Ilustración de John Holcroft

Ilustración de John Holcroft.

Milena: Te he visto muy concentrado en estos días.

Juan José: Ando investigando sobre la mentira.

Milena: ¿Y eso?

Juan José: Es tal la avalancha de calumnias, de embustes que uno escucha en estas épocas electorales, que me ha entrado la curiosidad  por desentrañar este modo de actuar de los políticos.

Milena: Eso ha sido de siempre así…

Juan José: Es posible. Pero hoy se ha vuelto un arma habitual de descrédito, un recurso cotidiano para mancillar un nombre o poner astutamente a dudar a los electores sobre qué es verdad de todo lo que dicen sobre alguien…

Milena: Mi padre se sorprendía de que la gente sabiendo todo ese cúmulo de patrañas, de promesas falsas, sabiendo eso, votaran por esos personajes.

Juan José: Me cuesta aceptarlo pero, según leí, el pueblo no soporta la verdad; y que por eso es mejor venderle algo de ilusión, de fantasías para soliviar su pobreza o sus múltiples necesidades. Mejor el sueño que la realidad.

Milena: Doloroso pensar que es así, aunque hay muchos intereses de por medio. Tal vez lo que secundan a los mentirosos es porque conocen la doble faz de estos politiqueros. Saben que ese discurso promesero es puro barniz, porque en el fondo hay lucros esperándolos, fraudes dispuestos a sus apetitos personales.

Juan José: Una de las cosas que me ha llamado la atención de esta pesquisa es el rompimiento de la confianza, de los vínculos, que trae consigo la mentira.

Milena: Sí, es muy difícil confiar en alguien si esa persona nos miente. Uno queda en la incertidumbre, andando como a tientas en las relaciones.

Juan José: Y poco futuro puede construirse… Al mentirle a alguien paralizamos el presente. El engaño tiene el mismo veneno de la mirada de Medusa.

Milena: Eso me parece una idea sugestiva…

Juan José: Debe ser porque te encanta todo lo de mitología. ¿Sabías que hay un personaje relacionado con esto de la mentira en la mitología griega?

Milena: No… ¿quién?

Juan José: Casandra.

Milena: Cuéntame…

Juan José: El relato, en síntesis, es la historia de una ninfa hermosa que cautivó a Apolo; ella le pidió en contraprestación de su amor, el don de la profecía; Apolo se lo concedió. Sin embargo, una vez obtenido este poder, Casandra le negó sus favores al dios. Apolo le impuso este castigo: podría leer el futuro pero con la desgracia de que nadie creyera en tales vaticinios.

Milena: Interesante. Otra vez la negación del futuro, ¿no?

Juan José: Casandra les advirtió a los troyanos que el caballo de madera era una trampa, que el rapto de Helena iba a traer enormes desgracias, pero nadie creyó en sus profecías. Ese es el problema: una vez la mentira instaura sus dominios es difícil que el porvenir tenga lazos con lo creíble, con lo verdadero.

Milena: ¿Y qué otras cosas has encontrado en tu investigación?

Juan José: Tantas, que este té chai no va alcanzarnos para contártelas.

Milena: Al menos empezamos a deshacer el ovillo…

Juan José: Un aspecto más es que la mentira necesita de otras mentiras para mantenerse en pie. No es posible que una mentira se sostenga sola. Para justificarla o darle cierta credibilidad es necesario un coro de mentiras secundarias que le den consistencia.

Milena: Por eso dicen que el mentiroso debe tener buena memoria…

Juan José: Así es. Pero lo que me llama la atención es el lastre que esto provoca. Un mentiroso acumula falsedades, teje engaños, urde falacias de tal forma que lo que parece una defensa termina siendo su encierro, su cadena. Lo que en un momento era protección, con el tiempo, es su propia indefensión.

Milena: Más rápido cae un mentiroso que un cojo, afirma el refrán.

Juan José: Es como un círculo vicioso: el mentiroso miente para defenderse pero ese mismo escudo se transforma en un cilicio torturante…

Milena: Ahora que lo dices, me parece que el mentiroso se parece mucho a Sísifo. Una y otra vez lleva sus mentiras a cuestas, las carga hasta la cima de la verdad, pero no puede alcanzarla nunca, y, entonces, debe volver al inicio, con otra mentira, a ver si con ella ahora sí conquista su cometido. No deja de ser una forma de castigo…

Juan José: En lo que coinciden varios autores es en que la mendacidad fractura o fisura la confianza.

Milena: No cabe duda…

Juan José: Yo tengo la idea de que la piel de la confianza es frágil, de que es un ser que demanda mucho cuidado para no estropearlo. Y creo que esa piel se va haciendo más fuerte en la medida en que la nutrimos con la verdad.

Milena: Algo poética la manera de entender el asunto…

Juan José: Fíjate y verás que es así. Las relaciones se hacen más fuertes si las lubrica la sinceridad, la franqueza. Entre más veracidad, más fuertes los lazos, más hondos y permanentes los vínculos.

Milena: Hasta razón tienes. Y la lógica contraria sería igualmente válida: las relaciones serán más raquíticas, menos resistentes, si aumenta la mentira, el recelo, la prevención.

Juan José: Además, Mile, nos olvidamos de que el mentir, especialmente, cuando hay afectos de por medio, provoca sufrimiento en otro ser humano.

Milena: Lo sé, uno ha escuchado tantas historias…

Juan José: Hay mucho de egoísmo en el mentiroso o, por lo menos, una falta de consideración sobre sus semejantes. El mendaz ignora  el sentimiento de otredad.

Milena: Quizá, por eso mismo, nuestra época tan egoísta, tan poco solidaria, favorece y rinde culto a la mentira.

