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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: noviembre 2017

El maestro y sus características más importantes

26 domingo Nov 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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El maestro

En mi reciente participación en el evento anual organizado por la Maestría en pedagogía de la Escuela de Educación de la Universidad Industrial de Santander, dirigida con tesón y entusiasmo por Sonia Gómez Benítez, les propuse a los asistentes que eligieran una característica esencial del ser maestro, explicando el porqué de tal selección. Revisadas todas las fichas he encontrado que la innovación ocupa la mayor recurrencia, seguida por la vocación y la mediación. De igual modo son importantes para los maestros asistentes al XXII encuentro de egresados y estudiantes del posgrado, la empatía, la creatividad, la reflexión y la calidad humana.

Veamos con algún detalle las razones ofrecidas por los docentes de Bucaramanga y de municipios de Santander como Socorro, Oiba y Barrancabermeja:

Innovador: porque “vivimos en un mundo complejo y cambiante”, porque “hay que estar al día con las tecnologías y las diferentes formas de aprender de los alumnos”, porque “debe ser una persona en constante renovación dispuesto a seguir aprendiendo, creando nuevos métodos para la enseñanza y el aprendizaje de sus estudiantes”; porque “todo evoluciona y por eso no podemos quedarnos en el mismo lugar, en el mismo tiempo”.

Con vocación: porque “el docente que tiene claro por qué está en esta profesión siempre va a dar lo mejor de sí a sus estudiantes”; porque “formar personas implica desempeñarse con amor, gusto y placer para que la labor resulte significante”; porque “no se educa por obligación”; porque “amar lo que se es y demostrarlo es lo que hace personas felices y exitosas”; porque “cuando uno ama lo que hace se entrega para hacer lo mejor y pone a volar su pensamiento dándole rienda suelta a la creatividad”.

Mediador: porque “puede encontrar en cada estudiante la forma como él aprende e impulsarlo cada vez a proponerse alcanzar nuevos retos”; porque “es el maestro el que debe seleccionar los estímulos más pertinentes para que el estudiante logre el objetivo propuesto”; porque “así logra identificar el potencial de sus estudiantes y apoyarlos en el desarrollo de aprendizajes”; porque “la manera de comunicarnos con los estudiantes define quiénes somos como maestros y qué queremos que sean nuestros estudiantes”.

Empático: porque “permite entender la situación personal, familiar y social del estudiante”; porque “debemos identificarnos con los intereses, vivencias y sentimientos de nuestros estudiantes; porque “es necesario reconocer en los estudiantes sus fortalezas para potenciarlas y sus debilidades con el fin de convertirlas en oportunidades para crecer”; porque “es necesario tener una mente flexible para comprender y relacionarse mejor con el estudiante”.

Creativo: porque “con ella el docente puede motivar al estudiante hacia la producción de conocimiento y hacer de él un aprendizaje significativo”; porque “los jóvenes de hoy exigen cada día más al maestro, y se debe llegar a ellos de forma amena”; porque “en un mundo tan cambiante, en el que cada día nos enfrentamos a nuevos y mayores retos, es necesario explotar al máximo la creatividad para lograr que el estudiante se motive y haga del aprendizaje una experiencia única”.

Reflexivo: porque “el quehacer docente requiere la reflexión permanente para realizar cambios y generar espacios enriquecedores de enseñanza que posibiliten procesos de aprendizaje significativo”; porque “desde la reflexión de su quehacer y su entorno de aprendizaje debe estar en capacidad de lograr una interacción saludable tanto con su equipo de trabajo como con sus estudiantes”.

Con calidad humana: porque “si somos humanos podemos entender a los demás y aportarles en el proceso de construcción de la vida misma”; porque “la educación es la transmisión de las relaciones humanas, y la emotividad y la sensibilidad humanas se convierten en un acto empático para que el educando halle el sendero a su conocimiento”; porque “está pendiente de las necesidades que puedan presentar sus estudiantes”.

Hay otros rasgos, mencionados solo una vez por los asistentes al evento. Son ellos: la paciencia, el deseo de aprender constantemente, la responsabilidad, ser un investigador de su entorno, tener conocimiento didáctico del contenido, el compromiso y la motivación. De igual manera están el sentido crítico, porque “promueve el cambio constante del pensamiento, el estudio constante, y porque promueve el reconocimiento de la diferencia como algo valioso y enriquecedor”; la inconformidad porque “al tener conciencia de su déficit tomará una postura autocrítica. Tal reflexividad lo hará revisar una y otra sus prácticas apuntando a un objetivo constante: ser un mejor maestro para sus estudiantes”; y la audacia, porque “debe tener siempre una solución para todo lo que se le presente en sus prácticas pedagógicas”.

