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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: abril 2018

Educar en la poesía

26 jueves Abr 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Entrevistas

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Vladimir Kush

Ilustración de Vladimir Kush.

El diálogo que sigue corresponde a una entrevista que los maestrantes Elkin Ballesteros Guerrero, Martha Lucía Vargas Liévano, Luz Esperanza López Welfar y Oscar Yair Pérez Rubiano, de la Maestría en Docencia de la Universidad de La Salle, me hicieron para su proyecto de investigación sobre “La poesía, una expresión para ser incluida en la educación artística”. A ellos mi agradecimiento.

¿Qué concepción tiene de poesía?

En su origen la poesía es creación. Poiesis es creación. Hay una distinción que Octavio Paz hizo entre poesía y poema. La poesía es más que el poema; el poema es la concreción de una dimensión de la poesía; porque la poesía no existe solo en las palabras, en el sentido amplio de la poiesis. En tanto que lenguaje, la poesía es como la exquisitez del mismo, como el afinamiento mayor de esa materia prima. En su inicio la poesía era canto, danza y palabra. En algún sentido, rito, y en otro, fiesta. La poesía también es una mirada en el espejo del mismo lenguaje; es el lenguaje mirándose a sí mismo, regodeándose, mirando sus matices. Maiakovski hablaba de un ritmo-retumbo. El lenguaje reflejándose a sí mismo, o el lenguaje lúdico: “mi lu, mi lubidulia mi golosisadalove…” de Oliverio Girondo. Esas palabras pueden prescindir de sus significados y ellas solas, en sí mismas, producir un ritmo. Ahí hay un inicio de la poesía. Otra vía es entender que la poesía está asociada a la invocación y la oración, al rito. De igual modo, la poesía tiene también esa dimensión de comunicar estados de ánimo, del espíritu. A veces uno está deprimido, y escucha cierta música que lo pone más bajo o lo levanta. En la película El Show Debe Continuar de Bob Fosse, todas las mañanas el protagonista pone a Vivaldi, y es como que la vida, a pesar de la enfermedad, sigue. Entonces hay poemas que tiene la función de levantar el espíritu. Hay también un vínculo de la poesía con lo existencial del hombre; el objetivo mayor de la poesía es tocar los problemas esencialmente humanos: el dolor, la soledad, la muerte, la esperanza, el amor, el olvido… Lo que trato de decir con todo esto es que, en últimas, la poesía es una de las manifestaciones expresivas del hombre a través de la palabra. Pero eso ha cambiado a lo largo de la historia y las culturas: la poesía ha sido rito, canto, exaltación, ensimismamiento, juego…

Ahora hablemos del poema. El poema es una forma organizada del lenguaje que responde a un ritmo, a una cadencia, a unos hemistiquios, a unos cortes, que también varían según los contextos; pero implica, por lo general, una forma de tratar y organizar la palabra. En su inicio muy pegado a la música o al ritmo. Entonces, cuando hablamos del poema, la poesía limita sus alcances porque es el poema lo que se comunica, es el medio, pero a lo que aspira el poema es a producir un efecto estético en el lector. La poesía es como el aire, el ámbito, el ambiente. Pero el poema es el avión, el cohete, la flecha. Hay de alguna manera poesía en la vida, hay poesía en ciertos actos y determinados estados poéticos que no necesariamente terminan en un poema.

¿A qué se debe que la poesía tenga un lugar privilegiado en su vida?

