Ilustración de Félix Lorioux

Ilustración de Félix Lorioux.

La fábula continúa siendo una tipología textual capaz de sugerir, de aludir de manera indirecta asuntos o eventos que, de otra manera, serían demasiado evidentes o rayarían con la ofensa o la afrenta retadora.  Al estar organizada desde una estructura alegórica permite la ironía, el espíritu crítico, el humor o la sátira. La fábula, en esta perspectiva, toma ideas abstractas para representarlas de forma plástica. Hace tangible una idea, un concepto, un sentimiento, un vicio o una virtud humana.

Desde las ya clásicas fábulas de Esopo, pasando por las de Fedro, Babrio y todas aquellas otras de cuño medieval (las de Odón de Cheriton), hasta las ideadas o reelaboradas hacia el siglo XVII y XVIII por La Fontaine, Samaniego o Iriarte, esta forma de “enseñar deleitando” ha sido un recurso didáctico para aproximar a chicos y grandes en cierta sabiduría de la vida, cuando no en unos referentes de formación moral. Por ser elaborada de manera concisa y directa, por echar mano de las particularidades del mundo animal como espejo para la conciencia de los hombres, la fábula sigue ofreciendo amplias posibilidades creativas y, para los que amamos la educación, ofrece un caudal de recursos formativos.

Como bien lo ha estudiado Carlos García Gual y Rodríguez Adrados, la fábula está elaborada según un esquematismo o “armazón lógica” de tres elementos: a) una situación inicial, en la que se expone determinado conflicto b) una actuación, en la que los personajes eligen y toman decisiones y c) una evaluación de la acción o comportamiento elegido. En muchos casos la fábula tiene una lección o moraleja expresada al inicio (promitio) o al final de la misma (epimitio), aunque por la misma forma de elaborarla puede tener implícita la lección moral o el consejo esperado. Sea como fuere, la brevedad y la intención moral son consustanciales a la fábula. El efecto buscado es que el lector “entrevea” o induzca la sabiduría práctica derivada de esa pequeña narración.

Al poner a los animales a representar los variados aspectos de la condición humana, la fábula contiene un dramatismo exaltado por los diálogos o el juego agonista, por lo general, entre dos personajes. Dicho contrapunteo conlleva a la médula de la fábula; de allí que, en varios textos se dejen de lado extensas descripciones o se use la omisión de aspectos de la trama. Todos los elementos de la fábula están imantados por la “lección moral” o el “consejo práctico” subyacente. También por eso, se usan pocos elementos para pintar a los protagonistas o se parte del supuesto de que los lectores saben asuntos que no merecen explicarse. La fábula, como la caricatura, omite aspectos o detalles para concentrarse en su mensaje fundamental.

Sobra decir, y hay autores contemporáneos como Augusto Monterroso para ilustrarlo, que la fábula pone al descubierto, saca los “trapos al sol”, ayuda a develar lo que a todas luces desea mantenerse escondido, muestra el abuso del poderoso frente a las limitaciones del débil. Hay una función crítica de fondo, una intención de desenmascaramiento tanto a nivel personal como colectivo, que le otorga a la fábula un carácter contestatario o de denuncia. Y si bien provoca alguna sonrisa, ese gesto en el lector es el resultado de haber descubierto una verdad detrás de una modesta ficción, o descubrir tras la ironía, lo que con disimulo o fuerza las personas o la sociedad han tratado de ocultar.

Las fábulas que siguen son un pequeño ejemplo de lo que acabo de exponer, y son de igual modo una invitación para que los maestros y maestras renueven la lectura y escritura de esta tipología textual, tanto o más útil en nuestros días cuando campean, con total desvergüenza, los vicios morales y los contravalores. Estoy convencido de que volver a poner la fábula en el aula de clase es un excelente recurso para ejercitar el pensamiento crítico de nuestros estudiantes.

Jerry Pinkney

Ilustración de Jerry Pinkney

El gato y el ratón malherido

—¿Por qué no me matas de una vez —rogó el ratón malherido al gato.

El felino apenas lo miraba de soslayo, celoso de que la presa se escapara de sus garras.

—Prefiero la muerte a esta humillación —exclamó el roedor a punto de fallecer.

El gato hacía caso omiso a todos los reclamos del ratón. Ponía una pata sobre el roedor, pero sin ahogarlo; clavaba sus uñas pero en partes no tan vulnerables. Apretaba y soltaba a la vez al ratón en un juego inclemente.

