A finales del año pasado salió el libro Amanecer alado y otros cuentos, mi segundo libro de relatos, publicado doce años después de aparecer Venir con cuentos. La alegría de esta nueva cosecha de palabras es inmensa, y más tratándose de un género que ha estado cercano a mis búsquedas literarias.
El cuento, lo sabemos, es un aliado para recuperar las vicisitudes de hombres y mujeres durante su larga o corta existencia. Es un género con el dinamismo de la flecha, según pensaba Horacio Quiroga, y es el resultado de un ojo perspicaz de fotógrafo, al decir de Cortázar. Los hay de diversa temática: fantásticos, maravillosos, policiales, realistas o de ciencia ficción. Pero a pesar de esta variedad siempre tienen una fuerza narrativa condensada que los hacen interesantes o apetitosos como para devorarlos en una sentada.
Más no es de la historia del cuento de lo que me interesa escribir en esta ocasión. Quisiera profundizar en el proceso creativo que se lleva a cabo para lograr estos artefactos narrativos. Me interesa exponer las etapas del proceso de composición de muchos de los cuentos que he escrito, guiado por el deseo de hacer legible lo que a primera vista parece un acto espontáneo o venido de no se sabe qué zona del subsuelo psicológico.
El detonante siempre está en una anécdota. No sobra recordar que una anécdota es un hecho singular o interesante, un incidente, algo que me ha sorprendido o llamado poderosamente la atención. Esa anécdota puede provenir de muchas fuentes: un amigo que me cuenta la inexplicable infidelidad de su pareja; el conflicto de una mujer madura por tener un hijo a sabiendas de la pasada pérdida de un embarazo anterior; la muerte en soledad de un familiar; la resonancia del pasaje de una lectura; una situación cotidiana que aunque banal pone en evidencia el carácter de una persona; una coincidencia en un hecho realizado en tiempos diferentes; una frase lapidaria y contundente oída de paso; una imagen conmovedora vista o recordada; un conflicto sutil entre sentimientos; una situación posible o fabulada de un personaje histórico; una obsesión entrevista en un sueño o persistente en la duermevela… en todo caso, esa anécdota es el disparador, el fogonazo con que se inicia mi proceso creativo.
Casi siempre escribo esa anécdota en mi libreta de notas, o la pongo en mi “Despertario”, un cuaderno que tengo en mi mesa de noche. Hay anécdotas que devienen rápidamente en una historia y otras que permanecen hibernando por días o meses. También sucede que hay anécdotas que nacen y se quedan encerradas en un argumento y, otras, que de una vez lanzan sus primeros párrafos de manera rápida y sin contención. Lo común es que la anécdota vaya madurando en mí por días, hasta que ayudado por la memoria y la imaginación puedo atenderla con dedicación en la escritura. Me sucede, de igual modo, que hable sobre esa anécdota con amigos o familiares; se las relato sucintamente e invito a esas personas a que manifiesten sus opiniones al respecto. Es una especie de diálogo dirigido sobre un asunto que sigue bullendo en mi cabeza y que necesita ser atizado, enriquecido, azuzado por la conversación.
En algunas ocasiones la forma de extender o darle densidad a esa anécdota es la investigación, la lectura de libros o fuentes relacionadas con dicho motivo. Sin embargo, al igual que con las personas con que charlo al respecto, estas lecturas tienen la función de aumentar el campo de resonancia de la anécdota; explorar en las particularidades de un sentimiento; afinar la mirada y el vocabulario para nombrar algo que me interesa; conocer el simbolismo de un color; ahondar en una época, un estilo, una obra específica. Investigo para que la anécdota tenga un escenario de verosimilitud, para recoger información útil en esta etapa de incubación y rumia de la ficción.
La maduración de la anécdota trae consigo el desarrollo de un conflicto. Me complace explorar en aquellos asuntos medulares de la historia, pero cuidándome de no parecer aleccionador o moralista. El conflicto me lleva a perfilar los personajes que van a encarnarlo. Le gasto un tiempo a caracterizar estos seres de ficción aunque tienen elementos de diversas personas que les han servido de referencia. Me ocupo de describir tales personajes, ahondando especialmente en su forma de hablar, en los objetos que usan o los acompañan y en los gestos que hacen constantemente. Más que la descripción de los conflictos interiores busco que sus palabras los definan. Todo ello va gestándose en mi cabeza y se enriquece en la medida en que comienzo a redactar la historia.