He leído cuento, novela, mucho ensayo, pero lo que leo habitualmente es poesía. ¿Para qué me ha servido la poesía? Para alimentar el alma, para darme un espíritu de sutileza, para afinar la mirada. Para darle a la escritura una flexibilidad; la poesía me ha ayudado a tener una prosa más amigable, menos ladrilluda, más cercana con el lector. La poesía también ha sido una escuela de sensibilidad para mí. Por ejemplo en el amor, Pedro Salinas fue mi maestro, y Luis Cernuda, y Vicente Aleixandre. Esa idea es muy importante, porque muchos de nosotros primero descubrimos el amor en la poesía y luego lo buscamos en los labios reales. Un poco como en la película El cartero, a propósito de Pablo Neruda, el poeta nos presta unas palabras para luego encontrar a alguien de carne y hueso para decírselas. Para mí la poesía ha sido una escuela de la sensibilidad, muy importante. En mi libro Vivir de poesía he seleccionado poemas que se han vuelto como consignas en mi vida, también han sido reflexiones de sabiduría. ¿Tienes una pérdida amorosa?, ¿quién te da una clave para enfrentarla? Elizabeth Bishop y un poema excepcional “Aprender el arte de perder”. ¿Estás viviendo la plenitud del amor?, ¿quién lo ha descrito de manera perfecta?, pues Pedro Salinas, Ese libro de Vivir de Poesía es un libro que quiero mucho, porque es una especie de testamento existencial: el libro va desde tener motivos para venir al mundo hasta alegrarnos por haber vivido: amor, dolor, pasiones, todo, y ahí están los poetas, Vallejo, Cavafis, Kipling, Rilke, todos esos poetas que quiero. Ha sido muy importante en mi vida la poesía porque me ha dado referentes, algunos poemas se han vuelto hitos, poetas que son como consejeros: “Dame tu libertad. No quiero tu fatiga, no, ni tus hojas secas…”. Esos poetas, esos poemas me han ayudado a construir mi sentimentalidad y a entender esos asuntos complejos de la vida.  

Creo que la poesía me han provisto de un lenguaje para nombrar el mundo. Si uno es un lector habitual de poesía tiene más afinada la sensibilidad y, por eso mismo, puede gozar más. Pero también puede sufrir en mayor medida, porque la poesía te afina la sensibilidad; o te da cierta perspicacia, cierta manera de enfrentarte a muchas cosas. Cuando perdí a mi padre yo ya había hecho una escuela, con Eduardo Cote Lamus, “Elegía a mi padre”.  Lo que quiero decir es que no sé si a todas las personas les pasará igual, pero la poesía es mentora, consultora, compañía. Me ha dado unos catalejos para mirar a lo lejos, para escudriñar la noche. En mi libro La palabra inesperada hablo mucho de eso, del que está de noche, del que otea, del vigía.

El aprendizaje y dominio de un arte requiere de unos conocimientos, habilidades técnicas propias de la expresión; entonces podríamos decir que: el escultor, arcilla y precisión en las manos; el pintor, lienzo, pinturas y técnica para desarrollar su estilo; el músico el instrumento, las partituras y el virtuosismo, ¿y el poeta?

El poeta tiene palabras, un repertorio de palabras. Unas técnicas de composición, unas figuras para componer, llámense también recursos expresivos.  Elementos musicales. Sí, como soportes musicales, tiene también eso a la mano.

Para usted, ¿la creación de poesía es el resultado de la inspiración o del estudio riguroso y programado?

Picasso decía que ojalá la inspiración lo cogiera trabajando. La inspiración es uno de los motivos vertebrales del romanticismo, pero es un concepto de los griegos, de las musas, de que dioses alados te visitan. A mí me gusta más entender que lo que llamamos inspiración es el resultado de una concentración. Pongo un ejemplo: a los estudiantes del Nivelatorio los invité a escribir aforismos sobre un tópico específico… todos los días tenían que escribir algo. Y me dicen: “pero Fernando es que yo no estoy inspirado”… Sin embargo, el ejercicio no es de estar inspirado o no, sino de que de tanto estar ahí con el tema, de pronto sale una chispa. Es como una piedra, uno la va raspando, y de pronto hay una chispa, esa chispa es el fruto de raspar. ¿Qué es la chispa en esto de la inspiración? Es el trabajo de la raspa de la mano.

Las artes son hijas de las musas, ¿pero quién era la madre de ellas? Mnemosine, la diosa de la memoria. Pero no estoy diciendo con esto que no haya ciertos momentos especiales. Lo que digo es que no creo que uno se siente a esperar la inspiración. Pero sí hay ciertas condiciones para que se dé ese estado: requiere concentración, dedicación; es estar, como se dice coloquialmente, metido en el cuento. Ahora viene la segunda parte de la pregunta: entre mejor uno domine la técnica más rápido agarra esa diosa alada llamada la inspiración. Pero también aplica al revés: la sola técnica no produce buenos poetas, se requiere de una sensibilidad especial preparada, educada.

