
Ilustración de Nick Dewar.
- Use diferentes formas textuales en su enseñanza y en los trabajos que solicite.
He venido investigando desde hace ya varios años en la diversidad de formas textuales usadas en diversos tiempos con el fin de conocerlas y buscar una camino para volverlas aliadas de nuestra práctica docente. Primero empecé con el ensayo, luego con el cuento, la carta, el comentario, y más tarde con el diálogo platónico, el soliloquio, la guía, la crónica, el guión, el informe, el resumen, y los diversos modos de la descripción: el autorretrato o etopeya, la écfrasis (o la descripción de obras pictóricas). También he explorado en las formas propias de la literatura edificante como el apólogo y la fábula. Y hace por lo menos cuatros años empecé a profundizar en al aforismo como una tipología textual muy útil para aprender a eliminar lo superfluo y decir lo esencial. Digo lo anterior para subrayar la variedad de formas escritas que tenemos los maestros a nuestra disposición y que, por alguna razón, reducimos a una o dos en nuestra labor de clase. Tal vez porque desconocemos esa variedad de formas o porque no hemos indagado lo suficiente en sus alcances y posibilidades para empezar o afianzar determinado aprendizaje.
Piénsese no más en la utilidad del diálogo para el aprendizaje de la filosofía (baste mirar para ello los escritos por Platón) o el uso del soliloquio como recurso para propiciar el aprendizaje argumentativo; o el cuento y otras formas narrativas para hacer más cercana y afectiva la relación con un saber, para lograr que el lector deje de ser un espectador pasivo de la información y se convierta en un activo e implicado participante. Cuánto transformaríamos nuestra práctica docente si incluyéramos en nuestra agenda didáctica la producción de escritos en esta perspectiva. Por supuesto, no con el ánimo de convertirnos en literatos de gran calado sino como una manera de innovar nuestras maneras de poner en escena un conocimiento. Otro tanto podría decirse de los productos escritos solicitados a nuestros estudiantes: he visto que la crónica, por ejemplo, es una excelente forma de escritura para recoger actividades en las que se mezclan la observación, la entrevista, la revisión documental, el registro fotográfico y el trabajo de campo. Está bien que pidamos informes; pero bien vale la pena abrirse a estas otras formas escriturales más ricas y más interpelativas para las nuevas generaciones.
O ni qué decir de la escritura aforística, muy estratégica para responder al mundo del twitter y los mensajes de 120 caracteres. El aforismo como una escuela de la precisión semántica, un tinglado para dominar las figuras del lenguaje, preferiblemente la antítesis o la paradoja; una forma pulida y refinada para propiciar el pensamiento crítico, la ironía, el humor y las fisuras a lo dado por hecho o presuntamente establecido. He constatado, por otra parte, que al invitar a escribir aforismos a mi estudiantes, al decirles que no se trata de copiar o transcribir información ya consignada en la web o en bibliotecas, les ha implicado ejercitarse en su propio pensar, atreverse a dejar las muletas de las voces foráneas y empezar a tener una voz propia. Tal beneficio es una transformación que va más allá de los espacios escolares.
Como puede verse, los docentes contamos con múltiples estrategias para presentar un conocimiento. Unas son ideales para motivar el aprendizaje, otras son idóneas para hacer más inteligible un tema y, otras más, son adecuadas para reforzar algo de lo aprendido. Cabe, entonces preguntarse, ¿por qué sólo reducir nuestros recursos de enseñanza la exposición oral en clase? De otra parte, estas formas textuales ofrecen a los estudiantes una gama de posibilidades que no sólo ayudan a desarrollar diferentes tipos de pensamiento (ya sean de corte argumentativo, narrativo o expositivo) sino que, además, permiten que los estudiantes encuentren la mejor vía para expresar su curiosidad, su imaginación o sus opiniones y reflexiones. Digámoslo de manera enfática: El educador que condena su clase a una única manera de producir discurso priva a sus estudiantes de otras formas aprender.
- Para lograr una mejor comunicación con sus alumnos use los lenguajes paralelos en el discurso docente.
El tema de la comunicación sigue siendo una de las claves de la buena relación pedagógica. Para ninguno de nosotros es un secreto que una gran parte de lo que hacemos tiene como lubricante la comunicación verbal. Quiero centrarme ahora en una estrategia que me parece fundamental cuando tenemos públicos diversos y, por lo general, bastante desmotivados. La he denominado, la estrategia de los lenguajes paralelos.
