Daria Petrilli

Ilustración de Daria Petrilli.

Leí, en días pasados, el libro de Pablo d´Ors, Biografía del silencio (Siruela, Madrid, 2019) que, en realidad, es un texto sobre la meditación. La pequeña obra se destaca por su claridad y una sencillez cercana a los consejos de los textos sapienciales.

El libro, según el autor, es un testimonio de alguien que empieza a descubrir la meditación y cuenta las peripecias de ese encuentro, de ese aprender a disfrutar de la realidad y a despojarse de los ideales ficticios. Cada apartado (de los 49 que son)  es un llamado para asumir la vía de la desnudez, a deshacerse de los falsos anhelos  y los problemas creados por nuestras propias manos. Pablo d’Ors nos confiesa sus hallazgos en este aprendizaje de estar con él mismo, de sentir el ritmo de la vida y ser uno con lo que lo rodea. En ese recorrido de silencio, el autor siente que ese es el camino para la verdadera felicidad y subraya, en más de una ocasión, que lo mejor es confiar en el poder de la no acción, en la riqueza del abandono y el milagro de lo que nos sucede sin buscarlo. Echando mano de pequeños principios zen el libro aboga por el desapego y el descubrimiento del yo auténtico.

¿Y qué es meditar?, cabe preguntarnos después de terminar la lectura de Biografía del silencio. Podemos decir que es, esencialmente, una práctica de la atención, de la observación concentrada, reforzada por la quietud y el silencio. Meditar es un ritual consigo mismo para pensarse, sentirse, habitarse. Se trata de un ejercicio que logra sus mejores resultados en tanto más se repite. La meditación es, agrega d’Ors, un estado de compasión con el mundo que nos rodea y nuestros semejantes. Compasivos en cuanto nos dejamos interpelar, en tanto que todos los seres merecen nuestro cuidado. Al meditar disolvemos las disyuntivas y comenzamos a ser una conjunción con el vasto universo. De igual forma, la meditación nos hace más hospitalarios y dispuestos para la aventura de vivir intensamente: comer cada alimento con fruición, hablar con el amigo sin prevenciones, caminar sintiendo cómo nos habla la realidad al ser tocada por nuestros pies. Aprender a meditar es, en suma, salvar nuestra alma, nuestro ser más preciado, de las demandas imperiosas de la prisa, de las obligaciones infundadas por la sociedad a la que pertenecemos, del bullicio que anula el yo auténtico que habita en nuestro  corazón.

Me parece bien interesante la forma como el autor describe y muestra los beneficios de la meditación: “es una práctica para tirarse de cabeza a la realidad y darse un baño de ser”; “consiste en una rigurosa capacitación para la entrega”, “es un invento solo para erradicar el miedo”; es un puente para “pasar por la quietud y adiestrarse en el dominio de sí, sin el que no puede hablarse de verdadera libertad”; es un aprendizaje para “saber estar aquí y ahora”, ofreciendo la mínima resistencia a la vida.  La meditación: permite que “la flora y la fauna interiores se enriquezcan cuanto más se observen”; “nos ayuda a recuperar la niñez perdida”; “nos con-centra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser”. Dadas todas esas bondades, nos asalta de una vez una pregunta: ¿y por qué no todos fácilmente apropiamos esos beneficios? La respuesta nos la ofrece d’Ors a lo largo del texto: porque “estar atento a las propias distracciones es mucho más complicado de lo que uno se imagina”; porque estamos deslumbrados por ese pequeño yo, que no es otra cosa que “esas identificaciones falsas a las que solemos sucumbir”; porque poco “cultivamos la propia vida”.

Resulta sugestivo entender la meditación como una búsqueda de lo que en verdad somos. Pablo d’Ors señala que esa pesquisa se debe hacer de manera oblicua, nunca directa. Para ello usa la imagen del “buscador del buscador”; es decir, que meditar consiste en fijar la atención de tal manera que únicamente nos concentremos en el testigo interior que está en dicha búsqueda. Cuando meditamos un yo auténtico mira a otro yo falso, pero lo hace de manera “amorosa”, como quien “espera una revelación sin ninguna prisa”. Meditar, en consecuencia, es observar cuidadosamente a ese testigo que como “una gota de agua que cae sobre una roca, va perforándonos muy poco a poco”. Haciendo esta labor lateral, de sesgo, podemos dejar de temer a vivir o al menos “cambiar el modo en que nos enfrentemos con nosotros mismos”. Meditamos para limpiar el receptáculo de  nuestro interior, “de modo que el agua que se vierta en él pueda distinguirse en toda su pureza”.

Cerremos este comentario de Biografía del silencio subrayando una lección transversal del libro que es también una consigna de la meditación: “vivir es transformarse en lo que uno es”.