Basados en algunas evidencias de nuestro proceso de investigación, identificamos que la poesía se ve como un eje temático exclusivo del área de Lengua Castellana y desde una perspectiva muy técnica. ¿Por qué cree que la Educación Artística en la escuela no se ocupa de su enseñanza siendo esta una expresión del arte?

El cultivo de la personalidad en este momento está volcado en el afuera. En el tener, en el producir. Al adentro lo mata la sociedad de consumo. La pérdida de la esencia tiene que ver con este mundo de la prisa, de la rapidez. Creo que la poesía podría darnos pistas sobre una escuela de la lentitud. La lentitud nos hace íntimos, profundos; es muy difícil, por ejemplo, alcanzar ciertos sentimientos y afectos o entender a las personas desde la lógica de la prisa. La lentitud no como pereza, sino como degustación. La poesía es para leerla, para releerla. Reposar, reposar, reposar. El espíritu en salmuera. Ciertos poemas hay que beberlos como un buen coñac; la intención no es que te tengas que emborrachar. La lentitud puede ser una pista para el tiempo de la poesía. Ciertas experiencias de silencio de igual manera son fundamentales. El silencio interior es uno de los silencios más difíciles de escuchar; a veces, en situaciones de pérdida lo escuchamos. Escucha uno sus penas, sus angustias. Yo creo que las situaciones que te ponen fuera de ti, el éxtasis o el sufrimiento lo obligan a uno a escucharse. Esa es otra pista importante: por estar tan pegados de la cultura del afuera la poesía escasea, porque la poesía implica el oído y lo interior. Todo el mundo hoy está volcado hacia el afuera, la poesía le dice a uno: espera. Vuélcate hacia dentro. Hacía ti mismo. Y escucha.

¿Se puede determinar una edad específica para comenzar los procesos de acercamiento a la poesía en la escuela?, ¿cuáles?, ¿por qué?

La didáctica de la poesía empieza jugando con las palabras. Si eso se capitaliza, ya hay un principio de la construcción poética. Inventar lenguajes. Crear juegos de lenguaje es uno de los principios de la escritura poética. Las jitanjáforas y todos los juegos de lenguaje; aquellas palabras que terminan igual, que al cambiar de sentido producen otra cosa. Si la materia prima del lenguaje no se explora bien, el niño no entenderá qué es la poesía. Los juegos del lenguaje le crean al niño un oído para el ritmo, para ver los cambios y variaciones que se pueden hacer con las palabras.

¿Cómo enseñar poesía en la escuela?, ¿qué pasos seguir?, ¿qué estrategias?, ¿qué recursos serían los esenciales?

En la didáctica de la poesía hay que encontrar detonadores, algo que la agencie, que provoque el encuentro con la magia de las palabras. Pongamos un ejemplo: la profesora llega y dice, “niños, van a hacerle un poema a su madre”. Yo creo que no se trata de eso. Mejor preguntarles, ¿qué es lo que más recuerdan de su madre?, ¿si llegara a faltar que sería lo que más recordarían de ella? No es mucho, pero obliga a que pase algo en la sensibilidad de los niños. En los estudios fundamentales de poética de Emil Staiger dice que la poesía nace con el recuerdo.

Deberíamos hacer una didáctica de la sentimentalidad, tener un telón de fondo para la emocionalidad. ¿Qué conmueve a los estudiantes? O hacer talleres de poesía con los más pequeños sobre el asombro. Uno les pregunta a los niños que les asombra, por qué se asombran, qué les produce asombro, por qué les genera asombro, qué nombre le pondrían a ese asombro… O jugar con las palabras: invitarlos a descubrir palabras feas, bonitas, tristes, palabras gordas. O invitar a los estudiantes a que indaguen sobre el origen de sus nombres, ¿qué significan? Cuando un niño o niña sabe que significa su nombre, si es de origen alemán, vasco, hebreo, empieza a descubrir que las palabras tienen magia, que ellas hacen cosas. Como decía Octavio Paz, “la palabra pan, tocada por la palabra sol, se vuelve efectivamente un astro; y el sol, a su vez, se vuelve un alimento luminoso”.

