Desde tratados como el de Demetrio[1], hacia el siglo I después de C., en el que caracterizaba las cuatro clases de estilo: el llano, el elevado, el elegante y el vigoroso; hasta los textos de literatura preceptiva de cuño francés de comienzos del siglo XX[2], preocupados por definir las leyes y cualidades esenciales del estilo, siempre ha habido un interés por el estudio de los atributos de la buena prosa o, al menos, por señalar algunos rasgos particulares de la expresión escrita si pretende ser altamente comunicativa y estar bien confeccionada.
Hay manuales de redacción ya clásicos, como el de Agustín Vivaldi[3], en el que se listan y explican las cualidades primordiales del estilo: la claridad, la concisión y la sencillez y naturalidad; el autor nos advierte la necesidad de conocerlas y estudiarlas porque “claridad no es superficialidad; ni concisión, laconismo; ni sencillez ni naturalidad significan vulgaridad, plebeyez u ordinariez”. También existen Manuales de escritura en los que, además de ofrecer consejos sobre la puntuación, la conformación de párrafos y otras minucias del idioma, se dictaminan principios que ayudan a hacer seductor el estilo: “procure ser claro, simple y breve”, “privilegie los sustantivos”, “pastoree sus adjetivos”, “economice los adverbios terminados en mente y otros adverbios”, “recurra a un vocabulario variado y preciso, pero no rebuscado o pretencioso”[4]… O hay autores como José Martínez Ruiz, Azorín, quien perfiló una “teoría del estilo”[5] condensada en aforismos, que sugieren, entre otros pormenores: “poner una cosa después de otra y no mirar a los lados”, “no entretenerse”, “si un sustantivo necesita de un adjetivo, no le carguemos con dos”.
Por otra parte, cada escritor consumado ha puesto en blanco y negro ciertos principios del buen estilo. Cortázar, por ejemplo, lo definía como la “tensión entre lo necesario y lo innecesario”, y por eso había que evitar a toda costa en la escritura “los flecos”. Flaubert, por su parte, pensaba que la buena prosa necesitaba tener la consistencia del verso, es decir, “que cada frase debía ser imprescindible, rítmica y sonora”; de allí su insistencia en que “escribir bien era un asunto de saber elegir las palabras, y de tener precisión para seleccionarlas”. Gómez Dávila afirmaba que el estilo “era un orden a que el escritor sometía el caos”; Augusto Monterroso creía que el estilo era la confluencia de “la precisión, la viveza, la variedad, la rapidez, la adecuación a cada asunto y a cada intención”; y Stevenson, aunque dijo que el estilo no podía ser aprendido, sí consideraba que “la proporción de una parte con respecto a otra y con respecto al todo, la eliminación de lo inútil, el énfasis en lo importante, y el mantenimiento de un carácter uniforme de principio a fin”, esas “perfecciones técnicas”, podían “ser alcanzadas hasta cierto punto a fuerza de trabajo y coraje intelectual”[6].
Los ejemplos abundan y muestran, en el fondo, que a pesar de que el estilo, al decir de Buffon, “es el hombre mismo” y, en consecuencia, “no puede ni robarse ni transferirse ni alterarse”[7], aún hecha esa salvedad, cabe la posibilidad de enumerar algunos consejos o características que pueden servir de orientación a quien desea darle fisonomía a su estilo o, por lo menos, se conviertan en puntos de referencia para aquellas personas interesadas en cualificar o mejorar su escritura.
Así que, amparado en mi propia experiencia, considero que los cinco campos de características de un buen estilo serían los siguientes:
Orden, estructura, planeación
Me refiero a que un buen escrito necesita de una rumia previa del pensamiento en la que se medite el asunto, se hallen los puntos esenciales que desean tratarse, se descubran las columnas vertebrales objeto de nuestro interés. Por lo general, estas cualidades en el estilo se concretan en un esbozo o una hoja de ruta –sencilla o muy detallada– en la que se señalan las partes o los hitos del futuro itinerario del escritor. Si se analiza con más detalle este campo de características del buen estilo, se descubrirá que hace parte de la preescritura, de aquella fase en la que cuentan más las ideas que las palabras, más la producción y organización de los pensamientos, que el afán por la redacción. Un buen estilo se fragua primero en la mente, en la meditación o en el juicioso análisis de un tema o un problema. Sin esa sal del “buen pensar” sería muy difícil lograr otras características de la buena prosa.
