
Ilustración de Ángel Boligán.
Dice Umberto Eco, en su Tratado de Semiótica general, que “la semiótica se ocupa de cualquier cosa que puede considerarse como signo”. Y agrega: “signo es cualquier cosa que pueda considerarse como substituto significante de cualquier otra cosa”. A partir de esta definición, el mismo autor señala una consecuencia fundamental: “la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”. La última observación de Eco me va a permitir desarrollar algunas ideas sobre el papel de los signos en la vida social.
Quisiera empezar con una hipótesis de trabajo: el signo o la función sígnica (es decir, aquello que consideramos como signo) nace o aparece a partir del salto del hombre de lo inmediato a la mediatez. El signo es de por sí una relación. Un puente que el hombre establece entre una cosa y un sujeto, o entre la exterioridad y la conciencia. El signo es representación. Así entendidas las cosas, una relación sígnica permite evocar, imaginar, pensar… hacer presente la ausencia. Por los signos nos convertimos en seres de cultura.
Aquello que el hombre no podía agarrar, eso otro que no lograba guardar entre sus manos… fuerzas, ritmos, olores, sensaciones… pudieron ser domeñados gracias al mecanismo de los signos. Sobre el filo de lo inmediato, de lo consumido de una vez, el hombre hizo un alto, estableció un paréntesis sígnico y distanció la acción, el movimiento. Gracias a esa perspectiva, los signos adquirieron el talante de actores, de “personajes” de una inmensa obra que podemos llamar la socialización.
Al ser una construcción, una elaboración situada en un tiempo y un espacio determinados, los signos son ambiguos, inciertos, complejos, diversos, plurales… Pueden apuntar a un sentido o a otro; a veces afirman pero, al mismo tiempo, pueden ser una clara muestra de negación o renuncia. Los signos no son transparentes. A la par que muestran o evidencian, también ocultan, velan, o disimulan. Cada vez que estamos de frente a una relación sígnica tenemos que preguntarnos cómo es su funcionamiento, cuáles son sus motivaciones y cuáles sus implicaciones. Hay como cierto claroscuro en el ser de los signos. De allí la importancia de la semiótica como una ciencia capaz de “aquilatar” hasta dónde va la sombra y hasta dónde la luz.
Por eso Umberto Eco afirma que una semiótica general se asemeja a una teoría de la mentira. Por supuesto, no se dice con ello, que la semiótica sea una disciplina para aprender a mentir. Más bien, lo que se afirma es que la semiótica es una herramienta potente para construir o deconstruir edificios de significación. Teoría de la mentira es tanto como lucidez suficiente para saber cuándo los signos nos engañan o cuando señalan la verdad. Desde luego, la verdad es más un acuerdo social que una noción definitiva. Las verdades son provisionales y dependen de los puntos de vista que, por lo demás, están marcados por una serie de intereses, pasiones y poder. Ninguna verdad es inocente, lo sabemos. Cualquier verdad algo resalta pero, en esa misma magnitud, algo cubre. En el fruto de toda gran verdad, anida el gusano de alguna falsedad.
Entendámonos mejor. Por ser seres afectables por el tiempo, por tener conciencia histórica, los seres humanos variamos, nos equivocamos, vamos de un lugar a otro, cambiamos de ruta o dirección… Y lo que en un determinado momento es considerado como verdad, justo más tarde, ya es una mentira. Mentira en cuanto no corresponde al momento o el evento ya vivido; mentira en la medida en que ya no somos los mismos. Al ser el hombre un ser en permanente devenir, los signos que emplea, las relaciones sígnicas que establece, están siempre a medio camino entre la exactitud y el equívoco, entre la sinceridad y el engaño, entre la veracidad y la falacia.
Ni qué decir de los signos que, a propósito, usamos para provocar la desconfianza, el rumor, la envidia, los celos, la enemistad o el miedo. Ni de esos otros signos que, aun sabiendo de su engaño, insistimos en creerlos o nos esforzamos para darlos por ciertos. Como quien dice, no sólo hay ambigüedad en las relaciones sígnicas que los propios signos establecen, sino en las relaciones que los hombres crean con los signos mismos. De allí la importancia de la semiótica como ejercicio de la sospecha, de la inferencia, de la indagación más allá de lo evidente.