O podríamos empezar desarrollando en ellos la observación. No se puede ser poeta sin observar finamente; o sea, lo primero es una escuela de la observación y los sentidos. Yo creo que la observación es la base para que uno luego vea relaciones, y las comparaciones son el caldo de cultivo, la semilla mayor de la poesía. Cuando se relaciona, cuando se compara, estamos próximos a la analogía, que es la base de la metáfora. O que lleven un diario de la escucha; que consignen en un cuaderno aquello que hayan escuchado y que les llame la atención. Educar el oído es otra vía para familiarizarse con la poesía.

Me parece que hay otra pista clave en una didáctica de la poesía: la educación del ritmo. Los diferentes tipos de ritmo, Hay un libro de Georges Jean, sobre este punto. El ritmo del corazón, el ritmo circadiano, los ritmos de la naturaleza. Que, a su vez, repercuten en los tipos de verso, el terceto, el cuarteto, el sexteto… Necesitamos formar a los niños en el ritmo; de ahí la importancia del profesor de Música y de Danza. La música, así los estudiantes no vayan a escribir en rima, es clave en la iniciación de la poesía. Las canciones de cuna, son los primeros encuentros con la poesía.

Usted le da mucha importancia a la mostración didáctica, ¿Qué sería la mostración en el caso de la poesía?

Enseñar, por ejemplo, la forma como se ha construido un poema, quiero decir, cómo está compuesto. Fascinar a nuestros estudiantes mostrándoles algunos poemas y mirarlos para que aprecien su estructura interna. Que el estudiante pueda sorprenderse de la maravilla de su composición. Las composiciones fascinan porque la gente no se da cuenta de eso. Es como el “making”, el detrás de cámaras; los estudiantes no han tenido la posibilidad de que alguien les muestre los vericuetos, los engranajes de eso; pero no con un fin evaluativo o para calificar, sino para maravillar. En últimas, es como destapar la caja negra; es esa la función didáctica de enseñar, de mostrar.

La comunicación y el directivo docente

17 martes Abr 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Jon Krause

Ilustración de Jon Krause.

Que los directivos docentes hacen o tienen muchas funciones es innegable. Porque no solo deben liderar, supervisar y evaluar a los docentes, sino también establecer vínculos con otros actores educativos, además de atender la gestión administrativa y responder por los objetivos últimos de las políticas educativas.

Sirva de ilustración la investigación hecha por la UNESCO en el 2014, en ocho paises de América Latina y el Caribe sobre el Liderazgo escolar, en la que se enumeran, entre otras, las siguientes funciones, roles o atribuciones de un directivo docente: “atender o resolver problemas pedagógicos y administrativos o de la comunidad escolar en general; ejercer la representación del establecimiento (legal, judicial y extrajudicial, técnica y administrativa); controlar la puntualidad, disciplina y cumplimiento de los docentes y demás funcionarios; asegurar que el establecimiento responda a las políticas y legislación educativa; organizar instancias de trabajo pedagógico de los docentes; supervisar aulas o clases; fomentar o controlar la evaluación de alumnos y los resultados de aprendizaje; asesorar a docentes; dirigir, organizar y controlar el trabajo docente o la implementación del programa académico; motivar la capacitación y desarrollo profesional de los docentes; evaluar a los docentes; responder por la estructura y equipamiento y/o determinar las necesidades en esta área y velar por su mantención; realizar y mantener actualizado el inventario del establecimiento; suscribir o legalizar los documentos oficiales del establecimiento; responder a las solicitudes de documentación o información de las autoridades; administrar y controlar fondos y recursos; presidir o acompañar los actos de la escuela y fuera de ella; promover la participación e integración de la comunidad escolar y los organismos escolares; establecer y mantener canales de comunicación con la comunidad escolar; favorecer la convivencia y el buen clima escolar; ejecutar acciones de seguridad para los alumnos y/o de prevención de riesgos”.

Por lo que puede verse, ni es un cargo fácil, ni se puede llevar a cabo de cualquier manera. Si se analizan en detalle varias de estas actividades se notará que en ellas hay, de manera explícita o implícita, un alto componente comunicativo. O dicho de otra manera, las habilidades de comunicación son una necesidad y una ayuda para muchas de las tareas o responsabilidades cotidianas de un directivo docente. Por eso, es necesario analizar y explicar de qué manera la comunicación incide o contribuye a optimizar tales funciones.

