Ilustración de Ángel Boligán

Ilustración de Ángel Boligán.

Cuánto nos falta aprender y defender que la justicia es el puente entre la ética y la política. Sin esa mediación estaremos indefensos ante el capricho individual o los intereses de determinado grupo de personas.

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La norma, que es genérica, necesita de la justicia para aplicarla a un individuo. Los jueces son, en últimas, los que dan un rostro particular a la efigie abstracta de la ley.

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Por andar tan ocupados en la guerra hemos ido relegando el valor capital de la justicia. Nos ha importado más mantener el poder que regular la sociedad.

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¡Hay tantas injusticias que se han hecho en nombre de la justicia! ¡Tantos justos que han terminado siendo desalmados justicieros!

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La política busca por todos los medios quitarle la venda a la justicia. Especialmente para que ella vea las monedas puestas en uno de los platos de la balanza.

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Ciertas personas piden justicia como si reclamaran venganza. No los mueve el Derecho, sino el resentimiento.

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Aunque la justicia pretende ser imparcial, en el fondo necesita ser persuadida.

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Es más fácil percibir y sentir las injusticias que hallar lo justo. Primero estuvo el crimen que la ley, primero la falta que la norma.

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Se necesitan ciertas cualidades excepcionales para hacer cumplir imparcialmente la ley. Al salón de la justicia solo entran los superhéroes.

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“Todos somos iguales ante la ley”, dice el soberano y poderoso; “la ley es para los de ruana”, contesta el humilde y discriminado.

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El juez debe investirse para impartir justicia. ¿Por qué? Porque ese tipo de dictámenes, los que ponen tasa a la libertad de los hombres, tiene cierto parecido con los designios de un dios.

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Sentencia: momento en que acaba con alegría un proceso judicial y se inicia, dolorosamente, una condena.

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Retórica legalista: “Hay que darle a cada quien lo que le corresponde”… lo que le corresponde según las normas establecidas.

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Ley: acuerdo entre los hombre para transgredirlo permanentemente.

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Los abogados con sus argumentos a veces buscan aclarar y, otras, confundir al juez. Impartir justicia demanda una cuidadosa lectura de las partes. Los abogados usan los recursos persuasivos de la retórica pero al juez le compete utilizar la lógica hermenéutica.

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Hay resultados en el deporte que no son justos; pero aun así hay que atenerse y cumplir con el reglamento.

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El árbitro de fútbol es un ejemplo de la justicia sin papeleo. Sus veredictos son expeditos, sin abogados, a la luz del sol. Y lo más importante: son sentencias validadas al instante por un auditorio masivo a través del abucheo o el aplauso.

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El derecho no tiene alma; la jueces, sí. Por eso la justicia es imperfecta y falible.

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“La justicia cojea pero llega”, afirma el refrán. Como quien dice, la justicia necesita de tiempo. No debemos perder de vista que Diké, era una de las Horas: una diosa vinculada con las estaciones.

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Juicio justo: no mirar los rostros, sopesar las acciones.

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¿A qué conduce la injusticia? Al resentimiento. Y una sociedad resentida es proclive a la vendetta y a la ley por la propia mano.

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Ley del talión: justicia homeopática de los primeros tiempos.

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En abundantes casos, pedir justicia es aplacar un instinto o una pulsión. Se acude a la justicia para diferir la violencia. La palabra es más lenta que el golpe.

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La justicia es el horizonte lejano del derecho. El ideal soñado por la ley.

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A veces se usa o se alude a la compensación de la justicia divina, para ocultar las irregularidades o los vicios de la justicia humana.

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A pesar de que todos pregonamos la igualdad cuando hablamos de justicia, lo cierto es que argumentamos razones particulares al momento de apelar a ella.

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Juez: un tercero imparcial para ayudar a resolver los conflictos que, entre dos, no logran solucionar.

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Difícil tarea la del juez: obedecer al mismo tiempo a las demandas de la ley y atender las razones morales de los implicados. Derecho y ética puestas en la balanza.

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Las influencias y el poder económico pesan más en la balanza de la justicia que las leyes porque la verdad es alada y transparente y la ambición densa y opaca.

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Si bien existen los códigos y se cuenta con detallados manuales de procedimiento, el juez depende de la deliberación entre las partes. La letra, aún con su poder, no es suficiente para impartir justicia. El juez confía especialmente en la agonística voz de la oralidad.

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Nuestra época: muchas leyes y poca justicia. Tenemos más habilidades para legislar que para regular la convivencia.

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Un país puede cumplir cabalmente con todas sus leyes y, sin embargo, estar en deuda con la justicia social. La observancia de la legalidad no suple las desigualdades sociales.

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Reivindicar y reclamar son dos verbos que convocan a la justicia: de algo hemos sido despojados, por algo nos sentimos vulnerados. Entre el reclamo y la exigencia deambula la justicia.

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En la alegoría de la justicia nos hemos fijado más en la balanza que en la espada. No obstante, es esta última la que infunde temor. La ley es poderosa porque puede herirnos.

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La justicia prevé en la ley lo que en algún tiempo futuro tendrá que enjuiciar. La ley tiene la misma piel trágica del Destino.

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Dilema del juez corrupto alzando la balanza: ¿a más pesos menos pesas?