Como puede verse, no es fácil coincidir en el rasgo más significativo del ser del maestro. Por eso, varios de los asistentes prefirieron presentar un repertorio de dichas calidades: pasión por lo que hace, entrega a su trabajo, escucha y orientación a sus discípulos, abierto a los cambios y avances, dominio conceptual de su área. Sin embargo, aunque los educadores empleemos términos distintos, creo que hay coincidencia en varias de esas cualidades del educador genuino. Me atrevo a mencionar las mías:

Comunicador excelente: sin esta cualidad, en la que intervienen no solamente la voz, sino el cuerpo, las manos, la postura, el gesto, es muy difícil llegar al estudiante. Mediante la comunicación se logra motivar y facilitar la relación pedagógica. Si se es buen comunicador se logran hacer inteligibles los contenidos, se facilita el aprendizaje y se favorece la convivencia. La comunicación involucra el pensar el tipo de auditorio, la selección del lenguaje y el tipo de medios y  mediaciones utilizadas. Y, además, la comunicación subraya las habilidades sociales del maestro para la acogida, el buen trato y el trabajo en equipo.

Con dominio disciplinar y didáctico: sin lugar a dudas esta cualidad es la que se requiere para que se cumpla la demanda del que desea aprender. Saber bien lo que se desea enseñar, estar actualizado en ese campo de conocimiento, participar de redes temáticas, indagar constantemente sobre dicha parcela disciplinar, todo ello se convierte en soporte de credibilidad académica. Pero, además, hay que conocer los modos, las estrategias, las técnicas de cómo llevar esos conocimientos a los aprendices. El dominio didáctico, además de asuntos como la secuenciación, la elección de útiles, la contextualización y la motivación, incluye la transferencia que debe sufrir el conocimiento erudito para ser enseñado o aprendido. El saber del maestro está aquilatado por las circunstancias y la situación particular del que aprende.

Generoso con lo que sabe: este es un rasgo de las profesiones de servicio; el maestro ofrece lo que sabe a manos llenas sin tacañería o egoísmo. La generosidad cobija el conocimiento pero también el tiempo y la actitud. Se es generoso porque no se enseña para esperar alguna recompensa, o porque haya algún beneficio económico. La generosidad subraya el altruismo, la entrega para que otros logren salir de una dificultad o sorteen algún impedimento. La generosidad del maestro está anclada en la confianza, en la fuerza de la posibilidad y en el inacabado desarrollo humano.

Paciente para formar: he aquí una cualidad que distingue a los educadores convencidos de esos otros que  no lo son. La paciencia nace de entender los diferentes tiempos del aprendizaje, la diversidad de las personas y los contextos, la historia diferencial de los alumnos. Sin paciencia es muy difícil alcanzar logros de largo aliento; sin paciencia es fácil renunciar a los objetivos formativos o pasar al inmediatismo del temor o la desesperanza. La paciencia, desde luego, se forja con la experiencia y con una capacidad de tolerancia sin la cual es casi imposible sobrellevar a las nuevas generaciones. La paciencia se convierte en flexibilidad para ser y actuar ante personas o situaciones adversas.

Cuidador de sus alumnos: este rasgo pone en alto el trabajo de celo o atención con que se hace la labor docente. Los maestros además de informar, forman. Es decir, participan de una etapa del desarrollo humano de sus alumnos y, por lo mismo, están involucrados en colaborar para formar un carácter, troquelar algunos valores, tallar ciertas virtudes. El actuar y el decir del maestro tiene una dimensión moral y ética que resulta fundamental en la relación pedagógica. Bien sea por decisión u omisión, el quehacer docente está siempre en el escenario del ejemplo, del testimonio de una forma de vivir o relacionarse con los demás. Se es cuidador porque el estudiante en verdad nos interesa, porque la materia prima de nuestro oficio son las personas.