Una primera bondad de la comunicación para un directivo docente es la de servir de puente, de medio de relación, de bisagra para los vínculos. La comunicación, en este caso, ayuda a juntar diferentes actores, distintos niveles o ámbitos de la institución. Las piezas separadas o disímiles encuentran en los recursos comunicativos un pegante, una forma de ensamblaje. El directivo docente, en esta perspectiva, propicia, facilita, incentiva esas zonas o espacios de encuentro; pone en común, muestra puntos de similitud, teje relaciones como un orfebre de los vínculos humanos. Para hacerlo necesita ir más allá de coordinar un grupo y empezar a usar la comunicación con el fin de convertir a un conglomerado de personas en un verdadero equipo.

La segunda utilidad de la comunicación para un directivo está enfocada a favorecer o propiciar el buen clima laboral. En este caso, la comunicación –centrada en actitudes de reconocimiento y respeto– contribuye a que el bienestar de un grupo se transforme en apoyo y fraternidad para alcanzar determinadas metas. El directivo docente tendrá en cuenta que sus tareas no son únicamente de productividad, sino que también incluyen las de contribuir a que haya unas óptimas condiciones laborales, cuidar del bienestar de los colaboradores y sus familias, y buscar alternativas para desarrollar el talento humano de los miembros de su institución. Si hay una comunicación fluida y oportuna, si se toma en cuenta la opinión de los empleados, si se socializan con ellos las decisiones importantes, si hay la suficiente confidencialidad en lo escuchado, si poca atención se presta y menos se promueve el chisme descalificador, muy seguramente el directivo obtendrá una sana convivencia en su institución.

Un tercer campo de servicio proviene de la imagen global que gracias a la comunicación logra consolidar una institución. La comunicación aporta sus saberes sobre las piezas divulgativas que la institución utiliza para promoverse o aquellas otras que se consideran constitutivas de su identidad. Colores, mensajes, distintivos, eslóganes, valores prioritarios…, cada uno de estos aspectos –si en verdad son valorados por el directivo docente– repercutirá en que toda la comunidad comparta un lenguaje propio de la institución. La comunicación, no hay que olvidarlo, propicia un sentido de filiación, crea una “personalidad” corporativa, refuerza al interior y al exterior los signos de pertenencia, de fidelización y de prestigio social. 

La cuarta ayuda que la comunicación presta a un directivo docente es la de legitimar o afianzar un tipo de poder o de mando. Si las decisiones o las políticas no circulan en la comunidad educativa, si aumenta el secretismo y la poca deliberación, muy reducida será la aceptación o el reconocimiento de un directivo. La comunicación implica, en estas ocasiones, propiciar encuentros regulares con todo el personal de la institución, al igual que una agenda planeada en la que el directivo muestre y explique a todos los actores sus proyectos, sus metas prioritarias, su estilo de gestión. Es bueno recordar que no basta con tener el poder; hay que conquistar la autoridad, y esa en gran medida proviene de cómo el directivo se socializa, cómo involucra a otros, cómo deja de ser una cabeza solitaria, y más bien se convierte en un gestor de alianzas, en un facilitador solidario para todos los miembros de su institución.

Una última función de la comunicación, quizá la de uso más frecuente, es la de estimular la motivación a los miembros de una comunidad educativa. Mediante las técnicas, estrategias y mediaciones propias de la comunicación, se logra mermar el desánimo y la poca participación de los colaboradores, se alcanza a afectar el mundo de las emociones y los sentimientos de las personas. El directivo docente utiliza la comunicación con el fin de persuadir, de mover pasiones, de conmover a los indolentes y apáticos. Buena parte de las estrategias propias de la retórica clásica y otras tantas de los tipos de auditorio estudiados por la retórica contemporánea, serán definitivas al momento de lograr la adhesión de los dirigidos. Argumentar, en este sentido, no es solo hablar a un público, sino poder identificar bien las particularidades de la audiencia con el fin de tocar no solo su mente sino también sus corazones. Un directivo docente tiene que echar mano de la comunicación oral, del lenguaje no verbal, para que en sus conversaciones, en un comité o en una reunión de padres de familia, no solo lance informaciones, sino que logre interpelar o implicar a aquellos que lo escuchan.