Claridad, concisión, comprensibilidad
Este segundo campo de características, si bien tienen su soporte en las primeras, se refiere a la manera como expresamos una idea, como construimos una frase, como elegimos las palabras para vestir un planteamiento. Tiene mucho que ver con un deseo de pensar en el futuro lector de lo que escribimos, y en el grado de comunicabilidad de nuestro mensaje. Si uno es claro evitará el atiborramiento y la confusión; si uno es conciso dejará a un lado las digresiones inútiles; si uno es comprensible tenderá a preferir vocablos sencillos y no aquellos rebuscados o pretenciosos. Buscar la claridad demanda abundantes correcciones, el trato frecuente con los diccionarios de uso o de los tesauros, y un cuidadoso empleo de los conectores lógicos. Para lograr la claridad hay que tener precisión semántica, y someter a la relectura lo que en un primer borrador sale sin esclusas. Nuestros escritos tendrán un más alto grado de comprensión si asumimos el rol de receptores críticos de nuestra propia obra. Tal desplazamiento es el que conduce a la variación semántica, el cambio en la sintaxis o a una enmienda considerable de una frase.
Armonía, ritmo, variedad
Estas características ponen el acento en la materialidad con que se elabora la escritura. Se refieren a “escuchar” lo que se redacta para percibir cómo armonizan los vocablos entre sí, qué tanto disuenan o cuándo la repetición cercana de una palabra empobrece rítmicamente un enunciado. Si el escritor tiene un gusto por el lenguaje, si aprecia la forma y el ritmo de las palabras al juntarse, con seguridad evitará las cacofonías y las redundancias, buscará variar la extensión de cada período para evitar la monotonía en un párrafo, y sabrá que así no esté elaborando un verso, las palabras utilizadas en un escrito provocan una música que puede ser cadenciosa o aburrida, variada o muy limitada en su composición. Quien busca un estilo melodioso requiere atender los acentos de los términos, las diferentes asonancias que se producen al cambiar el orden de las palabras, la fuerza emocional que provoca en un lector saber combinar frases de diferente medida. De igual modo, será fundamental utilizar la puntuación con el objetivo de darle a la escritura una “respiración” y un “movimiento” que evite la pesadez, la saturación o el aburrimiento.
Plasticidad, viveza, colorido
Este grupo está enfocado a resaltar el trabajo estético sobre la escritura, a tener una atención sobre la dimensión plástica de la prosa. Corresponde, en gran medida, a qué tanto podemos embellecer o darle colorido a la abstracta y escueta forma de las ideas. La viveza en el estilo involucra lo que la retórica clásica llamaba “el uso de figuras”, bien sea para resaltar un planteamiento, incitar la imaginación o mover las pasiones del receptor. Quien así procede, sabrá cuándo una metáfora es más efectiva que un simple concepto, cuándo una comparación ayuda a ofrecer claridad en un asunto o cuándo una ironía contribuye a darle más contundencia a una conclusión. La plasticidad en el estilo da energía a la escritura, favorece la creatividad y trae consigo una cercanía con el lector, tan fuerte como para implicarlo emocionalmente. Seremos más interpelativos y menos densos en nuestros escritos si conocemos y usamos con pulso y oportunidad el lenguaje de los tropos (metáfora, metonimia, sinécdoque), las figuras de construcción (la elipsis, la gradación, la hipérbaton) o las figuras de pensamiento (antítesis, paradoja, reticencia). Todos estos recursos expresivos llenan de intensidad y realce las ideas y contribuyen a exaltar la originalidad de la expresión escrita.
Originalidad, carácter, singularidad
Este último campo de características alude a dos cosas esenciales del buen estilo: la de favorecer, por todos los medios posibles, la inventiva y la autenticidad en las ideas, y la de forjar en la composición de la prosa unas marcas distintivas que la doten de singularidad. Porque tenemos como brújula la originalidad evitaremos el plagio, buscaremos los filones menos transitados en un asunto y nos esforzaremos en darle a nuestros planteamientos una renovada expresión. Más allá de encontrar temas inéditos, el esfuerzo del escritor estará en el modo de abordarlos, en la manera de interpretarlos o darles otra mirada. Por mantener esa misma orientación, será un propósito central al escribir ir poco a poco fraguando un modo especial de adjetivar, de organizar la sintaxis de una cláusula, de marcar una puntuación o de poner un título. Esos detalles, esas minucias en la apropiación y uso del idioma, son los que van dotando a la prosa de un carácter, de un sello distintivo que es la mayor aspiración de quien escribe: encontrar un estilo que lo haga inconfundible, un conjunto de rasgos tan particulares que sirvan de emblema o impronta de su nombre. Puede que sea una meta difícil de alcanzar, pero en ello estriba el conocimiento y dominio de los campos de características antes mencionadas.