Investigador de su práctica: por ser la docencia una profesión que se cualifica desde y en la propia práctica, resulta esencial esta cualidad para el maestro. Indagar y reflexionar sobre lo que hace, ver cómo algo no resulta o descubrir qué hay detrás de un problema de aprendizaje o convivencia, es una característica consustancial a la docencia. Investigar es volver el aula un laboratorio en el que circulan preguntas de diversa índole; investigar es aprender a tomar registros de lo que se hace cotidianamente; investigar es someter a prueba lo que dicen los manuales de formación y atreverse a publicar esos descubrimientos. El maestro investigador deja de ser un mero consumidor de ideas foráneas y empieza a convertirse en productor de conocimiento. El maestro investigador sospecha y pone entre paréntesis sus certezas y, al hacerlo, continúa vigente y atento a las demandas del entorno.

Tener oído para la mitología

12 domingo Nov 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Teseo y el Minotauro Antoine-Louis Barye

«Teseo y el Minotauro» de Antoine-Louis Barye.

Decía Joseph Campbell que “lo que aprendemos en nuestras escuelas no es la sabiduría de la vida. Aprendemos tecnologías, recibimos información. Entre el profesorado existe hoy una inquietante negativa a enseñar a los alumnos los valores de la vida relacionados con las asignaturas”. Este señalamiento de Campbell es de suma importancia para nosotros los educadores. Porque no basta hoy con transmitir los contenidos propios de las asignaturas; necesitamos dotarlos de algo más: relacionar esos conocimientos con la experiencia de los que aprenden, pintarlos con esa pátina vinculante e incluyente. Y los mitos pueden ser una estrategia poderosa para los maestros en tanto aportan, como afirmaba Campbell: “sabiduría sobre la vida”; y además, es admisible que sirvan de ejemplo, de ilustración y guía para los más jóvenes o los más inexpertos. Precisamente Campbell mencionaba que de las cuatro funciones que tenía el mito, a saber: la función mística, la dimensión cosmológica, la dimensión sociológica y la dimensión pedagógica, esta última era la más prioritaria para nuestro tiempo. Una función centrada en “enseñar cómo vivir una vida humana bajo cualquier circunstancia”. En esta perspectiva, los relatos de los mitos sirven de jugosa referencia para ese largo aprendizaje que es todo proceso de desarrollo humano y, en esa medida, son favorables para propiciar una educación más orientada hacia la sabiduría que hacía el conocimiento. Una educación preocupada por suscitar eventos claves de formación y no sólo saturar de información a los estudiantes.

De allí por qué, como escribió Karl Kerényi, los maestros y maestras necesitamos “tener oído para la mitología” y, para ello –antes que nada–, debemos sumergirnos en ella. Ir a ese profundo mar del mito, ese mar que es el reino de las zonas profundas de lo humano. Tenemos que permitirnos aceptar explicaciones que no son necesariamente racionalistas; hay que dejar un espacio en nuestro corazón para el misterio, para la trascendencia o, si se prefiere, para lo sagrado. Hecho ese viaje hacia el mito que, por supuesto, es también revelación de nosotros mismos, entonces sí podemos compartir esas riquezas o esos tesoros con nuestros alumnos. Vuelvo a Kerényi: La mitología es una “meditación profunda que nos conduce al núcleo vivo de nuestra esencia total”. Entonces, no es sólo el esqueleto de un relato lo que se testimonia en los mitos, sino la carne viva de una experiencia humana.

Hay que insistir en ello: un mito es más que un relato. Lo que en verdad hace el mito es abrirnos nuevas dimensiones de lo real, ampliarnos el espectro de nuestra existencia, mostrarnos lugares inéditos de nuestra personalidad. El mito hace más dúctil nuestra mente, más liviana nuestra condición finita; más amplio el espacio de nuestro pecho; y al producir en nosotros –y especialmente en los más pequeños– esas transformaciones, nos prepara para aquello que no podemos ver pero que podemos presentir y, sobre todo, nos capacita para entrar en relación con esas otras dimensiones alcanzables solamente a partir de lo mágico o lo milagroso. El mito aporta, parafraseando a Ítalo Calvino, nuevos niveles de realidad al mundo conocido.