Cabría exponer otras utilidades de la comunicación para un directivo docente pero podemos cerrar aquí. El propósito esencial de lo expuesto es subrayar la relevancia de la comunicación en la gestión organizacional y la necesidad de estudiar o conocer mejor las particularidades de esta disciplina o dicha profesión. Una vez un docente logra el cargo o las funciones de directivo necesita desarrollar unas habilidades comunicativas para organizar, coordinar, persuadir, movilizar o liderar a un grupo de personas. Aprender sobre las minucias de la comunicación le permitirá al directivo distinguir los medios y conocer cuáles mediaciones son las más adecuadas según determinados fines; de igual modo, ser sensible a las condiciones de persona, tiempo, modo y lugar, necesarias para que un mensaje llegue cabalmente; y, por último, saber diferenciar las variadas formas de comunicación y su impacto en las diversas audiencias. Ese es el reto y la oportunidad de enriquecer y hacer más cordial y efectiva la dirección docente.

El continuo instante

11 miércoles Abr 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración e Istvan Orosz

Ilustración de Itsvan Orosz.

“El virgen, el vivaz, el hermoso presente”.
Mallarmé

 

Gracias a la memoria sabemos del pasado; por la inteligencia, del futuro. Pero nos movemos en la cuerda funambularia del presente. Y ese presente, su evidencia, está en el instante.

El instante brota, aparece. Es. El instante tiene la fuerza de un rayo, un resplandor fugitivo, un golpe. Nuestra existencia deviene en instantes: un acto, una palabra, un gesto, un paso, una caricia. Su emerger es siempre sorpresivo. Porque a pesar de querer tener certeza del instante futuro necesitamos esperar que se dé en el presente; no hay posibilidad de retrotraerlo o posponerlo. Y con el pasado sucede algo semejante: rememoramos el instante que ya pasó, evocamos lo que quedó de impronta en la memoria. Pero en un caso o en otro no podemos asir la fugaz plenitud del instante.

La imaginación sabe trabajar mejor con el instante que otras capacidades humanas. Ella puede, así como si fuera una pasta o una goma especial, extender ese instante hasta un punto que se refunde con la alborada de otro golpetazo de tiempo. La imaginación permite alargar la consistencia del instante; hace que lo finito adquiera las particularidades de lo interminable. Al hacerlo, gracias a esa maleabilidad, logra dotarlo de un campo de radiación tan potente como para hacerlo imborrable, perenne. La imaginación perpetúa lo que en sí mismo es efímero o deleznable. Desde luego, se apoya en la memoria que, a su vez, descompone esa escena o ese hecho, ese momento, en un paisaje de infinitos elementos. Entonces, lo que parecía apenas un rápido encuentro, se convierte en una infinidad de cosas: una mirada, un gesto preciso, una determinada palabra, un tipo de bebida, una prenda de vestir, un lugar específico, un sentimiento particular, el nombre de un restaurante, la hora elegida, un aroma, un sabor… Así procedió Marcel Proust cuando fue en busca del tiempo perdido. Atomizó la duración, explotándola en tantos fragmentos que cada uno de ellos conformaba una eternidad. El evento en cuestión se amplía, se extiende, se multiplica, se perpetúa en una reverberación o resonancia interminable. La imaginación se apoya en los detalles para multiplicar lo que parece indivisible. El instante tocado por la imaginación es una avalancha de asociaciones, relaciones, imbricaciones, toques y contactos continuados.

El instante, según creía Gastón Bachelard, no construye horizontal sino verticalmente. Ahonda, va hacia el fondo del ser. A pesar de ser fugaz, es denso; tiene capas, estratos, pisos de sentido. De allí que una experiencia, aunque breve, pueda ser más intensa que otra vivida durante mucho tiempo. El instante desciende, penetra, se hace más genuino cuanto más profundo cava. Es posible, por lo mismo, vivir en un instante todo lo que de suyo tiene un sentimiento, una experiencia, un evento, un hecho. No es necesario recorrer todo el camino de algo para conocer lo que de esencial tiene dicha aventura. De esos eventos decimos que son excepcionales porque, gracias a ellos, hemos podido develar el rostro del instante. Claro, ni son todos, ni siempre se dan en cualquier experiencia; son escasos. Requieren del concierto de varias circunstancias y espacios al igual que la confluencia de determinadas personas. Cuando esto acaece, el instante se convierte en epifanía, milagro, revelación.