Esta estrategia consiste en combinar cuatro tipos de lenguaje en nuestro discurso docente. El lenguaje de la propia disciplina, el lenguaje de la vida cotidiana, el lenguaje experiencial o testimonial y el lenguaje figurado. El primero de ellos, el lenguaje de la propia disciplina, es el que habitualmente usamos. Si uno es profesor de matemáticas o de biología, de sociales o español, hay un lenguaje propio en el que habla esa disciplina. Desde luego, ese es un lenguaje que debemos dominar pero no puede ser el único lenguaje que utilicemos en clase. Debemos entonces, combinar este lenguaje con otro mucho más vivo y de mayor cobertura; refiero al lenguaje de la vida cotidiana: ese que circula en los medios masivos de información, el que percibimos en las calles y en los locales comerciales, el que está presente en los supermercados y en los medios públicos de transporte. Este lenguaje no es tan especializado como el primero pero tiene el poder de reverberar, de circular, de ir de boca en boca, construyendo eso que se llama la opinión pública. Al maestro, entonces, le corresponde sazonar el lenguaje de la propia disciplina con este otro tipo de lenguaje, para darle más sabor a su saber, para ponerle la pimienta o el color que necesitan los abstractos algoritmos o grafías. Pero no es suficiente con esto; necesitamos emplear el lenguaje experiencia o vivencial. En este caso, lo importante es la voz de la historia personal del maestro, el testimonio de sus vicisitudes, el que toma relieve. No es bueno, al menos desde la comunicación en el aula, mostrarnos como bocas parlantes sin pasado ni historia. Es importante que nuestras experiencias impregnen el saber que impartimos, porque enseñamos no sólo una asignatura; enseñamos una forma particular de ver el mundo y la vida. Finalmente, tenemos que echar mano de otro lenguaje: el figurado, el metafórico; el que emplea analogías o parábolas. Este cuarto lenguaje es más afectivo, busca tocar las fibras de la emoción, despertar la zona sensitiva del oyente. Es en lenguaje que emplea de forma magistral la publicidad y es el lenguaje que, de manera amplia, utiliza el arte. También las religiones han sacado provecho de las potencialidades de este tipo de lenguaje. Así que, el educador necesita sumar a los tres lenguajes anteriores uno más, para tocar fibras íntimas de sus alumnos, conmoverlos, ponerlos en la dimensión emocional y afectiva.
Los que han investigado el tema de la comunicación nos han enseñado que si uno habla sólo en el lenguaje de la propia disciplina apenas logrará un 20 o 30% de cobertura en su auditorio; pero que si usa el lenguaje de la vida cotidiana, la efectividad será de un 40 o 50%. Aunque es el lenguaje testimonial con un 60 o 70% y el lenguaje figurado, con un impacto mayor al 80%, los que tienen mayor fuerza comunicativa. Mal haríamos entonces los maestros en desaprovechar esos otros lenguajes, y perder la oportunidad de utilizar y combinar los lenguajes paralelos. Tal vez con ello tendríamos más vivo el interés, la curiosidad y la motivación de nuestros alumnos.
- Vincule su quehacer y las tareas que pida con un proyecto de investigación personal.
La transformación de la práctica docente, para que sea permanente, requiere estar vinculada a la investigación. Un maestro que se llame “vigente” es porque no ha dejado de indagar sobre las dificultades y los logros en lo que hace. Considero que muchos educadores ocupados más en los pormenores de la docencia descuidan o se desentienden de la investigación. O si por momentos les inquieta no tienen la suficiente persistencia para continuarla o llevarla hasta una sistematización digna de publicarse. Desde mi propia experiencia, y viendo cómo proceden otros maestros investigadores, he descubierto cuatro estrategias para mantener viva la indagación en nuestro quehacer cotidiano. Lo primero que hay que hacer en hallar un nicho-problema que realmente nos interese o nos preocupe esencialmente. No hablo del área en que trabajamos o del campo disciplinar del que somos titulados. Me refiero a algo específico, a una temática que logre atraer buena parte de nuestros intereses intelectuales y emocionales. Cuando uno encuentra ese nicho, ya tiene ganada una vía hacia la investigación. Ya podemos decir que estamos en una línea, en un foco o un problema que merece escudriñarse. Ubicada esa diana o ese objetivo de interés empezaremos a recopilar bibliografía y cibergrafía relacionada con tal aspecto. Nuevas carpetas se abrirán en nuestro computador, nuevas obras empezarán a pedir espacio en nuestra biblioteca, nuevos grupos de colegas, nuevas revistas especializadas harán parte de nuestro discurso cotidiano. Definir ese nicho-problema nos permite profundizar más que extendernos, conocer más en propiedad que opinar sobre generalidades de segunda mano. Esa es la primera estrategia. La segunda, es comenzar a vincular las tareas o actividades que pongamos a los estudiantes con ese nicho-problema. A veces de manera explícita; otras, de forma indirecta. Lo importante acá es que convirtamos el tiempo de