El papa Francisco

El papa Francisco: la fuerza comunicativa del gesto.

Mirada en detalle la manera como el papa Francisco se interrelaciona y transmite sus mensajes, podríamos decir que parte de su liderazgo o de su atractivo para las grandes masas reside en el estilo de comunicación que emplea. Un estilo hecho de varios rasgos mediante los cuales reaviva los vínculos afectivos y pone a reflexionar a fieles creyentes o a ciudadanos del común.

Un primer rasgo tiene que ver con un gesto afable y una disposición hacia el abrazo. El papa es una persona que irradia alegría y que se anima apenas ve una oportunidad de establecer contacto con otra persona. Besa, abraza, saluda; mira con detenimiento, escucha con atención. Tales gestos crean una confianza y una familiaridad que es la que lo hace sentir una persona cercana, un hombre de fiar o de querer tomarse una foto para conservarla en el álbum personal. La gestualidad de la alegría y la acogida rompen las barreras del distanciamiento o todas aquellas aureolas de los poderosos y encumbrados dignatarios.

Otro rasgo se centra en la manera como están escritos sus discursos. No son largos parlamentos abstrusos o demasiado conceptuales. Habla con ideas cortas y usa muchísimas alegorías, símbolos o imágenes que permiten que la mayoría entienda. Intercala expresiones del país o la región en la que esté hablando y se nota una reapropiación de tales contextos. Utiliza ejemplos y echa mano de anécdotas para hacer más visible un concepto o hacer la exégesis de algún pasaje bíblico. Hay reiteraciones, focos de atención, redundancias puestas en diferente frecuencia. También intercala un antiguo recurso de la retórica clásica: la interrogación. Es decir, esos discursos no están elaborados para interpelar a teólogos, sino a personas comunes y corrientes.

Un rasgo adicional es la forma como lee esos discursos, los comentarios que hace cuando pone en voz alta los textos preparados con anterioridad. Lee pausadamente. Se nota que es un texto preparado, recitado a solas muchas veces. Usa una de las manos para apoyar o reforzar lo que dice. Utiliza pausas y silencios de manera intencionada, especialmente después de que lee una pregunta o formula a la audiencia interrogaciones de hondo calado. Su voz emplea matices, se vuelve íntima cuando así lo requiere o sube de intensidad cuando desea imprecar o asumir un “tono profético” de anuncio y denuncia. Su mirada no se queda en el papel, sino que recorre al auditorio. Y a pesar de estar detrás de un atril, logra que su cuerpo o su presencia física sea la que en verdad transmite el mensaje. Improvisa cuando lo estima conveniente, usa el humor, dotando de un lenguaje coloquial a ese otro lenguaje frío de la escritura.

Hay otro cuarto rasgo: entra en relación muy rápido con el extranjero o se mimetiza con facilidad a la cultura que vaya. El papa Francisco no se muestra temeroso del abrazo del que no conoce; por el contrario, entabla vínculos de manera rápida. Recibe con facilidad la acogida y no discute o se molesta porque alguien le quiera poner un sombrero, una ruana o terciarle un carriel. No teme al contagio o se incomoda porque uno de sus seguidores lo desee besar o entregarle una carta o abalanzarse para darle unas flores. Es una persona dotada para recibir; su cuerpo permanece abierto a los demás.

El quinto de los rasgos se puede evidenciar en su constante amabilidad, en los gestos cordiales y las palabras permanentes de agradecimiento. El papa Francisco saluda y agradece a todas las personas que le sirven o le ayudan; no hace diferenciaciones de rango o de oficio, de género o de estatus. Sea el más poderoso o el más humilde siempre es recibido o despedido con un gesto afable y con unas palabras de gratitud, bien sea por un trabajo ya ejecutado o por algún proyecto a realizar en el futuro. Además de las “buenas maneras” en las relaciones interpersonales, el papa Francisco establece continuos actos de reconocimiento a los demás.

Cabe referir un rasgo adicional, uno que atraviesa sus mensajes y con el cual concluye la mayoría de sus intervenciones públicas. Es su autoanálisis permanente, su confesión pública, su reconocimiento de no ser alguien excepcional, sino un hombre sencillo. Él también es pecador, él es igualmente frágil que los demás, él es un necesitado como todos los hombres y mujeres, él necesita que el prójimo rece por su alma o por todas sus fallas y flaquezas. El papa Francisco no se promociona como alguien distinto a la gente. No. Por el contrario, su ministerio no lo hace único o totalmente distinto. El resultado, por supuesto, es la empatía de la gente, la solidaridad con alguien de la misma condición. Es posible que este rasgo sea el que mejor toque los corazones y mueva las fibras de la sensibilidad o remoce el sentimiento religioso.

Por lo demás, los rasgos anteriores se fortalecen o se refuerzan con una genuina acción de estar con la gente, de confundirse con aquellos mismos que lo reclaman o lo solicitan. No es una persona encerrada, resguardada totalmente o clausurada en un hotel o en una residencia oficial. Como él mismo lo afirma, su fuerza comunicativa está en “callejear su fe”, en salir a buscar a los otros, a los enfermos, a los niños, a los necesitados. El papa Francisco multiplica su mensaje al mismo tiempo que reparte sus bendiciones. Una y otra vez sale al encuentro, saluda, interactúa con la gente a un lado y otro de una avenida, entrega rosarios, prodiga besos y abrazos, se ofrece para una fotografía. Su liderazgo no es de alto mandatario o de jefe de oficina, no es de puertas cerradas. El estar afuera es lo que determina su efectividad comunicativa. Su porfía de caminante entre las calles, entre barrios o en lugares tocados por el dolor o la pobreza, convierte su mensaje en un testimonio arrollador.