Sobra decir que el instante contiene en sí mismo tanto la vida como la muerte; solo que en su fogonazo una y otra se refunden. Es tal el destello del instante que no se alcanza a percibir la oscuridad que lo precede y lo sobrepasa. Es tan demoledora su presencia, su radiante aspecto, que pareciera no tener principio ni final. O la fusión entre uno y otro instante es tan rápida que ese presente obnubila nuestra percepción. Allí radica su belleza, su fascinación. Obvio: un instante acaba para ceder su lugar a otro.  Sin embargo, la forma como abre y cierra sus fronteras es causa de su encantamiento o de su seducción. El instante reúne en un mismo espacio el grito del nacimiento y el ay de la extinción. Ese engarce de temporalidades es la causa de su magia, de su prodigio. Lo más cercano para entender esta amalgama es el éxtasis amoroso: en un instante la finitud se une con lo infinito y lo limitado besa lo ilímite. En ese instante el adentro está afuera y el afuera es un adentro perfecto.

Quizá los seres humanos sabemos o intuimos estas cosas y anhelamos retener tales instantes. Por eso acudimos a las imágenes y por eso echamos mano del arte y de la poesía. Tal vez porque nos resistimos a perder el instante. Aunque, pensándolo mejor, la grandiosidad del instante está en su inaprensibilidad. Huye, se nos escapa. A no ser que, como ya lo decía, tengamos la suficiente imaginación o el talento artístico para saber conservarlo en una metáfora, en un recuerdo, que no sólo deje intacta su libertad de centella, sino que, además, nos permita disfrutar su cabal esencia.

Cuidar a otro

06 viernes Abr 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Imagen2

El cuidar a otros nace de un doble movimiento en nuestra conciencia: de un lado, de la valía del prójimo, del hermano, del amigo que sufre o padece alguna pena, la desgracia o la enfermedad. Cuidamos porque el otro congénere nos importa, nos interpela. Y, de otra parte, de la capacidad personal de poder servir, de ayudar o colaborar –solidariamente– a quien sabemos necesita una mano, una palabra, un abrazo fraterno. Así que, cuando hablamos de cuidado es porque movilizamos nuestros sentimientos y nuestras acciones en una doble vía: porque escuchamos al otro y porque al hacerlo salimos de nosotros.

El primer impulso, el de ser sensibles al prójimo, al otro que vemos o sentimos frágil, tiene mucho que ver con la compasión, con la compañía y el apoyo en situaciones desfavorables o realmente dolorosas. El semejante, en esta dimensión, nos interpela de manera significativa. Deja de ser una persona anónima y adquiere un rostro, un nombre; se transforma en un ser con historia. Dicha fragilidad nos cuestiona o nos pone alerta; hace que la despreocupación o la indiferencia se apeen de su pasar de largo y tomen el tiempo necesario para conversar con ese otro ser, para “darle un tiempo” a quien lo necesita. Cuando así procedemos, cuando nos preocupamos por el doliente, el empobrecido, el enfermo, el desafortunado, nos sabemos más que individuos y empezamos a participar de una constitución humana similar. Reconocer el rostro ajeno preocupado, adolorido o lastimado hace que sintamos en nosotros una filiación profunda con esa misma condición. Cuidamos, entonces, porque nos identificamos o participamos de ser profundamente humanos.