—Al menos salva mi dignidad —suplicó entre ayes el roedor.

El gato observó medio muerto al ratón y pensó que lo mejor de la cacería no era atrapar a alguien, sino tenerlo sometido a su voluntad.

Ilustración de Jean-Ignace-Isidore Grandville

Ilustración de Jean-Ignace-Isidore Grandville

La cacatúa habladora y la vieja de manos huesudas

Para aquellos que desean siempre tener la última palabra, vale la pena recordar lo que le pasó a la cacatúa habladora y la visita fugaz de la vieja de manos huesudas.

Cuando alguien en una reunión iba exponiendo una idea, la cacatúa habladora levantaba su penacho e interrumpía el discurso para agregar algo semejante a lo que su interlocutor venía expresando; en otros casos, lanzaba una idea y ella misma se la respondía sin dar tiempo a que los asistentes dieran sus opiniones. También era común, que en las fiestas a donde era invitada, antes de que terminara el banquete la cacatúa parlanchina se trepara a una viga para hacer una intervención de cierre. Durante muchos años así se comportó la cacatúa parlanchina en las juntas o los eventos sociales donde asistía.

Hacia la mitad de su vida, una penosa enfermedad hizo que la cacatúa se resguardara en su nido. Estando allí, recibió la visita de una vieja de manos huesudas. El ave no tuvo tiempo de hacerla entrar porque, cuando se dio cuenta, la vieja ya estaba sentada a su lado.

—¿Muy enferma? —preguntó.

Antes de que la cacatúa le contestara, la vieja se respondió:

—Son buenos, de vez en cuando, estos reposos.

El ave quiso replicarle pero la vieja seguía en su monólogo:

—Yo visito a muchos enfermos, esa es mi tarea diaria.

La cacatúa empezó a sospechar que esa visita no era común. La vieja se levantó de donde estaba y mirando al ave le tocó con su dedo huesudo el curvado pico.

—Y a varios de ellos, les escucho decir sus últimas palabras.

La cacatúa miró a la vieja con ojos de súplica, porque deseaba vivir aún muchos años, y por primera vez guardó silencio.

Iela y Enzo Mari

Ilustración de Iela y Enzo Mari.

La mariposa insatisfecha

Una mariposa, de hermoso colorido, deseaba tener las tonalidades más bellas de la naturaleza. Aunque ya poseía una forma esplendorosa y unos jaspeados muy llamativos en sus alas, aspiraba que el sol la proveyera de los visos del ocaso. El astro rey le concedió tal don. La mariposa estuvo feliz por un tiempo, pero luego anheló los colores diversos del arco iris. El cielo le cumplió tal anhelo. Sin embargo, en la oscuridad la mariposa perdía su irisado traje. Así que le rogó a la luna que le confiriera la gracia de alumbrar en la noche. La luna, que sigue siendo una diosa de concesiones inapelables, aceptó dicha petición: la convirtió en una luciérnaga. “¿Y mis coloridas alas?”, preguntó la mariposa. La luna fulgurante permaneció callada.

Stéphane Poulin

Ilustración de Stéphane Poulin

El amo malhumorado y sus dos perros

Un amo de temperamento irascible y ánimo voluble tenía dos perros en su granja. El primero era dócil y propenso a zalamerías, se llamaba “Servil”; el segundo, algo reservado, buen guardián y cazador, tenía por nombre “Servicial”. El amo, cuando estaba tranquilo, al uno le daba la comida en la mano mientras le acariciaba el lomo; al otro, le lanzaba el alimento sin muestras de cariño. Las cosas eran distintas cuando el genio le cambiaba al amo: al primer animal lo maltrataba con insultos y patadas, en tanto al segundo lo agredía solo con palabras. Así eran las cosas en casa; pero cuando el amo iba de cacería, “Servicial” era más efectivo para perseguir conejos; en cambio “Servil” se dedicaba a ladrar, daba unas cortas vueltas en el bosque y volvía a buscar las caricias de su dueño. De regreso a la granja, el amo furioso, pateaba e insultaba a “Servil” y elogiaba en silencio a “Servicial”. Ya más tranquilo, cuando terminaba la jornada, el amo se sentaba a descansar y observaba con atención a sus dos canes. En el fondo de su corazón sentía por un perro afecto con desprecio y, por el otro, respeto con admiración.