corrección y supervisión de las tareas en un insumo para nuestras preguntas o nuestras inquietudes investigativas. Esas lecturas y evaluaciones no solo servirán de retroalimentación para el que aprende sino de insumo para recoger información, para constatar una hipótesis, para consolidar los primeros hallazgos. Sobra decir que no es fácil hacer esto, pero si uno se organiza y gasta un buen tiempo en la planeación o en la programación de cada curso o de cada asignatura, si piensa con cuidado los trabajos que va a poner a sus alumnos, muy seguramente descubrirá que esas acciones hacen parte del mismo proyecto de investigación en el que se está o se viene trabajando. Una tercera estrategia tiene que ver con guardar algunas evidencias de eso mismo que solicitamos. Muchas veces nuestra labor diaria queda huérfana de evidencias. Una foto, el escaneo a un documento, el registro de una producción o grabar una pequeña entrevista a los directos involucrados, todas esas cosas las dejamos pasar o no tenemos la costumbre de hacerlas parte de nuestra profesión de maestros. Si nos habituamos a seleccionar y guardar tales registros, pronto nos daremos cuenta de que esos materiales son el insumo fundamental para empezar una etapa de reflexión y análisis sobre la propia práctica. Aquí deberemos aprender también a manejar archivos y a convertir a nuestros estudiantes en espontáneos asistentes de investigación. Lo digo, porque los apuntes de clase, si de entrada nos preocupa algo en especial, podrán ser luego motivo de autoexamen o reconocimiento de lo que hacemos. La cuarta estrategia, y esa ha sido la clave de mi propia producción investigativa, es producir pequeños textos derivados de tales pesquisas. No hablo de extensos informes de investigación, ni de proyectos con toda la formalización canónica. Me refiero a una o dos páginas que son como apuntes o síntesis de lo que vamos descubriendo, o la ampliación de una pregunta, o la descripción de una situación recurrente, o el esbozo de un plan de contingencia a un problema que hemos detectado. Mejor dicho: se trata de vincular el escribir con lo que hacemos cotidianamente. Podemos llegar a sorprendernos cuando, después de varios meses, notemos que esos apuntes, que esas hoja sueltas, van consolidando una cartografía de nuestros intereses, un mapa –así incipiente– de nuestras preocupaciones y nuestras inquietudes sobre la profesión docente.
Eso es, precisamente, lo que hacía el psicólogo ruso Lev Vygosti, que convertía su aula en constante laboratorio, y lo que hacía Paulo Freire, que volvía cada actividad de su vida, como profesor o consultor, en un motivo para producir un artículo, escribir una carta o diseñar una propuesta.
- Procure asistir a seminarios o foros de manera regular. Póngase el reto de presentar al año una ponencia o participar con un póster, una comunicación en eventos académicos.
Aunque esta no parece una estrategia propiamente didáctica, sí la considero una estrategia indirecta de transformación de nuestro quehacer. Quizá sea una estrategia de formación y renovación. Digo esto porque lo común es la apatía, el desgano o la pereza cuando se trata de asistir y participar en esos otros escenarios de formación. Muy poco o nada invertimos en nuestra propia actualización; son más las disculpas que la iniciativa lo que gobierna la cualificación de una profesión necesitada de seres creativos, imaginativos y dúctiles para asumir los cambios.
De allí que debamos meter en nuestra agenda anual asistir a eventos académicos. Pero no como algo azaroso o dependiente de subsidios ajenos, sino como un asunto de convicción personal, un proyecto tan importante como apartamos y ahorramos el tiempo de las vacaciones. El reto se hace mayor, si nos autoimponemos no sólo asistir sino además escribir y participar en tales escenarios con una producción propia. Esa debería ser la verdadera evaluación de nuestro trabajo: mostrarles a otros los hallazgos o los problemas que ocupan nuestro interés. Dar testimonio de que seguimos siendo maestros porque no hemos claudicado en nuestra voluntad de aprender. En suma, mostrar las pruebas o las evidencias de esa actitud de permanente transformación.
Hasta aquí este abanico de estrategias para renovar la práctica docente. Confío en que buena parte de ellas sea un incentivo o una piedra de toque para confrontar o cualificar lo que cada docente hace a diario en sus clases; o que se conviertan en una zona de desarrollo próximo para su espíritu y así evitar el anquilosamiento, la desidia o la desesperanza, que tanto daño hace a nuestra profesión y que termina afectando negativamente a las nuevas generaciones.
Nancy Cristina dijo:
Renueva el espíritu docente esta reflexión. Da una voz de aliento para el estudiante que aún permanece en quien pretende enseñar. Gracias!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Nancy Cristina, gracias por tu comentario.
nayitas2 dijo:
Sus palabras profesor Vásquez, siempre serán motivo de inspiración.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Nayitas, gracias por tu comentario.