Joey Guidone

Ilustración de Joey Guidone.

Lo que en su inicio fueron signos para detectar las claves de saber leer con sentido, o de hacer las pausas indicadas para subir o bajar la entonación, se convirtieron en una ayuda para discriminar la información, dosificar la cantidad de ideas y darle respiración a la prosa. Por supuesto, nos estamos refiriendo a los signos de puntuación. Es decir, a la coma, al punto y coma y al punto seguido, para hablar de los más usados en cualquier texto.

Esos signos los usamos a veces sin tener muy claro cuál es su propósito o los ponemos en cualquier lugar, dependiendo más del capricho de quien escribe que de una intencionalidad específica. Por ello, precisamente, es bueno reflexionar sobre estos signos para lograr en nuestros escritos una puntuación razonada, o comprender qué tanto gana o pierde un texto al marcarlo con uno u otro signo de puntuación. Porque en muchos casos, es la falta adecuada de uno de estos signos la que convierte la escritura en una mole confusa de palabras, o la que termina fracturando el significado de una oración cuando se ubica un signo donde no corresponde.

Los signos de puntuación, decíamos, contribuyen a que el lector no reciba todo el mensaje de manera abigarrada o compacta. Una coma, por ejemplo, hace que podamos captar con nitidez las partes o los elementos de un conjunto; y un punto y coma nos ayuda a entender o distinguir ideas de mayor calado o peso en un párrafo. Los puntos seguidos contribuyen a ubicar dónde termina un planteamiento, dónde se cierra una argumentación. Todos estos signos están al servicio de discriminar la información, de hacerla más clara y más ordenada para el lector. Saber puntuar, en consecuencia, está en sintonía con la microestructura de un texto, en saber relacionar las partes con el conjunto. Trabajar así los signos de puntuación es situarse más en una lógica de componer artesanalmente un escrito y no tanto en la mágica e inexplicable elaboración del mismo. Así que no es cosa de aprenderse reglas de memoria, sino en darle más relevancia a la planeación, a la organización de las ideas y su progresiva manera de convertirse en párrafo, en capítulo o en un extenso artículo. 

De otra parte, los signos de puntuación van creando un ritmo en la prosa. Son estos diminutos signos los que hacen que nuestros escritos tengan movimientos rápidos o vayan tan lentos que aburran al lector. Hay escritores densos, difíciles, porque no usan el punto seguido o porque emplean períodos tan largos que no tienen ninguna clemencia con quien los lee. También sucede que el abuso de un signo, digamos la coma, es una muestra de una escritura llena de incisos, de divagaciones que terminan provocando un ruido en lo que se desea comunicar. Por eso, para detectar el ritmo de la prosa y cómo ayuda a ello la puntuación, es recomendable leer en voz alta nuestra escritura. Al escucharnos sabremos que algo no suena bien, que algo falta o que, por usar con tanta frecuencia un signo, lo que logramos es una redacción dubitativa, intermitente y repleta de interferencias. 

El buen uso de los signos de puntuación es de gran ayuda también para limpiar a la escritura de adherencias, de recovecos en una proposición o de un excesivo abuso de circunloquios. En este caso, ayudan a pensar de mejor forma la organización de los elementos de una frase o las partes constitutivas de un párrafo. Atreverse a poner un punto y coma en lugar de una coma, para mencionar otro ejemplo, puede contribuir a que suprimamos el exceso de adverbios, preposiciones o partículas innecesarias. En muchas ocasiones, por no saber ubicar bien un punto seguido llenamos nuestra escritura de oraciones subordinadas  o de frases que empiezan en un sitio pero que, por la misma proliferación de comas, no se sabe bien cuándo o en qué lugar logran terminar. Los signos de puntuación, en consecuencia, constituyen un elemento fundamental de la sintaxis.

Finalmente, el buen uso de los signos de puntuación le otorga a la escritura respiración, ofrece aire entre los elementos de un párrafo. Gracias a esa labor de ventilación en un texto es más fácil comprender la calidad de una idea, el desarrollo de un argumento, la explicación de un motivo. Los signos de puntuación contribuyen, por eso mismo, a la comunicabilidad del mensaje, quitan en el receptor el agobio de la confusión. Hasta podría pensarse que los buenos escritores, los que logran una interacción rápida con el público, son los que ubican esos signos de manera estratégica para evitar el aburrimiento o el bloqueo de la mente cuando se siente asfixiada por la mescolanza y la acumulación de frases atiborradas. Aprender a puntuar es, en últimas, conquistar la complicidad de un lector.