Ductus

Una de las razones por las cuales los estudiantes de pregrado y posgrado no logran avanzar rápidamente en sus textos académicos es porque no siguen las instrucciones diseñadas por sus maestros o tutores para lograrlo. A veces, por descuido o porque confían en que la “inspiración” o el “repentismo” les permitan alcanzar el objetivo, sin seguir el paso a paso dispuesto para tal fin.

A pesar de que se entreguen guías o se tengan como referencia indicaciones específicas, por lo general estos aprendices de escritura las subvaloran o no las analizan como corresponde. O puede que las lean en el momento de escuchar la tarea, para luego, cuando ya están enfrentados a la realización del texto, las olviden o las consideren inútiles. Es común, de igual manera, que se refunda lo que tenía una secuencia o se presente de cualquier forma lo que pedía un protocolo específico. Todo parece indicar que de cara a aprender una técnica, como es la de la escritura, hay una alta dificultad en esto de seguir las instrucciones o una recurrente salida para tomar el atajo, la irregularidad o una mal entendida manera de ser creativos.

Tener en cuenta lo que se pide y los tiempos o las formas de hacerlo son cosas fundamentales, si es que uno desea avanzar o cualificarse en un oficio. Primero se desbasta la madera y luego se talla; se inicia dominando el puntero y después, mucho después, se pule el mármol de una estatua. Cada cosa tiene su tiempo y sus propiedades. No es un asunto baladí. Cómo vamos, por ejemplo, a lanzarnos a redactar un ensayo si no sabemos distinguir el tema de la tesis, si desconocemos los tipos de argumento y si, además, carecemos de un repertorio de conexiones lógicas para facilitar la coherencia entre las ideas. Antes de llegar al párrafo bien logrado tenemos que conocer la fisonomía de las palabras y las leyes intrínsecas de relacionarse. Entonces, si logramos sacar provecho a las instrucciones, descubriremos que cada recomendación o punto de una guía está encaminada a ir alcanzando paulatinamente ciertos saberes, conocer habilidades especiales o descubrir modos de vencer particulares obstáculos.

Las secuencias didácticas para aprender a escribir son, precisamente, una concreción de tal propuesta instruccional. En ellas, se concreta o se condensa toda una suma de experiencias. Hay observaciones puntuales para el tiempo de cada actividad, al igual que aclaraciones para no confundir una cosa con otra. Se señalan en esas secuencias la especificidad de los materiales, el alcance de determinada labor, y se destacan los objetivos propios de un proceso. Las secuencias didácticas prevén el aprendizaje, lo prefiguran. Son un esfuerzo del que sabe para llevar por la vía menos dificultosa al que aprende. Elaborar dichas secuencias demanda tiempo, conocimiento, capacidad comunicativa y la suficiente experticia para saber distinguir lo fundamental de lo accesorio, la esencia de lo circunstancial. Y aunque puedan parecerle al aprendiz tediosas o llenas de muchas indicaciones, lo que están es creándole el mejor escenario para apropiar un saber-hacer, un arte, una técnica.

Es probable que tales omisiones correspondan a una forma de aprender por vía episódica, mágica o espontánea. A cierta confianza excesiva en la suerte o en las lógicas del azar y el chance de la buena fortuna. Poco o nada se repara en los protocolos a seguir o en las etapas previstas por los que ya son expertos en una labor. Hasta es posible que haya un desprecio hacia los saberes de la tradición y se tenga cierta “actitud adánica”, desconociendo lo que otros han ganado o afinado en la elaboración de determinado producto o artefacto. El resultado, como puede suponerse, es un ir a tientas, sin un horizonte claro, trastabillándose siempre y haciendo cosas improcedentes, incompletas o desarticuladas. Por lo demás, al no recibir una retroalimentación positiva a dichos conatos o intentos de escritura, se empieza a generar en los aprendices una desmotivación o una desidia para retomar al camino previsto. Puesto de manera lapidaria: al no seguir las instrucciones la tarea queda mal hecha y, lo mal hecho, repercute en  la desmotivación por aprender.

También cabe pensar que nuestra época de lo rápido, del consumo inmediato, del facilismo a ultranza, ha desmoronado los soportes de la persistencia, la disciplina y el estudio concienzudo y responsable. Les cuesta a estos estudiantes universitarios de hoy aprender paso a paso; quisieran que todo entrara de una vez a sus cabezas y que sus manos sacaran, como de un sombrero de mago, el ensayo ya hecho, el informe terminado, la reseña perfecta. No obstante, la artesanía de la escritura exige un ir por partes, apropiar ciertos procedimientos, diferenciar momentos de composición, conocer ciertas estructuras y tipologías textuales, reorganizar y conectar las ideas, escuchar las palabras para descubrir su ritmo interno, disponer a la mano de útiles de apoyo. Y todo ello no se puede aprender en un instante ni de cualquier forma. De allí que se requiera compromiso, tiempo, y una disposición de ánimo que permita escudriñar con cuidado y suma atención lo que en una guía se señala o lo que el maestro pide de una forma especial. Dicho compromiso es la garantía para que se hagan las correcciones necesarias y a tiempo, se atiendan las sugerencias de un tutor y se vayan, etapa por etapa, apropiando los saberes de un arte.

Pero esto de no seguir las instrucciones también afecta al maestro o tutor: lo desgasta al tener que repetir y remachar una y otra vez lo que el aprendiz no atiende o, por mero capricho, deja de hacer. Se pierde la esencia de la relación pedagógica, se traba el vínculo, por andar llamando la atención sobre asuntos que atañen más a la actitud del que aprende, a su irresponsabilidad académica o a la desatención sobre algo que se había definido con anterioridad. En lugar de ocuparse en enseñar las particularidades de una técnica el maestro tiene que malgastar horas en “concientizar”, reiterar en el seguimiento a los momentos de un proceso o reclamar el cuidado requerido para elaborar bien una tarea. Es penoso descubrir en los estudiantes universitarios una “flojera del espíritu” que los lleva al simple cumplimiento de la entrega de la tarea –así sea de cualquier forma–, pero sin apropiar lo esencial de un oficio. Este desvío de las funciones primordiales de la docencia por el no seguimiento de instrucciones hace que los resultados en los saberes y los productos académicos sean exiguos o de corto alcance.

Una vez más hay que recordar que aprender a escribir, en especial las tipologías textuales usadas en el mundo universitario, se alcanza de manera progresiva. No es un saber instantáneo y de “inoculación inmediata”. Entre otras cosas, porque los vacíos de información con que se llega a la educación superior son abundantes, y porque se confunde el asistir a clase con el genuino acto de aprender. Se olvida que los estudios superiores demandan un triple trabajo del estudiante en relación con el tiempo de clase del profesor. En consecuencia, si no hay constancia, dedicación, atención concentrada, férrea voluntad de estudiar, apenas se alcanzarán las notas mínimas para sobrevivir, pero se dejará de asimilar el fundamento y las minucias de la composición escrita. Tengámoslo presente: ningún arte se aprende sin el esfuerzo  continuado, el seguimiento de reglas y el dominio de útiles específicos. Y, por supuesto, sin la paciencia necesaria y el gozo interior por descubrir lo desconocido.