El primer párrafo de un cuento es otro aspecto vital en mi manera de escribir. Si tengo ya esa entrada lo otro viene poco a poco; a veces son más los intentos fallidos que el acierto inmediato. Una vez cuaja ese primer párrafo los que siguen se desgranan como cosecha madura. Sigo creyendo que ese primer párrafo, como creía Umberto Eco, define el tono y el ritmo del cuento. En ciertos casos necesito, y de eso igualmente hablaba Rulfo, varios párrafos para encontrar el que mejor exprese lo que deseo narrar. Es una especie de búsqueda a partir de la misma escritura; una labor de socavamiento, de ir escarbando entre el mismo surco de las palabras.
Hay momentos en que el cuento avanza sin dificultad hasta lograr su fin. Esta escritura no está todavía corregida, afinada totalmente. Es una redacción en bruto que anhela descubrir su cierre. Otras veces, y el recurso era usado por Borges, la narración avanza hacia un final que ya tengo previsto pero que no sé con claridad cómo voy a conseguirlo. La narración se desplaza en pos de ese final, explorando alternativas para alcanzarlo. No obstante, y creo que eso me ha sucedido en la mayoría de mis relatos, el cierre corresponde a las propias fuerzas del conflicto, a las vicisitudes por las que van pasando los personajes. Prefiero que ciertos finales queden abiertos por la misma situación narrada o por el conflicto allí relatado, y eso lo he aprendido de observar con cuidado la sinuosa y variable condición humana. El final a veces queda como en punta, abierto al múltiple juego de las posibilidades o a la imaginativa interpretación de los lectores.
Finiquitado ese primer trayecto, henchido de un furor creativo, viene el lento proceso de la corrección. Esta etapa que se repite varias veces y en distinto tiempo aboga por la precisión semántica, por suprimir las voces repetidas, por un cambio de un signo de puntuación, por la inclusión o supresión de un detalle en uno de los personajes… Es una labor más de poda que de adiciones. Me agrada hacer esas enmiendas en horas de la mañana, y por lo menos durante una semana. En ese tiempo les leo el texto a personas cercanas para escuchar sus comentarios, aunque lo esencial es poner esa escritura en la voz de la oralidad. Al entonar esas grafías aprovecho la circunstancia para descubrir algo que no funciona cabalmente o detectar un signo de puntuación que necesita cambiar de lugar. Al oralizar el cuento recobro para la escritura la viveza de la palabra hablada, esa con la cual encantaba el primer narrador.
Pasados varios meses o años vuelvo a leer el cuento. La distancia ayuda a madurar la ficción, es su natural proceso de depuración. Por lo general encuentro algún detalle que amerita limarse o descubro un pequeño giro en la sintaxis que le permite a la prosa alcanzar un ritmo menos cacofónico o redundante. El tiempo ayuda a convertirme en crítico de mi propia producción. Al igual que Mempo Giardinelli, trato de ser inclemente con esa escritura, procuro leerla como algo ajeno, viendo en ella más las carencias que los aciertos. Concluida esa labor de curaduría en la composición me olvido de tal narración y me ocupo en otros proyectos. Transcurridos unos años, cuando noto que la carpeta en la que voy guardando estos diversos relatos contiene un número considerable, recupero cada cuento y lo someto otra vez al escrutinio de la relectura. Ahora desde la perspectiva de formar parte de un futuro libro, de ajustarse a la lógica de una publicación. Al organizar los cuentos desde esta óptica, varios de ellos se mantienen intactos y, otros, exigen unos pequeños retoques. Cerrada esta fase, envío a un corrector amigo los relatos para que los revise. Esas correcciones son la oportunidad para volver a inspeccionar lo que parecía definitivo. Después de otros meses el libro ya está listo para empezar la etapa de diagramación.
