si recordar, como enseña la etimología, es volver a pasar por el corazón, entonces podemos concluir que almacenamos los recuerdos con la memoria pero los recuperamos mediante el sentimiento.

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Hay dos cosas que pueden hacerse con los recuerdos de la infancia: poesía o psicoanálisis.

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Los recuerdos exigen para su permanencia un trabajo inicial de repetición. Es el golpe continuado del herrero el que garantiza la resonancia futura de la campana.

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Los recuerdos son un lastre o un viento bienhechor. Son una carga para llegar a nuestro destino o nos sirven de impulso para nuestra odisea vital.

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Almacenamos experiencias, pero narramos recuerdos. El relato le da plasticidad a la memoria.

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Los griegos antiguos sabían bien que para morir había que pasar por el río del olvido. La muerte definitiva consiste en el hundimiento de todos nuestros recuerdos.

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Es el trabajo de los recuerdos el que crea el teatro de nuestro pasado. Mnemosine es la verdadera madre de Cronos.

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A ciertas personas les gusta entender los recuerdos como un depósito; para otros, son como hojas de un árbol que se desprenden según el soplar de las circunstancias.

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Hay marcas de agua en toda historia personal. Invisibles para los demás, pero claras y precisas al trasluz de nuestros recuerdos.

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Aunque parece fácil recordar, si no se tienen unos dispositivos de memoria, lo más seguro es que nos perdamos en el laberinto de nuestro pasado. Los recuerdos oscilan entre el favor de Ariadna y el temor al Minotauro.

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Algunos recuerdos huyen de nosotros por más que nos esforcemos en retenerlos. Otros, vienen de pronto, como asaltantes inesperados. Tales hechos nos muestran una cosa: los recuerdos además de escurridizos, gozan de una libertad inalienable.

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Existen situaciones dolorosas que traen consigo el no querer recordarlas. A veces, olvidar es una defensa de nuestra sobrevivencia psicológica.

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Los recuerdos pueden ser un arma de los obsesionados por el poder: hay gobernantes que administran astutamente el olvido y otros que saben dosificar y seleccionar para su pueblo un pasado específico.

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Cuando el dolor impregna una etapa de nuestro pasado, tendemos a distorsionar el recuerdo. Todo pasado doloroso es un pasado enmendado.

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La tragedia clásica griega tenía un dispositivo potente: el reconocimiento. Es decir, son las marcas de nuestros recuerdos los que llevan al cumplimiento del destino.

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Es la intensidad y no la cantidad de experiencias la que determina la consistencia del recuerdo. Retenemos más y mejor aquellas vivencias que han calado hondo en nuestra piel o nuestra alma.

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El drama de nuestra condición temporal es este: querer olvidar los recuerdos imborrables que nos lastimaron; desear retener aquellos otros de pasajera felicidad.

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Extraño el proceder de los recuerdos cuando estamos viejos: no recordamos dónde dejamos o pusimos un objeto cotidiano, pero nos acordamos con lujo de detalles de la época remota de nuestra niñez.

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¿Qué eran los aedos de la antigüedad? Unos guardianes rítmicos de la recordación.

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La adquisición de los recuerdos está a la par de la experiencia y lo vivido; la retención de los mismos implica un esfuerzo mnemotécnico. Su recuperación es un acto en el que, además de la voluntad,  intervienen el azar, la historia y la política.

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Los recuerdos participan de la lógica del dinero: los hay de rentabilidad inmediata y otros que rinden su beneficio a largo plazo.

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Las doctrinas que creen en la reencarnación son, en realidad, religiones centradas en la devoción absoluta hacia el recuerdo.

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La genuina biografía de un hombre es la que proviene de la elección de sus recuerdos. El relato más confiable de un ser humano termina siendo una autobiografía.

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Hubo una época en que los monumentos en las ciudades estaban ahí como hitos de memoria. La enseñanza es apenas obvia: los recuerdos deben materializarse en piedra o bronce, y estar siempre a la vista, si queremos transferirlos a las nuevas generaciones. A Mnemosine le gusta la pedagogía de lo marmóreo.

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Hay amnesias que resultan de un accidente o una enfermedad y otras que responden a la culposa tarea de un autoinfligimiento.