Tatuaje de Chris Garver.

La pantera y los animales en sacrificio

La pantera que, como se sabe, es astuta y vengativa, había decidido por mero capricho que los animales incluidos dentro de sus dominios debían, desde esa semana, elegir a uno de ellos para entregarse en sacrificio voluntario.

—Es inaudito —gruñó un pecarí— moviendo sus patas traseras.

—Solo a ella se le ocurren esas cosas —repuso un venado de grandes ojos.

—Eso es una locura —agregó un carpincho, levantando el hocico.

La pantera sigilosa había observado toda la conversación. De un salto salió de su escondite poniéndose en medio del grupo. Mirando a los animales de manera desafiante los interpeló:

—¿Así que ninguno está de acuerdo con mi mandato?

Con lentitud fue interrogando con su mirada a cada uno. Primero clavó sus ojos en el carpincho:

—Aunque de pronto es mejor morir así —repuso el chigüiro, con gesto complaciente—. De esta manera uno sabe quién es la próxima víctima y no anda con esa incertidumbre.

 Después la pantera se detuvo en el pecarí:

—Hasta uno tiene tiempo para prepararse —reforzó el saíno.

La pantera hizo un giro y posó sus ojos en el venado:

—Además, tarde que temprano de algo hay que morir —se apresuró a replicar el ciervo.

La pantera observó al grupo complacida:

—Muy bien. Estaré entonces esperando a que uno de ustedes me visite este viernes… Ojalá sea puntual —agregó burlonamente.

Como se ve, lo mejor que le puede pasar a un tirano es que los subyugados terminen justificando sus arbitrarios designios.

Las palomas y el busto

En la historia que sigue puede verse cómo, por el paso del tiempo o la altanera ignorancia, el pedestal de los sabios es el muladar de los necios.

La primera paloma que llegó a posarse en el busto (era de bronce macizo) se ubicó sobre el hombro izquierdo de la estatua.

—¿Tú eres un sabio? —le dijo en un zureo desafiante.

La estatua se mantuvo callada. La paloma de un corto vuelo se encaramó a la cabeza del busto. Allí continuó con su monólogo.

—¿Y de dónde sacas tus ideas?

El busto siguió imperturbable, poniendo sus ojos sin mirada en la avenida que estaba al oriente del parque.

—¿Y alguien viene a visitarte?

La paloma se apartó súbitamente de la cabeza de la estatua porque dos colegas vinieron a posarse en el mismo lugar.

—¿Y este es el personaje del que nos has hablado?

—Sí —contestó la paloma—. Este es —repitió—, mientras se trasladaba al hombro derecho del busto.

—A mí me parece, común y corriente —exclamó la otra paloma— inspeccionando la tierra acumulada en los surcos del cabello de la estatua.

La primera paloma guardó silencio.

Después de unos minutos, en los que continuó el diálogo fallido, las tres aves alzaron el vuelo. El busto quedó manchado, de los hombros a la cabeza, por los excrementos de las palomas.

robert bissell

Ilustración de Robert Bissell.

El cisne blanco y el conejo brincador

El cisne blanco no entendía por qué el conejo se apareaba con cuanta hembra encontraba en su camino. “Yo soy libre de elegir a la coneja que más me gusta”, afirmaba el animal, dando un salto.  “Eso no está bien, le respondía el cisne; uno tiene una pareja para toda la vida”. El conejo trataba de explicar su comportamiento: “Pero a mí me gustan todas. Eso es algo que no puedo evitar”. El cisne, moviendo sus patas en el lago, se deslizó un poco más hacia su interlocutor: “Hay que elegir; de esta manera resolverás tu incesante correría”. El conejo apenas tuvo tiempo de responderle, antes de irse con largos brincos a perseguir una coneja que vio moverse en la espesura del bosque: “Así lo quiere la naturaleza; yo no hago sino cumplir sus mandatos”. El cisne se quedó con las palabras en su pico. De vuelta al centro del lago recordó la imagen de sus padres, cuando viejos, acicalándose uno al otro al finalizar la tarde. El cisne blanco tuvo pesar del conejo al pensar que estaba preso por lo mismo que tanto deseaba.