Si se me permite plantearlo de otro modo, vivimos presos entre redes o tejidos de signos. Debido a tal maraña de significaciones, es muy habitual el no saber entender o no poder interpretar el “justo” valor de una relación sígnica. O es la palabra que consideramos ofensiva cuando apenas era una broma; o es el vestuario que, tratando ser original, se convierte en un signo de consumo masivo. O es el roce accidental que leemos como caricia amorosa; o es el gesto tímido que entendemos como hostilidad. Entre tal barullo de signos, no siempre tenemos la certera puntería para identificarlos o el suficiente tacto para palpar su intensidad. Quizá, en esa falta de “precisión” sobre la significación, en la ausencia de ese “espíritu de fineza” que reclamaba Pascal, radique el potencial o la necesidad de estudiar semiótica.
No quisiera, sin embargo, cerrar estas ideas alrededor de la semiótica general como “teoría de la mentira” con un sabor de pesimismo o escepticismo a ultranza. Si hay algo que ha caracterizado al hombre es su deseo por salir del engaño, de la ilusión. Por aceptar su entorno y aceptarse. En tal propósito, veo una ética que al menos debería servirnos como brújula en este viaje por la cultura: el de procurar no engañarnos, el de no mentirnos a nosotros mismos, el de mantener la suficiente justicia sobre nuestra conciencia. Y manteniendo tal “cordura interior”, lo otro, el no mentir a los demás, el no engañar a nuestros semejantes, parece apenas un deber elemental. Sin embargo, por trabajar con signos, por trasegar con esa dinamita especial de la significación, no podemos asumir la posición del cándido o el crédulo. Aunque promulguemos una ética, aunque mantengamos izada la bandera de lo verídico, siempre tendremos que habérnoslas con “malhechores y malandrines”, como diría Don Quijote.
Vale la pena recordarlo: en los mismos signos que constituyen la tela de Penélope se hallan inscritos los hechizos de Circe.
(De mi libro La cultura como texto. Lectura, semiótica y educación, Javegraf, Bogotá, 2002, pp. 39-41).
Hector dijo:
La semiótica y su relación con el inconsciente.“la semiótica se ocupa de cualquier cosa que puede considerarse como signo”, no importa su fuente (Emisor) o su destino (Receptor), todo lo abarca, todo es posible, la verdad y la mentira pueden ser y no ser a la vez, y es que los signos como los sueños, están profundamente determinados por el inconsciente, su interpretación requiere conocer-se para descubrir su contenido oculto. “De allí la importancia de la semiótica como ejercicio de la sospecha, de la inferencia, de la indagación más allá de lo evidente”
Gracias Fernando, que agradable leer tus escritos y que mensajes dejan estos para la vida.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Héctor, gracias por tu comentario. La semiótica: un modo de mirar para no sólo ver superficialmente el mundo y la vida.
profejesusolivo dijo:
Maestro, un saludo especial y fraterno
No hay nada oculto o que no se pueda esclarecer para las ciencias, ya sea humana o natural, todo puede tratarse semióticamente. Ahí si como dice Eco “si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad; en realidad no puede usarse para decir nada” (Eco, 1995, p. 22). Es decir, que la comunicación del hombre con el mundo está supeditada a la semiótica, sin ella no se podría entender con claridad lo que sucede a sus alrededores. De ahí que sea neural su estudio para no pasar por analfabetos de la comunicación y vivir en el engaño vanal de la desinformación; cosa que sucede con frecuencia últimamente.
Con aprecio
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario.
Laura Ramirez dijo:
Fernando un gusto leer tu trabajo siempre. Saliendo un poco del tema de la publicación te cuento que estamos junto a unas compañeras realizando un proyecto de investigación que tiene como base teórica tu trabajo y queríamos preguntarte desde ¿Que categoría parecería pertinente problematizar y analizar la enseñanza de la literatura? Ya que hemos tenido algunas confusiones al respecto. Mil gracias, un abrazo… Esperamos tu próxima publicación. Saludos desde Mexico
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Laura, gracias por tu comentario. Cuéntame un poco más en qué consiste tu proyecto de investigación. ¿Tienes mi libro La enseña literaria. Crítica y didáctica de la literatura? y ¿La palabra inesperada?
meatovmearov dijo:
De acuerdo, no hay que satanizar el signo. Aunque no coincido en todo el planteamiento, me agrada como lo argumentas.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Meatovmearov, gracias por tu comentario.