El segundo movimiento que motiva el cuidar, afirmábamos, brota precisamente de la urgencia de salir del limitado territorio de sí mismos. Nuestro radio de acción se amplía y va en busca de otras personas que sabemos reclaman una ayuda, un medicamento, una palabra, un abrazo fraterno. Cuidar es una fuerza que nos impele a salir, a caminar, a despojarnos un tanto de nuestras posesiones y de nuestro tiempo. Este desplazamiento conlleva a que rompamos con ciertas rutinas o comodidades para entrar en esa otra zona sensible y delicada de los afectos y sentimientos de las personas sufridas o atrapadas por el infortunio. Al cuidar asumimos que podemos ir más allá de la acción interesada o del cálculo moral de dar algo para recibir otra cosa a cambio; ese cuidar a otro ser transforma la desconfianza en preocupación por el semejante, rompe el tranquilo paraíso de los egoísmos altaneros. El que cuida está afuera o dispone su espíritu para salir al encuentro del menesteroso o desdichado.

Cuando cuidamos tenemos, por lo mismo, la oportunidad de descubrir en nosotros lo que de afectables poseemos como partícipes de una condición humana vulnerable. Renunciamos a mostrarnos como seres todopoderosos, imbatibles, autosuficientes. Al disponernos de esa manera asumimos que los otros completan, añaden, complementan, enriquecen lo que somos o necesitamos ser. El otro nos hace falta en la medida en que reconocemos fronteras o zonas de nuestra personalidad esencialmente endebles, desvalidas; es decir, nos aceptamos como seres sustancialmente necesitados. Porque nos sabemos carentes y expuestos a las privaciones es que solicitamos una ayuda, una voz de aliento, un gesto afectuoso que renueve las fuerzas desfallecidas.

En definitiva, al sacar un tiempo para escuchar con atención al amigo o familiar que está ahogado con sus problemas o sus dolencias interiores; o al mostramos acuciosos para ayudar al que padece un revés de la fortuna o enfrenta un trayecto de la adversidad; o si dentro de nuestras prioridades ponemos en primer orden la llamada a la amiga que padece una dolorosa enfermedad, la visita fraterna al que está soportando el duelo de una pérdida, o la colaboración oportuna al que sabemos radicalmente carente de recursos… cuando todo eso hacemos, la cara anónima de los demás asume un rostro y nuestra palabra, nuestras manos y nuestros brazos hallan otra utilidad diferente al servicio personal. Si cuidamos al otro, en consecuencia, nos desplazamos, salimos de la cápsula de nuestra individualidad, abrimos nuestro corazón para la acogida y la hospitalidad.

No obstante, si bien pareciera fácil dar ese paso hacia el cuidado del otro, lo cierto es que muchas personas no lo logran. A veces por la arrogancia derivada del exceso de bienes o porque siempre se ha gozado de una buena salud o una suerte positiva. Y en otros casos, que son la mayoría, porque hay un miedo interior, un temor a exponerse, a contagiarse de los problemas o las angustias de otro ser humano. Se teme abrir el alma o los brazos porque, al actuar así, ya no tenemos el suficiente control o poder sobre los demás. Ahora es el otro el que nos reclama o nos lanza su llanto o sus desventuras; el que pide socorro o nos invita a entrar a su fisurada historia. Por eso, muchos individuos prefieren tomar distancia o hacerse los desentendidos frente al prójimo doliente. Ese comportamiento es más seguro, menos comprometedor. Lo contrario, y que requiere una buena dosis de valentía en el espíritu, es tomar como bandera la confianza, darle visa a la gratuidad, y extender nuestra piel y nuestras palabras hasta ese otro que sabemos fracturado por las peripecias amargas de la vida. Con ese confiado valor podremos hacer de cada acto de cuidado una ocasión para la ternura, el amor, la protección o la solidaridad.

Como la brisa o el viento inesperado

02 lunes Abr 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Poemas

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Muchacha defendiéndose de Eros

«Muchacha defendiéndose de Eros» de William-Adolphe Bouguereau.

Como la brisa o el viento inesperado

o con sigilo de fiera en fiel acecho,

así llega el amor a nuestro pecho

suave y voraz con su poder callado.

Es una espera tensada como un arco,

una ansiedad total por alcanzar el cielo,

un incendio casual ardiente como el hielo,

un mar llevando a la deriva un barco.

Nadie ha podido asegurar su sino

ni fijar un curso a su luz de cometa;

es un misterio, un lance de adivino,

un alado regalo, una fugaz saeta.

Y a pesar del afán o nuestro desatino,

viene o se va cual mariposa inquieta.

 

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