Claro está que esa fascinación de los mitos proviene también de la forma como se nos manifiestan: a partir de narraciones. El relato del mito congrega al oyente o al lector. Lo hace partícipe de las peripecias del héroe o de los ambientes en donde se desarrolla la historia. En este sentido, el mito liga de manera sugestiva la emoción y el afecto, las pasiones y los sentimientos. Hay en la narración mítica abundancia de preguntas y dilemas, de encuentros y conflictos, de búsqueda permanente y de asombro ante lo desconocido. El relato del mito retoma como motivos todos esos asuntos con los que tiene que habérselas cualquier ser humano en el trasegar de su vida: encontrar el amor, enfrentar un miedo, sortear una dificultad, atreverse a llevar a feliz término una meta. Además, el relato mítico está cifrado en símbolos; y los símbolos, lo sabemos, vinculan lo diurno y lo nocturno de nuestra personalidad. Esos símbolos, que son la carne, los huesos y los nervios del mito, ayudan a enriquecer los avatares propios de lo particular con la memoria de lo colectivo. Como puede verse, no es un conocimiento meramente intelectual, sino una sabiduría encarnada. Allí hay una cantera de posibilidades  formativas para los educadores.

Y otro asunto muy valioso para un educador: el mito potencia y desarrolla la imaginación. Los recursos narrativos que usa para relatarse, los motivos y argumentos de que se vale, la plasticidad de las imágenes que emplea, pueden ―de alguna manera― darle extensión y maleabilidad al pensamiento de nuestros estudiantes. El mito amplía los horizontes tanto de lo que consideramos verdadero como de eso otro que llamamos lo posible. El mito expande las fronteras de lo creíble y, en esa perspectiva, abre un espacio para la ensoñación, la utopía o, siendo categóricos, nos habilita para la ficción más plena.

Volvamos al inicio, acompañados por la voz sabia de Mircea Eliade: “el mito es siempre un precedente y un ejemplo no sólo de las acciones del hombre, sino también de las relaciones con su propia condición”. En tanto precedente ya es en potencia un educar mediado por el relato; ya es un modo de enseñar, abierto a la libre interpretación de quien lo lee o lo escucha. El mito, al situarse como ejemplo, abre una gama riquísima de posibilidades para que las nuevas generaciones empalmen la tradición con el porvenir; y esa función ejemplarizante es la que imprime dinamismo a la herencia cultural, la misma que facilita la apropiación de determinados valores y el despliegue portentoso de nuestro fabular. No cabe duda: los mitos merecen toda la atención de los formadores porque además de ser un modo de educar entretenido y cercano a la experiencia, van troquelando zonas profundas de la conciencia humana definitivas al momento de enfrentar la vida. Esa sabiduría consustancial a los mitos es la que no podemos perder de vista, especialmente en estas épocas en donde todo parece carecer de sentido.

Bibliografía mínima

Joseph Campbell en diálogo con Bill Moyers, El poder del mito, Emecé, Buenos Aires, 1999.

C.J. Jung y Karl Kerényi, Introducción a la esencia de la mitología. El mito del niño divino y los misterios eleusinos, Siruela, Madrid, 2003.

Mircea Eliade, Mito y realidad, Guadarrama, Barcelona, 1981.

Jospeh Campbell, Los mitos. Su impacto en el mundo actual, Kairós, Barcelona, 2001.

Lluís Duch, Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica, Herder, Barcelona, 1998.

G. S. Kirk, El mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, Paidós, Barcelona, 1985.

(De mi libro: La enseña literaria. Crítica y didáctica de la literatura, Kimpres, Bogotá, 2008, pp. 271-271).

El deseo, según Pablo Neruda

03 viernes Nov 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Deseo y la bestia de Emilia Castañeda Martínez

«Deseo y la bestia» de la pintora Emilia Castañeda Martínez.

Cuando Neftalí Ricardo Reyes no era aún Pablo Neruda y firmaba sus poemas de manera anónima, publicó un conjunto de versos titulado Los versos del Capitán. De ese pequeño libro, dividido en cinco secciones, me ha cautivado siempre la segunda parte denominada “El deseo”. Mediante tres analogías el poeta logra develarnos las variadas manifestaciones de la pasión amorosa.

Veamos cómo Neruda saca provecho de estas comparaciones para describir el encuentro entre los amantes apasionados. Empecemos por la más feroz de las facetas:

El tigre

Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
Bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.