Dicho lo anterior, agregaría cinco recomendaciones que son para mí esenciales si se anhela tener un estilo ágil y rotundo. La primera: evite la prosa llena de incisos o de continuas intercalaciones. Cuando se fractura de esta manera una idea, siempre se termina alimentando la confusión en el lector o dejando los enunciados a medio camino de su desarrollo. La segunda: Recuerde que el uso de cada conector lógico depende de una función específica[8]. No todos los marcadores textuales sirven para cualquier ocasión, y no todos responden al mismo fin. Dependiendo el objetivo previsto (recapitular, hacer un énfasis, ejemplificar, dar continuidad, contrastar, inferir, adicionar, hacer una advertencia), así deberá elegirse un conector. La Tercera: Emplee razonadamente los sinónimos y no como términos intercambiables. Es común que para salir del atolladero de las repeticiones de términos empleemos un listado de sinónimos, pero sin reparar que cada palabra es más precisa y adecuada en determinado contexto. Los vocablos, en sentido estricto, no son equivalentes. Baste decir, que disminuir es perder en número y en intensidad; achicar es perder en magnitud; reducir, en espacio, acortar, en longitud[9]. La Cuarta: crea profundamente en que la buena prosa se alcanza mediante la corrección y las enmendaduras. Si se confía demasiado en los arrebatos de la inspiración o en el flujo espontáneo de las palabras, poco se avanzará en adquirir una escritura de calidad. Reconocer los propios errores, tener conciencia de autocorrección, es un atributo de los escritores expertos. Tachar, modificar, es ayudar a un escrito incipiente a que sea más preciso, más claro, más armónico, más estructurado. El paso de un borrador a otro es la forma como el estilo se acrisola o se depura, es el medio idóneo para quitarle a la médula el fárrago que no la deja despuntar. La quinta: lea con frecuencia poesía, no deje de familiarizarse con la escritura hecha de imágenes. Este lenguaje contribuye en gran medida a aumentar el radio emocional del escritor, potencia el trato con la palabra sopesada y rítmica y expande el repertorio de ejemplificaciones. La lectura habitual de poesía contribuye a que la prosa sea más imaginativa y se aumenten los matices en las ideas.
Referencias
[1] Sobre el Estilo, Gredos, Madrid, 1979.
[2] Sirva de ejemplo, Lecciones de literatura preceptiva de Jesús María Ruano, Voluntad, Bogotá, 1962.
[3] Curso de Redacción, Gonzalo Martín Vivaldi, Paraninfo, Madrid, 1986.
[4] Véase el Manual de escritura de Andrés Hoyos Restrepo, Libros Malpensante, Bogotá, 2015.
[5] En Obras selectas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1953.
[6] Si se desean ampliar estas afirmaciones y otras de autores consagrados al oficio de escribir, consúltese mi libro Escritores en su tinta. Consejos y técnicas de los escritores expertos, Kimpres, Bogotá, 2008.
[7] Léase el “Discurso sobre el estilo”, de George-Louis Leclerc, conde de Buffon, traducido por Alí Chumacero, en: http://www.scielo.org.co/pdf/rei/v16n31/v16n31a15.pdf
[8] Para profundizar en este punto léase mi libro Pregúntele al ensayista, Kimpres, Bogotá, 2007.
[9] Continúa siendo una fuente obligada de consulta en este aspecto la obra de Roque Barcia, Sinónimos castellanos, Sopena, Buenos Aires, 1974.
NIDIA ROMERO P. dijo:
Un fraternal saludo Doctor Fernando .
Muchas gracias por tan valiosa estrategia de trabajo. En tiempo de pandemia, ha sido una estrategia la cual hemos acogido en la institución que orientó . Dicha estrategia se ha dinamizado y trabajado de manera transversal.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Nidia, gracias por tu comentario. Me alegra contribuir en algo a tu institución, a tus maestros, a tus estudiantes.
Jaime Londoÿfffff1o dijo:
ProfeFERNANDO Buenas tardes. Gracias por el material compartido, sin lugar a dudas, de mucha utilidad. Atentamente,
JAIME LONDOÑO M.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Jaime, gracias por tu comentario.
Anónimo dijo:
Fer, excelente documento para el trabajo con los estudiantes y maestros. Mil gracias por todos tus aporte.
Estoy gestionando con Santillana para poderte traer en Enero a capacitación con los profesores en la semana de inducción a Villavicencio. Ojala podamos vernos pronto. Un abrazo fuerte a mi maestro de maestros. María Mónica ________________________________
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
María Mónica, gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo.