El cuidar a otros nace de un doble movimiento en nuestra conciencia: de un lado, de la valía del prójimo, del hermano, del amigo que sufre o padece alguna pena, la desgracia o la enfermedad. Cuidamos porque el otro congénere nos importa, nos interpela. Y, de otra parte, de la capacidad personal de poder servir, de ayudar o colaborar –solidariamente– a quien sabemos necesita una mano, una palabra, un abrazo fraterno. Así que, cuando hablamos de cuidado es porque movilizamos nuestros sentimientos y nuestras acciones en una doble vía: porque escuchamos al otro y porque al hacerlo salimos de nosotros.
El primer impulso, el de ser sensibles al prójimo, al otro que vemos o sentimos frágil, tiene mucho que ver con la compasión, con la compañía y el apoyo en situaciones desfavorables o realmente dolorosas. El semejante, en esta dimensión, nos interpela de manera significativa. Deja de ser una persona anónima y adquiere un rostro, un nombre; se transforma en un ser con historia. Dicha fragilidad nos cuestiona o nos pone alerta; hace que la despreocupación o la indiferencia se apeen de su pasar de largo y tomen el tiempo necesario para conversar con ese otro ser, para “darle un tiempo” a quien lo necesita. Cuando así procedemos, cuando nos preocupamos por el doliente, el empobrecido, el enfermo, el desafortunado, nos sabemos más que individuos y empezamos a participar de una constitución humana similar. Reconocer el rostro ajeno preocupado, adolorido o lastimado hace que sintamos en nosotros una filiación profunda con esa misma condición. Cuidamos, entonces, porque nos identificamos o participamos de ser profundamente humanos.
El segundo movimiento que motiva el cuidar, afirmábamos, brota precisamente de la urgencia de salir del limitado territorio de sí mismos. Nuestro radio de acción se amplía y va en busca de otras personas que sabemos reclaman una ayuda, un medicamento, una palabra, un abrazo fraterno. Cuidar es una fuerza que nos impele a salir, a caminar, a despojarnos un tanto de nuestras posesiones y de nuestro tiempo. Este desplazamiento conlleva a que rompamos con ciertas rutinas o comodidades para entrar en esa otra zona sensible y delicada de los afectos y sentimientos de las personas sufridas o atrapadas por el infortunio. Al cuidar asumimos que podemos ir más allá de la acción interesada o del cálculo moral de dar algo para recibir otra cosa a cambio; ese cuidar a otro ser transforma la desconfianza en preocupación por el semejante, rompe el tranquilo paraíso de los egoísmos altaneros. El que cuida está afuera o dispone su espíritu para salir al encuentro del menesteroso o desdichado.
Cuando cuidamos tenemos, por lo mismo, la oportunidad de descubrir en nosotros lo que de afectables poseemos como partícipes de una condición humana vulnerable. Renunciamos a mostrarnos como seres todopoderosos, imbatibles, autosuficientes. Al disponernos de esa manera asumimos que los otros completan, añaden, complementan, enriquecen lo que somos o necesitamos ser. El otro nos hace falta en la medida en que reconocemos fronteras o zonas de nuestra personalidad esencialmente endebles, desvalidas; es decir, nos aceptamos como seres sustancialmente necesitados. Porque nos sabemos carentes y expuestos a las privaciones es que solicitamos una ayuda, una voz de aliento, un gesto afectuoso que renueve las fuerzas desfallecidas.
En definitiva, al sacar un tiempo para escuchar con atención al amigo o familiar que está ahogado con sus problemas o sus dolencias interiores; o al mostramos acuciosos para ayudar al que padece un revés de la fortuna o enfrenta un trayecto de la adversidad; o si dentro de nuestras prioridades ponemos en primer orden la llamada a la amiga que padece una dolorosa enfermedad, la visita fraterna al que está soportando el duelo de una pérdida, o la colaboración oportuna al que sabemos radicalmente carente de recursos… cuando todo eso hacemos, la cara anónima de los demás asume un rostro y nuestra palabra, nuestras manos y nuestros brazos hallan otra utilidad diferente al servicio personal. Si cuidamos al otro, en consecuencia, nos desplazamos, salimos de la cápsula de nuestra individualidad, abrimos nuestro corazón para la acogida y la hospitalidad.
No obstante, si bien pareciera fácil dar ese paso hacia el cuidado del otro, lo cierto es que muchas personas no lo logran. A veces por la arrogancia derivada del exceso de bienes o porque siempre se ha gozado de una buena salud o una suerte positiva. Y en otros casos, que son la mayoría, porque hay un miedo interior, un temor a exponerse, a contagiarse de los problemas o las angustias de otro ser humano. Se teme abrir el alma o los brazos porque, al actuar así, ya no tenemos el suficiente control o poder sobre los demás. Ahora es el otro el que nos reclama o nos lanza su llanto o sus desventuras; el que pide socorro o nos invita a entrar a su fisurada historia. Por eso, muchos individuos prefieren tomar distancia o hacerse los desentendidos frente al prójimo doliente. Ese comportamiento es más seguro, menos comprometedor. Lo contrario, y que requiere una buena dosis de valentía en el espíritu, es tomar como bandera la confianza, darle visa a la gratuidad, y extender nuestra piel y nuestras palabras hasta ese otro que sabemos fracturado por las peripecias amargas de la vida. Con ese confiado valor podremos hacer de cada acto de cuidado una ocasión para la ternura, el amor, la protección o la solidaridad.
LADY JOHANNA PEREA GONZALEZ dijo:
Es hermoso ver que “La ética del cuidado” está presente en sus textos profe Fernando. Es un grato recuerdo y una hermosa enseñanza de la tésis de maestría. Cada día trato de llevarlo al aula, escenario magnifico de aprendizaje!. Quisiera poder charlar con usted nuevamente, hay un asunto académico importante para compartir. Un abrazo!
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Lady Johanna, gracias por tu comentario. Puedes escribirme al correo de la Unisalle para atender el asunto académico.
GERMÁN GARCÍA dijo:
MAESTRO SI SUPIERA COMO LA CUIDO
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Germán, gracias por tu comentario.
Javier dijo:
Gracias Maestro
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Javier, gracias por tu comentario.