 

La analogía es poderosa para simbolizar la fuerza, la locura proveniente de la necesidad de otra piel. El itinerario comienza en la espera sigilosa, en el acecho a la desnudez; enseguida, viene el lance, el derribar la presa objeto de nuestra obsesión. El encuentro no da tiempo para las caricias porque es la sangre la que gobierna las voluntades. El apetito desenfrenado convierte las manos en zarpazos y las ansias tumban pechos y caderas como si fueran gacelas huidizas. Después de este impulso salvaje lo que sigue es la contemplación de la víctima amada, la velación del fruto del “amor asesino”. El amante cazador se torna centinela.

La segunda analogía tiene como motivo a un ave.

El cóndor

Yo soy el cóndor, vuelo
sobre ti que caminas
y de pronto en un ruedo
de viento, pluma, garras,
te asalto y te levanto
en un ciclón silbante
de huracanado frío.
Y a mi torre de nieve,
a mi guarida negra
te llevo y sola vives,
y te llenas de plumas
y vuelas sobre el mundo,
inmóvil en la altura.
Hembra cóndor, saltemos
sobre esta presa roja,
desgarremos la vida
que pasa palpitando
y levantemos juntos
nuestro vuelo salvaje.

 

En este caso, ya no se acecha al ser que amamos; lo oteamos desde el aire y súbitamente descendemos sobre él para raptarlo. El asalto, al igual que la anterior analogía, no es tranquilo, sino lleno de aires huracanados y garras deseantes. Pero lo nuevo ahora es que, a diferencia del tigre, cargamos nuestra presa al sitio donde vivimos. Allí, “echa plumas”, la convertimos en cómplice, en “hembra cóndor” de nuestra misma condición. El poeta transforma el asalto inicial en una invitación a ser pareja, a compartir el mismo anhelo, a surcar los aires compartiendo la vida.

La última analogía es realmente una construcción exquisita. Neruda recurre al animal más insignificante para darnos otra cara del deseo amoroso.

El insecto

De tus caderas a tus pies
quiero hacer un largo viaje.
Soy más pequeño que un insecto.
Voy por estas colinas,
son de color de avena,
tienen delgadas huellas
que sólo yo conozco,
centímetros quemados,
pálidas perspectivas.
Aquí hay una montaña.
No saldré nunca de ella.
O qué musgo gigante!
Y un cráter, una rosa
de fuego humedecido!
Por tus piernas desciendo
hilando una espiral
o durmiendo en el viaje
y llego a tus rodillas
de redonda dureza
como a las cimas duras
de un claro continente.
Hacia tus pies resbalo,
a las ocho aberturas,
de tus dedos agudos,
lentos, peninsulares,
y de ellos al vacío
de la sábana blanca
caigo, buscando ciego
y hambriento tu contorno
de vasija quemante!

 

Acá ya no es la fuerza, no son las garras, no es el zarpazo asesino lo que prima; ahora es el deseo sutil, es un viajar por la piel de quien amamos. Todo el cuerpo es un paisaje que da rienda suelta a los ojos, a la imaginación y a la exploración de la sensibilidad. El insecto disfruta, descubre perspectivas inéditas, se queda en lugares, elogia atmósferas y zonas fantásticas. Sube, baja, desciende y busca, poco a poco, los accidentes de una geografía íntima, secreta. El poeta se convierte en descubridor del ser amado. Lo recorre en un largo viaje de caricias hasta caer en el lecho, y sigue buscando contener ese cuerpo que por sus mismas dimensiones le es imposible abarcar cabalmente. ¡Qué potente la imagen para señalar la ceguera de quien pretende poseer lo que apasionadamente lo rebosa! La última analogía pone al deseo o al amado hambriento en la búsqueda infinita.

Decía al inicio que Neruda en estos tres poemas pasa revista a tres manifestaciones del deseo amoroso (el asalto, el rapto, la caricia eterna), pero también es posible pensar que las tres analogías sean una triple expresión del mismo deseo. Desde aquella pasión desbordante y felina, pasando por ese estado de compartir un mismo sentimiento, hasta esa otra dimensión del deseo que es pura caricia, contemplación y goce detenido y minucioso. En todo caso, lo más llamativo de estos tres poemas es la habilidad del poeta para captar lo esencial de dichas manifestaciones de la pasión amorosa: el amor bestial, el vuelo salvaje, el hambre del contorno quemante. Tigre, cóndor, insecto: tres avatares de la pasión insaciable y desenfrenada.

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