Juan José: Porque así el sufrimiento de la otra persona no aparezca mientras exista el encantamiento elaborado por la mentira, lo cierto es que cuando todo se devele, cuando el engaño sea descubierto, el dolor será más hondo, más demoledor. Los mentirosos, aunque no lo sepan, son dilatadores del sufrimiento ajeno.

Milena: ¿No crees, entonces, en las mentiras por amor? Hay personas que piensan que es mejor vivir engañadas… que prefieren, precisamente no saber, para no sufrir…

Juan José: Si viviéramos en un eterno presente, eso sería posible. Pero estamos hechos de tiempo, de memoria. ¿De qué sirve ocultarle la verdad, al ser que decimos amar, si al final las evidencias de la realidad lo llevarán a conocerla? Eso es como la muerte…

Milena: ¿Cómo así?

Juan José: Pues, sí, tarde o temprano moriremos. Esa es una realidad de puño. ¿Para qué mentirnos esa verdad? A pesar de que no quisiéramos, aunque nos neguemos a aceptarlo, alguna vez llegaremos a ese término. ¿No sería mejor, por lo mismo, asumir la vida desde esa certidumbre? De pronto al aceptar dicha verdad de lo que somos nos lleve a otorgar otro sentido a nuestra existencia, a jerarquizar de otra forma nuestras actuaciones, a asumir la libertad de otra manera. 

Milena: ¿No será que los seres humanos se niegan a aceptar esa condición finita y por eso necesitan de la mentira?

Juan José: Es probable. Credos e ideologías han acicalado este destino del ser humano. Pero considero que no podemos dejarnos engatusar por la idealización de la vida o por una metafísica a partir de la cual falsificamos nuestra condición mortal. Seríamos una farsa caminante.

Milena: Bueno. Te pusiste filosófico…

Juan José: Tú me picas la lengua… ¿o será por el jengibre del té?

Milena: A mí me parece que uno no aguanta toda la verdad… Se requieren dosis, tacto para decir esas verdades hondas y complejas…

Juan José: De acuerdo, pero eso no es lo mismo que ocultarla o convertirnos en falsarios de oficio. A mí me gusta mucho citar ese verso de Emily Dickinson: “Di toda la verdad, pero dila sesgada…” Y el sesgo tiene que ver con el tacto, con el cuidado con el otro. Con preservar su dignidad, a pesar de cualquier cosa.

Milena: Y ya que hablas de poesía, no son los literatos unos hacedores de engaños con palabras…

Juan José: Así parece. Pero ese engaño es para revelarles a los demás, precisamente, una verdad. Es una mentira que, al ser descubierta, lo que trae en su médula es la revelación de una verdad.

Milena: Sin embargo, al fin y al cabo, es un engaño…

Juan José: Pero con una diferencia de las otras mentiras de las que veníamos hablando. En la literatura, por ejemplo, esa mentira es un engaño acordado. El autor y el lector hacen ese pacto. Por eso el goce y no el sufrimiento, por eso la alegría y no la tristeza de saberse burlado…

Milena: Escuchándote pienso que para enfrentar la verdad se requiere valor, y la gente, en general, tiene mucho miedo.

Juan José: Totalmente de acuerdo. El exceso de miedo nos falsifica, nos quita la autenticidad, nos enmascara el cuerpo y el alma. De pronto, un pueblo amedrentado prefiere las mentiras a las verdades; por eso los políticos más astutos –y hay uno en particular que tú y yo conocemos– son los que saben administrar ese temor, inocularle a la gente ese flagelo para que se traguen enteras todas sus mentiras. El miedo nos hace cómplices de falsedades, de calumnias, de odios infundados…

Milena: Y si a eso le sumamos lo que hacen los medios masivos de comunicación o la ligereza de las actuales redes sociales, pues el miedo parece ser parte del ambiente…

Juan José: No cabe duda. Estamos en un campo de batalla de embustes y chismes, de engañifas y verdades a medias…  Por ello, con mayor razón necesitamos tener criterio para seleccionar la almendra de la pajilla vacía.

Milena: Hay mala fe en todos esos que prometen y luego no cumplen o en los que ilusionan y después se arrepienten de sus compromisos…

Juan José: Yo percibo un afán de dominio en el que miente. Con esos engaños lo que se busca es someter al otro, bien porque  se saca provecho de su ingenuidad o porque esa persona no alcanza a entrever que le están manipulando sus sentimientos. Pero eso no sucede solamente en la política. También en las relaciones humanas, el que se entrega o abre sus brazos sin malicia, de alguna forma se expone a que le hagan pedazos sus más íntimos anhelos…

Milena: Por lo que observo en nuestro mundo globalizado, las gentes simulan y disimulan demasiado. Hay exceso de apariencia y un absoluto abandono de la autenticidad.

Juan José: Ese es un estigma que a muchos envenena. Eso y el autoengaño, que es para mí la peor de las mentiras, porque convierte a las personas en remedos de sí mismos, en títeres de madera de sus propios embustes.

Milena: Me dejaste iniciada con el tema. Tienes por ahí una recomendación bibliográfica para continuar conversando en la distancia…

Juan José: ¿Has leído a El libro de los ejemplos del conde Lucanor?

Milena: No…

Juan José: Es un libro del siglo XIV. Hay allí un cuento, que bien parece un apólogo, titulado “Lo que sucedió al árbol de la mentira”, te lo recomiendo…

Milena: Lo buscaré, a ver si me sumo a tus indagaciones sobre la mentira…

Juan José: Me cuentas lo que te sugiere ese cuento…

Milena: Ya nos encontraremos muy pronto, te lo aseguro.

Juan José: Espero que no sea una mentira piadosa.

Milena: Claro que no. Después de esta conversación, me cuidaré de no prometer cosas que no puedo cumplir…