Por disfrutar este aspecto del diseño gráfico empleo varias jornadas en la selección de la fuente, en la caja tipográfica, en la ideación de las páginas maestras y en la concepción de la carátula. Una y otra variante desfila por la pantalla del computador hasta que una de esas opciones me deja satisfecho. Cuando ya está terminado el diseño hago una impresión, la anillo y me dispongo a hacer la última lectura de la obra. Al finalizar esta labor, con bolígrafos o marcadores de color hago los ajustes respectivos. Todo parece ya listo para enviar el material a la imprenta. Una vez me llegan las pruebas de la editorial hago una última revisión, confiando en que no encuentre ningún error de esos que por más que uno vigila, siempre quedan por ahí, como un testimonio de las incorrecciones escurridizas. Aprobadas estas pruebas no queda sino esperar la llegada de esos cuentos en la hermosa forma de un libro. Un libro que, para mi gusto, debe imprimirse en un buen papel, estar cosido, mostrar cuidado en el empaste, e incluir solapas y colofón.
Sobre lo que sigue ya no tengo mayor dominio. Hay que llevar el libro a las librerías para que sean los lectores lo que hagan su dictamen; que compren el libro, lo lean y les produzca alguna experiencia estética significativa, entretenida, insospechada. Ese ha sido el modo como la literatura ha construido su camino; esa es la dinámica entre los que tratamos de escribir y esos otros cómplices que, como declaraba Cervantes en El Quijote, podemos llamar desocupados lectores. Son ellos los que terminarán dándole validez positiva o negativa a esos textos, culminando así el proceso de la composición de un libro de cuentos.
profejesusolivo dijo:
Hoy luego de haber recorrido, minuciosamente, las páginas de “amanecer alado y otros cuentos” me doy por satisfecho de encontrar en cada una de las líneas maneras de ser, de estar y se hacer. Esas voces contribuyen, de manera didáctica, al crecimiento lector. Cuentos servidos a la mesa a través de una mediación sutil que comprimen, además de sus historias narradas, un sinnúmero de huellas, pistas e indicios de referentes bibliográficos, al igual que técnicas narrativas. Todos estos elementos puestos en un libro para disfrutar los tesoros, las preseas, las joyas que dejan entrever la filigrana del arte escritural narrativo. El libro, en su conjunto, es una “preparación del alma [y todos los sentidos] para lo desconocido” (Vásquez, 2018, p. 23). Como esa Josefina, que sale a la caza de un nuevo amor y se reencuentra con su amado, ese presentimiento que la lleva de vuelta a casa.
En tal sentido, a través de cada uno de los cuentos, en especial “en la penumbra” cada palabra puesta allí es una “compacta carga de sentido”. Es ese decorado cargado de complejidad determinado por un espacio-tiempo de la conciencia. Esa misma que lleva al lector por los vericuetos de técnicas narrativas potentes a manera de dispositivos que esculpen cual escultura a través del cincel escritural. Como dice el autor “lo que es verdadero a la luz de la lámpara”; esa mirada sesgada, de túnel, “no siempre lo es a la luz del sol”; las bifurcaciones, posibilidades infinitas para determinar, no una, sino muchas verdades vistas desde la claridad descollante del saber, ese sol centelleante.
Gracias, maestro por esa cosecha de palabras para celebrar la amistad y ese gusto particular por la literatura.
Un abrazo fraterno.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario.
Gloria Esperanza Medina dijo:
Fraternal saludo a mi estimado director de la más bella experiencia de aprendizaje que he cursado:
Felicitaciones por este nuevo libro. Me deleité con la narración del proceso.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Gloria Esperanza, gracias por tu comentario.
profejesusolivo dijo:
Felicitaciones, maestro. un nuevo año, una nueva producción intelectual y una nueva cosecha de lenguaje puesto en ejercicio para el lector.
Un abrazo fraterno y mucho éxito con este nuevo cúmulo de emociones e impresiones.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario.
profejesusolivo dijo:
Maestro, ¿Dónde lo puedo conseguir? Gracias lo he buscado en la librería de la u y nada.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario. Envíame tu dirección y te lo hago llegar.
Henry Pabón Gómez dijo:
Mil gracias maestro por su ejemplo para mí.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Henry, gracias por tu comentario.